La rudeza se inserta en el octágono. La adrenalina es la herramienta infalible de los peleadores de MMA para evitar que su oponente les propine una golpiza, y levante los brazos en señal de victoria.
Pero fuera de la jaula la historia es muy distinta. El feroz gesto de quienes lucharon aquel 12 de junio en el hotel Herradura se transforma en trazos de carácter apacible.
Luego de la gran velada, Rolbin Ruiz vuelve a escalar torres de 35 metros de altura como instalador de antenas para Internet; Yefry Arboine se enfunda el uniforme de basquetbolista; Édgar Delgado continúa plantando tomates y Reina Córdoba sigue siendo la amorosa madre que, a su vez, intenta pulir el carácter de sus estudiantes de educación física.
Cuando bajan del octágono, a todos les toca seguir luchando, pero esta vez para vencer por sumisión los prejuicios sociales que se posicionan como el más duro y complicado rival.
“Un peleador de MMA (Artes Marciales Mixtas, por sus siglas en inglés) es una persona disciplinada, que se sabe manejar y que puede defenderse, pero no lo necesita”, asegura Delgado.
Ruiz concuerda en que la idea de que los peleadores son tipos rudos que van por la calle buscando pleito está más que equivocada. “El MMA más bien le da más control a uno. Antes yo era muy agresivo y siempre pasaba enojado, pero luego de entrenar uno se desestresa. La ira se desahoga pegándole a un saco”.
Las artes marciales mixtas se definen para los cuatro como una pasión, pero una que jamás les dará de comer, quizá porque sigue siendo un deporte incomprendido.
Por eso, las ansias de mejorar el récord en la jaula constituyen el único incentivo para hacer a un lado el cansancio de sus rutinas laborales y empeñar lo que normalmente serían horas frente a la televisión, en el cine, al lado de una pareja o de descanso en arduos entrenamientos diarios.
El no futbolista
Lo que les valdría una tarjeta roja y un escándalo en la prensa a sus hermanos mayores, los futbolistas Bryan y Yendrick Ruiz, es justamente la especialidad deportiva de Rolbin.
Cuando los tres eran pequeños, su madre los matriculó en clases de taekwondo. Con el paso de los años, el gusto por los deportes de contacto que desde entonces Rolbin había adquirido prevaleció sobre la fama y el salario que podría pagarle una contratación en una liga de fútbol de primera división.
Pero la verdadera chispa surgió cuatro años atrás, cuando vio por primera vez las peleas de la UFC (Ultimate Fighting Championship) por televisión. “ Toda mi vida ha sido fútbol por la familia, pero nunca tuve la disciplina para entrenar. En cambio el MMA... por mí entreno todos los días”, afirma.
De 8 a. m. a 5 p. m., Rolbin se burla del vértigo: a punta de la fuerza de sus brazos y con el peso de los equipos, sube a las torres de telecomunicaciones.
Luego de haberse tostado la cara bajo el sol, a las 6 p. m. se coloca el protector bucal para iniciar su entrenamiento de dos horas diarias.
Al llegar a su casa en Alajuelita (en la que antes vivía Bryan), abre los libros con la meta de terminar el bachillerato porque a posteriori hay un sueño más grande: el de algún día formar parte del grupo especializado Servicio Especial de Respuesta Táctica (SERT) del Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
El proyecto de Ruiz se reviste de tal ilusión, que incluso estaría dispuesto a abandonar la satisfacción de la victoria en la jaula.
“Si entro, tendría que dejar el MMA, porque ellos no pueden tener peleas. Podría practicarlo, pero no competir”, dice.
Mujer de acero
Reina Córdoba es una de esas amazonas cuyo coraje hace temblar hasta al más osado. Ella es una verdadera fiera sobre el octágono, y una mujer con sobredosis de determinación en su vida cotidiana.
En aquella pelea que ganó contra la mexicana Diana Reyes, demostró que el mejor antónimo de sus golpes y patadas es la debilidad.
Aquel 12 de junio, Córdoba deseaba ganar rápido, no para evitar los puños de su contrincante, sino porque se había separado de su bebé horas atrás para entrar en concentración y calentar en el camerino.
El pequeño Raúl estaba entre el público en brazos de su abuela, y Reina solo pensaba en el momento de bajar y abrazarlo. Esta fue la primera vez en que el niño vio a su madre campeona.
Esa noche, la tenaz luchadora sentía que no podía defraudar a su madre, y mucho menos a su hijo. “¿Llevar al bebé y perder? No podría”, admite.
Minutos antes, su entrenador sacaba pecho diciendo que Reina había entrenado hasta 15 días antes del parto, que retomó las prácticas al mes y que esta sería su primer combate tras dar a luz.
Durante el embarazo, y ante los comentarios de mucha gente, Córdoba buscó información, leyó sobre atletas embarazadas y tomó la decisión de seguir adelante con los entrenamientos. Eso sí, hubo que hacer algunos ajustes, como eliminar los saltos, limitar el boxeo al área del rostro y reducir la intensidad de las peleas de práctica.
“Esta ha sido mi pasión. Un bebé no es un obstáculo ni una piedra en el camino, sino alguien que te impulsa a salir adelante”, asegura.
Hoy Reina intenta incorporar a su pequeño a los entrenamientos. De 5 a 10 p. m., ambos van al gimnasio. Ella le permite caminar por el tatami , jugar a golpear los sacos de boxeo y, si llora o está inquieto, ella lo carga en brazos mientras sigue practicando las patadas.
Pero antes de llegar al gimnasio, Córdoba tiene otro trajín: es profesora de educación física en dos colegios regulares y en la Unidad Pedagógica de Cuatro Reinas, donde tiene alumnos con capacidades especiales.
Sus estudiantes han visto fotos y videos suyos en acción. Algunos la han retado a pulsos, otros la han sorprendido con un: “Profe, mis respetos”.
En agosto, Reina se concentró en entrenar a los chicos de la unidad pedagógica para Olimpiadas Especiales.
Ella sacó un permiso especial para llevarlos al polideportivo de Santo Domingo de Heredia. Unos llevaban pantaloneta y tenis, otros ni siquiera tenían la indumentaria adecuada, pero Córdoba a todos les exigía por igual.
Algunos tenían miedo a caerse y rasparse las rodillas, las mujeres no querían ensuciarse y a otros simplemente les faltaba actitud. Justo en ese momento, es posible contemplar el lado paciente de la guerrera, quien a punta de porras y frases motivadoras consigue que los pequeños se involucren en los ejercicios y brinquen de alegría al romper sus propias marcas.
Si le preguntan a esta profesora qué es lo mejor que le gustaría dejar de sí misma en estos niños, la respuesta incluye tras palabras contundentes: disciplina, entrega y perseverancia.
Antes de despedirse, ella les dejó claro que tan solo por tomar la decisión de participar e inscribirse, ya eran unos campeones.
- - Reina, ¿y usted aplica esta filosofía para sí misma? ¿Se siente campeona por el simple hecho de estar en la cartelera de las peleas?
-- Ah no, yo no puedo perder. Entreno para no perder, ¡jamás me lo perdonaría!
El todoterreno
De niño, a Yefry Arboine también le gustaba jugar fútbol. Comenzó a estirarse y sus pies crecieron hasta llegar a la talla 49,5. Ya no había tacos que le quedaran, y las limitaciones económicas de su madre impedían mandar a traerlas del extranjero.
Lo que nunca cambió fue su pasión por el deporte. A sus 17 años, fue parte de la Selección Nacional de Atletismo y participó en los Juegos Centroamericanos Honduras 2008.
Luego, se unió al equipo de baloncesto de Turrialba, en el cual se juega “por puro amor”, ya que Arboine asegura que es un deporte con poco apoyo. En esta disciplina, Yefry saca el mejor partido de sus 1,88 metros.
El poste del conjunto turrialbeño ama el sabor de la victoria, pero le satisface más el logro individual que el de equipo. Así fue como el MMA lo atrapó.
Tiempo atrás, su primo y ahora entrenador, Daniel Bustos, aprendió artes marciales y las llevó a Sitio de Mata, el poblado turrialbeño donde Arboine creció.
Para el basquetbolista, Bustos fue todo un ejemplo de superación que lo motivó a entrar a la academia DBA.
Si algo ha aprendido Yefry en estos ocho meses de entrenar es a no dejar que los más experimentados lo intimiden, algo que le ha sido de mucha utilidad en la práctica del baloncesto.
Ahora Arboine se encuentra terminando su licenciatura en Educación Física. Los mejores recuerdos que conserva de su práctica profesional están en la escuela Rafael Araya Segura y en el liceo Clodomiro Picado.
“Yo les contaba (a sus estudiantes) sobre el MMA. Estaban asustados al principio. En Costa Rica se tiene el concepto de que MMA es ir a romperse la cara, ir a pegar. Ya uno les comienza a explicar y van entiendo. Después le empiezan a preguntar a uno que si les puede enseñar algo. Es muy bonito, la verdad”, relata.
Algunos de los chicos sintieron curiosidad y pidieron a sus papás que los matricularan en la academia donde Yefry entrena.
Y el telele comenzó de nuevo: hacer entender a los padres de familia que las artes marciales mixtas son un deporte; que lejos de los clichés que les han endilgado, son grandes formadoras de disciplina y de carácter en quienes las practican.
Agricultor con garra
De día, tomatero; de noche, el Cebollero.
Édgar Delgado es el agricultor de manos grandes y pesadas que hace gala de su fuerza y resistencia en el octágono.
Su apodo en realidad tiene poco que ver con su oficio. Surgió tres años atrás, cuando uno de sus compañeros lo vio ayudando a su familia en la Feria Nacional de la Cebolla, pues su padre se dedica a este cultivo. Cuando su profesor escuchó a al joven decirle cebollero, le pidió que lo llamara por su nombre. Pero a Édgar no es algo que le moleste, es más bien su orgullo.
Las cicatrices de la agricultura las lleva en sus manos y piernas; las del MMA son suturas en las cejas.
No fue al colegio –y a veces se arrepiente–, pero es del tipo que habla con soltura sobre porcentajes, promedios, puntos de equilibrio y precios de mercado.
Su fijación con las artes marciales mixtas es, más que un hobbie , una motivación diaria. Cada mañana, frente al espejo, lanza un par de combinaciones y saca pecho pensando en lo mucho que el deporte cambió su vida.
“Desde que practico MMA, he mejorado en la agricultura. Me he vuelto más ordenado y más disciplinado, me he convertido en una persona con más ganas y más corazón”.
Delgado llega todos los días a las 6 a. m. al sembradío donde da trabajo a una docena de personas al año. Víctima del cansancio, el sol y la deshidratación, al caer la noche se dedica a exigirse hasta la última gota de sudor en los entrenamientos.
“Yo me considero un atleta. Soy una persona sin vicios, que se regula prácticamente en todo, se cuida en la alimentación, entrena a más no poder y hasta que las limitaciones del trabajo lo permitan”, comenta.
Para Delgado, cada sacrificio tiene una razón de ser. Si no cosecha y no vende, no come; si no entrena duro, no hay gloria.
“Vale la pena estar esos 15, máximo 20 minutos, en el octágono y que la gente pueda decir : ‘Juepuña, qué bien el Cebollero’. Es bonito cuando llegás a un evento y lo ves lleno de gente, vienen a verte a vos. Entonces me sacrifico, me mato entrenando para dar una buena pelea”.