La noche de las medallas fue mucho tiempo antes de la primera competencia. Había nervios, había entusiasmo y el grupo de costarricenses que estaba en la villa olímpica de Tokio se hacía un solo puño de emociones.
Pero Brisa Hennessy llegó con algo entre sus manos. Un saco lleno de medallas para todos los que estaban allí, para todos los que necesitaban un recordatorio de que ya eran grandes y que lo que vendría en los siguientes días no sería más que para dejarse llevar y disfrutar.
Para ese momento, Brisa no conocía a casi nadie del grupo, y no solo de los otros atletas, sino que tampoco a la nutricionista, la fisioterapeuta, la psicóloga... a nadie. Todo contacto previo a aquel junio inolvidable en Japón había sido a distancia. Pero aún así, el grupo sentía que ya conocía a Brisa de antemano, que incluso, detrás de la mascarilla, sabían que se escondía su sonrisa infaltable.
“Ese es el aura que transmite Brisa: el de felicidad. El de siempre contentarse”, recuerda David Castillo, periodista que acompañó a la surfista en su aventura olímpica. Su aseveración no es difícil de constatar: basta entrar a cualquiera de sus redes sociales y allí está ella, con su largo cabello rubio, ojos rasgados y su eterna sonrisa que no se ausenta en ninguna fotografía.
“Así como se ve siempre, así es ella”, dice David. “Ella es una estrella que siempre está de buen humor. Tal vez como ticos no lo dimensionamos por completo, pero ella está en lo más alto y no necesita figurar para demostrarlo”.
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El mar es la casa
Si hubiese que buscar motivos para su perenne calma, uno podría pensar que su vida algo nómada le ha enseñado a conectarse con la naturaleza sin importar dónde se encuentre. Aunque espiritualmente su corazón siempre está en Costa Rica, Brisa viaja donde sea que la lleve su carrera. No necesita una residencia permanente para sentirse completa, pero tiene muy claro la semilla que le dio origen.
Ella conversa desde Fiji, desde la lejana Oceanía, donde permanece durante tiempo pandémico para acompañar a sus padres, quienes ya residen allí. “Pero siempre mi casa es Costa Rica”, cuenta. Ella nació en Matapalo, en la Península de Osa, “y descubrí que ese es el paraíso. Fue como nacer en el océano; fue como una señal de que yo nací para ser surfista. Es algo que siempre tuve muy claro”.
Su familia administraba una escuela de surf en aquellos años de infancia y, como si hubieran encontrado a una pequeña Mozart de las olas en su propia casa, supieron que debían pulir sus talentos. Ella vivió en Costa Rica hasta los nueve años, cuando se mudó a Oahu, Hawai, para continuar con una carrera profesional como surfista.
“De hecho, conforme crecí, nunca necesité tener una conversación sobre lo que quería ser en la vida. Estaba claro que era el surf. Era algo tácito y me emociona mucho recordar que desde pequeña pude entrar en ese contacto tan especial”.
Con tan solo 18 años, Brisa clasificó al World Surf League Championship Tour en el 2018. Se convirtió en la primera costarricense en calificar para esa competencia. Posteriormente, destacó en el WSL Corona Bali Protected en el 2019, donde se llevó el tercer lugar.
Para Brisa, el surf no se mira como un deporte. Es más una filosofía, un punto de meditación. David Castillo recuerda que, los días previos a las olimpiadas en Tokio, él se asustó de que las olas niponas no fuesen colosos amigables con la tabla de surf. Aún así, Brisa siempre estuvo calmada.
“No sé qué tanto se recuerda, pero cuando yo vi las olas allá en Japón me parecieron que eran muy bajas. Como si no fueran buenas para una competencia”, rememora el periodista.
Brisa, además, estaba acompañada con Leilani McGonagle (también atleta del surf) y su padre. David se acercó a hablar con el papá de Leilani y le confirmó que el oleaje no era el mejor.
“Pero yo creo que yo era el único preocupado (risas)”, dice David, “porque ella metió sus pies en la arena, hizo una pausa, cerró los ojos y fue como si hubiera sacado un cable invisible para conectarse a la marea”.
“Para mí”, dice la surfista, “es algo automático tener unos tres minutos con la playa. Es algo que descubrí en Matapalo. Se siente como algo inmediato y que hago en automático para conectarme con la naturaleza y la vida. Es también como presentarme ante el mar”.
El día más importante
Parecía que Brisa y el mar habían hecho las paces. O más bien, que se dieron un apretón de manos y dejarían que todo fluyera. La competencia se acercaba y los nervios parecían asomarse.
“Yo sentía que ella estaba relajada, pero comprometida. Sé que suena a un sentimiento extraño de describir, pero es que en serio transmitía una calma única acompañada de una concentración máxima”, rememora David.
De la noche previa a la competencia, Brisa solo puede recordar el insomnio que vivió con Leilani. “Nos levantamos súper temprano para tomar el bus que nos llevaba a la competencia. No habíamos podido cerrar los ojos. Estaba muy consciente que ese era el día más importante de mi vida porque estaba representando a mi país y mi mayor sueño era conseguir la medalla”.
David recuerda que, al llegar a la arena, todos parecían voltear sus miradas. “Es que repito: Brisa es una estrella. Llegamos al sitio de la competencia y todo el mundo la conocía y saludaba. Tenía un muy buen ambiente. Las otras competidoras la aman, le tienen cariño. Ella siempre dice que procura dar amor y es cierto. Y ella llegó ese día a dar amor para Costa Rica”.
Meses antes de la competencia, el comité organizador había aclarado que ninguna tabla podía arribar a Tokio con algún tipo de patrocinador visible. Brisa, con total felicidad, encargó una tabla con la bandera de Costa Rica hasta la punta. Ella caminaba agarrada de la tabla y llevaba otra bandera a su lado. “Daba la impresión de que ella se sentía arropada con la bandera”, dice David.
Y, justo antes de ser llamada al mar, Brisa meditó en la arena, se abstrajo y se conectó una vez con el mar. Castillo recuerda que fueron unos cinco minutos en que parecía que ningún sonido podía entrar por sus oídos.
“No había bulla”, recuerda la atleta. “Cerré los ojos y pensé en toda la gente que me ha ayudado en mi vida. Son muchos y eso me conmueve. Pensé precisamente cuando yo era pequeña y vi una ola en Pan Dulce. Era como una viñeta. Me transporté ahí y luego me vi en las Olimpiadas con todas las personas que me han apoyado en mi vida”.
Abrió los ojos y ya estaba en el mar. Tokio la veía. El mundo la veía. La pequeña bandera de Costa Rica al lado de su apellido se coronaba en la esquina superior izquierda de los televisores de todo el planeta. “Y yo estaba consciente de eso”, afirma.
La ronda fue dominada por Brisa. En su tabla, es como si el mundo estuviera bajo su timón. Saltó con agresividad al agua, domó dos olas que la colocaron en lo más alto de la competencia y se clasificó a la siguiente ronda.
“Era increíble. Era una solidez, era como si hubiese entrado en otro estado. Ella acabó la ronda y, aún en medio de la presión, mantenía su sonrisa y su felicidad”, recuerda David.
“Por supuesto que estaba nerviosa”, no esconde Brisa, “porque mi mayor intención siempre fue llegar al final. No quería decepcionar al país. Yo amo a Costa Rica y llevo estos colores hasta el final”.
Lo que seguiría para Brisa sería aún más grande: pasaría a tercera ronda, llegaría a cuartos de final y el mar sería testigo de todos sus dotes. El resultado fue su brillante quinto lugar de toda la competencia.
Su posición, por supuesto, fue un rotundo éxito. Aún así, Brisa necesitó un momento para procesar todo. “El último hit fue estresante porque en verdad quería una medalla. Sentí mucha presión y estrés... Yo no quería fallarle a Costa Rica”.
Parecía sorpresivo, pero David Castillo vio diluirse por un momento la eterna sonrisa de la atleta.
“La primera reacción de Brisa al no clasificar a las semifinales fueron lágrimas de frustración. Ella está con los mejores del mundo, porque es de las mejores del mundo, pero su sueño era darle medalla al país. No importaba qué color, pero sentía una frustración. Ella sentía que nos había fallado ubicándose de quinta en el planeta. ¡De quinta! Es impresionante el espíritu de ella. Hay pocas personas con tanto amor y con tantas ganas de darle algo al país como ella”.
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Acabada la competencia, David le dio espacio a Brisa. Fue al campamento y la vio alimentarse e hidratarse, con mucha serenidad. “Cualquier otro, al sentirse derrotado, hubiera ido a atiborrarse de comida y querer dejarlo todo tirado. Pero no: ella estaba ahí sentada, meditando a su propia manera. No tenía yo que estar a la par para saber que estaba sanando sus heridas”.
Al acabar ese impasse Brisa se acercó al resto del equipo. Esbozó una sonrisa, de inmediato pensó en que quería más logros en su carrera y se arropó una vez más con la bandera tricolor.
Las estelas
Una vez digeridos los sentimientos de los sets de clasificación, Brisa se acercó a David y al presidente del Comité Olímpico Nacional, Henry Núñez, para desahogarse. El quinto lugar de su categoría era motivo de elogios, pero aún así, algo se atravesaba en la gargante de la joven.
“Ella empezó a hablarme con mucha intensidad”, dice David. “Estaba tan en su mundo que no se dio cuenta que la estaba grabando con mi teléfono y ahí liberó todo su amor por Costa Rica. Dijo que este país le dio todo. Que le tenía demasiado cariño al país que le ha dado tanto amor”.
“Ella no es alguien que se asombre por el mundo globalizado”, finaliza David. “No es alguien que quiera las luces. Solo es alguien que quiere estar en su tabla y hacerlo por su país, y hay muy pocas personas así”.
“Lo que pude pensar después de todo lo que pasé fue en gratitud”, recuerda Brisa. “Estoy agradecida por la oportunidad de surfear y de tener nuevas razones para hacerlo. Poder inspirar. Poder soñar”.
Después de la aventura en Japón, su próxima meta son las Olimpiadas de París, programadas para el 2024. A sus 22 años es clara: “quiero ser mejor surfista, mejor persona y compartir amor”.
En octubre pasado, Brisa ganó el torneo Roxy Pro en Francia y aseguró su clasificación al Tour Mundial de la World Surf League, para la temporada 2022. Por más difícil que fuese la eliminatoria, para nadie fue sorpresa porque ya todos conocemos su talento. Y sobre todo, ya todos conocemos su sonrisa.