Vivió obsesionado por las estrellas y el mundo astral. Con seis años advirtió a su maestra que la campana de la escuela caería. Nadie le creyó, pero al otro día el instrumento se desplomó y ese fue su primer vaticinio.
Pasaron 50 años y el aprendiz de brujo se convirtió en un fenómeno mediático; vivió de predecir la vida y sucesos de otros, menos su propia muerte, acaecida al anochecer del sábado 2 de noviembre: Día de difuntos.
La parca sepultó su horóscopo para ese día. Según Walter Mercado, nacido el 9 de marzo de 1932 bajo el signo Piscis, ese sábado desaparecerían sus males de salud, conocería gente nueva y ampliaría el círculo de amigos.
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El domingo, quienes se enteraron temprano del óbito del agorero, pescaron al vuelo el agüizote y salieron disparados a comprar el 87 –la edad del finado– en los nuevos tiempos de la Junta de Protección Social y ganaron 70 veces su apuesta.
Las sobrinas del astrólogo, Ivonne, Betty, Aida y Dannette Benet heredaron el negocio, y serán las encargadas de administrar su legado, así como las profecías y horóscopos que el previsor adivino dejó listas para el 2020.
Los escépticos consideraban a Walter un encantador de cobras, ignorando que fue a la universidad y se graduó en psicología, pedagogía y farmacia, de ahí surgió su amor por la astrología, la mente y las plantas medicinales.
También estudió con Bhagwan Shree Rajneesh, conocido en el mundillo esotérico como Osho. El gurú indio –dueño de 93 Rolls Royce– lo acogió y le enseñó filosofía oriental y religiones comparadas.
Con ese arsenal de fantasías y unas habilidades siderales para el mercadeo, promocionó su imagen de pitoniso catódico y –en los últimos años– por medio de las redes sociales.
Marcado por el destino
Los acólitos de Walter jamás aceptarán que este no era Tiresias ni Calcas, los dos grandes adivinos griegos, pero al menos leía el horóscopo con un aire entre vedette de Las Vegas y gitana de la estación Termini en Roma.
Cuando la pedrada está para el perro, ni metiéndose al cafetal. Circulan dos versiones sobre el momento en que los astros se alinearon para que la estrella de Walter ascendiera y ocurriera su epifanía.
La primera leyenda asegura que en algún día de 1970 –sin saber ¿cómo ni por qué?– el astrólogo de turno en el programa televisivo de El show de las 12 se evaporó y nunca llegó a leer sus vaticinios.
El productor hizo de tripas chorizo, paseó la desesperada mirada por el plató y clavó su mirada en un personaje grandilocuente, contratado como bailarín de turno. Lo llamó, lo persuadió para que supliera al augur y lo demás es cuento…
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La versión prosaica asegura que en 1969 lo invitaron al mismo espectáculo para promocionar una obra, en la cual Walter encarnaba a un príncipe hindú, una especie de rajá.
Uno de los invitados faltó y para ganar tiempo le pidieron a Mercado hablar de un tema que lo traía chiflado: ¡Las estrellas!
Su estilo, ademanes, pronunciación arrastrando las erres, el vestuario colorido –al que más tarde agregó las capas– los anillos y su “savoir faire” encantaron a los teleaudientes y tres meses después montó su show, que duró 50 años.
Mala estrella
Quienes vieron a Walter en Primer Impacto, con Don Francisco, leyeron sus artículos en People o lo siguieron en su sitio web, nunca pensaron que cargaba un saco de pesares y una vida de sinsabores.
El retoño del boricua José María Mercado y la catalana Aída Salinas encarnó en San Juan, Puerto Rico; creció en el barrio de Ponce; ahí mostró su talento por la danza, la actuación y la futurología, tanto que le apodaron “Walter de los Milagros”.
Aunque en sus despedidas nos deseaba a todos “mucho, mucho, pero mucho amor”, en eso le fue como un rompecabezas cósmico. Sostuvo dos romances, uno trágico y el otro divinizado, pero ambos extraños.
La primera mujer fue una modelo borinqueña quien murió en un accidente aéreo; y cuando tenía 71 años se enamoró de una conejita de Playboy –Mariette Detotto– y rompió su voto de celibato espiritual.
El otro golpe fue devastador. En el 2009 perdió el derecho de usar Walter Mercado –como nombre comercial– dado que cedió al manáger a perpetuidad esa marca y debió buscar otro apelativo de guerra.
En un viaje astral una revelación ultraterrena lo conminó a llamarse Shanti Ananda, que en lenguaje humano significa paz y felicidad, la expresión exacta a la extravagancia y la cadena de vibraciones que desencadenó en sus admiradores.
Un tsunami de amor
Pionero del género. “Aquí estoy, soy quien soy, eso es todo.” Así respondía a quienes preguntaban si él era heterosexual, homosexual, metrosexual, bisexual o un poco de todo.
Más capas que Superman. El peculiar astrólogo poseía cerca de 500 capas, que diseñó inspirado en su madre; cada una costaba 900 dólares.
Corazón grande. Tras superar una delicada operación cardíaca, decidió establecer una fundación para ayudar a los niños con espina dorsal bífida y a mujeres maltratadas.