El rostro desnudo poco a poco se viste de color. La base blanca sobre las mejillas, el labio inferior pintado de negro, la punta de la nariz se torna en un rojo sutil, los ojos son trazados por una delgada línea de tono oscuro. ¿Peluca o sombrero?
Los zapatos de tamaño colosal sostienen un peso gigante: el de divertir, el de la felicidad. Por último, la nariz roja y redonda es la máscara más pequeña, pero la más importante porque convierte al hombre en el más humano de los humanos: el payaso.
Una profesión seria que se basa en la felicidad, en la carcajada; pero eso de ser payaso y de entretener a la gente no es cosa de risa. Ser payaso implica formalidad y compostura, a la vez de cierta disposición al fracaso, y por supuesto, a ser capaz de reírse de uno mismo.
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Es un provocador de emociones. Maneja sentimientos, los mueve y los hace como quiere. Un payaso tiene la licencia de hacernos llorar de la risa, pero también de tristeza; ese permiso lo da la nariz roja aunque no se use. Nos hace enojar, nos enfurece, nos apasiona. Es tan sincero que cualquiera se puede sentir identificado hasta con la más mínima bobería. ¿Alguna vez se ha sentido como un payaso? Todos llevamos uno adentro, en el corazón, aunque con la llegada de los años y de la madurez hallamos querido ocultarlo.
¿Quién no ha fracasado? ¿Quién no se ha sentido vulnerable alguna vez en su vida? La gran diferencia es que quien se viste de colores llamativos y maquilla su rostro fracasa públicamente, lo hace de manera profesional para recordarnos a quienes nos escudamos en la cotidianidad que al final de cuentas podemos reírnos y aprender, salir adelante. Salir adelante, ahí está el secreto. Dichosos los payasos que viven en la poesía de no actuar, de ser ellos mismos, de levantarse de sus torpezas y con ello provocar alegría.
Risa con crítica
Roberto Gómez Bolaños Chespirito escribió una dulce canción en su honor, su letra recuerda la importancia del payaso en la sociedad: “Siendo tan escasos los momentos en que nos podemos divertir, vivan los payasos, los buenos payasos”.
Costa Rica es el país más feliz de América Latina, según el Reporte Mundial de Felicidad 2019 (World Happiness Report 2019), que se publicó en marzo de este año. Los ticos nos ubicamos en el segundo puesto del continente y en el número 12 del mundo. Este estudio se basa en diferentes factores como la estabilidad política y la esperanza de vida, pero igual podríamos considerar a los payasos entre las causas.
En el país hay payasos de payasos. Clown es como se les llama de manera más elegante, pero al final de cuentas todos tienen el mismo fin: hacer reír. En esa teoría concuerdan cuatro artistas costarricenses que llevan la pasión por el arte de payasear muy adentro de sus corazones.
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“Payasos hay tantos como personalidades. Son estilos variados, algunos trabajan en fiestas infantiles, otros son más tradicionales. El payaso en sí es una actitud, una forma de vida porque no solo es un traje grande o un maquillaje cargado, es esencia, es una forma de ser. Lamentablemente en nuestra cultura la palabra payaso se ha usado de manera despectiva para maltratar a alguien y por eso es que muchos usan el concepto de clown porque suena más glamurosa”, explicó Laura Cordero, mejor conocida en el ambiente de la risa como Lola Carambola, del grupo Los Malafachas, fundado en el 2008.
Efectivamente, el payaso debe de lidiar con lo despectivo. “Sos un payaso”. “Mae, no seás payaso”. “Esto es una payasada”. Sin embargo, el payaso no debería de ser ligado con lo negativo, por el contrario, es un ejemplo de vivacidad y de honestidad porque para ser payaso primero se tiene que conectar con el yo interior, desnudar el alma, llevar la sinceridad a su máxima expresión.
“Se dice que hay dos formas de lograr las cosas: o lo traés o se trabaja mucho por ello. Para ser payaso en primer lugar tenés que ser feliz vos porque sería patético tratar de hacer felices a los demás siendo uno lo contrario. La honestidad es de las primeras cualidades que se requiere porque te hace saber quién sos vos, conocerte y saber cuáles son tus potencias, debilidades y límites. Si no haces contacto contigo mismo para tenerlo con las personas, no puedes hacerlas reír”, afirmó Jean Sagot, payaso profesional y fundador de la Compañía de entretenimiento Paraguas Rojo, que a mediados de los años 90 fue la escuela que educó a una generación de payasos ticos.
De esa escuela nació Pepe Picaporte, o Johan Arias según consta en su cédula de identidad. Hace 22 años que este payaso profesional se dedica al entretenimiento, pero aprovecha su fachada para llamar la atención sobre situaciones reales de la sociedad, porque el payaso también es un comunicador, un crítico.
“Todos nacemos payasos, hay quienes nos dedicamos a la profesión, pero todos somos bufones. Yo soy la representación del pueblo y aunque hay gente que no le gusta que hable de ciertos temas, nada mejor que un payaso para decir verdades. A mí me hace feliz, mas puede ser que a la sociedad no. Hay que decir siempre la verdad, el payaso es un ser de luz”, afirmó Pepe con la voz de Johan porque Pepe no habla, su manera de expresión es la corporal.
Estudio y razonamiento, estas también son cualidades de los clown; tan importantes como hacer mofa de sí mismos y tan complicadas como provocar emociones. No se vale no saber, hay que investigar, sumar, aprender constantemente y ser realistas porque existe un balance entre el sistema y el payaso: uno sirve para divertir y el otro para sostenerlo.
“Se logra viendo las noticias, sabiendo cuánto cuesta el pasaje de un autobús o cuánto me pagan en San José por vender globos, conociendo cómo está la economía, la realidad social. El tico no es totalmente feliz, pero vive contento, si le das una risa se ríe, pero en la tarde está pensando cómo pagar el recibo de la luz”, aseveró Jesús Garnes, payaso profesional desde hace 21 años y director de la compañía Corpus Claun, que enseña este arte.
Los Malafachas son felices provocando risas, pero también siendo críticos. Actualmente, Lola y su compañero Carlos Leiva –Karim, su nombre artístico– se encuentran en México realizando una gira que los tendrá en tierras aztecas durante varios meses. Lola es tica y Karim guatemalteco, así que la combinación de culturas les permite tener un espectro más amplio de la realidad.
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“La idea es que por medio de la risa el público reflexione sobre ciertos temas que parecen simples, pero no lo son. Hay espectáculos en los que nos hemos enfocado en temas ambientales que nos convocan mucho, hace un tiempo montamos Ni un macho más ni un macho menos que trató sobre la postura de la mujer en la sociedad”, recordó Lola, quien presenta las obras junto a Karim utilizando diferentes técnicas artísticas como los malabares, equilibrios, algo de actuación y hasta danza.
En resumen, un buen payaso tiene que serlo con calidad y conocimiento: el buen payaso no necesita de la parafernalia para hacer reír, primero debe tener un conocimiento de la realidad social. Es imperativo ser sensible.
“Hay payasos que toman los recursos visuales y al final se convierten en una marioneta de ellos: pelucas, narices, esto y lo otro. Pero, por favor, ¿si te quitás todo eso me hacés reír igual? Es burdo usar la parafernalia sin hacer reír y ya que si no te sirve para hacer reír, no tiene caso que la usés”, aseveró Sagot, experto que tocó campana como clown en el 2008 cuando se presentó por última vez en el teatro Pablo Tobón Uribe, de la ciudad de Medellín, Colombia, en un espectáculo acompañado por uno de sus maestros, el clown estadounidense Jango Edwards.
¿Los hace felices ser clown?
Marypaz Rojas tiene apenas 12 años de edad y tres de prepararse para ser clown. Es alumna de Corpus Claun, es bailarina de ballet, una niña avispada e inteligente, una niña sumamente feliz.
“Cuando llego vestida de payasa a presentarme ante un público veo que la gente se ríe con las cosas que hago, con la primer tontera que se me ocurre. Eso me hace sentir especial, me provoca un sentimiento de libertad y de creatividad”, dijo con una gran sonrisa en su rostro.
El payaso no es un actor, eso queda claro desde que se empieza a investigar sobre la técnica. El payaso es él mismo, ella misma; se expone. ¿Y por qué esto los hace felices? Porque son libres gracias a la exposición de su vulnerabilidad, porque tienen la oportunidad de no sufrir tanto por ella y a sacarle un buen provecho a cada situación adversa que se les presente. Ese provecho es la risa de los demás, incluso la propia.
Su libertad es su alegría. Son sinceros. El actor tiene que interpretar un papel mientras que el payaso se encarna a él mismo. Sus habilidades son llevadas al límite porque para lograr la conexión con el público requiere de una amplia creatividad y una particular visión de la realidad, esa que le permite provocar sonrisas a niños, jóvenes, adultos, adultos mayores, a una audiencia con escolaridad superior y a una con necesidades especiales. Honestidad escénica le llaman los preparados. La técnica del corazón a corazón, explicó Garnes.
“Una de las mayores satisfacciones es la risa, es adictiva. Cuando la gente llega a un espectáculo tal vez no se conocen, pero se crea una complicidad impactante cuando se miran a los ojos luego de alguna trastada del payaso y se ríen entre ellos. Es hermoso porque acerca mucho a las personas, la risa los vuelve más humanos”, reflexionó Lola.
“La risa es un arma de construcción masiva”, recuerda Pepe Picaporte. Es justamente eso lo que lo hace feliz, que la risa construya y a la vez instruya.
Humor con seriedad
La parafernalia, las carcajadas, las torpezas. Todo es un circo, sí. “En el circo se agranda la humanidad, se exhiben los grandes dones, se agudizan las emociones, se ejerce el intelecto”, externó con toda la seriedad del caso Jean Sagot.
Sí, todos somos payasos, lo llevamos dentro. El compañero de trabajo que tiene la facilidad para decir bromas en el momento más indicado con tal rapidez que deja a todos sorprendidos. Yo misma que cuando me resbalo y caigo lo primero que hago es burlarme, usted que cuando menos se lo espera provoca carcajadas en una reunión por una expresión facial que no pudo controlar. ¿Pero todos podemos profesionalizarnos, qué tendríamos que tener o hacer para lograrlo?
Los expertos concuerdan en que, como todo en la vida, la práctica hace al maestro. Porque como lo dijo el actor y escritor italiano Darío Fo: “Creer que se es payaso por ponerse una pelotilla roja en la nariz, un par de zapatos desmesurados y aullar con voz aguda, es una ingenuidad de idiotas”.
Estudiar, prepararse, practicar, repetir y repetir. El clown es una carrera eterna en la cual nunca se va a obtener un título, pero es tan satisfactoria y apasionante que no importa tener o no un cartón que lo acredite como Professional Clown.
“Antes creíamos que el conocimiento era sectorizado para algunas personas, pero ya no. Si alguien desea aprender e iniciar con cualquier cosa hay que buscar tutoriales, libros, acercarse a gente que sabe y conoce. Practicar y practicar, cualquiera puede intentar practicar cinco o más horas al día, pero hay que quererlo”, afirmó Sagot.
“En este momento hay mucho descuido ante una profesión tan bella como esta porque cualquiera se pone unos zapatos viejos aduciendo que Charles Chaplin los usaba... ¡Sí, Charles Chaplin, no cualquiera!”, agregó seriamente el experto.
Y como bien lo dice Pepe, el payaso nunca deja de aprender, siempre va en constante evolución. El payaso es contemporáneo, hay algunos que prefieren el malabarista, el mago, o el social. “Prefiero el social porque es puteador no por putear, sino porque hay razones para hacerlo”, dijo Picaporte. Para todos los estilos se necesitan conocimiento y preparación.
Los Malafachas, Jesús Garnes, Pepe Picaporte... todos han buscado en maestros extranjeros ampliar sus conocimientos. En el país han aprovechado festivales donde los invitados internacionales dan clases y talleres; ellos mismos pueden enseñar, pero falta mucha educación, falta la intención de que la sociedad respete la risa, que le dé su lugar.
Pepe con su compañía Bufones Maestros del Caos busca acercar el arte del clown al público. En Paraguas Rojo también están dispuestos a guiar, lo mismo Corpus Claun.
Y aunque muchos estén de acuerdo en que en Costa Rica no hay una escuela de clown como tal, en el Parque La Libertad existe la Escuela de Danza, Teatro y Circo, donde forman niños y jóvenes como intérpretes y gestores de estas artes.
Carablanca, Augusto, Contra Augusto, Tramp... son tantos como personajes tiene la sociedad. Cada uno tiene su identidad y su papel en la obra. ¿Qué sería de la humanidad sin la risa? ¿Qué sería de la sociedad sin la crítica? ¿Qué sería de nosotros sin el humor negro, el blanco, el satírico? ¿Qué sería de la vida sin los payasos?
“Cuando pienso en el dolor que hay en el mundo, agradezco tener una oportunidad inaudita de poder hacer nacer una sonrisa, una risa. La pista es un rincón del paraíso donde los clowns entramos para hacer olvidar a los demás y a nosotros mismos las desdichas”, dijo la payasa francesa Annie Fratellini.