Aquella isla en medio del océano Pacífico nunca desveló a los españoles. Aunque descubierta en 1526, Isla del Coco era tan pequeña que no figuró en los mapas hasta 1542 y en realidad, la cartografía señalaba con el nombre de Ysle des Coques a las islas Galápagos.
“La notoria ausencia de naves españolas en la isla con seguridad obedeció a la falta de interés que para el imperio tenía el sitio, al no hallarse yacimientos minerales de valor, ni existir población autóctona que pudiese aprovecharse como mano de obra esclava”, escribió el historiador Raúl Arias en su tesis Isla del Coco: historia y leyenda .
Ese abandono fue aprovechado por los piratas ingleses, ya que la isla les ofrecía agua dulce así como una posición estratégica para atacar a los navíos españoles que transitaban la ruta desde Lima (Perú) hasta Acapulco (México) o Panamá.
Así, Isla del Coco fue ligando su pasado al de piratas como John Eaton y John Cook así como Lionel Wafer, quien hoy da nombre a una bahía.
Wafer llegó en 1685 a la isla, a bordo de la embarcación Batchelors Delight que era capitaneada por Edward Davis, en busca de un lugar para enterrar un tesoro robado en León de Nicaragua.
Wafer combinaba la marinería mercante con las expediciones de piratas. De hecho, Davis le contrató como “cirujano de piratas” dada su instrucción para realizar amputaciones y suturar. Aunque su mayor contribución a la historia fue como cronista.
Para entender el pasado bucanero de Isla del Coco hay que conocer la geopolítica suscrita al nuevo continente, donde cada nueva colonia y ruta comercial incrementaba la cuota de poder de España, Inglaterra y Francia.
Según Arias, la piratería era un mecanismo apadrinado por estos tres países con tal de hacerse con el control comercial de las rutas intercontinentales y el acceso restringido al mercado americano.
Los piratas empezaron a aparecer en el siglo XVI, llegando a su esplendor en el siglo XVII y decadencia en el siglo XVIII.
“Con la apertura de los mercados mercantiles americanos y la posesión de territorios por parte de Inglaterra, la piratería pierde paulatinamente vigencia como arma política, transformándose entonces en medio de vida ilegal para ladrones y asesinos; no respetando ya banderas ni nacionalidades”, destacó Arias.
Ya para entonces, aparte de los piratas ingleses y franceses, los españoles asumieron técnicas corsarias para atacar a contrabandistas holandeses y británicos que arribaban a las colonias centroamericanas.
Según el investigador Malcolm Campbell, Isla del Coco sirvió para ocultar tres tesoros. El primero atribuido al capitán Edward Davis en 1685. El segundo, y tras arrebatárselo a un barco español en aguas colombianas, Bennett Graham lo enterró en 1818. El tercero, y más famoso de todos, es el Tesoro de Lima.
En el contexto de la liberación de Perú por parte del general José de San Martín, Thomas Alexander Cochrane tomó el puerto de Callao y durante el estado de sitio, se dieron asaltos a iglesias y casas de particulares.
El 19 de octubre de 1820 llegó un carguero inglés al puerto de Callao, en Perú. Su capitán, William Thompson, fue contratado por el virrey de Perú para custodiar los valores de la iglesia limeña y los de otros hacendados. Así, el Tesoro de Lima se ocultó en las bodegas del barco.
El tesoro, según describió Arias, constaba de varias cajas de madera de 150 kilos cada una, las cuales contenían monedas de oro acuñadas en tiempos del virrey Abascal, barras de plata, copas de oro propiedad de la Catedral de Lima y una imagen de gran tamaño de la Virgen María, enmarcada en oro y adornada con piedras preciosas.
Luego de zarpar, Thompson y su tripulación se sublevaron. Huyeron hacia Isla del Coco, donde la descarga del tesoro les tomó 12 viajes en bote. Lo enterraron en bahía Wafer, con la esperanza de volver.
Los marinos salieron rumbo a Panamá para abastecerse. Sin embargo, se les rompieron las velas y quedaron a la deriva hasta que fueron interceptados por un barco que los seguía desde Callao.
Fusilaron al capitán y a ocho marineros. Solo dejaron vivos a tres tripulantes con edades entre los 18 y 20 años, esto con el fin de interrogarlos.
En prisión, uno de los muchachos murió a causa de la fiebre y los otros dos, aprovechando una escotilla abierta, escaparon a nado durante la noche. Fueron rescatados por la tripulación del ballenero James Morris , barco de bandera estadounidense.
Partieron a la mañana siguiente rumbo a Hawái. Tras dos meses de viaje, uno de los muchachos desembarcó en puerto Kona y el otro siguió la travesía hacia New Bedford (Massachusetts, EE. UU.) donde hizo vida como marino mercante.
Se presume que el joven que se quedó a vivir en Hawái fue Old Mack, quien años más tarde contaría la historia del tesoro a Augusto Gissler. El otro muchacho, también de apellido Thompson, fue quien dio a conocer la localización del botín a John Keating.
Esa obsesión por hallar el Tesoro de Lima marcaría las siguientes vidas de la isla.