En mi caso, He-Man era terapéutico. Siendo asmático crónico, de esos que tenían que internarse al menos una vez al mes en el Hospital de Niños, los juegos “tradicionales” de los varones en los recreos escolares (entiéndase, mejenguear) no eran una opción, además de que usaba zapatos ortopédicos y el correr no se me daba bien.
Era 1984 y en mi religiosa escuela, que en aquel entonces se apegaba al hoy arcaico modelo de “solo hombres”, la tribu se dividía en dos: los que jugaban fútbol y todos los demás. Así, mientras los otros carajillos salían desesperados apenas sonaba la campana hacia la cancha para correr tras un balón, mis amigos y yo nos íbamos a la zona de los árboles, donde improvisábamos los paisajes del planeta Eternia sin necesidad de salir de Zapote.
Ahí, con Erick, Munguía y Coqui, entre otros, jugaba de He-Man un recreo sí y otro también. Y al regresar a casa, el ritual de entretenimiento se repetía con mis hermanos menores, Raúl y Fabián, pues cualquier espacio del patio servía para escenificar las más elaboradas misiones y batallas, valiéndonos de unas figuras de plástico moldeado y una imaginación desbordada.
Casi 40 años después, el efecto He-Man sigue ahí, no solo en mí, sino en tantos otros cuarentones a los que les es imposible no sentirse güilas de nuevo ante cualquier imagen de aquel musculoso y bonachón héroe de cabello rubio y calzoncillo barbárico o bien de su némesis, un esqueleto viviente (y también musculoso, por contradictorio que suene) con una risa que, más que macabra, era divertida.
Y no, nos apena decirlo: aún seguimos jugando con nuestros muñecos de He-Man.
El regalo preferido
Cuando pregunté días atrás a varios de mis allegados por sus vivencias con He-Man y Los Amos del Universo (MOTU, por sus siglas en inglés), muchos compartimos memorias comunes, propias de ser un niño en Costa Rica en el primer lustro de la década de 1980: regalos especiales en Navidad que significaban un extraordinario esfuerzo económico a nuestros padres de clase media; viajes a la frontera panameña; encargos a los parientes que viajaban a Estados Unidos (doble puntaje si tenía una tía o tía que vivía en la “Yunai”); narices pegadas a los ventanales de la Universal, en la avenida central josefina.
MOTU, en su origen, es la mejor jugarreta de la historia.
Mattel necesitaba con desesperación una línea de figuras de acción que compitiera con la exitosa colección de Star Wars que Kenner había lanzado a finales de los años 70. La compañía juguetera, que ya tenía dominado el mercado dedicado a las niñas por medio de su inagotable muñeca Barbie, inventó sin mucha ciencia una historia de guerreros y magos apenas como excusa para empezar a comercializar a sus protagonistas plásticos.
Fuesen malos o buenos, la mayoría de los personajes compartían rasgos físicos básicos, empezando por una musculatura descomunal estilo sobredosis de esteroides, además de atuendos que mezclaban el closet de Conan, el bárbaro, con el de Flash Gordon.
El toque final fue la creación de una serie animada, la cual Mattel le encargó a la empresa Filmation. Aquella fábula en sus capítulos contaba, con algunas variables, la misma historia: el villano Skeletor planeaba un nuevo golpe para conquistar el místico Castillo Grayskull y, por ende, el planeta Eternia pero su intento siempre era detenido por el noble e imparable He-Man, quien era el alter ego del cobarde Príncipe Adam. Al final del episodio, un consejo a los niños televidentes resaltaba la moraleja del día.
Aquella fue la fórmula con la que Mattel nos vendió sus juguetes. Y nosotros la aceptamos gustosos. A como podíamos íbamos haciéndonos de las figuras, a sabiendas de que solo el niño más platudo de la escuela podía aspirar a que le compraran el Castillo Grayskull o la Montaña Serpiente: los demás con unas cajas de zapatos y los mecates de colgar la ropa nos la jugábamos.
Cuando llegaba el cumpleaños o Navidad, la solicitud de “un muñeco de He-Man” se facilitaba, y ahí venía la pulseada para ir en bus a San José, a la Universal. La librería de la familia Federspiel ha sido la distribuidora de los juguetes de Mattel desde 1961 y en sus ventanales se diseñaban monumentales escenarios para exhibir las figuras de MOTU en todo su esplendor.
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“Universal comenzó en 1926 como una librería. Conforme los años pasaron, se comenzaron a vender juguetes de madera hechos a mano y en la década de los años 30, los juguetes de Universal se convirtieron en íconos de la tienda y por ello, el departamento comenzó a crecer. Cada año había más variedad y la gama de juguetes para todas las edades iba creciendo. Estas vitrinas llenaban de ilusión, alegría y magia a todas las personas que caminaban en esos años por la avenida central”, explica Marisya Federspiel, directora de comunicación de Universal.
“En 1961, Mattel, la compañía juguetera más grande del mundo, le dio a Universal la distribución de su marca para nuestro país y fue en este momento cuando trajimos la primera Barbie. 20 años después, Mattel lanza a He-Man. La venta de este juguete fue una locura y por eso, hoy, 40 años después, la compañía hace este relanzamiento de las figuras para recordarlos. Es una colección limitada”, añade la vocera.
Se trata de la línea MOTU: Origins, lanzada por Mattel en el 2020 y que rinde homenaje y a la vez moderniza a las figuras originales de los ochentas (las vintage). Esta nueva colección es solo uno de los múltiples lanzamientos que Mattel preparó de cara a las cuatro décadas de la franquicia y que le garantizará muchos más productos en los anaqueles para coleccionistas, quienes hoy compiten con sus hijos por llegar de primeros al departamento de juguetes.
Netflix alista dos series animadas sobre los Amos del Universo para los próximos meses: una de estilo más infantil que buscará cazar a una nueva audiencia, y la esperadísima Masters of the Universe: Revelation, serie para adultos que será una continuación directa del programa original de 1983, dirigida por el cineasta y fanboy absoluto Kevin Smith.
Sobre todos estos títulos, mi recomendación es que saque el rato y visite MOTULAtv, el canal de Youtube del diseñador gráfico, coleccionista y experto en todo lo relacionado con la franquicia, el costarricense Mike Bock. Pocas personas tienen tanta autoridad para hablar sobre He-Man que este entusiasta, cuyos análisis sobre las líneas de mercadería son imperdibles.
En medio de esta ola de fresca popularidad que vive esta saga, pedí a otros tantos fiebres que compartieran algunas de sus historias en Eternia. Hoy son abogados, músicos, periodistas, pero ante todo son los chiquillos que se ilusionan como cuando, 35 años atrás, toman un nuevo muñeco de He-Man y lo liberan de su caja.
Fitsroy Villalobos
He-Man puede ser visto como una serie animada acompañada del mercadeo de figuras de acción. Es una descripción racional y acertada... para alguien que no vivió su infancia en los años 80.
Las figuras de acción representaron a ese grupo de amigos que me acompañaron en la que fue la época más linda de mi vida, y cuando se ha vivido tantas cosas con los amigos, se lucha por conservarlos; por eso, más de 35 años después siguen siendo mis amigos y siguen a mi lado.
Lograr entender que un poco de plástico moldeado deja de ser un objeto inanimado para convertirse en un compañero, tiene que ver con lo vivido juntos. Esas vivencias estrechan lazos.
Adquirir un MOTU no era simplemente comprar un artículo en una tienda. Tengo el recuerdo de haber viajado a “La Frontera” con mi mamá, mi abuelita, un tío y su esposa para una Navidad. Fuimos a comprar cosas a buen precio, como hacíamos los ticos entonces. Regresar con varios MOTU fue una aventura, no una simple compra. Fue la odisea de viajar más de 300 km de ida y otro tanto de vuelta en un viejo Volkswagen que se recalentaba en el Cerro de la Muere, con algunas de las personas más importantes de mi vida, para adoptar nuevos amigos. Hoy, solo se compran juguetes.
No regresé a la casa con otros 4 o 5 muñecos, compartí con ellos el recuerdo imborrable de viajar con mi mamá, con mi abuelita; los integré a mi familia y compartieron conmigo mi vida, incluso cuando decidí convertirlos en dos equipos de fútbol, 11 contra 11, donde Spikor se destacó siempre como portero, Evil-Lyn como entrenadora y, claro, He-Man era el legítimo 9. Conservo las cajas que sirvieron de arcos.
Hoy sigo lamentando la amputación de dedos de Triclops o de Webstor, cuando decidí inventar, muchos años antes de que se popularizara, el canopy; claro, el hilo de coser les cortó la mano al deslizarse, al tiempo que alguno que otro caía en aquel mar de tiburones que era la pila de lavar.
Cuando junto a mí sobrevivieron al incendio de mi casa en 1984, sin siquiera un arma derretida y no se los llevaron quienes, fingiendo ayudar, entraban a la casa a robar en pleno siniestro, se debe entender que somos amigos de aventuras y desventuras, y a los amigos se les conserva y se les cuida.
El racional de toda esta historia, hasta cursi, es que esos muñecos están vinculados a momentos vitales de mi infancia. Lo que representan para mí, entonces, pocos lo pueden entender. Yo tampoco.
Ness Chaves
Un campeón tipo Conan con un némesis azul cuyo rostro es un cráneo amarillo, en medio de un mundo colorido pero oscuro a la vez, lleno de tecnología, magia, aliados y villanos, uno cada vez más interesante que el otro. Monstruos, el Castillo Grayskull, la Montaña Serpiente...
Era una franquicia para vendernos juguetes, pero quién no quiere subirse a una montaña rusa con todo ese semillero de aventuras. Creo que la fascinación que guardo por MOTU es porque evoca mi infancia. Se siente como reencontrarme con viejos amigos. No todos tuvieron la suerte de tener a He-Man, al menos yo no pude, pero todos eran Masters of the Universe. Y de niño no ocupas muchas explicaciones, el mini comic y con un poco de suerte tu personaje sale en un episodio de Filmation y ya de la emoción ni te lo crees. No te podías esperar a verte con tus amiguitos para hablar de ello el resto de la semana.
Kin Rivera Jr.
Fue para 1985 que me volví loco al encontrarme con esta serie de televisión, He-Man y Los Amos del Universo. A pesar de venir de una clase media pura, tuve la suerte de que mis papás y tíos pudieron regalarme algunos de los muñecos que sacó Mattel para ese entonces: He-Man, Battle Cat, Príncipe Adam, Skeletor, Panthor, Orko, Roboto, Teela, Zodac, Two Bad, Beast Man, Fisto, y un par más. Fui muy afortunado, aunque siempre quedé con las ganas de tener el castillo Grayskull. Luego le regalé mi pequeña colección a mis primos.
Pasaron algunos años, y decidí comprar de nuevo algunos; para ese entonces había salido la línea 2002. Y me compré a He-Man, Skeletor, Man-At-Arms, Battle Cat y Panthor. Y lo más reciente fue hace más o menos de 12 años que compré un par de figuras que Mattel había sacado con el estilo clásico de He-Man pero mejoradas. Sí, soy mega fan de He-Man y los Amos del Universo.
La película del 87 no me gustó, ya que faltaron demasiados personajes y la trama no me cautivó (no perdono que no aparecieran Battle Cat ni Orko), y en cambio amé la película de He-Man y She-Ra El secreto de la Espada. Estoy ansioso por la llegada a Netflix de la nueva serie, aunque para ser honesto... ¡necesito una buena película de He-Man para ayer!
PD: del año 1985 a 1987, ¡yo era el mismísimo He-Man!
Israel Azofeifa
Las serie de Los Amos del Universo en su momento inicial me atrajo muchísimo. Como niño de 10 ó 11 años que definitivamente le gustaba el género de ciencia ficción (Capitán Raymar, Ulises 31, Mazinger Z, Calabozos y dragones) y los monstruos relacionados con dinosaurios y todo ese imaginario fantástico, de inmediato me volví fan. Lo anterior aunado a que los dibujos tenían un acabado y un color sin comparación en el momento (los Thundercats se le compararían).
Como es de suponer me enamoré de Teela (como ya me había enamorado de Sayaka en Mazinger) y aprendí los nombres de todo (datos que aún hoy tengo frescos).
Cuando vi que existían las figuras, obvio quise todo lo que se pudiera conseguir. Felizmente mi papá y mi mamá me compraron a Skeletor y Modulok, bichos que me encantaban, y aún los tengo.
No soy fiebre de ver las distintas series que han sacado pero si recuerdo el mundo de Eternia y hasta la dimensión de She-Ra (hermana bellísima de He-Man) de la que fui a ver al cine su película y donde pude ver personajes de las figuras que había en el mercado y que jamás pude ver en la serie animada (hecho interesante que sí desilusionaba a todos los fans).
Fabián Fernández
En mi infancia disfrutaba enormemente de dos viajes, uno más corto que el otro. El primero era ir cada diciembre a hacer compras a San José con mis papás. Además de buscar artículos para el portal, no faltaba la ocasión para ir a la Universal donde habían recreado un Castillo Grayskull enorme (al menos así me parecía), con todos los muñecos de He-Man y los Amos del Universo. Aunque no podíamos comprarlos, el tiempo se detenía viendo aquellas figuras de acción en un ambiente tan inocente y bien recreado por la familia Federspiel.
Y el segundo viaje esperado era visitar la familia en San Vito de Coto Brus y aprovechar para perdernos en los almacenes del lado panameño, donde los juguetes eran más baratos y de mayor variedad que en San José. Recuerdo perfectamente que un almacén tenían un cajón con cientos de muñecos de He-Man, casi todos eran el “Battle Armor”, pero tuve la suerte de encontrar a Stinkor, el zorrillo apestoso aliado de Skeletor. En esa ocasión mis papás sí pudieron costearlo y me lo llevé a casa. A pesar de su olor a pacholí y de ser hecho con una cabeza reciclada de Mer-Man y una pechera naranja de Mekaneck, lo amaba, hasta que Coca, la perra de la casa, le mordió la cabeza.
Wálter Campos
No lo sabíamos entonces, ni nos hubiera importado gran cosa, pero los muñecos estuvieron antes que la serie. Eso le puede dar una idea a cualquiera sobre lo bien pensados que estaban para volver loca la imaginación de quienes crecimos en los años en que, al volver de la escuela, los Transformers, GI Joe y Los Magníficos nos esperaban en el televisor. Pero repito, esas son curiosidades que le importan al adulto nostálgico, al que ve The Toys that Made Us con una sonrisota involuntaria frente al tele; el mocoso que yo fui, ese lo que tenía entre sus manos era un pasaporte plástico a Eternia, vía “Los Muñecos de He-Man”.
Para mí, junto con Transformers y G.I. Joe, eran la trinidad sagrada de las series que había que ver y los juguetes que había que soñar con tener. Y es que el universo de He-Man cumplía cabalmente con el reglamento aspiracional de ser la historia de alguien normal que se transforma en un héroe poderoso (qué importa que ese “alguien normal” fuera un príncipe heredero de todo el reino y con el mismo cuerpo del guerrero, aparentemente sin darse cuenta). Pero además del mythos y el mercadeo, en mí todos esos juguetes tienen un componente adicional: el recuerdo de navidades pasadas. Claro, nunca fueron un juguete de un día cualquiera y los que tuve, vinieron marcados a fierro con el olor a ciprés, al sabor de los “chocolates gringos traídos de la frontera” y del frío de aquellos diciembres de vacaciones eternas en los que, cualquier rincón del patio, servía de reemplazo para el mítico castillo Grayskull (juguete que también existía, pero era impagable).
“Los Muñecos de He-Man” me permitieron inventar guiones, armar escenas y coreografías de batallas al borde del abismo de la tapia de cemento, viajar al fondo del mar en algún balde lleno con agua fría de manguera y en general, tener una realidad virtual o aumentada que sería la envidia de cualquier Musk, Jobs o Zuckerberg. También sentí un pequeño atisbo de realidad sombría cada vez que veía en televisión a algún miembro del clero acusando a mis personajes favoritos de ser satánicos, solamente por estar cubiertos de escamas o colmillos, en lugar de ser rosados y rechonchos querubines. Sí, crecí con esos juguetes, crecí soñando con mundos y realidades distintas y no puedo recordarlos, sin sentir esa conexión con el chiquillo que sabía que vivía una de las etapas más gloriosas de todo ser humano. Hoy puedo verlo a los ojos y decirle, sin que se sienta avergonzado de mí: “lo recuerdo, lo recuerdo absolutamente todo”.
Luis E. Jara Cubillo
Hace unos días, luego de una exhaustiva investigación en redes sociales, logré finalmente encontrar en una de las tiendas de departamentos más “universales” que existen en Escazú, esa ansiada figura de acción de He-Man, perteneciente a la nueva línea de juguetes que se generó el año anterior y que hasta ahora llega físicamente a suelo tico.
En primera instancia y muy lejos de los procedimientos de venta de aquellos lejanos años ochenta del siglo pasado, ahora, para adquirir alguna figura de aquellas series favoritas con las que creciste de niño, debes hacer una compra previa online y luego los recibirás físicamente para tu deleite.
En esta ocasión, llegué tarde a la cita, pero la insistencia en el servicio al cliente de WhatsApp me permitió recibir la noticia que solamente quedaban disponibles a la venta un “guerrero heroico” y un “guerrero malvado”, precisamente el villano Skeletor y su rubio antagonista bienhechor.
Al llegar a la tienda cerca de la hora de cierre nocturno y a veinte minutos del inicio de la restricción vehicular por la pandemia, las puertas de vidrio se abrieron al detectar el movimiento de un ansioso niño de poco más de cuarenta años que preguntaba a todos los trabajadores del lugar: ¿A dónde están los juguetes de la nueva colección de He-Man?
Finalmente logré estar al frente de una especie de auditorio lleno de las únicas dos figuras de acción disponibles de la colección: el “machillo” de pelo largo con estampa de luchador y el esqueleto de cara amarilla de piel morada.
Sin pensarlo mucho, por el momento escogí llevarme la esperada figura con su armadura de batalla del renovado poder retro de He-Man con una “H” ensanchada en el pecho, misma que gira sobre su propio eje y cambia de una a dos cortadas, dependiendo de la dificultad de la contienda.
El generoso set incluía un cambio de cabeza con expresión de calma, misma que podría ser sustituida por la original expresión facial de asombro, así como otros implementos de guerra como un hacha, una especie de llamarada encendida, un puño adicional, un micro cómic y la infaltable espada que empuñaba con fuerza el príncipe Adam para su transformación al gritar: ¡Por el poder de Graysskull!
Cuando tuve aquella figura coleccionable en mis manos grité en silencio “ya tengo el poder”, pero precisamente ese poder que me permitió regresar en el tiempo a la mañana de Navidad de 1985, cuando al abrir los regalos me llamó la atención uno enorme que contenía una alargada caja con He-Man original y su inseparable felino Battle Cat, quizás uno de los mejores obsequios que recibí de niño por parte de mis padres.
Aún me pregunto dónde los lograron conseguirlos mis progenitores a mediados de los ochenta, así como las figuras complementarias de la sorpresa que incluían otros juguetes originales como Skeletor, Duncan, Roboto y Buzz-Off.
Ahora, treinta y cinco años después, he decidido que He-Man no saldrá de su caja (a excepción que logre obtener la nueva versión de Battle Cat), tampoco regresará nunca más a su natal Eternia y posiblemente lo visite a inicios de junio su más respetado rival de cara esquelética y siempre malas intenciones.
Su proceso de adaptación es lento en su mueble de cuatro niveles en los que convive con dos batimóviles y un pequeño Batman, dos versiones de metal de Iron Man, tres naves emblemáticas de Star Wars: New Hope y una pequeña colección de The Mandalorian y Grogu.
Adam sabe que es “el hombre” más extraño de su nuevo planeta, pero tiene un lugar especial en el corazón geek de aquel terrícola que lo trajo a vivir a su nuevo hogar y espera con suma curiosidad el estreno de la nueva serie animada de la plataforma Netflix, Masters of Universe: Revelations, proyectada para finales de julio y no pierde la esperanza de nuevamente salir la caja en búsqueda de nuevas aventuras.