En aquel verano de 1995, Raúl Bermúdez recibió la revelación que lo marcaría para siempre.
Mejengueaba con sus amigos, un día más, en en el Parque de la Paz, en San José. Ya se habían distribuido los equipos, el ánimo estaba a tope pero, de repente, el balón de fútbol no fue lo que más le obsesionó al muchacho.
“Yo nunca pensé en hacerme policía”, cuenta, al recordar aquella tarde de calcetas, pantalones cortos y tenis. “Yo estaba jugando y en eso vi a lo largo a los caballos y dije: ‘pucha, qué lindo sería’”.
Han pasado 27 años desde entonces. Hoy, desde su puesto como encargado de grupo operativo de la Policía Montada, Bermúdez ha llevado toda su carrera como gendarme siempre al lado de un caballo.
“Es más, le soy honesto”, cuenta. “Si yo no hubiera visto que se podía ser policía con caballo, quién sabe donde estaría”.
Cabalgar y vigilar
Bermúdez, hoy de 58 años, tiene todo el porte de un policía ranchero. Es alto, delgado y lleva un gran sombrero que confirma que su apariencia estaba predestinada a dedicarse a este oficio.
Después de aquella revelación de juventud, se dirigió a la delegación policial del Parque de La Paz y preguntó qué tenía que hacer para ingresar a la Montada. Llenó unos papeles y, al tiempo, lo llamaron para una cita.
Esa cita le cambiaría la vida para siempre. Le hicieron una prueba para ver cómo se movía frente al caballo, si le tenía miedo y, sobre todo, si tenía la convicción de pasar en una montura durante largas jornadas.
“A mí esto me encanta, yo nunca me quiero ir de aquí”, dice en las instalaciones principales de la Policía Montada, en La Sabana. “Mi sueño es poder jubilarme en este departamento”, asegura.
La Policía Montada había nacido apenas unos cuantos años antes de la mejenga que definió la vocación de un futuro oficial en el Parque de la Paz, en 1990. Hoy, este departamento policiaco del Ministerio de Seguridad Pública tiene 63 oficiales registrados y 33 caballos dentro de sus filas.
Los policías, quienes tienen un horario habitual de 5 a. m. a 5 p. m., se ubican principalmente en dos sitios: el ya mencionado Parque de la Paz y Parque Metropolitano de La Sabana.
En un pabellón al costado este del Estadio Nacional se ubican las oficinas principales de esta dependencia. Es uno de los tantos entes policiales adscritos al Ministerio de Seguridad y quizás el más elegante y fotogénico.
La base de la Policía Montada es un edificio que parece estar escondido ante la monumentalidad del recinto deportivo de La Sabana. Inclusive, uno debe pasar las agujas y la seguridad del estadio para llegar a estas oficinas blanquiazules, distinguidas especialmente por tener un pequeño ranchito para los equinos (el resto de animales policiacos están en una finca en Llanos del Sol, Pavas).
Aquí el sol golpea tan fuerte como el olor de los caballos, la señal inequívoca de este grupo policíaco. Afuera de las oficinas unos cinco especímenes comen heno mientras esperan las órdenes (y monturas) de sus jinetes.
Adentro de las instalaciones, Bermúdez se acompaña de Oscar Jiménez Alvarado, comandante y subdirector regional de 39 años. Ambos muestran su camaradería, tiran bromas y anécdotas mientras se preparan para emprender su miércoles de trabajo.
Para esta plática corren días particulares. Nos encontramos a finales del 2022, mientras se realiza la planeación policial para los eventos masivos habituales para recibir el año nuevo.
En contexto: la policía montada es la encargada de, en primer lugar, cuidar grandes parques (como los ya mencionados), además de servir en eventos de convocatoria masiva como topes, conciertos, partidos de fútbol y cualquier otro espectáculo similar.
Aunque en Costa Rica este cuerpo policial fue fundado en 1990, el patrullaje y vigilancia a caballo existe desde hace siglos y ha sido utilizada en muchas sociedades a lo largo de la historia.
La policía montada fue utilizada por primera vez en el Imperio Romano, en el que los soldados a caballo (conocidos como vigiles) patrullaban las fronteras y mantenían el orden en las ciudades. En el medievo, la policía montada también fue usada por la nobleza para proteger sus propiedades.
Actualmente, y como sucede en Costa Rica, la policía montada se emplea en muchos países para patrullaje y control de multitudes. También es utilizada para el patrullaje rural y en parques nacionales, así como una forma de policía ceremonial en desfiles y eventos públicos.
Su implementación en el país fue parte de un movimiento que ocurrió en el continente. En Sudamérica, desde mediados del siglo XX, los gobiernos comenzaron a recurrir a la policía montada para, justamente, cuidar largas extensiones de terreno público, como parques.
En Costa Rica se emuló esa intención. En un principio, la mayor parte de integrantes de este departamento eran provenientes de familias de sabaneros guanacastecos que conocían bien el oficio del jinete. Actualmente, la conformación de esa policía no ha cambiado mucho: casi todos sus oficiales provienen de zonas rurales.
“Es todo un reto”, cuenta en su oficina el comandante Jiménez, “pero no le miento: estar en la policía montada tiene algo especial, algo diferente”, dice, como si contara un secreto.
El comandante aprendió a montar desde su crianza. “Yo estoy encima de un caballo desde los tres años”, dice, recordando su infancia en Acosta donde, acompañado de su padre, aprendió a montar y a enamorarse de la vida de campo.
Aunque al decidir dedicarse a la policía inevitablemente tuvo que trasladarse a San José, había una forma de seguir ligado a ese ambiente que lo vio crecer. Los equinos eran la manera de mantenerse conectado con sus raíces rurales, aunque estuviese en la dirección metropolitana.
“Así sucede con todos los que trabajamos aquí”, asegura. “Casi todos venimos de campo, así que no se trata no solo de no temerle a los caballos, sino quererlos”.
Los policías montados tienen la particularidad de que su compañero operativo pesa media tonelada, posee una fuerza imponente y, sobre todo, se debe tener el cuidado de no maltratarlo.
Como el mismo comandante dice: “si uno anda en una persecución puede tirar el carro y ya se repondrá; un caballo no. Hay que tenerle cuidado”.
Además es un oficio que, inexorablemente, debe tener un gusto. “La gente lo ve lindo”, agrega, “pero tiene sus cosas no tan bonitas. El olor de caballo, si no te gusta, te va a molestar al rato. Los orines son fuertes, el olor del sudor del animal también”.
“Además, es como la bici: andar después de cierto rato es cansado. La montura es dura, pero uno se acostumbra”, acota.
En otras palabras, este un oficio de mañas: para un evento de larga jornada, por ejemplo, se cargan en las alforjas agua, provisiones y ya. No hay más. Hay que dosificar las energías. “Las horas que hay que estar en un operativo, se hacen. Si hay que estar seis horas seguidas jineteando, pues así será. Y el que no está acostumbrado ahí amanecerá un poco magullado, pero ahí tiene que aguantar”, apunta Bermúdez.
Tanto Jiménez como Bermúdez comparten sus recuerdos sobre el aprendizaje de la academia policial, de cómo les enseñan técnicas para mover a los equinos, para subir, bajar y hacer formaciones con otros caballos.
Si a la unidad policíaca de linces es enseñan todas las técnicas para operar en una motocicleta, a los montados les otorgan toda una antología de técnicas y trucos para desempeñarse sobre el lomo de un animal.
Eso s, el trabajar con un ser vivo cambia todo. “Esto es un equipo, igual que con los perros”, comenta Bermúdez. “Tenés que conocer bien a tu animal. Ellos tienen sus días buenos y tienen sus días que están agotados. De alguna manera el jinete tiene que fundirse y crear un binomio”.
Caballos y policías
Los concursos para ingresar a la policía montada escasean porque la unidad está completa y solo se van generando espacios en la medida en que se concreten jubilaciones.
Es complicado ser parte y por eso quienes están dentro se muestran agradecidos.
Al momento de ingresar a la policía montada, los jefes “castean” a los montadores según sus talentos. O sea, si hay algún jinete con menos destrezas, se le dará un corcel más amable y que se deje domar.
La ventaja es que, según cuentan Jiménez y Bermúdez, estos caballos están acostumbrados para el oficio desde que crecen.
“Nuestros caballos desde que nacieron están acostumbrados a eso”, asegura Jiménez. “Si hay que empujar gente ellos empujan gente, por ejemplo. Pero con el ganado tienen cero experiencia. Le ponés un toro a uno de estos caballos y no harán nada. Ellos fueron criados para esto”.
Esa crianza ocurre en una finca en Pavas donde, cada mañana, los policías llegan por sus propios medios para recoger a sus caballos y llevárselos hasta el Parque de la Paz o La Sabana. Es, en estos tractos de madrugada y silencio, que el jinete se encuentra con su animal, lo entiende, lo cuida, lo limpia y le da las vibras de protección que necesita para encarar su día de trabajo.
LEA MÁS: Isla Venado e Isla de Chira: los paraísos por descubrir en el golfo de Nicoya
En la finca, naturalmente, hay un veterinario, asistentes y herreros que se responsabilizan de asegurar que los animales estén en buena forma. Recientemente, por ejemplo, una yegua se dañó las extremidades y se tuvo que dar de baja.
“Uno tiene que estar muy conectado con su animal porque ellos no pueden decirnos si algo les duele”, agrega Jiménez. “Hay que estar atentos porque ellos llevan una vida de trabajo igual que uno”.
El tiempo de vida laboral de un equino ronda los 17 y los 18 años, por lo que desde pequeño, en la finca, se les dan sus primeros entrenamientos.
Juan Rafael Morales, de 33 años y vecino de San Ignacio de Acosta, es uno de los herreros que trabaja allí. De sus 13 años como policía ha dedicado una década a la Montada (antes era un policía “de a pie” en el área metropolitana).
Como creció en el campo, ya conocía sobre el arte de herrar, una labor compleja que le fue inculcada por su familia. Gracias a esas enseñanzas, se le otorgó la responsabilidad de clavar y ajustar las herraduras a los caballos en los cascos de las patas.
En el 2016, de hecho, recibió formación por parte de la Policía Nacional de Colombia y desde entonces es quien está a cargo de estas labores en el cuerpo policial costarricense.
“En realidad herrar es uno de esos trabajos que uno empieza a realizar y va notando que se le facilita”, cuenta. “Yo vengo del campo y he trabajado con bueyes y caballos, así que cuando empecé se me hizo facil, me acomodaba a ellos y los animales a mí. Pude hacer más cursos y perfeccionar esto que es complejo”.
Más que complejo, podría decir, pues él está expuesto a las reacciones de animales que, tras una patada o un empujón, podrían dejarlo con lesiones graves.
Por eso al preguntarle qué es lo más delicado de este oficio, Morales suelta un par de risas.
“Lo más delicado de herrar es... todo”, dice sonriendo. “Tal vez clavar, porque los clavos deben entrar en linea perfecta, pero los animales pueden actuar diferente según la situacion. Poner o quitar una herradura es algo muy delicado”.
Aún así, Morales admite que hay cierto encanto en esa adrenalina, en ese reto de hacer marcas con precisión quirúrgica.
“Anécdotas pasan todos los dias, los animales son diferentes todos. No siempre tienen el mismo carácter. A veces hay chascos, pero nunca he tenido ningún accidente”, finaliza.
Caballos en la calle
Raúl Jiménez recuerda que una vez en el tope de Palmares se hizo un pleito tremendo. Entre el furor del alcohol de la gente, el oficial y su caballo debieron hacerse paso para prevenir que los golpes que se pegaban unos tipos escalaran.
“Ibamos corriendo a entrar y vi la escena”, rememora. “Yo lo agarré con el pecho del caballo y PUM... Viera el susto. El hombre rodó como seis metros... No le pasó nada, pero ese día me di cuenta que manejar un caballo es como manejar moto. Si usa los pies bien, usted lo mueve para donde quiera”, explica.
Aquella escena se cuela en sus memorias como una especial porque asegura que en el día a día la cuestión es distinta. De hecho, la policía montada genera mucha gracia en los parques.
Basta dar un paseo por La Sabana para ver cómo la gente señala a los equinos con curiosidad, así como algunos chiquitos piden montarse y tomarse fotos.
“A la gente le gusta mucho y eso lo hace a uno sentirse parte de la comunidad”, cuenta Bermúdez. “Pero uno tiene que tener claro que el caballo es un medio de trabajo”.
Para explicar cómo funcionan los caballos cuando deben entrar en acción, Bermúdez se toma un respiro. “Por su tamaño funcionan en varios sentidos, pero yo sí quiero aclarar que hay que valorar que el caballo no es un objeto como tal”.
Lo que quiere decir el jefe es que el policía debe verlar siempre por la integridad de su compañero equino porque es eso: un compañero.
El asunto es aprovechar la corpulencia de los animales para, por ejemplo, topar a alguien que va corriendo, o no permitir que alguien rompa un perímetro.
Jiménez tiene una historia al respecto.
Ocurrió en un tope en Puriscal, donde un caballista -muy ebrio- se echó para atrás en la fila y se fue directo a romper el perímetro de seguridad. El caballo policía, macizo, lo detuvo en seco. “Yo no lo dejé pasar. El caballista sintió el golpe, se echó una risa y se fue. Sabía que no estábamos jugando”, rememora.
Otras ocasiones similares son los perímetros que se hacen para proteger a personajes públicos en medio de muchedumbres. “La gente puede querer a los caballos, pero sabe que uno de estos animales bravo es cosa seria”, agrega Jiménez.
Es habitual que, en estas circunstancias, los caballos empujen con el pecho a la gente que no se corra. “Su labor es parecida a la de un policía a pie que le dice a la gente que se corra, pero obvio la gente reacciona más fácil a un caballo cuando ves que una bestia de 400 kilos está a punto de darte un majonazo”, cuenta.
“Eso sí, no se trata de pasarle por encima a nadie”, aclara.
Con los animales, se guardan historias y recuerdos. Esas aventuras no las olvidan fácilmente.
Jiménez, por ejemplo, tras tantos años en este departamento, recuerda de una yegua a la que llamaban Shakira. Si bien a los animales de la Policía Montada no se les da un “nombre oficial” sino un número, es habitual que los jinetes los rebautizan con algún nombre que les parezca jocoso. Era una yegua muy linda que movía mucho sus caderas, por lo que el nombre les cayó con facilidad.
En el caso de Shakira, el bautizo fue colectivo. La vieron crecer, animosa, con bríos. La vieron hacer coberturas, cuidar parques, posar para los niños y siempre mostrarse anuente a la labor. “Todo el mundo sabía de la tal Shakira, era toda una celebridad”, rememora entre risas.
Tras la larga vida en las calles, el sol y el sudor, a Shakira la dieron de baja. En uno de tantos operativos, ella se lastimó y fue devuelta a la finca, donde pasó sus últimos días. Muchos otros equinos son donados, por ejemplo, al Instituto Clodomiro Picado, para que contribuyan en investigaciones científicas (se les han donado 17).
Al igual que el recorrido hecho con Shakira, cada policía guarda su postal especial. Como dicta el cliché: en el trabajo se pasa más tiempo que en la casa por lo que los lazos que acaban uniéndolos son más fuertes de lo que se imagina.
Bermúdez, por ejemplo, no olvida a Charly, el caballo que lo acompañó por quince años. “Era el número 91, pero yo le puse así. Juntos fuimos a todo lado, a varias provincias. Nos entendíamos a la perfección. Era como si pudiéramos hablar. Es un amigo que uno hace, es un compañero”, rememora.
“Ve”, retoma el comandante Jiménez, justo antes de terminar la conversación. “Por eso le decía que ser de la policía montada tiene un noséqué, un algo especial. Ya que nos vamos a dedicar de lleno a esto, es bueno hacerlo con alguien que uno sabe que siempre es fiel y que siempre está para uno”.