
¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva! Detrás de esta tonada infantil que todos conocemos, hay una historia de devoción y fe a la Virgen María. La advocación Virgen de la Cueva Santa data de hace 600 años. Nació en España, pero llegó a Costa Rica y se instauró en Santa María de Dota.
En el pequeño pueblito de este cantón josefino se asienta la parroquia Nuestra Señora de la Cueva Santa, que resguarda el fervor por la madre de Jesús, pero en una versión no tan conocida: una que refleja a la santa en su etapa de ancianidad, llevando el luto como señal de la viudez.
Este domingo 2 de febrero, Santa María de Dota se viste de fiesta con la celebración de sus festejos patronales, que contarán con actividades deportivas, culturales y religiosas en honor a la Virgen de la Cueva Santa. Los eventos se extenderán hasta el lunes 3.
En homenaje a esta advocación y al amor que provoca en sus fieles, repasamos la historia de cómo, desde España, llegó a Costa Rica la patrona de los espeleólogos (expertos en el origen y estudio de las cavernas).
La Virgen perdida y hallada en una cueva
En 1410, durante su reclusión en el monasterio Cartuja de Vall de Cristo (ubicado entonces en el municipio de Altura, en Castellón, España), Fray Bonifacio Ferrer creó un molde para fabricar imágenes de la Virgen María. Como mencionamos antes, estas representaciones la mostraban de una manera poco usual: anciana y viuda.
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El fraile se encargó de repartir los moldes a los pastores de la zona, que en los campos cuidaban sus rebaños, pues según recordó el sitio catholic.net, su idea era que se fabricaran imágenes de la Virgen y se le rindiera culto en sus refugios. El tamaño pequeño del molde permitía que las imágenes fueran llevadas por los fieles a cualquier lugar, incluso cuando salían a pastorear.
Cuenta la historia que, mientras realizaba sus labores con el ganado, un pastor tuvo que resguardarse cierto día en una cueva conocida por muchos como la del Latonero (una especie de árbol). Esa cueva era frecuentemente usada como refugio, ya que en ella se podía descansar y, además, había un manantial donde podían beber hombres y animales.
El pastor llevaba consigo una imagen de la Virgen hecha con el molde de Fray Bonifacio. Al instalarse en la cueva, la colocó en un espacio, adornó el lugar con unas florecillas silvestres y rezó.
Sin embargo, un pequeño descuido hizo que, al salir de la cueva, el pastor dejara allí la imagen. La Virgen quedó olvidada en un rincón.

La historia narra que, casi 100 años después, otro pastor de la población de Segorbe (Valencia) entró a la misma cueva para pasar la noche con su rebaño. Mientras comenzaba a quedarse dormido, se le apareció la Virgen y le dijo que en el lugar había una imagen suya, que la buscara y le rindiera culto.
El hallazgo y el relato del humilde pastor provocaron que iniciara la devoción a la Virgen de la Cueva.
La lepra curada por la Virgen de la Cueva
Muchos años más tarde, en 1574, un matrimonio de Jérica (Valencia), quienes visitaban la cueva de la Virgen como devotos, fue desterrado del pueblo porque el marido tenía lepra.
Isabel Martínez y Juan Monserrate, los esposos, fueron expulsados y, mientras caminaban desolados se dirigieron a la cueva del Latonero, donde estaba la imagen de la Virgen a la que veneraban.

Isabel le pidió a la Virgen que sanara a su marido. Lavó las heridas de Juan con el agua que destilaba de las rocas de la cueva. Así pasaron nueve días, hasta que Isabel vio cómo el cuerpo de su esposo estaba curado: no tenía llagas y ya no sentía dolor.
Emocionados, regresaron al pueblo para compartir la buena noticia; sin embargo, nadie les creyó que la Virgen de la Cueva había hecho el milagro. Fueron acusados de brujería y nuevamente expulsados.
Tristes, regresaron a buscar refugio y consuelo en la cueva. Al llegar, se sorprendieron al ver a dos personas: un fraile y una anciana vestida de luto, quienes les preguntaron qué provocaba su aflicción.
Tras contarles lo sucedido, el aparecido fraile escribió una carta dirigida a las autoridades del pueblo relatando el milagro de la curación. Su firma, esperaban, daría validez al relato.
Isabel y Juan regresaron a Jérica y entregaron el papel. Sin embargo, cuando los hombres del pueblo lo leyeron, las palabras estaban borrosas y nadie entendía lo que decía. Solo cuando el documento llegó a manos del sacerdote del lugar, este pudo leer el mensaje.

Al escuchar las descripciones del fraile y la anciana, el cura se dio cuenta de que aquellos ‘aparecidos’ eran san Vicente Ferrer (hermano de Fray Bonifacio) y nada más y nada menos que la mismísima Virgen María.
Un día después del descubrimiento, se organizó la primera romería de acción de gracias a la cueva.
Desde entonces, Isabel, como signo de agradecimiento, visitaba constantemente a la Virgen y pasaba noches en la cueva. Se dice que una de esas noches escuchó a los perros ladrar y se asomó para ver qué sucedía.
Vio a un matrimonio acompañado por su hija. Los invitó a refugiarse en la cueva, les ofreció comida y un lugar para dormir. Al día siguiente, la familia ya no estaba. Isabel preguntó por ellos, pero nadie los conocía. Fue entonces cuando comprendió que eran san Joaquín y santa Ana, acompañados por la Virgen María cuando era niña.
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Isabel, quizá la más devota de la Virgen de la Cueva Santa, se preocupaba mucho por la imagen y temía que algo le sucediera si se quedaba sola. Un día decidió llevársela a su casa. La tomó, la metió en una canasta y emprendió el camino, pero pronto se dio cuenta de que la imagen no estaba en la cesta. Pensó que se había equivocado y que no la había guardado.
Al día siguiente, regresó a la cueva y allí encontró la imagen. Volvió a tomarla, la tapó con ramas y hojas dentro de la canasta para llevarla a su hogar, pero, de camino al pueblo, nuevamente la Virgen no estaba. Fue entonces cuando Isabel comprendió que la Virgen deseaba permanecer en la cueva.
¡Que llueva, que llueva! La Virgen de la Cueva trajo lluvias
La popularidad de la Virgen de la Cueva creció no solo por el milagro de la curación de la lepra, sino también por interceder para que la lluvia y los manantiales suplieran de agua a la población de Altura tras severas sequías.
A mediados del siglo XVI (1501-1600), y debido a los favores de agua atribuidos a la Virgen, el canónigo Jerónimo Decho y su familia, propietarios del terreno donde se encontraba la cueva, construyeron un altar con una pequeña reja para que allí se realizara el culto a la Virgen.
Muchos años más tarde, en 1726, Valencia sufrió una dura sequía que amenazaba las cosechas. Ante esta situación, los vecinos del pueblo llevaron a la Virgen de la Cueva al lugar afectado, y al día siguiente comenzaron lluvias que se prolongaron durante una semana.
Otro milagro atribuido a la Virgen es el del Manantial del Berro, una fuente de agua que brotó el 25 de marzo de 1915, después de años de sequía en Altura.
Aunque no se conoce con certeza quién compuso la famosa tonada “¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva!” ni cuándo, es una canción ampliamente conocida en todo el mundo. Su letra, de estilo infantil, alegre y de petición, ha variado ligeramente con el tiempo, pero conserva su esencia:
¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva! Los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Que sí, que no, que caiga el chaparrón. Que siga lloviendo, los pájaros corriendo. Florezca la pradera al sol de primavera.

La Virgen de la Cueva y su hogar
La cueva del Latonero, donde se encuentra la imagen de la Virgen de la Cueva, tiene 20 metros de profundidad y es una cavidad formada por un fenómeno de erosión.
Debido a la fama de la imagen y las constantes visitas de los fieles, el espacio se volvió pequeño para recibir a los devotos. Por ello, en 1645 comenzó la construcción de una capilla de adoración, que fue finalizada en 1647. Con el tiempo, esta pequeña ermita creció y se transformó en lo que hoy se conoce como el Santuario de la Cueva Santa.
En 1955, el papa Pío XII declaró a la Virgen de la Cueva Santa como patrona de los espeleólogos españoles.
Un dato curioso sobre la imagen de la Virgen es que, a pesar de estar hecha de yeso, no se ha deteriorado por la humedad de la cueva, algo que sí ha afectado a objetos de hierro, madera y otros materiales presentes en el lugar.
La imagen es un relieve busto de María, mide 20 centímetros de alto por 10 de ancho, y en la parte superior tiene una corona de rayos. Representa el rostro anciano de la Virgen, vestida con traje de viuda.
La Virgen de la Cueva Santa a la tica
La historia de cómo llegó la devoción de la Virgen de la Cueva Santa a Costa Rica, específicamente a Santa María de Dota, está llena de romanticismo y fe.

De acuerdo con información de la parroquia Nuestra Señora de la Cueva Santa, los primeros pobladores de la localidad llegaron desde Tarrazú al valle en 1863 y le dedicaron el nombre a la madre de Jesús, llamándolo Valle de Santa María.
Quien fuera alcalde de San José, en su retiro, se trasladó a vivir a Santa María. Encantado con el lugar, invitó a Domingo Rivas Salvatierra, Vicario General del primer obispo de Costa Rica, Anselmo Llorente y la Fuente, para que lo conociera.
Salvatierra, al darse cuenta de que el valle está dedicado a Santa María, lo consagró bajo la advocación de la Virgen de la Cueva Santa y prometió regalar una imagen de la misma si los vecinos se comprometían a erigir una ermita en su honor.
Y así fue. Durante la construcción, la imagen estuvo resguardada en la casa de Cornelio Monge, un vecino de la comunidad. La primera ermita fue hecha de adobe y tejas en el techo.

Para 1871 se comenzó la edificación de una iglesia, cuyo primer párroco fue Bruno Pereira. En 1880, el escultor Miguel Ramos talló una segunda imagen.
El levantamiento del segundo templo inició en 1891 y, para 1955, se construyó la tercera iglesia, que es el templo actual. Una tercera Virgen fue elaborada en 1967 por el escultor Manuel Zúñiga y es una réplica de la imagen original de Segorbe, hecha en madera.
En octubre de 2024, la parroquia Nuestra Señora de la Cueva Santa fue elevada al título de Santuario Diocesano, lo que la convirtió en un lugar de peregrinación.
Además de España y Costa Rica, la Virgen de la Cueva también recibe devoción en la localidad de Piacoa, en Venezuela; Querétaro, en México; y Bochalema, en Colombia.
