El mejor ciclista de la historia de Costa Rica, Andrey Amador Bikkazakova, bien puede considerarse un ser humano lleno de contradicciones (en el buen sentido), lo cual no debería extrañar si se toma en cuenta que, a sus 30 años, su vida ha estado llena de paradojas.
Por ejemplo, la hiperactividad que les sacó las canas a sus papás cuando era un chiquillo de escuela, a la postre provocó que estos le ofrecieran como premio por ganar los exámenes de sexto grado, un regalo que marcaría el resto de la vida del revoltoso escolar: una bicicleta nueva.
Lo contradictorio: teniéndolo todo para manejarse por la vida con tremendas ínfulas, Andrey se conduce con un perfil bajo; compra un jeans nuevo cuando ya su favorito está inservible y, aunque es un astro deportivo de primer nivel, durante sus reencuentros con sus amigos de toda la vida, cuando está de vacaciones en el país, no lo piensa para pedirle a cualquiera que le dé “mil pesos pa’ un fresco”.
Eso sí, le encantan los relojes y en eso sí se da sus gustos.
Él, posiblemente, no se percata de lo que provoca en sus entrevistadores. O al menos en los pocos que nos hemos dado el lujo de sentarnos con él durante cinco horas seguidas que no dieron margen a los silencios y que no rindieron.
Aquel muchacho de respuestas cortas, monosilábico incluso, con el que esperaba encontrarme, se volvió un conversador brillante por lo simple; elocuente por lo que sabe y sencillo a pesar de la grandeza de lo que hace. A fin de cuentas, el ciclismo está considerado uno de los deportes más duros que existen y él hoy es parte de la legión de élite conformada por los mejores pedalistas del planeta.
Y es que el nombre de Andrey Amador se ha ido agigantando en los últimos años hasta pisar podios impensados a nivel mundial. El 20 de mayo del 2016, por ejemplo, se consolidó como el mejor ciclista centroamericano de todos los tiempos al convertirse en el líder general de una de las pruebas reinas del mundo, el Giro de Italia: una vez más, buena parte del país madrugó y se irguió en orgullo al ver a Andrey encajándose la “maglia rosa”, el ansiado atuendo que lo tendría como líder máximo del pelotón de ciclistas más pro del planeta, durante 24 horas.
Sin embargo, se queda uno con las ganas de escuchar de la boca de Amador una expresión de grandilocuencia cuando se le pide que diseccione, segundo a segundo, qué puede sentir un ser humano al cruzar de primero (o entre los primeros) la, meta tras malmatarse en el pavimento durante 5 o 6 horas, en las pruebas reinas de lo que John F. Kennedy describió como “una sensación incomparable”, al referirse a la práctica del ciclismo.
Ojo, que no se sienta como una humildad mal entendida. Ciertamente Andrey es un tipo cero petulante, pero en un tris se nota que tiene un ego muy bien ubicado que posiblemente no tenga que ver con su faena sobre la bicicleta, y sí con un tema de ADN.
Describe sus momentos al cruzar la meta con un buen tiempo o después de una labor extraordinaria como “algo que lo hace muy feliz”. Nada de frases prefabricadas o de algún punch verbal que se convierta en el titular soñado.
Lo de Andrey es más sensorial, menos de escuchar. Más de observarlo, de estar alerta a la brillantez de su mirada cuando habla de tópicos que se han convertido en tema de estudio obligado para él (como el arte de leer las señales del organismo, la ciencia de la fisiología humana) o de la exasperación que no disimula con lo que le enoja, como “la gente vagabunda”.
“Por ejemplo, en el pelotón siempre está el vivazo, el vago que deja que el pelotón vaya adelante cortando viento, y luego aprovecha para adelantarse ya cerca de la meta, eso no lo soporto”, dice con talante severo.
Las vacaciones para los ciclistas de élite son realmente un desconecte total de las heroicas –pero también inmisericordes– jornadas de meses de entrenamiento y semanas de competición en los más variopintos escenarios geográficos, climáticos y culturales.
Estamos acostumbrados a verlo así, rostro férreo sobre su máquina de acero, el joven inexpresivo hipnotizado en la competencia. Por lo mismo, fue un tanto extraño toparnos con un Andrey totalmente distendido, quien abrió la puerta de su magnífico condominio de verano en playa Herradura, con un jeans y una camiseta cualesquiera, con el pelo sin cortar hará su rato y hasta difícil de reconocer por su corpulencia: lógicamente se adivina su musculatura acorazada y no se le nota un gramo de grasa, pero este es otro Andrey Amador, con nueve flamantes kilos de más que se ha ganado tras olvidarse por completo, durante un mes entero, de cálculos nutricionales o rutinas de ejercicio.
De sus decires se infiere que es pragmático por naturaleza. Cuenta lo de sus kilos de más sin el menor atisbo de preocupación.
– Diay pero, ¿y ahora?– le pregunto asida al estereotipo sobre la sacrificada vida de los ciclistas, aún cuando no estén en época de entreno o competencia.
– Nada pasa. Nosotros aprendemos a conocer el funcionamiento del cuerpo, el metabolismo, como casi no se logra en ningún deporte, porque es una medición casi día a día. A mí además me encanta todo lo que tiene que ver con fisiología y nutrición. El cuerpo le habla a uno y uno sabe lo que es malo y lo que es bueno, y parte de lo malo es obsesionarse, hay que tener un balance, es como todo: yo en mis vacaciones disfruto otras cosas, la mente, el organismo, todo se desenfoca de momento pero a la hora de enfocarse, es tan sencillo como decir: “ya pasó un mes, mañana empiezo a dosificar tal o cual alimento”. Y al día siguiente ni siquiera se piensa: es una decisión que ya se tomó y uno amanece con la disposición de hacer lo que ya decidió. Y así poco a poco hasta que vuelve al peso y la condición necesarias para retomar el entrenamiento. Es así de simple– afirma con una contundencia pasmosa, mientras una parte de mi mente ya está asegurándome a mí misma que mañana amaneceré con ese chip determinatorio de Andrey, porque si él puede, todos podemos (sí, claro).
Ya lo dije, el pragmatismo de Andrey es monumental. Y su poder de convicción también. Es el que posiblemente use para sí mismo cuando, a diferencia de la mayoría de la humanidad, se levanta por la mañana y en lugar de alistarse para ir a la oficina, se prepara para correr una etapa del Tour de Francia, del Giro de Italia o de los Juegos Olímpicos.
– ¿Cómo hace uno para manejar eso, ese tipo de emoción, ese tipo de presión?
– No, es que no se piensa. Solo se hace. Hay que hacerlo. Así de fácil.
– Sí, pero hay días en los que uno simplemente no amanece en el estado correcto para ir a trabajar, por la razón que sea. A ustedes también les tiene que pasar ¿Cómo hacen en esos casos? Imagínese, por ejemplo, que amanezca bajoneado justo el día que le toca una jornada rudísima en el Giro, por ejemplo...
– Pasa, claro que pasa, y uno se da cuenta desde que se despierta, es exactamente lo mismo que me está describiendo usted. Uno lo sabe, de viaje siente cuando no amanece en su día. Pero hay que hacerle. Es lo mismo que en cualquier otro trabajo, hay que hacerle…
***
El ciclista, ficha del Movistar Team de España, tiene ocho meses de haber comprado el apartamento cuya decoración remite a la forma de ser de Andrey: tremendamente minimalista.
Se percibe súper acogedor sin necesidad de mayores adornos, con muebles muy confortables, electrodomésticos modernos y, eso sí, una tremenda pantalla de televisión que domina el centro de la sala.
Sus padres, Rodolfo Amador y Raisa Bikkazakova, así como su novia desde hace cinco años, la española Laura Segú, saludan con gran jovialidad y nos dejan pasar al enorme balcón con vista a las montañas, al mar, a las pequeñas barcazas que van y vienen veleidosamente y con el sol dorando el horizonte de playa Herradura, en el Pacífico Central. Es una tarde perfecta, que llaman.
La mayor parte del tiempo de Andrey pasa entre entrenamientos, concentraciones, competencias y viajes.
Pero ahora tiene chance de hablar de todo y por eso la conversación inicial se atropella al abarcar cinco temas en uno, entre ellos, estas últimas semanas que han pasado desde que llegó al país al finalizar su octava temporada como ciclista profesional en Abu Dhabi (Emiratos Árabes). Entre tan altísimo nivel de competición, aterrizar en ese remanso del Pacífico debe ser delicioso, le comento.
Y a partir de ahí acopia una muletilla que usa a menudo, pero en especial cuando quiere salir de aprietos, como cuando se le pregunta cómo reacciona ante las muchas admiradoras que debe tener.
– Es como todo– contesta mientras piensa y resuelve con un pase en corto:– Paso muy enfocado en lo que hago. Seguro por eso ni cuenta me doy.
Lo que pasa es que encontró en la disciplina del ciclismo la forma de ordenarse, sin sacrificar su esencia en el intento.
Entonces se conduce mucho por intuición en sus maneras cotidianas, empezando por la forma de comunicarse. Ocurre que Andrey es sumamente práctico y dice lo que tiene que decir, a menudo con una simpleza pasmosa.
– Vos sos más directo que el bus de Guápiles– le digo muerta de risa cuando al principio de la charla cuenta que era “un necio” en la escuela, por poco el terror de las maestras, y que sus papás, ya al borde del desespere, le ofrecieron una bicicleta nueva para sustituir su desvencijada BMX si lograba pasar los exámenes de sexto grado.
Es el menor de tres hermanos (Rudy tiene 38 e Iván, 34); fue este último quien le inculcó al cumiche de la familia el amor por la práctica del ciclismo desde que estaban pequeños y se perdían con la chiquillada de La Uruca, donde se criaron, a darse largas “cleteadas” por parajes naturales que aún eran accesibles en los años 80 y principios de los 90.
Iván recibiría el mismo premio por pasar los exámenes de noveno, y fue así como los hermanos darían pie al nacimiento de uno de los deportistas más destacados del país, y el máximo exponente del ciclismo tico hasta la fecha.
***
Andrey cumplió 30 años el 29 de agosto pasado, y repasa lo ocurrido en los últimos tres lustros como si todo hubiera sido un suspiro. Incluso, estando en la cresta de la ola, ya tiene definido a qué se quiere dedicar cuando llegue su retiro, que calcula en unos 6 u 8 años.
–”Muchos de los que están en esto tienden a seguir vinculados con el ciclismo, ya sea como entrenadores o así. Yo no, yo lo que sueño es con tener mi propio gimnasio o clínica, me encantaría enseñar sobre fisiología, nutrición, sobre cómo conocer el cuerpo, sobre cómo afectan los alimentos, pero también sobre cómo las cosas se han ido complicando tanto, que se inventan nuevas formas de sacarle el máximo provecho al organismo y se dejan de lado principios que son verdades, como en el tema de la alimentación. Yo lo digo por mi propia experiencia, el cuerpo no puede prescindir de alimentos básicos como grasas, proteínas y carbohidratos. Si uno aprende a conocer el cuerpo sabe qué le funciona y qué no. Vea yo: si uno come mal, en la mañana se levanta relentizado, el cuerpo le da todos los avisos a uno. Lo que me encantaría es poder compartir ese conocimiento con otra gente cuando me retire”.
Y va un poco más allá. “Yo tengo amistades que están estudiando carreras que tienen que ver con eso, y le puedo decir que yo, sin haber estudiado, sé muchísimo más que mucha de esa gente porque lo he estudiado y vivido día a día y por años. Claro que me gustaría estudiar y formarme en eso, pero vea, nadie conoce el cuerpo como nosotros (los ciclistas). Por ejemplo, una señal pésima de que usted comió mal el día anterior, aunque haya comido mucho, es cuando uno se levanta sin apetito. Cuando uno se levanta como un león, ahí sabe que la máquina anda perfecta, que el día anterior hizo varios tiempos, cinco o seis, y por lo mismo durmió bien y se despertó con buen apetito. La falta de apetito a cualquier hora para nosotros es una señal de alarma: algo no estás haciendo bien”.
Toda la conversación se va hilvanando sobre subordinadas de anécdotas, comentarios, chistes y uno que otro chismecillo blanco que Amador disfruta con tremenda sonrisa, pues es como abrir una cantera de una realidad a la que él simplemente no tiene mayor acceso por el nivel de exigencia al que está sometido alguien de su estirpe deportiva.
Un reto pendiente consigo mismo
Entre un cuento y otro, admite cuál es su máxima utopía, su sueño no cumplido y el que ve un poco lejos de realizar. Sin ningún ambage, el tipo que hace empalidecer y vibrar a millones con su fuelle y su poderío encima de la bicicleta, confiesa que lo atormenta muchísimo el no saber hablar inglés.
Amador se conduce por dos extremos: el de la inocencia de un chiquito que dice las cosas por su nombre, en pocas palabras y sin filtro, y el del adulto joven que parece más un anciano sabio, que escatima palabras y va duro y al hueso. En este caso, parece más lo primero:
– Uno medio le hace, pero uno se engaña a sí mismo. A mí un amigo me dijo que era vara, que yo iba a saber si efectivamente entendía algo cuando sostuviera una conversación por teléfono sin necesidad de tener a la persona al frente, y eso es cierto, no ve que uno se ayuda por señas cuando no se sabe la palabra, y ahí se va entendiendo. Pero qué va, me han pasado dos chiles muy feos, hasta humillado me he sentido… por ejemplo, en el Giro de Italia, se vienen un montón de periodistas a entrevistarnos (a los de Movistar) y aquellos, aunque todos son españoles, hablan perfecto inglés. Yo los oí y me acongojé todo, y me sentí muy mal cuando llegaron los periodistas a hablar conmigo y tuve que decirles que solo hablaba español.
– Pero Andrey, ahora hay un montón de formas, hay cursos en línea, hay apps que te van haciendo pruebas a diario…
– No, no, no, es que yo así no puedo, yo no tengo disciplina (¿?)… Mi amigo me lo dijo, ahí lo ideal es que uno se vaya a correr a un equipo en Inglaterra o algún lugar en el que practique día a día… Yo tengo un compañero que habla cuatro idiomas, incluso francés, que es tan difícil, pero eso es porque ha vivido en diferentes países. En cambio yo… Diay quién sabe, porque yo estoy muy bien donde estoy y no me veo yéndome de ese equipo (vive en España), por eso lo de aprender inglés, ahorita ahorita, para mí es una utopía. Pero por otra parte me digo todos los días que no me muero sin lograrlo. Algún día...
Otro medio trauma que tiene, pero ese sí lo cuenta muerto de risa, es que dice que le desagrada montones escuchar su voz en las entrevistas. “Yo creo que eso le pasa a todo el mundo. Yo me oigo y me digo: ¿pero de verdad así tan feo hablo yo? ¡Hasta que me caigo mal!”.
Preguntarle sobre sus pasatiempos, al menos cuando está metido de lleno en el trabajo (que son unos 9 meses en promedio, al año) puede sonar un poco tonto. Pero sí los tiene, en especial uno que le está preocupando un poco: se llama Netflix. “Me metí en eso y vi Breaking Bad, ” (le brillan los ojos cuando yo me meso los cabellos y le digo que se lo llevó el diablo, que hay un antes y un después de BB en la vida de cualquiera, que es altamente adictiva). De nuevo se muere de risa y confiesa que el día que se percató de que tenía “un problemilla” fue hace poco, cuando venía por una calle de lastre en Herradura, con su novia Laura, ambos regresaban en bicicleta tras unas horas en el mar, y él mientras pedaleaba ¡venía viendo la serie en el celular!.
“Usted sabe, con ella a la par y todo y yo viendo Netflix”, agrega con risa traviesa. Pero el mea culpa no le dura mucho cuando le pregunto con cuál está ahora y hasta que salta de la emoción: “¡Empecé Prison Break , ya llevo varias… ¿usted la ha visto?!”.
Despedirse de Andrey es toda una proeza. Ya cayó la noche y entre cuento y cuento se van abriendo más canteras y dan ganas de quedarse otras cinco horas. Ni modo. Al regreso, vengo masticando las 100 y un historias que traigo, y todas las que se van a quedar por fuera de esta nota. Pero sé que ahora que tuve el privilegio de auscultar a este triunfador tan particular, disfrutaré sus triunfos como míos cada vez que lo vea cruzar la meta.
Pero no los de Andrey Amador, el astro del ciclismo. Sino los de Andrey Amador, el ser humano que a todas luces disfruta por igual repasar sus gestas más gloriosas, que recordar cuando, siendo un muchachillo, veía pasar como bólidos a sus ídolos de infancia, Federico Lico Ramírez o Adrián Bonilla, se “pompeaba” todo, se alegraba por sus héroes y se decía a sí mismo: “algún día voy a ser como ellos”.