Ningún costarricense había despertado para enterarse que su película estaba nominada al premio Goya, no hasta la mañana del 2 de diciembre, cuando Antonella Sudasassi supo que su ópera prima, El despertar de las hormigas, se convirtió en el primer título fílmico hecho en Costa Rica que lucharía por los más prestigiosos premios iberoamericanos.
Este pasaje se siente como el epílogo de una historia que parecía sin fin. Antonella recuerda como uno de tantos días después de pasar frente a la computadora dándole vueltas a la película, se retiró a un parque josefino para pensar qué era de su vida.
Era de noche, ella estaba recostada en el zacate y, mientras veía el cielo interminable, jugueteó con las ramitas verdes que usaba como colchón inesperado.
Era un día de los más de cuatro años en los que tuvo inmersa en el proyecto más ambicioso imaginado: su primer largometraje. Había mucho que pensar, procesar y meditar. El zacate parecía que, si se frotaba lo suficiente, podía liberar a un genio cargado de respuestas, digno de la más ansiada lámpara maravillosa.
Pero no. El zacate le tenía otra respuesta.
Mientras ella hacía colochos de ramitas en sus manos, sintió algo extraño entre sus yemas. Dejó de ver al cielo, miró al piso y lo que topó fue con un centenar de pelos de ser humano colgando en su mano.
Se levantó, se sacudió la enredadera de pelos que tenía entre sus dedos y solo alcanzó a decirse a sí misma: “debo meter esto en la película”.
El recuerdo le da tanto asco como aquel entonces, pero hoy guarda la anécdota con un brillo especial. Fue uno de los tantos pasajes de su vida en los que tenía que frotar su entorno para construir la que hoy sería la más película tica más relevante del 2019.
El despertar de las hormigas, su ópera prima que se estrenó en el grandilocuente Festival Internacional de Cine de Berlín, ha sido la cinta que más ha sacudido la industria local, no solo por sus 11 galardones ganados dentro y fuera del país, sino también por su exploración de la mujer que le ha valido representar a Costa Rica en la lucha por competir en los Premios Goya.
“Mi única intención era que la película se hiciera”, dice con humildad la cineasta en la sala de su casa, el sitio que tanto extrañaba tras una gira de exhibición que la ha llevado a Brasil, Estados Unidos, Argentina y otro puñado de países.
En este salón, Antonella dice ser una mujer de sueños vívidos. De seguro tiene razón pues El despertar de las hormigas no fue nada menos que su sueño realizado.
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Otra vida
Pero los sueños no suelen ser siempre cómodos. Muchas veces, duran mucho más tiempo del esperado y, en otros chances, toman memorias de toda una vida.
En el caso de Antonella fue ambos.
A pesar de que El despertar de las hormigas no es una historia biográfica, toma mucho de la vida de su autora. La cinta presenta la historia de Isabel, madre de dos hijos y esposa de Alcides, un hombre que, junto con otros miembros de la familia, presionan a la protagonista para que conciba a un tercer hijo.
Es una historia que parece recrear las imágenes que desde niña vibraron en Antonella, partiendo de la gran familia que la crió y que se retrata en la cinta desde la primera escena.
Antonella creció en Guadalupe, San José, en un barrio familiar que compara con la vecindad de El Chavo del 8. Con sus incontables primos convertía los árboles de mango en casas hechizas; los parqueos en canchas de básquetbol y los cumpleaños en convenciones de ochenta personas que podían transformar los pasillos de su casa en mundos para descubrir el significado de la vida.
En estas fiestas, y de la misma forma en que se mira a la protagonista de la historia, la pequeña Antonella notaba un patrón que luego sería alienígena en su crecimiento: la abuela mandaba igual que el abuelo, la tía igual que el tío… Las mujeres eran tan líderes como los hombres.
“Pero siempre había algo que me incomodaba, y era que estas mismas mujeres hacían todo lo que tenían a su alcance para que los hombres estuvieran bien, y eso fue algo que se me quedó dando vueltas en la cabeza”, dice la cineasta.
Ese fue el punto de lanza para el guión de El despertar de las hormigas: cómo existe una norma tácita que rige la conducta de hombres y mujeres por igual.
En el filme es claro, pues tanto Isabel, la protagonista; como Alcides, su esposo; son víctimas de comportamientos que datan de generaciones previas, “heredadas incluso por las mujeres”, como se atreve a decir Antonella.
Este machismo casi imperceptible provoca que Isabel tome pastillas anticonceptivas a escondidas mientras que Alcides, fruto de un sistema donde la mujer está al servicio del hombre, ni siquiera sepa cómo partir una fruta.
Antonella reflexionó sobre estas conductas cuando alcanzó la adultez. Se fue a Alemania para estudiar cine, acabó grabando documentales con colegas que conoció en Europa, y la idea de concretar un filme “muy tico” le gravitaba en su mente. El despertar de las hormigas creció y creció en silencio hasta que supo que debía regresar a Costa Rica.
Ahora solo había un aparente problema: Antonella tenía una historia sobre ser madre sin haber sido madre.
“Y al procesar todo lo que había pasado me di cuenta que esta, más que una historia sobre la maternidad, es una historia sobre la no maternidad; es el deseo de decidir si se quiere o no ser madre y eso está muy presente en mí y en mi generación”.
Para rematar su idea, Antonella topó con una noticia que acabó de convencerla: una mujer, conocida como la Rapunzel de Brasil, era la persona con el pelo más largo de su país a causa de la petición de su esposo. En las entrevistas, el marido expresaba su fascinación por la cabellera mientras que la mujer apenas alcanzaba a decir que “le gustaba su cabello, pero que en Brasil hacía mucho calor”.
“Comprendí que a veces se llega al límite de ceder por el otro sin darnos cuenta. En una de las proyecciones de la película una mujer me dijo que se dio cuenta que cedía por su marido en el momento en que le dio cáncer y ya no podía ni cocinarse. Me lo dijo entre lágrimas”.
Así como la película despelleja su vida, Antonella no niega que estas anécdotas son absolutamente cercanas.
En ese largo tránsito de construir la película, Antonella fijó dos partes inamovibles en el guión: el comienzo y el final.
Para el último tracto de gestación de la cinta, Antonella cuenta que debió reescribir la última versión tras terminar una relación sentimental.
“Porque yo estaba repitiendo los patrones de ese tipo, justo los que plasmaba en la película. Me di cuenta de lo difícil que es romper con esto; que yo llevaba tres años hablando sobre estas cosas y yo estaba cambiando por alguien más. Fue así como entendí todo. La película me hizo darme cuenta que nadie se exime de estas conductas y es necesario hablarlo”. Y tras hablarlo, tiene a toda Costa Rica con el Goya a la vista.