Cerro Chirripó. El suelo cuenta la historia por sus propias marcas. El camino ha sido largo.
A esta altura, en medio de un pasaje árido, con la presión del aire estrechando los pulmones, algunos toman la decisión de no mirar firmemente el cielo sino sus zapatillas escabullidas entre las piedras.
Es el sábado 23 de febrero. Para este año, un grupo de documentalistas ha subido los más de tres mil metros a la espera de grabar a Andrea Sanabria, la indígena que nueve veces ha salido campeona de una de las carreras más extremas que se celebran en nuestro país: la del cerro Chirripó.
Mientras se aguarda su ascenso, el polvo se esparce en la Cuesta de los Arrepentidos, en el último kilómetro de ascenso de la competencia. Aquí se espera a los más de 200 corredores que han arriesgado este día sus tobillos, pantorrillas y rodillas.
Por tanto, decir que la carrera Chirripó es de alto impacto es quedarse corto. Solo caminar la ruta representa ya una exigencia mayor, pues los 34 kilómetros para subir y bajar la montaña más alta del país desgastan mucho más que solo la planta del pie.
La carrera comienza en la plaza de deportes de San Gerardo de Rivas, poco antes de la entrada para ascender al Parque Nacional Chirripó. De allí parte el exuberante trecho hasta Base Crestones donde el bosque, el abismo y las piedras son un acompañante de lujo que deja ver montañas imposibles que nada le envidian a cualquier sitio del mundo.
Al subir a Base Crestones (donde se encuentra un albergue para los turistas que deciden pasar noches arriba) se encuentra el punto de devolución, a 3.400 metros sobre el nivel del mar. Allí se coloca un brazalete que confirma la subida.
Pero muchos de los atletas no logran llegar a tiempo hasta Base Crestones. Si el competidor pasa de las tres horas y catorce minutos al llegar al Monte Sin Fe (colina donde escasea la vegetación después del kilómetro 12) queda descalificado.
Es así que la espera por la subida de Andrea Sanabria se desarrolla con unos 30 grados centígrados de calor peceteños en la nuca, y con la historia a punto de escribirse, 30 años después de la primera edición de este reto de montaña.
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El origen
Hace 30 años se realizó la primera edición de la carrera, con tan solo 56 corredores.
En vísperas del banderazo de salida de la edición 2019, don Gustavo Arias lo recuerda a la perfección pues, desde el inicio, se involucró con la gestión del evento del año esperado en San Gerardo de Rivas.
“Yo era el presidente juvenil en una comunidad que se llama La Chispa; es una comunidad pequeña. Nosotros los jovencillos decidimos que nos encargábamos de la gestión y en aquel entonces nos quedaron 35.000 colones. No era mucha plata pero era algo. Nadie creía en nada, no más de patrocinio me regalaron un cofal y unas inyecciones para ganado. Imaginate”, recuerda.
En 1989 el único que tenía una computadora e impresora en el pueblo era su amigo Juan Carlos Crespo, quien debía subir corriendo, tomar los datos de los competidores, registrar todo y bajar hasta la plaza de deportes.
“Y por supuesto que la premiación era hasta las seis de la tarde mientras esperábamos que bajara”, añade entre risas.
Con esta edición del 89 el reto Chirripó se bautizó como la única carrera que incluye a un Parque Nacional, lo que provocó que, con los años, se entendiera que tenía que existir un límite de participantes para no deteriorar el área protegida.
“Al principio era poca gente. Ahora uno tiene que ponerse las pilas para llevar los números de tantos participantes, pero es algo tan especial que uno no se lo quiere perder”, confiesa don Luis Quesada, el cronometrista que a sus 68 años sube todos los años para ayudar con la carrera.
“Antes de fiebre subía más de una vez, pero yo sé que debo cuidarme. Igual, ni loco me lo pierdo”, agrega.
Ante tal auge de participantes comenzaron los estudios y así la gestión de la competencia reconoció que solo 225 atletas pueden participar cada año.
Don Gustavo confiesa que el premio ayudó mucho a que la carrera tomase popularidad: 300 mil colones al ganador, más 100 mil colones en caso de romper récord.
Ante la noticia del premio apareció la connotada Andrea Sanabria, la primera mujer indígena de Sitio Hilda en participar en la carrera y, la campeona a vencer en el 2019.
“Ella es la primera mujer indígena en animarse a correr y no tiene comparación: lleva nueve ediciones de ser la mujer número uno”, cuenta don Gustavo.
“Sin embargo este año las expectativas son diferentes porque este año competirá una muchacha también de Sitio Hilda, que se llama Noilly. Es su sobrina y podría amenazar su reinado”, agrega.
El caso de Andrea es excepcional. Vive en este poblado llamado Sitio Hilda –que queda a cuatro días a pie de San Gerardo– y sus tenis son regaladas por vecinos de Pérez Zeledón. Además, en su pueblito entrena con botas de hule, no cuenta con fisioterapeuta, su esposo es quien la entrena y tiene cinco hijos por cuidar.
Con Noilly, su sobrina, empieza una nueva historia. Ella también es indígena, tiene 20 años y no ha podido correr desde que es mayor de edad porque ha estado embarazada ambos años.
Casualmente, el único año que Andrea no ganó la competencia desde su primera participación fue cuando estaba embarazada y no corrió.
“Pero cuando corre es increíble. Hubo un año en que Andrea ganó la carrera, bajó a la plaza, pasó la línea de meta y fue a buscar su bebé para amamantarlo”, recuerda Juan Diego Villarreal, periodista deportivo que le ha dado cobertura a la carrera desde comienzo de siglo.
“Y es que para ellos ganarse 300 mil colones se vuelve un montón de plata para la situación en la que viven, allá en Sitio Hilda”, dice don Gustavo.
“Posiblemente es la plata que se van a ganar todo el año”, interviene el periodista Villarreal, “porque ellos vienen de diciembre a enero a recoger café, A veces, de regreso se llevan zinc y comida para arriba. Ya ahora sí cuentan esas cosas, pero antes veían a la prensa y se escondían, Ahora Izmael (el esposo de Andrea) busca las cámaras y se emociona porque sabe que hay un gran provecho en la carrera”.
”De hecho, el año pasado duraron un día más llegando a San Gerardo porque el río Chirripó estaba crecido, entonces no podían pasar. Llegaron viernes en la tarde, un día antes, e Izmael decía que ella no iba a ganar porque estaba muy cansada”, rememora el comunicador. “Pero por supuesto que ganó”.
Andrea cuenta con el récord de hacer los 34 kilómetros en cuatro horas, quince minutos. El año pasado hizo cuatro horas dieciocho después de llegar de tercera en la subida y sobrepasar a sus rivales en el descenso.
“Ese es su fuerte. El descenso. Nadie le ha ganado ahí”, afirma el periodista.
Horas después, Andrea y Noilly se enfrentarían con la montaña pero su mayor rival aún estaba por conocerse.
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Entre familia
Hay que subir una pequeña montaña en las cercanías de Herradura de Rivas para encontrar la casa en la que la familia de Noilly Salazar ha venido desde Sinoli, un pueblito a más de diez horas de Sitio Hilda.
Tres barrotes de madera, una mecedora y un pequeño gato se asoman en la fachada del hogar. En la parte de arriba de la casa cuelgan algunas zapatillas deportivas que parecen pertenecer a Noilly.
Faltan dos días para la carrera, pero Noilly no está en este hogar temporal. Quien se encuentra en casa es Amelia Murcia, la madre de Noilly.
Con cierto temor, Amelia se asoma a la puerta.
–Sí, yo creo que Noilly va a ganar– dice la madre de Noilly.
–¿Y ella no anda por acá?
–Es que se le enfermó.
–¿La bebé?
–Sí, la bebé.
En esta última semana, a Noilly se le desbarataron sus planes previos a la carrera pues los entrenamientos han cedido para cuidar a su bebé. Sus traslados, desde Grano de Oro hasta el hospital de Turrialba, la han alejado del camino de la preparación.
“Ella está emocionada sí… Ella puede ganar”, dice con una sonrisa esperanzadora la madre de Noilly.
En el techo de la casita, los pares de zapatos esperan a Noilly, a quienes todos ven como la futura reina de la carrera.
Descendiendo la cuesta y atravesando un par de calles al sur de la ciudad está la casita improvisada en la que Andrea e Izmael se han quedado estos días previos a la carrera, después de su venida a San Gerardo.
Al igual que con Noilly, cuatro pares de zapatos se secan en el polvoriento clima de Pérez Zeledón, sobre unas láminas de zinc.
Allí aparece, tras la puerta, y con una investidura deportiva, Andrea. Tiene el pelo largo y negro, debajo de sus ojos se esconde una tez rojiza y una mirada seria que parece inmutable.
Junto a ella está Izmael, su conocido esposo y entrenador. Él lleva puesta una camisa polo, unos vaqueros con corte recto y unas zapatillas de andar.
Lo primero que suelta Andrea al salir de su casita es contundente.
“No creo que vaya a ganar”, dice.
–¿No cree que vaya a ganar?
–Le costó mucho entrenar –repone entrecortadamente Izmael, su esposo –porque ha recogido café y no ha entrenado. Las cosas están difíciles allá (en Sitio Hilda).
Andrea, solamente, se queda mirando el empedrado suelo de su casa mientras Izmael responde.
–Andrea, ¿y qué edad tenía usted cuando corrió por primera vez?
–Ella tenía como 26 años en primera carrera– vuelve a intervenir Izmael– o 24, no sé.
Andrea mantiene el silencio con la mirada escondida en el suelo.
–¿Y esta semana de preparación cómo es?
Izmael retoma la conversación y anula por completo a su esposa.
–Sí, quince dias de descanso, quince días de preparación para este sábado de carrera.
–Pero estuvo recogiendo café...
–Sí, ella ha estado entrenando, pero necesita relajarse.
-¿Dónde está entrenando usted, Andrea?
–Ella sí, allá, en el cerro entrenando– cuenta Izmael mientras señala hacia arriba.
–¿Y qué es lo más difícil de entrenar a Andrea?
–Lo que más le cuesta es para subir. Aprender subir es un trabajo. Hay que trabajar mucho, es difícil.
Izmael se cansa un poco de la conversación y da cierre a la entrevista. Uno de sus hermanos llega a la casita e Izmael la toma del hombro. Uno de sus niños se asoma por la puertita de madera y cierra súbitamente la puerta.
El desenlace
Han pasado poco más de dos horas desde el inicio de la competencia y las cámaras de los documentalistas están listas. En cualquier momento, en medio del serpenteado terreno de la Cuesta de los Arrepentidos, podría aparecer Andrea, la campeona.
El sol calienta las piedras ante la falta de vegetación de altura y el peso de la mañana se agiganta.
Entre el sonido del polvo rozando los arbustos empiezan a escucharse unos pasos. El caminado es lento, pero rítmico. Pa, pa, pa, suena en el golpeteo de las suelas.
De pelo negro y amarrado, con una camisa azul, aparece la participante que lidera. Tiene los ojos negros igual que Andrea, pero en su dorsal se lee El Salvador.
Quien lidera, caminando y cansada, es la cuscatleca Idelma Lizeth Delgado. La sorpresa es grande.
Un par de gritos de apoyo parecen irse con el viento y Delgado continúa su rítmico camino hasta Base Crestones.
De Andrea no se escucha su nombre en la radio que narra la carrera. A los 20 minutos, otras dos participantes sorpresa aparecen (Elizabeth Hernández y Rosibel Salazar) y hacen lo suyo. Nada de Andrea.
Aún así, no es justo dar por sentado una derrota de Andrea. El año pasado tres competidoras más le ganaron en el ascenso y aún así cumplió los pronósticos a su favor en la bajada.
15 minutos después, Andrea sube caminando la Cuesta de los Arrepentidos. Lleva sus labios reventados por el viento de altura y su dorsal número 9 aparece arrugada tras esta última subida.
Sus gruesos brazos la empujan hacia adelante con poco éxito. Sus fornidas piernas utilizan doble tracción para acabar la subida que parece infinita.
Por primera vez en la vida, su esfuerzo no será suficiente. A un par de minutos atrás, pasa su sobrina Noilly con las mismas dificultades.
La salvadoreña desciende en forma de rayo, las traspasa mientras ambas suben y el destino parece sentenciado.
La cuscatleca Delgado llegaría a arrebatarle la corona a Andrea con un tiempo de cuatro horas dieciséis minutos. Poco le faltó para además dejarla sin su récord.
No sería su propia sobrina quien le quitaría el reinado. Más bien, Andrea y Noilly se encontraron en el descenso para bajar la última larga cuesta juntas.
Finalmente, tía y sobrina cruzaron la meta al mismo tiempo; cuatro horas y veintisiete minutos registró el reloj.
Ambas se dejaron llevar por el alto aire juntas, reponiendo su respiración y sabiendo que la victoria se la había llevado el polvo.