Laura de León debió esconder su colección musical de dos novios: uno punk y el otro metalero. No había espacio allí para Pandora. “Cuando terminé con el último, dije: ‘¡Basta! Quiero escuchar lo que me gusta, y lo que me gusta es esto’”, afirma.
En un bar recién abierto, en el 2010, De León conquistó un trono con su playlist vergonzoso. No era DJ, sino relacionista pública. Cuando compartió su colección musical en El 13 por primera vez, el bar era un pequeño rectángulo saturado de nigüentas, la Negrita, flores chillonas, estampados frutales y tablones crujientes.
El 13, entonces en avenida 10, estaba repleto. “Nunca en mi vida había puesto música, pero la verdad es que en la vida hay que probar de todo, y dije que solo lo haría una vez”, asegura. Cinco años después, De León ostenta el título de la Reina de la Plancha .
El placer fue grande al descubrir que la voz de Daniela Romo no ha cambiado ni un poquito, pero el dolor, hondo cuando supimos que Juan Gabriel no ha dejado de sufrir. Desde que la así llamada “plancha” se puso de moda, la arqueología se convirtió en una rama del entretenimiento nocturno capitalino.
Como en toda taxonomía musical, no tiene sentido definir qué es “plancha”: es algo que se intuye o se siente. A grandes rasgos, consiste en el repertorio romántico que acaparó las radios y televisoras latinoamericanas desde fines de los años 60 hasta principios de los años 90.
Es decir: la llamada “plancha” va de la honda tristeza de José José a la desfachatez prodigiosa de Gloria Trevi, pasando por la límpida belleza de una joven Yuri y la altiva guapura del primer Luis Miguel.
Por decirlo de otra forma: la música más obstinadamente anti- cool , antimoda. Sin embargo, desde hace dos años, no ha hecho más que ganar espacios en bares (El Observatorio, El Teatro, Jazz Café, La Kbaña y tantos otros).
Eternamente bella
Hoy ubicado en el extremo sur del barrio chino, El 13 fue el primer bar tico que utilizó el término “plancha” para sus fiestas. Tres años después de empezar con sus noches dedicadas a esta música, el concepto se expandió por otros bares y salas de conciertos.
“Creo que nuestro gran aporte fue hacer que esa música pasara de ser considerada ‘pola’ a estar de moda”, dice Marcos Blanco, publicista con extensa carrera en programación de radio, y gerente de la agencia La Tres (donde trabaja De León).
“Cuando uno crece y madura, dice, ¿a mí que me importa que me digan que soy pola? ¿Por qué me voy a sentir ofendida si estoy haciendo algo que me hace feliz?”, expresa De León, cuyos actos parecen ser mitad performance , mitad DJ.
Con Roberto Chaves, gerente del bar, Blanco hizo de El 13 la primera zona segura para perder la voz intentando alcanzar a Amanda Miguel. “No teníamos la menor idea de cómo iba a reaccionar la gente”, dice Blanco. Se han celebrado en El 13 al menos 40 “noches de plancha” y “planchatones”, festivales de varios días.
En una “noche de plancha”, el bar se abarrota con docenas de amantes de la música, así como otros curiosos. “El 13 es un bar más dirigido al ambiente gay, pero a los planchatones llega todo tipo de gente. Llega muchísimas personas heterosexuales a las que les gusta la música ‘plancha’”, dice Blanco.
Parte del éxito se lo atribuye a las campañas de difusión en Facebook que ha realizado La Tres desde el principio, con afiches que cuentan auténticas novelas en imágenes sugerentes y de colorida ironía.
Ahora se realizan despedidas de soltera, fiestas de cumpleaños y otros eventos. Algunos “planchatones” son tan concurridos que cuesta discernir entre la multitud quién viene a adivinar las canciones y quién canta Cu-cu-cu-cuéntame o Detráaas de mi ventanaaa de todo corazón. Sobre las cabezas danzantes, los gestos desmesurados de la Reina orientan al público a través de las agitadas emociones.
Para De León, ese es el poder de estas baladas románticas ancladas en la memoria. “La plancha está llena de drama y uno puede vivir cualquier personaje”, dice.
“Nos cuesta muchísimo expresar lo que sentimos y quitarnos esas cadenas que nos ponemos por tonterías. Si usted está enamorado de esa persona, ¡dígaselo! Si esa persona lo lastimó, ¡dígaselo! Si usted sabe que lo engañó con otro, ¡diga lo que usted sabe! No tiene por qué vivir ocultándolo”, exclama.
Cada canción es una catarsis; cada una, un trampolín para los recuerdos. “Aunque la gente no lo vea así, yo lo veo como una forma de ayudar a los demás. No está mal reconocer que uno está sufriendo. Uno a veces necesita ayuda, y si la ayuda está en la música, pues genial”, añade.
Huele a peligro
“¡Siempre ha sido popular! Nada más que ahora tiene un nombre. En los karaokes , es lo que siempre se ha cantado. Nunca ha estado de moda. Es parte de nuestra identidad como latinos”, afirma Ana María Roldán, quien con Adrián Céspedes y algunos músicos de la Orquesta Filarmónica conforma Plancha Live. Están por editar su primer álbum con versiones de “plancha”. En noviembre, llenaron cinco fechas en el Teatro Melico Salazar con la orquesta en Plancha Filarmónica , cantando los éxitos de ayer.
En marzo, al día siguiente de abrir el concierto de María Conchita Alonso en Heredia, fueron a Colombia para cantar por una hora antes de Marco Antonio Solís. La audiencia les agradeció de pie.
En Cali, fueron bien recibidos porque la “música para planchar” es popular en Colombia desde fines de los años 90. Con telenovelas como Amor a la plancha (2003), el fenómeno se estableció en la cultura colombiana.
Según la revista El Colombiano , en Medellín, cerca de 50 establecimientos amenizan sus noches con sonidos de los años 60, 70 y 80, y artistas tradicionales del género cantan con frecuencia allí. En solo una semana de agosto del 2013, según un artículo del medio, estuvieron en Medellín Juan Gabriel, Ricardo Montaner, Gigliola Cinquetti, Marisela, Amanda Miguel y Tormenta.
Las explicaciones esbozadas en Colombia para el fenómeno sugieren una interpretación del actual auge tico: en los años 70 y 80, con la creciente incorporación de las mujeres a trabajos fuera del hogar, sus hijos e hijas se quedaban en casa con tías, abuelas, hermanas y trabajadoras domésticas. Al lado de ellas, quienes hoy tienen entre 25 y 40 absorbían, gota a gota, las lamentaciones de las divas de la canción.
En la radio, no sorprende esta popularidad. “Siempre ha sido favorita la música ‘plancha’; lo que está ocurriendo actualmente es que el público es más amplio en edades. La gente joven también se está interesando por esta música, y creo que eso es generado por la forma en la que se ha mercadeado”, dice Marfer Torres, a cargo de contenidos musicales de Prisa Radio (con estaciones como Bésame 89.9 FM).
A este renacer “planchero” le ayuda la escasez de entretenimiento “sano” para adultos, considera uno de los artistas de La Plancha, vol. 1 , Xavier Alonso. En este show de t eatro musical , humor y música narran las dramáticas historias de amor.
Reciclar el pasado no es nuevo, pero los avances en el campo digital de los últimos años han permitido una abundancia de canciones y videos “rescatados” de los frágiles archivos de la era pre-Internet.
En el libro Retromania: Pop Culture's Addiction to Its Own Past , el crítico musical Simon Reynolds sugiere que vivimos una crisis de “sobredocumentación”, una laberíntica rememoración colectiva guiada por el aparente azar de YouTube.
En el repositorio de videos se puede viajar por el tiempo y ver a Al Bano y Romina Power surcando el campo italiano en moto y cantando Siempre, siempre , o también a los niños de Menudo cuando visitaron la Casa Presidencial tica, en 1986.
La nostalgia alimenta la cultura popular tanto como fusiones inesperadas y nuevas tecnologías. Para un intérprete de lo que podría llamarse “plancha” criolla, como Rogelio Cisneros (Gaviota), el poder de la nostalgia impulsa el fenómeno, pero agrega: “Ahora no hay tanta producción de ese tipo romanticón, para parejas; se ha limitado la producción discográfica. Pienso que al no haber algo en el mercado, se recurre a lo viejo conocido”.
Hoy, vive una suerte de “plancha contemporánea”: reaparecen artistas pasados de moda con colaboraciones con músicos jóvenes, o se retoman antiguos temas. La memoria aún es tierra fértil.
Detrás de mi ventana
El término “plancha” incomoda. En las primeras dos noches de “plancha” de El 13, algunos asistentes, hombres y mujeres, se disfrazaban con delantales y ropa “para hacer oficio”, a modo de fiesta de disfraces.
Aunque en los planchatones ya nadie se viste, la noción de “plancha” como ironía, asociada a la idea de “música de hacer oficio”, contiene, para sus críticos, un acento despectivo hacia las labores domésticas y quienes las ejecutaban, especialmente, las empleadas.
Marcos Blanco desestima la crítica de tajo: “¿Es insultante planchar?”. “Para alguna gente, resultaba ofensivo lo del delantal. Para mí no. Por ser trabajadora doméstica, no soy ni más ni menos”, dice Laura de León.
Empero, la idea de escuchar, quizás irónicamente, quizás con ingenuidad, la “música de empleada” en un bar de moda difícilmente esquiva acusaciones de clasismo o miopía social: otra apropiación hipster de una manifestación cultural ajena, irónica e ignorante del contexto social.
Cuando se convirtió en la Reina de la Plancha, eso sí, De León prefirió el look resplandeciente de las divas a los delantales que, admite, podrían ser interpretados como una burla. Para ella, la afirmación de libertad de cantantes como Yuri y María Conchita Alonso es el mayor valor de las canciones: “La mujer debe ser mucho más libre, mucho más suelta, y no la deben juzgar por cómo vista ni por cómo es”.
Adrián Céspedes niega connotaciones negativas en el apodo de las piezas: “Se dice que el término ‘plancha’ es clasista, que es sexista... Yo no lo veo así, sinceramente. No veo nada de malo en la profesión doméstica. Incluso, si solamente ese fuera mi público, yo sería feliz”.
No pocos músicos ticos se han quejado, en redes sociales, de la proliferación de espectáculos de “plancha”. ¿Por qué bandas de covers y listas de reproducción les ganan espacios? La respuesta, tristemente, parece exceder a la fama de la “plancha”.
La nave del olvido
Como cualquier moda, la “plancha” tendrá fecha de vencimiento. Quizá sea otro género el que tome su lugar, u otra época a la que regresemos con este loco afán.
“Algunas personas dicen que es una moda y que va a morir, pero yo, cada año, decía: ‘El próximo se acaba’. La saturación podría entorpecer el éxito y que continúe. Puede ser que aparezca otro fenómeno. Mientras esté pasando, lo voy a disfrutar”, confiesa Laura de León.
De todos modos, dice, su epitafio podría ser una frase de “plancha”, quizás de Napoleón: “Vive feliz ahora, mientras puedas / tal vez mañana no tengas tiempo / para sentirte despertar”.
“Todo el mundo nos dice que ya este año se nos extingue, pero yo creo que no. Es música que siempre se toca; lo que pasa es que ahora tiene un nombre”, afirma Ana María Roldán.
De cualquier modo, cada quien hace con la música lo que quiere. Siempre ha sido así: las mismas canciones eran la materia prima para el arte de las transformistas en los bares gais, y son el tesoro resguardado en rocolas de infinitos bares viejos.
Una noche, entré a una cantina josefina de cuestionable decoración y acre aroma; al fondo, un hombre se acercaba a la rocola con una monedita en la mano.
Cuando me senté en la barra, de espaldas a él, empezó a sonar ese torrente emocional de Juan Gabriel que Isabel Pantoja entendió tan bien: Así fue .
A unos segundos del solo de saxofón, el clímax de la canción, me volví hacia la rocola y vi al hombre, inclinado sobre la mesa, con una botella enfrente, llorando. Lloraba en serio. En la palma abierta, tenía otras dos monedas de ¢100.