“Doña Ligia, ¿Le podría tomar una fotografía a sus chancletas?”. La pregunta que le hizo la fotógrafa Diana Méndez a la controversial diputada del Frente Amplio en su oficina me sorprendió. “Pucha, esta señora se va a enojar y ni siquiera me va a dejar entrevistarla”, pensé para mis adentros, preocupado por el futuro del artículo que estaba preparando para el especial de Personajes del Año, de la Revista Dominical.
Minutos después, estaba yo hincado en el suelo apuntando con el flash a las chancletas de Ligia Fallas, mientras Diana buscaba los mejores ángulos para retratar aquel calzado que se ha convertido en un ícono de la Asamblea Legislativa, durante el periodo 2014-2018.
Precisamente, esas chancletas representan el pensamiento de una mujer sindicalista que defiende la constitucionalidad del régimen venezolano; cree ciegamente en la despenalización del aborto; apoya el matrimonio igualitario; es fiel creyente de la economía social solidaria; feminista a morir y está dispuesta a arriesgar su vida con tal de defender lo que ella considera un ataque a los ecosistemas del país.
Hincado, a los pies de la diputada, empecé a entender que aquellas famosas chancletas (son sandalias aunque el país se empeña en decirles chancletas) y por las cuales se ganó el calificativo de ‘chancletuda’, han sido un megáfono de su trabajo que la sacó del anonimato y le ha permitido, en estos cuatro años, dar a conocer sus principios y valores, por más controversiales que puedan ser.
Al fin y al cabo, qué hubiera sido de doña Ligia si el 1.° de mayo del 2014 no se las hubiera puesto. Ella lo sabe y abraza con orgullo ese símbolo que la ha retratado durante estos cuatro años legislativos.
Sus polémicas
Uno podría pensar que doña Ligia es intransigente, mal encarada, furibunda y cualquier otro adjetivo que describa a una persona que pierde fácilmente la paciencia y entra en cólera por cualquier cosa. Yo lo pensé antes de conocerla.
Ligia Fallas es y no es así…
Aunque se describe como una madre y abuela amorosa, quien debió tomar las riendas de su familia en San Ramón desde muy pequeña porque sus padres tuvieron que cuidar a un hermano enfermo, esa sonrisa se desvanece cuando le cuestionan algunos de sus valores relacionados con Venezuela, la ecología, el socialismo, el medio ambiente, los derechos humanos o los principios que ella supone debería seguir su partido, el Frente Amplio.
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Ahí comprendí el porqué de la “mala fama” que rodea a doña Ligia: este tipo de cuestionamientos usualmente se los hacen cuando tiene una cámara al frente y por eso solo la conocemos haciendo muecas de fastidio, alzando la voz y levantando las manos cuando protagoniza alguna noticia.
Este año las muecas de Fallas ilustraron dos hechos noticiosos: los constantes roces con la cúpula del Frente Amplio, que se intensificaron durante este año preelectoral, y la invitación que les hizo a cuatro diputados de la Asamblea Constituyente de Venezuela, para participar del “Encuentro Mesoamericano y Caribeño por la paz y dignidad de Venezuela Bolivariana” en el país.
Durante tres horas conversé con Ligia de estos y muchos temas más, tiempo que me permitió conocer y retratar un poco a la famosa ‘chancletuda’ de la Asamblea Legislativa.
“La necia de Ligia”
Los roces con los principales dirigentes del Frente Amplio comenzaron desde antes de que Fallas fuera juramentada como diputada de la bancada frenteamplista, hace casi cuatro años. Por eso, no es de extrañar que los problemas se atizaran al finalizar este periodo legislativo.
“No nos habían juramentado y a mí ya me habían puesto un año de castigo”, cuenta Fallas. “Edgardo (Araya) me había dicho que yo por todo un año no iba a hablar con la prensa, no iba a participar en nada, no iba a tener control político, no iba a pedir nada, no iba a pedir información, porque yo era una necia”, agrega.
Según Fallas, esa advertencia se da cuando le quisieron imponer un reglamento que le impedía ser “completamente transparente” con las bases del partido. Obviamente, se opuso; obviamente, llevó el reglamento a las bases, y como era de esperarse “se armó un desorden y se tuvo que echar atrás”, dice orgullosa. Eso fue suficiente motivo para que la “metieran en el refrigerador”, como ella misma dice.
Aunque todo parecía indicar que doña Ligia quedaría “inmovilizada” por un buen tiempo, el 1.° de mayo del 2014 sus preciadas y cómodas chancletas lograron contrarrestar cualquier efecto congelante. Desde ese momento y hasta el día de hoy la relación entre la diputada y su fracción legislativa es cada vez más tensa e, incluso, empeoró cuando Edgardo Araya fue elegido este año candidato presidencial del Frente Amplio. Ella lo señala como una “decepción” y él la ha invitado a dejar el partido.
Según Araya, aunque la Comisión Política de ese partido le ha pedido a Fallas que se vaya de la agrupación, ella solo se queda solo para “hacerle daño a la organización”, según dijo el candidato frenteamplista en entrevista a La Nación.
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“Si no la quieren ¿por qué se queda en el partido”, le pregunto. “Los principios socialistas yo los he respetado y lo que dice nuestro estatuto también. Yo no me voy porque yo considero que estoy bien y hay mucha gente de izquierda que considera que yo estoy bien”, responde Fallas sin dar mayores explicaciones.
A todo esto, ¿qué opina Patricia Mora, diputada y presidenta del Frente Amplio? La respuesta que recibí de su asistente, Georgina Chaves, a un par de mensajes enviados al correo electrónico de la Asamblea Legislativa de Mora, me dejó claro que del tema de Ligia Fallas no iba a obtener una declaración: “A nombre de la diputada Mora Castellanos agradecemos el interés en la entrevista, sin embargo, le será imposible participar ya que tiene múltiples compromisos partidarios y de trabajo”. A buen entendedor, pocas palabras, aunque sean políticamente correctas.
Una escueta respuesta considerando que, según la propia Ligia, su candidatura por el segundo lugar de Alajuela del Frente Amplio no tenía la intención de ganar una curul –porque eso parecía imposible en ese momento electoral–; su nombre se planteó como una estrategia para reforzar, con sus seguidores, al primer lugar de Alajuela, que era nada más y nada menos que Edgardo Araya.
Lo que nadie imaginó es que la coyuntura electoral del 2014 le permitiera al Frente Amplio obtener los suficientes votos para ganar nueve puestos en el Congreso, entre ellos el de Ligia Fallas. “No me buscan para que yo quede ni me lo plantean para que yo quede. ¡Nadie me engañó! El partido era pequeño y me dijeron: ‘tiene gente que la sigue, es una activista en la parte sindical y social’”, dice.
“Entonces, ¿ganó por chiripa?”, le pregunto. “Es una manera de decirlo”, responde con una sonrisa.
“¿Si el Frente Amplio hubiera sabido que tiene esa cantidad de votantes, no la ponen en segundo lugar?”, le pregunto de inmediato. Ella responde sin titubear: “Pienso que no porque ellos me conocen de toda una vida”, dejando claro que para nadie era un secreto la manera vehemente con la que defiende sus principios y valores, sin importarle el costo político que eso le pueda significar a ella o al partido
“A mí no me afecta personalmente porque no tengo aspiraciones (políticas). La gente se afecta cuando tiene un costo político. Yo tengo una vida hecha realizada y qué me va a preocupar”, explicó.
El caso venezolano
Aunque Ligia Fallas se ha visto envuelta en todo tipo de polémicas luchas en la Asamblea Legislativa –el matrimonio igualitario, la oposición total a APM Terminals y su desacuerdo con el proyecto de Ley para la Gestión Integrada del Recurso Hídrico, entre otros– nada le generó tanta presión y críticas como la invitación que les hizo a cuatro diputados de la Asamblea General Constituyente de Venezuela, en agosto de este año, para que participaran del “Encuentro Mesoamericano y Caribeño por la paz y dignidad de Venezuela Bolivariana”.
Primero, la Asamblea Legislativa le canceló un permiso para utilizar el Salón de Expresidentes, alegando asuntos de seguridad y declarando, de paso, a los constituyentes non gratos; luego, la Cancillería les negó todo tipo de cortesías diplomáticas a los venezolanos, con el argumento de que el Gobierno de Costa Rica no reconoce como válida a la Asamblea Constituyente de Nicolás Maduro, al considerar que fue instalada de manera ilegítima.
Al final, el encuentro se realizó en las oficinas de Fallas, sin la participación de los políticos venezolanos, quienes se negaron a venir al país bajo esas condiciones. El asunto no deja de molestar a Fallas, quien aún se siente indignada por todo lo que sucedió. Ella repite una y otra vez que se debe reconocer al gobierno constitucional de Maduro y pide respetar lo que ella define como “la autodeterminación del pueblo venezolano”. “Son solo ellos los que tienen que definir y será dentro del pueblo que decidan qué visión de país quieren”, repite sin cesar.
Esa invitación también la realizó como una respuesta a la actividad que se realizó en abril pasado, con la diputada opositora venezolana Dinorah Figuera, quien vino a Costa Rica para protestar en contra de la crisis humanitaria y de salud que vive su país, invitada por Antonio Álvarez Desanti, y de otros legisladores del Partido Liberación Nacional, así como miembros del Partido Renovación Costarricense y del Partido Nueva Generación, entre otros.
Pero su afinidad con el gobierno venezolano data desde 1998, cuando Hugo Chávez asumió el poder de ese país. “Me declaro chavista”, dice pegando el puño en la mesa.
“Chávez hizo un esfuerzo enorme por retomar ese sueño y hacer un cambio en su país donde había una desigualdad terrible. No había trabajo, no había vivienda. Admiro lo que ese hombre hizo”, dice sin dudar del proyecto que desarrolló los chavistas desde que asumieron el poder.
Sin embargo, es un hecho que una gran cantidad de venezolanos han llegado al país pidiendo refugio o solicitando residencia permanente o temporal, huyendo de la crisis que se vive en Venezuela.
Las cifras de la Dirección General de Migración y Extranjería son contundentes. Desde que Maduro asumió el poder, el aumento de solicitudes para pedir refugio pasó de 26, en el 2013, a 1.945 en lo que va de este año. En el 2014 solo se aprobaron 5 solicitudes de refugio, mientras que en el 2016 se aceptaron 143.
--Doña Ligia, ¿qué les dice a los venezolanos que han tenido que abandonar su país?
“Yo le diría a la gente lo que le dijo Correa a su pueblo: existe una ley de la silla vacía, si a usted algo no le gusta, se sienta y lo arreglan. Quien deja la silla vacía, deja que otros tomen decisiones, por ustedes y por su patria. Quien no se siente a un diálogo no puede pedir nada”.
Es eso y punto. Con doña Ligia no hay medias tintas, dice lo que piensa y está dispuesta a asumir las consecuencias por lo que opina.
Es, para decirlo de otra manera, bastante incómoda. Generó roncha como sindicalista, como educadora, como diputada e incluso como hija de un zapatero ramonense: aunque su papá fabricaba todo tipo de calzado, nunca quiso dejar sus chancletas.