El ministro no recuerda qué estaba haciendo el 14 de junio a primera hora de la mañana, cuando uno de los escándalos de corrupción más grandes de los últimos tiempos despertó al país. Estaba en Naranjo, en su casa, y en ese primer instante no pudo responderle a los periodistas que esa investigación, que involucraba a dos gigantes de la construcción —MECO y H Solís—, a 75 personas y la posible malversación de ¢78.000 millones del Consejo Nacional de Vialidad (Conavi), tenía que ver con las anomalías que él mismo había ordenado denunciar desde noviembre del 2018.
Horas después, cuando por fin pudo empaparse a profundidad de lo que ocurría, Rodolfo Méndez Mata concatenó que aquellos encuentros que Mario Rodríguez, director ejecutivo del Conavi, había sostenido con agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) 30 meses antes, habían rendido frutos: el Caso Cochinilla había explotado.
Para entonces, su tercera vuelta en la silla de ministro de Obras Públicas y Transportes, así como el cierre de su extensa carrera en el servicio público estaban a punto de una concreción idílica, inaugurando o dejando casi lista la carretera de Circunvalación, esa misma que él inició en octubre de 1978.
Pero el escándalo, indefectiblemente, lo golpeó. Desde la Asamblea Legislativa saltaron los reclamos: ¿sabía que MECO y H Solís estaban involucrados?, ¿por qué no los denunció él personalmente? ¿por qué no suspendió los contratos con las empresas señaladas? ¿Favoreció o permitió que las presuntas irregularidades continuaran? Hasta los precandidatos del partido que él mismo constituyó, la Unidad Social Cristiana, le exigían que renunciara.
Irse habría sido “muy fácil” dice él, pero nunca lo consideró. No solo interpretó que renunciar era abandonar el barco en un momento álgido en el que había que dar la cara, sino que su salida, aunque no se considera indispensable, podía dejar varados proyectos que estima vitales, entre ellos, la sectorización del transporte público y una propuesta para reestructurar a un elefante: su ministerio.
Por eso, cuando La Nación lo contactó en noviembre pasado para una entrevista como uno de los personajes del año, sabía que la conversación no iba por la ruta pavimentada de los logros, sino por la trocha de los cuestionamientos. “Vamos a empezar a hablar de la corrupción cuando no es el único tema. Ciertamente la corrupción la conocía el país y la conocíamos todos, sabíamos que había habido hechos reiterados de corrupción que había que abordarlos”, dijo apenas se sentó en una de las sillas de su despacho en Plaza González Víquez, sin que tuviera oportunidad de manifestarle mi primera pregunta.
En su última comparecencia en el Congreso, la primera semana de diciembre, para declarar sobre el escándalo, aseguró que desde antes de asumir el cargo sabía que había irregularidades; pero en la conversación particular para este trabajo agregó que el asunto terminó de tomar forma en junio del 2018, durante un seminario con funcionarios del Conavi, el MOPT, el Laboratorio Nacional de Materiales y Modelos Estructurales (Lanamme) y la Contraloría General de la República.
Según manifestó, voces internas advirtieron que la mala gestión del Conavi era derivada de la corrupción.
Cinco meses después Mario Rodríguez, entonces jerarca del Consejo, fue el encargado de transmitir toda la información recopilada al OIJ y, luego de dos reuniones, los agentes le confirmaron que la pesquisa requería de una enorme confidencialidad y discreción.
“Yo fui y le informé al presidente (Carlos Alvarado). ¿Por qué?, pues porque sabía que un resultado positivo del trabajo del OIJ iba a acarrear un problema político para el Gobierno y entonces yo quise advertirlo a él de habernos ido por esa vía, para que estuviera preparado y convinimos en que eso era necesario. El precio político se está pagando, pero bueno, tenía que venir, tenía que pasar y celebremos lo que se ha logrado hasta la fecha. Me parece que hay una recolección de evidencias que son muy esclarecedoras”.
Un cambio en el trazado
Este enorme derrumbe no estaba en el diseño original de la carretera profesional de Rodolfo Méndez Mata, de 84 años. Su otra vida, como él llama al ejercicio público, empezó en 1960 como subdirector de Defensa Civil (precursora de la Comisión Nacional de Emergencias), ha sido diputado (1994-1998) y ministro en varias carteras: Presidencia (1990-1992), Hacienda (1992-1994) y tres veces en Obras Públicas y Transportes (1978-1982, 1998-2000, y 2018 a la actualidad).
Cuando aceptó este tercer mando del MOPT tenía 81 años recién cumplidos. Le dijo que sí a Carlos Alvarado pero solo por un año y a cambio de tres condiciones: que su salud no estuviera comprometida, que tuviera oportunidad de viajar con su familia una vez al año y que siempre contara con la confianza del mandatario. Sin embargo, cuando alcanzó los primeros 12 meses, el presidente le pidió que se quedara.
Casi cuatro años después, asegura que la causa de corrupción no descarriló sus proyectos más importantes, entre ellos dejar avanzada la sectorización del transporte público, una iniciativa propia con 20 años de atraso, que pretende descongestionar la capital de autobuses y hacer más eficiente el servicio.
También se siente satisfecho con la construcción o reconstrucción de unos 150 puentes con una inversión de ¢198.000 millones; así como un crédito adicional de $400 millones con el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) distribuido en $200 millones para 1.200 kilómetros de lastre y otros $150 millones para unas 200 estructuras más. Suma a esto la intervención de unos 700 kilómetros de rutas de lastre que recibieron algún tipo de cobertura en asfalto.
Además, aunque no considera que fuese una deuda personal, en el 2022, 44 años después del banderazo de salida, estará casi lista la Circunvalación, pues aún falta la construcción del tramo entre la ruta 32 y el cruce de la Coca Cola, en Goicoechea.
Lamenta no haber visto avances mayores para los pasos a desnivel que se levantarán en los Hatillos, el túnel de La Galera y aplaude la implementación de las obras impostergables de la carretera a San Ramón.
“Todo eso va a cambiar la modernización del Área Metropolitana, va a dar un salto cualitativo y si a eso le sumamos transporte público sectorizado, y ojalá el ferrocarril, sería un cambio fenomenal que tendría el país”, manifestó.
Un revivir
En casi dos horas de conversación, solo el ruido de la calle y la pitoreta del tren interrumpen su hablar pausado, sereno y ordenado. Volver a un despacho ministerial siendo octogenario le permitió reencontrarse con algo que caracteriza a un ingeniero civil: ejecutar.
Dice que se despierta a las 4 de la mañana, lee La Nación, responde algunos mensajes desde la cama y se vuelve a dormir. A las 6 a. m. ya está definitivamente en pie. Cuando no tiene puesto el chaleco de inspección de obra, don Rodolfo reconoce que no puede desconectarse. Sus válvulas de escape son un buen almuerzo en familia los fines de semana, salir a pasear o escuchar boleros. Acepta que cada vez lee menos, porque ya lo cansa mucho y que gasta algunas horas abrazado a Netflix. El 21 de noviembre vio Love Hard, la película de Hernán Jiménez: “Me gustó, a mí me emociona mucho ver todo lo que hagan los ticos que sobresalga, me emociona eso, a veces cantar el himno me llena de emoción. Sobre todo, en un partido de la Sele o un acto cívico”.
— ¿Qué han significado estos cuatro años?
— “Yo siento que me ha dado vida, yo siento que luego de pasar 15 años o más inactivo, uno necesita ciertos estímulos. También ha habido otros momentos en los que se me complica la vida, pasar por toda esta enorme pena, quererlo a uno asociar con toda esa red o todo lo que pueda haber de cochinada, es muy doloroso”.
Quizá, en los últimos cinco meses, el ejercicio ha sido más una complicación. La semana pasada, en el Congreso, los diputados intentaron endilgarle que hubiese favorecido a empresas constructoras y en ese momento levantó la voz:
“Ustedes conocen mi trayectoria, y ahora en el ocaso de mi vida pública, es más, en el ocaso de mi propia vida, se me quiere señalar y decir que lo que yo he hecho, supongo que a lo largo de esos 65 años, no ha sido para mejorar la calidad de vida a las comunidades, que ha sido para engordar el dinero de las constructoras. Es un comentario falso, un comentario bizarro que yo niego categóricamente”, expresó casi al cierre de su exposición.
Aún así, en medio del vendaval Cochinilla, el ministro dice que en la recta final del periplo no se arrepiente y que continuará en el cargo porque aún quiere dejar lista su propuesta para reacomodar la planilla de 2.600 empleados del MOPT, hacerlo más eficiente y centralizar la rectoría del sector.
“No. No me arrepiento. Cuando uno asume un cargo uno sabe que asume riesgos que van acompañados de distintas naturalezas, riesgos propios de la acción de uno”. Esos riesgos quizá los habría calculado mejor si después del 8 de mayo tuviera alguna aspiración política, pero la frase no se la guarda. “¡A mí qué me importa la política!”
“Si de algo me arrepiento es que las dos veces que fui ministro de Obras Públicas (me aparté) para involucrarme en política, ¡para nada! Le hubiera hecho más favor al país, creo yo, habiéndome quedado en el ministerio y eso es lo que estoy haciendo ahora”.
Para cuando se publique este reportaje faltarán 147 días para que concluya su gestión. Entonces volverá a ser el hombre que hace paella, con la receta que aprendió de los padres del Calasanz en 1980, cuando perdió la convención interna de su partido frente a Rafael Ángel Calderón Fournier. Volverá a ser el hombre de los mandados y el que se pasea en pantaloneta por el mercado de Naranjo. “Volveré a ser un espectador activo”, concluyó.