Cada 11 de abril, con la misma intensidad de los tambores que redoblan por las calles, se levanta el bullicio de controversia alrededor de Juan Santamaría, declarado héroe nacional por su hazaña al incendiar el Mesón de Guerra en 1856, durante la batalla de Rivas (Nicaragua).
Para muchas personas la existencia del Erizo, como se le conoce, y su acto heroico en el marco de la campaña nacional contra el ejército filibustero del estadounidense William Walker, no es más que un cuento no muy lejano al de la Cegua o el Cadejos.
No obstante, décadas de investigación historiográfica han dado con documentos que afirman lo contrario y que hacen de la veracidad de la figura de Juan Santamaría y de su participación y muerte en la batalla de Rivas, un consenso aprobado entre los estudiosos del tema.
Las pruebas documentales acerca de Juan Santamaría
Los documentos más relevantes, siguiendo el orden cronológico de su elaboración y no necesariamente el de su hallazgo, son: su acta de bautismo, el reporte de la Secretaría de Guerra de los fallecidos en Rivas durante 1856, la solicitud de pensión de su madre y dos informes ad perpetuam de 1891, que recogen testimonios de personas que convivieron con el héroe.
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Como consta en la fe de bautismo, Juan Santamaría nació el 29 de agosto de 1831 en Alajuela. Fue hijo natural (como se denominaba a quienes no tenían padre) de Manuela Carvajal. Cabe destacar que él y su mamá figuraban ambos con los apellidos Santamaría, Carvajal y Gallegos.
De acuerdo con una investigación de los genealogistas German Bolaños y Mauricio Meléndez, de la que La Nación publicó un artículo en el 2017, esto se debe a que el abuelo materno del soldado alajuelense utilizó dos apellidos, Santamaría y Carvajal, mientras que su abuela materna se apellidaba Rodríguez, pero también fue conocida como Gallegos.
Por otra parte, como recoge el historiador Rafael Méndez en su libro Imágenes del poder: Juan Santamaría y el ascenso de la nación en Costa Rica, existe una lista de la Secretaría de Guerra con los fallecidos entre abril y mayo de 1856, entre los que aparece el Erizo, junto a otras personas que perdieron la vida en la batalla de Rivas.
Otra pieza de vital importancia para este rompecabezas es la solicitud que hace Manuela Carvajal al entonces jefe de Estado Juan Rafael Mora Porras, de una pensión de guerra. Este documento oficial data de finales de 1857, tan solo un año después de la muerte de su hijo, y deja en claro su rol como “cabo o tambor” y declara a la quema del mesón y fallecimiento de Santamaría en el sitio como un acto de conocimiento “público y notorio”.
El presidente Mora avaló concederle la pensión de 3 pesos mensuales, que su gobierno había decretado entregar a las parejas o madres de los soldados abatidos durante la Campaña Nacional de 1856 y 1857. Esta gestión se tramitó en tan solo cinco días, lo que sugiere que la participación de Santamaría fue un hecho que trascendió.
Justamente, durante el mandato de José María Montealegre, quien derrocó a Mora Porras, el monto de este reconocimiento económico fue triplicado.
En el mismo libro, Méndez presenta dos informes ad perpetuam, un tipo de documento que se levanta con declaraciones de testigos para consignar la veracidad de determinados hechos. Ambos fueron realizados en 1891, año en que se levantó el monumento a Juan Santamaría en Alajuela; el primero fue realizado por la Secretaría de Guerra y el segundo lo elaboró el Club Liberal de Alajuela.
Aunque durante mucho tiempo trascendió únicamente el realizado por la asociación alajuelense, este, explica el historiador, tenía un carácter muy sesgado y la intención de validar por escrito la existencia de Juan Santamaría, con preguntas que conducen a una contestación conveniente e indicios de manipulación de algunas respuestas.
En este documento, emitido en aquel entonces por la Municipalidad de Alajuela, se ordenó “levantar una información ad perpétuam, no para probar el heroísmo de Juan Santamaría, porque no necesita prueba... sino para que se conserve en documento judicial”.
Situación muy diferente en el caso de la institución militar, en la que se realizó el estudio con el objetivo de “esclarecer la verdad histórica respecto a los hechos del Capitán don José María Rojas y del soldado Juan Santamaría en la memorable jornada del 11 de abril de 1856 en la Plaza de Rivas”.
“La primera (información ad perpetuam) busca legitimar, buscar evidencias para confirmar al héroe que se está oficializando desde las esferas del poder; en tanto el segundo de los documentos, ajeno a ese propósito explícito, brinda información valiosa sobre la figura de Juan Santamaría, el entorno bélico y las condiciones materiales de existencia de las tropas costarricenses, entre otros aspectos”, detalló Méndez.
En la documentación se presentan diversos testimonios bajo juramento que, aunque tienen diferencias en detalles, confirman los intentos de incendiar el mesón, así como la participación del héroe nacional en este acto.
Por ejemplo, un veterano llamado Gerónimo Segura, quien estuvo en la batalla de Rivas, aseguró haber participado dos veces en las tentativas de quema del edificio y ver hacer lo mismo a su compañero Juan Santamaría, quien cayó desplomado por heridas de balas.
El ‘plomo homicida’ de los cuestionamientos
¿Quién no se ha topado con algún docente, profesional o, en su defecto, el tío de la familia que asegura que a Juan Santamaría se lo inventaron para cobijar a cada uno de los habitantes que pueblan los 51.100 km cuadrados de nuestro terruño bajo la bandera de “ser tico”?
Este tipo de teoría demuestra la confusión que existe en torno al héroe nacional, personaje del cual han sacado provecho diversos sectores para reafirmar sus posicionamientos políticos e ideológicos.
Es innegable un halo de desconfianza rodea la memoria del soldado alajuelense, lo cual provoca una serie de cuestionamientos, que son de todo, menos novedosos.
Las primera inquietudes que resonaron con fuerza en la esfera pública los realizó Lorenzo Montúfar en 1887, un político y abogado guatemalteco, quien exiliado de su país, radicó en Costa Rica, donde ejerció como ministro de Relaciones Exteriores durante los gobiernos de Juan Mora Porras y Tomás Guardia.
“(...)tampoco se habla en los partes de guerra de Juan Santamaría, a quien se atribuye haber incendiado el Mesón de Guerra. Puede asegurarse que en los días posteriores a la acción de Rivas no se hablaba de él, aunque se repetían los actos de heroísmo de otros combatientes”, escribió en su libro Walker en Centroamérica.
Ya bien entrado el siglo XX, en 1926, se unió a las críticas el fundador del partido reformista, Jorge Volio, quien era diputado del Congreso Constitucional. Ante la solicitud de pensión ante el Congreso por parte de unas primas hermanas de Juan Santamaría, el cartaginés se declaró poco convencido de la hazaña de quemar el mesón.
“Nosotros no somos un tribunal histórico y vamos a confirmar un hecho que muchos espíritus señalan como un mito”, expresó en aquel momento.
Sin embargo, no es un mal exclusivo de la actualidad ser “veleta” en la política y, aunque ahora hay mayor facilidad para acceder a declaraciones antiguas, Volio no se salvó de que fuera documentada su contradicción.
El extinto periódico La Tribuna publicó apenas tres años atrás, el mensaje dado por el cartaginés durante un acto de campaña política, realizado en Alajuela. Allí expresó: “al pie de este bronce yo me siento el compañero de Juan Santamaría y como él ofrendo mi sangre por este partido, ¡viva el Partido Reformista!... ¡Viva Costa Rica! ¡Viva Juan Santamaría!”.
De héroe alajuelense a símbolo de Costa Rica
Ahora bien demostrada la existencia física del Erizo y su involucramiento en la batalla contra los filibusteros en Rivas, sí es cierto que existió un realce de su figura por parte de los políticos liberales, sobre todo a partir de la década de 1880.
Tema extenso para pormenorizar en este artículo, pero caudillos como Tomás Guardia y Bernardo Soto, llevaron a cabo reformas para perfilar el rumbo e identidad de Costa Rica, como las campañas de alfabetización y otros procesos culturales para definir la idiosincrasia de los ticos.
“La rehabilitación histórica de Juan Santamaría y su elevación como héroe predilecto de los costarricenses, forma parte de un proyecto de fortalecimiento de la nacionalidad impulsado por los sectores liberales vinculados al poder que ven en Santamaría una figura cohesionadora, integradora del pasado nacional”, aseguró el investigador Rafael Méndez.
No obstante, antes de gozar de todos los reflectores y el manoseo ideológico, Santamaría fue un héroe meramente local. Su participación en la guerra se relataba solo de manera oral, principalmente en Alajuela.
“La memoria popular es el vehículo que transporta los recuerdos de la participación del soldado alajuelense en el conflicto militar, le da vigencia entre la población y preserva su imagen en la provincia del oeste de la capital. Esto se puede constatar, con cierta facilidad, cuando se convoca a los excombatientes a rendir declaraciones sobre sus memorias de la Campaña Nacional en general y del soldado Santamaría en particular hacia fines del siglo XIX”, compartió el historiador Méndez.
Pasaron ocho años desde la muerte del Erizo, para que en un acto público relevante se hiciera mención a su nombre. Fue durante la celebración del 15 de setiembre de 1864, cuando el diplomático panameño José de Obaldía brindó un discurso que aludió al tamborcillo, lo cual quedó documentado en algunas cartillas de la época promovidas por el entonces presidente Jesús Jiménez.
Durante aquella celebración de la Independencia, el político, exiliado en suelo tico, exaltó el trabajo del gobierno de turno y se refirió a Santamaría de la siguiente manera: “Ese héroe humilde, imitador de Ricaurte en San Mateo, se llamaba Juan Santamaría, por sobrenombre Gallego. ¡Honor a su memoria!”.
Veintiún años después, en 1885, otro extranjero, el escritor hondureño Álvaro Contreras, ya cercano a la apropiación del soldado alajuelense por parte del proyecto liberal, también abordó la imagen del héroe.
“(...) ya que no podemos decir a los hombres de otros climas: ‘¡Extranjeros! Ved allí, la tumba que contiene las cenizas de un mártir, inclinaos delante de su estatua’ diremos en esta hoja efímera a todos los centroamericanos de corazón: “¡Compatriotas! Guardad en vuestra memoria, con respeto, el nombre venerado de Juan Santamaría”, aseguró.
Según Méndez, una de las particularidades del discurso de Obaldía, es que se da en el contexto de un gobierno contrario a Mora. De hecho, durante su participación, el político panameño omitió mencionarlo.
“Estos dos extranjeros en sendas participaciones de resonancia política en el país, llaman la atención acerca del olvido en que se tiene al héroe muerto en combate en tierra extraña, en defensa de la soberanía y de las instituciones costarricenses”, escribió el docente de la Universidad Estatal a Distancia.
El olvido se vio reflejado en la nula aparición de Juan Santamaría en la prensa escrita del período comprendido entre 1856 y 1885, en que Costa Rica vivió una revuelta por la consolidación del poder.
Esto coincidió con el hecho de que en esta época la prensa era en su mayoría semanal y los medios tenían poca capacidad para sostenerse en el tiempo, además de su poco impacto en la población, que, en su mayoría, no sabía leer ni escribir.
Fue con la aparición del Diario de Costa Rica, en 1885, que comenzó a desarrollarse en el país un ecosistema de medios mucho más diverso. En este renovado panorama germinó un interés marcado por reunir en Juan Santamaría el ideal de hombre “labriego y sencillo” que unificara al pueblo costarricense.
Por estas razones comenzó a tomar mucho más protagonismo en la prensa y en la narrativa oficial desde finales del siglo XIX. El resto ya es de sobra conocido: estatuas, bustos, un aeropuerto con su nombre, declaración como héroe nacional y un “posicionamiento mediático” que envidian muchísimos personajes de la historia de Costa Rica.
El bronce antes que la carne y el hueso
Se suele repetir que “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, pero también es cierto que aquel que no sabe cómo transmitirla, termina despreciándola y hasta olvidándola.
La gran mayoría de costarricenses recuerda a Juan Santamaría por canciones o textos como: “Juan Santamaría nació en Alajuela, tan pobre vivía que no fue a la escuela” u otros relatos que, aunque con la buena intención de preservar su memoria, terminan por caricaturizarlo.
Aunque los documentos históricos ligados al héroe nacional fueron hallados desde hace décadas, la formación curricular en escuelas y colegios sigue reproduciendo inexactitudes como que el Erizo era menor de edad o que con la quema del mesón se derrotó de inmediato a los filibusteros.
Sin embargo, ni siquiera la batalla de Rivas finalizó al momento de la hazaña del alajuelense y, aunque fue de gran ayuda para el batallón costarricense, el enfrentamiento se extendió durante varias horas más. Además, el conflicto con William Walker en Centroamérica no concluyó hasta su fusilamiento, en 1860.
El desinterés que hubo durante décadas en rescatar y documentar la historia de Juan Santamaría demuestra que la clase política y militar de ese entonces tuvo enormes ansias de reconocimiento, que no dejaban que nadie más sobresaliera.
Era inaudito que un jornalero alajuelense figurara más que los Mora, Cañas y demás políticos, que aunque realizaron grandes acciones en la Campaña Nacional, tuvieron un reconocimiento mayor que el del pueblo, carne de cañón, que también entregó su vida por la soberanía de Costa Rica y la región.
Para algunos sectores fue y es mucho más provechoso que el héroe sea solo un bronce, alto, inalcanzable, estático, a la orden de su conveniencia; nunca humano, hecho de carne, hueso y contradicciones.