Carlos Ramos continúa sonriendo, aunque a veces deja de hacerlo. Tiene 73 años y se describe así mismo como un adulto mayor, uno con las fuerzas y el ánimo para hacer humor, aunque reconoce que ya va siendo tiempo de descansar y es por eso que piensa en el retiro.
Su rutina ha variado en los últimos años: se reinventó durante la pandemia y se sobrepuso a un accidente automovilístico que lo dejó con una platina en su pie derecho.
En sus setentas, el conocido Porcionzón se mantiene macizo como un roble. Sus cabellos lacios y abundantes se conservan negros gracias a un baño de color que repite como ritual. Su rostro, de pómulos prominentes (de allí que él mismo se llame cachetón), luce más lozano que rugoso. Cómo si el humor hubiera sido la fórmula poderosa para que el paso de los años no se le marque en la piel. Usa un audífono para escuchar mejor.
Utiliza lentes para ver mejor pero maneja su camioneta sin necesidad de ellos. La vitalidad es la misma, aunque las fuerzas han mermado. Los proyectos continúan y es por eso que el programa El Chineadazo con la banda del Menecazo (que se pasa por TD Más 2) es su mayor ilusión del momento, un programa de sketches en el que se mezcla el humor joven con el de los ‘roquemis’ como llama a los comediantes de mayor edad.
“La verdad Dios me ha bendecido a manos llenas al poder llegar a esta edad y con todas las facultades. A grandes rasgos me siento muy bien. Tengo facturillas como la presión y me tomo la pastillita para eso, pero de ahí en fuera gracias a Dios ni diabetes ni otras enfermedades. Vamos echando para adelante. En lo que a salud se refiere me siento bien”, comentó Ramos.
Inició su actual proyecto de humor en agosto del 2020, en plena pandemia de coronavirus, y lo mantiene como su trabajo principal. El Chineadazo empezó en la radio y luego se pasó a la televisión: Porcio se alejó del dial porque las madrugadas para hacer el contenido radial cada vez eran más frías, además de la platina que le fue colocada en su pie tras el accidente en mayo del mismo año.
Si algo ha caracterizado a Carlos Ramos es su facilidad para salir adelante aún en los tiempos más complejos: lo hizo cuando la ludopatía (adicción a apostar en el juego) lo tuvo al borde de perderlo todo.
Además se volvió a poner de pie en el 2020 cuando luego del primer y más grave accidente de mayo, cinco meses después volvió a tener otro percance en carretera. Nada lo detuvo y el trabajo no ha faltado.
Por suerte, dice, poco a poco han regresado los eventos y es usual que lo llamen a animar fiestas de 50 años, donde los que celebran son quienes más disfrutan de sus chistes. Ahora también incursiona en el mundo del stand up comedy.
“La clientela me recuerda. No me canso de agradecerle a Costa Rica y al público que me ha aceptado por tanto tiempo y me sigue aceptando. Qué bonito. Uno se hace mayor, pero el humor no pasa de moda.
“Tengo agradecimiento para todo el mundo que me ha aceptado. Siempre lo dije: implementé un estilo diferente, urbano, con un toque pachuco pero agradable. Soy un humorista que no falta el respeto y que anda bien chaineado”.
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“Un clasicazo”
Los días frenéticos quedaron atrás, ahora Carlos Ramos tiene un poco más de tiempo libre. No se levanta tan temprano ni está regido por un estricto horario. Esto pasa cuando “se deja de ser un carajillo”, bromea.
“No estoy viejo, soy un clasicazo. La gente reconoce mi trayectoria, por eso aunque mis días son más tranquilos siempre hay trabajito”.
En esta labor ha estado de lleno por más de tres décadas.
Carlos Ramos llegó hasta noveno año en el Liceo de Costa Rica. Más tarde, para apoyar a su familia dejó los estudios y empezó en el mundo del comercio. También fue fotógrafo.
Al humor llegó por casualidad, pues no era un trabajo al que aspiraba. No se ganaba tanto y al comediante lo veían como “un payasito”, recordó en una entrevista con La Nación en el 2017.
“Yo empecé porque mi amigo Édgar Sinca Murillo me inscribió, sin darme cuenta, en el programa La dulce vida. Él me prestó un traje entero para mi presentación que, por cierto, me quedaba grande. Mi estilo era pachucón y por el elitismo del programa no era el más apropiado para ganar. Pero gané”, rememoró.
Desde entonces han pasado 34 años en los que el humor ha sido su alimento y el de sus siete hijos, muchos de ellos profesionales. El más joven tiene 14 años y estudia en el colegio.
Pasadas sus siete décadas, Carlitos Ramos, como se llama así mismo, confía en que se siente bien, que no puede ser malagradecido con Dios, aunque reconoce que después de tantos años hay que mermar la actividad… Eso sí, sin dejar de ocuparse.
“Si se está sedentario más bien se enferma. Hay que tener cerca el acelerador pero apenas acariciarlo. Ya uno gracias a Dios logró (metas), he viajado bastante. El año pasado estuve en Georgia y en un festival en Nueva Jersey, siempre me toman en cuenta. He hecho casi de todo en el humorismo”.
El ocaso
Sería exagerado decir que el paso de Porcionzón es más lento. Se desplaza igual y continúa bailando la melodiosa Cumbia Campirana con la misma picardía de siempre. Sus pies se mueven en sincronía y con sus índices haciendo círculos en el aire señala a la cámara que lo graba. Ramos aprovecha y guiña.
Recuerda su historia y sus diferentes ocurrencias:, primero fueron los trajes enteros coloridos y estampados, después llegaron los disfraces: contaba chistes vestido de Cachete Nieves o de Minion. También se convirtió en Pinocho y durante la pandemia por supuesto que se vistió de coronavirus.
Su alma continúa siendo la misma. Y dice que la popularidad nunca se le subió a la cabeza. Es enemigo de la palabra fama. Él es popular, insiste.
“Las estrellas están en el cielo”, afirma.
Carlos Ramos, un hombre con una mente rápida, repasa su carrera y también su vida, una que ha estado marcada por las decisiones. Cada día vive para reír, sus carcajadas son igual de bulliciosas y ahogadas. Su voz está intacta.
–¿Cómo ha cambiado su humor?
Siempre he tenido un estilo. La gente que está acostumbrada al humor mío que es jocoso y de doble sentido: siempre ha sido digerible. Lo han aceptado bien en fiestas de 50 años. Ahora viene la juventud, otra generación. Por eso incursiono en el stand up comedy, pero con la esencia de Porcionzón. A la gente le gusta. Pasa entretenida. Me faltan ciertos toquecitospara afinar; estoy viendo a ver si hago una fecha en el Teatro Melico Salazar o en el Auditorio Nacional.
–¿Con qué sueña ahorita?
El sueño mío es jubilarme. Dios es justo, ojalá llegue el desenlace de esta problemática laboral que tengo. Quiero dejar un legado, que lo recuerden a uno con cariño. El público conmigo ha sido generoso. Me ha aceptado. Sueño con descansar, ahorita prácticamente lo hago, pero siempre me mantengo activo.
–Veo que continúa vistiendo con un estilo bastante moderno…
Ahora visto moderno. Me pongo blazer y ando jeans. Ando a la moda. Siempre he creído que uno tiene los años que quiere tener. Tampoco soy el viejo ridiculo, visto bien y con lo que esté de moda.
–¿Cómo está su vida personal?
Gracias a Dios bien. Me ha ido bien. A estas alturas está uno un poquitico menos activo, ya retirado. Tengo una familia bastante estable y una compañera de vida.
“Vivo en mi casa. Entre la señora adulta mayor y yo nos acompañamos. Me he retirado del romanticismo. Estoy en una etapa tranquila. Estoy realizado. Las menecas fueron mi talón de Aquiles. Yo nunca fumé ni tomé”.
-Entiendo, según contó en Los Gordos Podcast, que usted superó la ludopatía y que incluso cofundó un grupo al que asiste religiosamente…
Cofundé el grupo hace 25 años. Dejé de jugar. El grupo se llama La Gran Decisión, está situado frente a Delfines con Amor, en Plaza Víquez.
-¿Cómo se enredó en este tipo de adicción?
Antes de ser humorista, yo vendía dólares en bajos de Monumental (en San José). En el tiempo de Carazo (presidente Rodrigo Carazo Odio, 1978-1982) los bancos no los vendían, entonces se compraban en lo que se llamaba mercado negro, en la calle. En ese tiempo empezaron a proliferar los casinos a la vuelta de la soda Palace y comencé a jugar por distracción, después me enfermé y me hice ludópata, de lo que había ganado todo se fue. Eso fue antes del humor.
-¿Qué fue lo más grave que lo llevó a hacer la adicción por el juego?
Diay, es que se pierden no solo la plata, los principios, los valores…
-¿En qué momento tocó fondo?
Cuando me vi casi arruinado en todos los campos. La ludopatía no es solo la plata, porque la plata va y viene. Es el tema de principios.
-¿Cómo hizo para mantenerse en el mundo del entretenimiento, usted que hacía humor en fiestas y actividades, donde podía acceder a muchas cosas con facilidad?
En el tema de la ludopatía estaba bien porque me metí a un grupo de recuperación, como de alcohólicos anónimos pero para jugadores anónimos.
-¿Por qué fundaron ese grupo?
Un amigo y yo lo decidimos. Sufrimos mucho. ¿Qué hacía uno con trabajar si toda la plata se la jugaba? Tomamos la decisión muy sabia, porque o si no yo seguro sería un habitante de calle o me hubiera muerto debajo de un puente. Cuando yo ya me centré comencé a ahorrar y pude financiar a mis hijos para sus carreras.
-Debido a la ludopatía, ¿alguna vez dejó a sus hijos sin alimentos?
Bueno, sin desayunar no, pero donde hay un jugador es como que pase un huracán, no queda títere con cabeza. La ludopatía si se estudia a fondo es una enfermedad demoníaca. A cuántas personas ha dejado en la calle, cuántos se han suicidado. Es un flagelo.
-Me dice que nunca se dejó envolver por el alcohol que estaba muy presente en actividades a las que llegaba a trabajar…
Gracias a Dios. Imagínese que yo solo estaba en fiestas, que es donde más me contratan, y lo primero que le preguntan a uno es qué va a tomar. Nunca serví para beber guaro. Fue una bendición, hasta un bar tuve. Tampoco soy completamente abstemio, yo me tomo una cervecilla, un whiskycito, en la playa me tomo una michelada con un ceviche, pero no pasa nada. No tengo problemas con alcohol ni con drogas. Tampoco fumo.
-¿Cómo se siente en general en este momento de su vida?
De salud estoy bien. Me hice procedimiento de pólipos, unas cabecitas que salen en el intestino grueso, me las operaron. Me dio covid-19 y no me di cuenta, perdí un poquillo de peso. No quiero rajar ni mucho menos, no soy carajillo de 25 años, pero mi vitalidad está perfecta. Uso anteojitos para leer. Nada del otro mundo. Las canitas que me salen las disimulo, las tiro al aire (risas).
-¿Nada de cirugías? ¿Ni un poquito de botox?
Nada. si tuviera que hacérmelas me las hago. Pero no. Me siento bien. A estas alturas mejor me quedo quedito.
***
Carlos Ramos vive tranquilo, trata de comer saludable y se da un gustito de vez en cuando. Disfruta mucho comiendo cubaces y olla de carne.
“No soy muy dietético que digamos. El gallo pinto no lo perdono. Tengo una dieta muy normal”.
Hoy es feliz si ve a los suyos y a los demás bien. Afirma que en estos tiempos su mayor proveedora de alegría e ilusión es una “nietica” de dos años.
Porcio quiere descansar, aunque no se afana. Está actualizado y no hay plataforma social en la que no esté presente. “El Porcionzón va a la vanguardia”, asegura.
Carlos Ramos, de 73 años, y uno de los humoristas más reconocidos de Costa Rica, afirma que, en el ocaso de su carrera, todavía tiene qué ofrecerle al público. Se ríe al afirmar que él ha sido uno de los humoristas que más “ha hecho el ridículo en este país”.
“Nunca se me subió la fama. Eso le gusta a la gente: saber que he mantenido esa línea de respeto para todo el mundo. Mi mamá decía que la humildad es la madre de las virtudes y el orgullo el papá de todos los defectos”.
Sueño de retiro
Carlos Ramos sueña con jubilarse. Confía en que pensó que saldría pensionado de su trabajo anterior en Grupo Omega (donde laboró 19 años), empresa de la que, en el marco por la crisis sanitaria de covid-19, fue suspendido en el 2020.
Aquella vez le comunicaron en una carta que estaba siendo suspendido de su prestación por “servicios profesionales”, tema que lo alarmó porque siempre pensó que estaba en planilla, según dijo a La Nación en aquel momento.
Javier Hernández, miembro de la junta directiva de la compañía, dio su versión de la situación por aquellos días.
“En primer lugar, Ramos trabaja en esta empresa con prestación de servicios profesionales. Insisto, por servicios profesionales. A él no se le aplicó una suspensión de contrato, como la que autoriza el Ministerio de Trabajo, simplemente se le notificó que el programa De 5 a 7 se suspendía y que, por ende, a él también”, comentó a La Nación.
El tema creció y Ramos presentó una demanda contra Grupo Omega.
El abogado del humorista en ese momento alegó que la suspensión había sido discriminatoria. Según el representante legal, el Ministerio de Trabajo le aprobó a Omega la reducción de jornada laboral mas no la suspensión de contratos en la coyuntura del covid-19.
Según informó este medio en junio del 2020, otro de los motivos de la demanda, aseguró el abogado, es que al revisar los datos de las cuotas obrero patronales de la Caja Costarricense de Seguro Social, a Ramos se le reportaba un salario de ¢500.000 mensuales desde el año 2016; sin embargo, Porcio ganaba en la radio ¢2.250.000 al mes. Según el comediante, sus cuotas no corresponden ni al tiempo laborado ni al salario real que devengaba.
En un comunicado de prensa, poco después, Omega respondió que “el empresario y comediante Julio Carlos Ramos Vargas, c.c. Porcionzón, ha vendido sus servicios profesionales al Grupo Radiofónico Omega Sociedad Anónima, desde el año 2002. Servicios profesionales cuyo pago ha sido debidamente cancelado de la forma acordada con nuestro fundador don Jorge Hernández Ramírez, con quien Ramos Vargas tenía más allá de una relación comercial, una relación de amistad”, detallaron.
En esa oportunidad, la empresa de medios comentó que procedería conforme “la normativa nacional para hacer valer sus derechos”.
En la entrevista reciente, Carlos Ramos retomó el tema al hablar de su deseo de jubilarse.
“Cuando me iba a jubilar no lo hice porque tengo pleito laboral con Omega. Cuando don Jorge Hernandez murió, a mí me echaron sin derecho a nada luego de casi 20 años de relación laboral. Estoy peleando eso. Es tedioso. Ya llevan tres años. Meten recursos. Yo creí que de ahí salía pensionado y con prestaciones. Lo poquito que tenía la pandemia se lo comió”, mencionó recientemente.
La oficina de comunicación del Poder Judicial confirmó que el caso de Ramos y su demanda contra Omega está activo.
“El Juzgado de Trabajo del Primer Circuito Judicial de San José, Sección Segunda, confirma que el proceso de su interés se encuentra en trámite para resolver”, se informó ante una consulta de este medio.
Ramos comentó que si se llega a resolver el tema de la demanda y se falla a su favor, él se “pensionaría”.
“Haría cositas más desahogado. Todo apunta a que el proceso va bien”.
Porcio cuenta que en 19 años nunca recibió aguinaldo y que si se enfermaba él asumía sus gastos. Agrega que nunca se quejó porque le daba temor que lo despidieran.
Mi apodo de “El Porcionzón” hace referencia a una dama guapísima: hice la analogía por la anatomía de la mujer que es como un muslo de pollo. Yo eso lo relacioné por la anatomía. No es un trasfondo a menospreciar o denigrar. Más bien es enaltecer, resaltar su belleza. Nunca en lo que tengo de usar el término he oído una crítica diciendo que denigro a la mujer. Si en 30 años hubiera notado algo ya hubiera adoptado otro nombre.
— dijo Ramos en el 2017
-¿Usted nunca cotizó?
La empresa (Omega) lo hizo dos años. (...).
-Usted estuvo 19 años en Omega pero cuando empezó en el humor, ¿nunca cotizó por su cuenta?
Creo que no. Tengo 73 años. En ese tiempo que comencé, en Canal 7 trabajé por servicios prestados porque era en diciembre. Me llevaban al tope y al carnaval. Trabajaba en festejos populares. En Omega trabajé 19 años seguidos. Era subordinado con horas de entrada y salida. Trabajé 14 años con Carlos Álvarez en De 5 a 7, luego seguí solo.
-Cuando usted empezó en el humor le fue muy bien. ¿Pensaba en el futuro, en su vejez, tener ahorros?
No me duele lo que hice, definitivamente. Tengo un hijo que es abogado, una muchacha que es administradora de empresas, otro hijo que es periodista. A todos les pagué la carrera. Yo invertí en eso. A veces un mes pagaba tres universidades. Gracias a Dios ahora son profesionales. Tengo mi casa propia.
-¿Usted sigue trabajando?
Sigo trabajando con El Chineadazo. Si me quedo con los brazos cruzados me muero de hambre.
-¿En qué momento piensa salirse del humor?
En este momento no puedo, no tengo una pensión. (...).
-¿No invirtió en bienes raíces o algún otro negocio?
Yo sí ganaba, pero si hubiera ganado ¢10 o ¢15 millones por mes tendría propiedades (en Omega ganaba poco más de ¢2 millones mensuales, asegura).
-Porcio, ¿ahora ahorra pensando en el futuro?
Es que el futuro ya lo tengo encima. ¿Cuál futuro? (risas). Yo voy al banco a solicitar un préstamo y no me lo dan, ya no tengo tiempo de pagar, pero gracias a Dios tengo mi casita, mis carros, todo está libre. No debo nada.
-¿Se arrepiente de no haber cotizado por su cuenta?
Ahora sí, pero en un ayer creí que asumía mi empleador (...).
-Para ser claros, ¿usted no espera una pensión del Estado, pues no se cotizó, sino más bien la indemnización en caso de que el proceso falle a su favor?
Sí, claro.
***
La entrevista termina y esta vez Carlos Ramos sonríe con gentileza y no con la picardía que acompañan las bromas que van surgiendo entre palabras. Se despide y avanza con paso taciturno.