¿Por qué algunas personas ascienden al poder y otras no? ¿Por qué nos enamoramos, no solo de parejas románticas sino de amigos y extraños? ¿Cómo fue que nuestra necesidad de compartir convicciones construyó la cultura humana?
Estas son algunas de las preguntas que intenta contestar la serie The Story of Us, producida por National Geographic y conducida por el prestigioso actor estadounidense Morgan Freeman (estrenada el domingo pasado).
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Tres presidentes y dos ganadores del premio Nobel de la Paz llevaron al intérprete ganador del Óscar a recorrer el mundo, a visitar remotas regiones de África y de América Central para revelar cómo, a pesar de vivir en una época de crecientes divisiones sociales, raciales y culturales, estamos todos unidos por nuestra humanidad en común.
El primer capítulo, La libertad, lo protagoniza la líder indígena guatemalteca, embajadora de buena voluntad de la UNESCO y ganadora del Premio Nobel de la Paz (1992), Rigoberta Menchú.
Desde su casa, Menchú conversó por teléfono con periodistas latinoamericanos sobre su participación en la serie y otros temas que la han seguido en sus inagotables luchas en favor de los derechos humanos. Este es un extracto de la conversación.
¿Cómo recibió la noticia de que sería entrevistada para un documental de NatGeo y en especial un capítulo sobre la libertad?
—En especial, soy admiradora de veras del señor Freeman. Cuando recibí la noticia de que sentía el deseo de venir a Guatemala a una entrevista conmigo fue un día muy feliz. Él es una leyenda, yo soy una admiradora extraordinaria de grandes personajes como él y muchos otros líderes que nos han enaltecido y me dio mucho gusto. Desde ese momento empezamos a tener muchos nervios. Estaba nerviosa porque era como ver un hermano mayor, un abuelo, un ancestro es muy emocionante y así lo fue. Lo recordamos con mucha pasión.
Quería preguntarle más acerca de la experiencia televisiva. A veces hablamos de que la televisión y algunos medios digitales quieren a la gente como en un estado, pero producciones como The Story of God y ahora con The Story of Us parece que le dan espacio al tema de reflexión mucho más profundo. ¿Qué podemos lograr con proyectos de televisión como estos?
—Aquí se juntan varias cosas. Sabemos que National Geographic tiene un poder enorme, nos ha revolucionado nuestra visión de mundo natural, cultural y de salud. Solo el hecho de que se juntan aquí dos fortunas: la fuerza de los programas del señor Morgan Freeman y la fuerza de National Geographic, me pareció una excelente oportunidad de escarbar un poco desde lo más profundo de nuestra naturaleza humana. Hablamos de dignidad, de racismo, de sueños, de oportunidades de volver a empezar. Me parece una suerte tener esta enorme oportunidad de la tecnología, pero también la fuerza de personajes que han hecho historia y leyenda en todos los campos. Realmente es una suerte participar en esto, aunque sea un poquito. Hay más que hacer en el futuro para nuestra humanidad.
Al principio de su entrevista con Freeman la vimos haciendo un baile muy simpático con él. Eso habla mucho de su cultura y de sus raíces. ¿Qué implica para usted mostrar la cultura maya al mundo?
—Realmente creo que el encuentro con el señor Morgan fue algo mágico y extraordinario. Es como cuando uno va a un lugar superior en energías y qué mejor manera de comenzar que con un baile. El movimiento, la fuerza de nuestra marimba y nuestra cultura maya no siempre es dolor. Por supuesto siempre dentro de esto hay dolor importante: están los escombros, podemos decir, como los delitos de lesa humanidad, de crímenes, de cosas que uno ha vivido. Este año que pasó fue el año que yo descubrí cómo exactamente fue fusilado mi hermano Víctor y quién lo hizo. Incluso –es una presunción hasta no encontrar la evidencia– más o menos sé el lugar donde pueden estar los restos de Víctor. Era como una bendición a volver a ver nuestro dolor junto a la esperanza. Cuando llegó el señor Morgan, como que no podíamos hacer más. Las palabras quedaban pequeñas. Su mirada es tan profunda que se siente algo muy especial. Yo hubiera querido conversar con él muchos años más que solo un rato, pero ese rato significó muchas cosas para mí.
¿De dónde cree usted que viene esa admiración por Freeman? ¿Es usted seguidora de sus películas? ¿Hay un tema de energía? ¿Por qué tiene ese magnetismo y carisma tanto en cintas de ficción como en series documentales como esta?
—Hay algo que me gustaría compartir. Hace años yo estaba en Venezuela y soñé con que el señor Morgan entró por una puerta. Me quedé con un impacto enorme. Como he dicho ya, soy una admiradora extraordinaria, admiro sus programas, es educativo, es increíble. Ese sueño se lo comenté al señor Morgan aquí en mi casa. También le comenté que era mágico para mí verlo primero en un sueño y después en la casa en un altar sagrado, en un sitio donde los mayas hacemos nuestras ceremonias. Él me dijo algo que me impactó mucho, me dijo: “Rigoberta, somos iguales”. Le miré a los ojos y me quedé muda. No encontraba qué decir. “Somos iguales”. El tema es que para mí hay una mística enorme de triunfo del pueblo negro que combatió el Apartheid, que combatió la discriminación, que enalteció la música, el cine, implementó la capacidad del ser humano de imponerse a la miseria espiritual, la miseria social e individual de otros seres humanos. Para mí es una fuerza muy grande verlo a él. Realmente es una emoción y un privilegio. Es impresionante ver sus ojos y cuerpo entero como una personalidad. Estoy impactada y espero que toda la gente que haya tenido posibilidad de estar cerca de él también tenga en su poder esa fuerza y ánimo que da al estar a su lado. Es una gran ventana él mismo y por qué no decirlo: National Geographic es inmensamente grande y son millones de millones de personas a las que va a impactar.
¿Considera que su participación en el documental habla de que hoy la lucha por los temas indígenas se encuentra en otra etapa en comparación con años anteriores?
—Creo que hemos logrado mucho, mucho desde hace 39 años desde que mi hermano Patrocinio fue secuestrado. Desde ahí empecé a ver dónde encontraba a mi hermano y junto a esto encontré que son miles y miles de personas que estaban viviendo la angustia de la desaparición forzada. Posteriormente la muerte de mi padre, después mi madre, mi hermano Víctor. Todo ese impacto a mí me generó un antes y un después. Hace 38 años que mi padre fue quemado en la embajada de España. Estos 39 años de mi vida han sido importantes para mí, para que los pueblos indígenas dejaran una huella para el futuro y huella de seguridad, de lucha por sus ancestros, por su cultura y espiritualidad, su equilibrio con la madre naturaleza. Creo que hemos avanzado mucho en determinar normas y leyes que protejan. Hemos ganado juicios impactantes que recogen la memoria histórica. Esa memoria de pueblos que forman y fueron creados por pueblos indígenas, y eso es muy importante. Pero todavía hay mucho que hacer. El silencio no ha terminado, el desprecio por los pueblos indígenas continúa, el racismo local es impresionante. El silencio que pretendimos romper con nuestra lucha a lo largo de estos 39 años es realmente el muro más grande para los pueblos indígenas. Yo no veo las libertades fundamentales en los pueblos indígenas. Veo la resistencia profunda al no aceptar la humillación y continuar la historia.
En una sociedad tan polarizada, por ejemplo, con el presidente de una de las mayores potencias mundiales como lo es Donald Trump validando discursos de odio y xenofobia, ¿cómo podemos combatir estos discursos? ¿Cómo podemos unirnos más por el bien común?
—Yo creo que la lucha por la paz tiene que ver también con la posibilidad que tenemos nosotros como seres humanos de cambiar nuestra actitud, y la actitud de ser más defensores de nuestra dignidad, de nuestra culturas, de nuestras identidades. Tener más conciencia social, más protagonismo de las mujeres, los jóvenes, los niños, en una cultura de respeto, de necesidades profundas. Así es como vamos a poder elegir los dirigentes. Mucho de lo que hemos hecho es olvidar la educación humana y centrarnos mucho en la violencia. Desafortunadamente somos víctimas globales de la violencia como lo vemos en todas las realidades sociales; pero más en las áreas donde la guerra ha sido la ley. No solo ahora, sino desde siempre. Precisamente para cobijar esas estructuras excluyentes, esas estructuras de hambre, de sufrimiento y de humillación a los seres humanos.
Vivimos un proceso muy complicado en la región. Obviamente con todo el tema del odio racial y las políticas antiinmigrantes de Donald Trump, pero al interior de la región también vivimos cosas que teníamos años de no ver. Por ejemplo, con Venezuela, donde se habla de una crisis humanitaria muy severa, también Honduras y ni qué se diga de México. ¿Cuál cree usted que es el panorama que nos espera con esta convulsión política y social que se está viviendo en la región?
—Creo que hay una crisis global, una crisis mundial y económica. El materialismo ha carcomido nuestras fortunas espirituales en nuestras comunidades pero también hay poderes intocables, como en el tema de las impunidades, que no solo es el abuso de autoridad menor, si no que llegan hasta los más altos niveles de poderes. La población sigue siendo la víctima más fuerte. Yo veo muchas características de tratos de esclavitud contemporáneo, de desprecio de los pueblos y la humillación del ser humano. Todo esto es una realidad que me interesa muchísimo por el hecho de que por primera vez vemos la historia de nosotros como en el programa que presenta el señor Morgan. Vemos ahí el dolor humano y el sinsentido. Podemos decir que hemos olvidado que somos una misma especie, que nuestros derechos no son de Estados solamente, sino de personas en particular. Ya no tenemos autoestima y creemos que alguien nos va a salvar, pero nadie nos va a salvar. Tenemos que nosotros luchar por defender nuestros derechos y tenemos que luchar junto a los que no se cansan de soñar un mundo mejor, de luchar libertades fundamentales, el ejercicio de derechos fundamentales. El llamado más importante es a la ciudadanía, es al ser ciudadanos hoy. Unámonos. Es nuestra historia y no la historia de una persona.
¿Hay alguna posibilidad que hagan algún programa más extenso sobre usted? ¿Se habló de eso? ¿Actualmente en qué está trabajando, en qué va su lucha por los derechos humanos?
—Creo que hay mucha posibilidad, incluso, nuestra historia supera la ficción. Sobretodo en la violencia, en la pobreza, en desprecio que muchos pueblos han vivido y que no es un caso local. Sino toda América Latina posee historias profundas. Es un tiempo donde el ser humano debe reencontrarse con la madre tierra, reencontrarse consigo mismo y modificar su oportunidad de vida. Tenemos muchas oportunidades para que la tecnología y la ciencia humana sean compatibles. Creo que es una oportunidad y estoy esperanzada en eso. ¿Cómo va nuestra lucha? Creo que nadie puede cambiar la historia global de un mundo. A mí lo que me cambia todos los días es que encuentro una señora en la esquina y me dice: ‘gracias, Rigoberta, por su lucha’, y me encuentro a un familiar de alguien que sufrió y agradecen. Ese es el caminar de nosotros. No nos quedamos en cambiar tanto en todo el mundo, si no en cambiar una vida… dos, tres, cuatro. Y sentirse feliz con eso. Eso es lo que yo hago. Yo no soy súper preceptora, pero sufro el dolor de otros. Trato de comprenderlos y acompañarlos. ¿Hay mucho que hacer? Seguro que sí. ¿Hay muchos que lo están haciendo detrás de nosotros? Sí. Soy testiga de muchos defensores de derechos humanos, de muchas instituciones y familiares que hacen la misma lucha que yo hago y por eso me siento parte de ellos.
¿Cómo entiende usted la libertad y cómo es su participación en el programa con respecto a ese concepto?
—Está en las manos del ser humano tomar una decisión. Así como he aprendido con tanta gente, fue su propia decisión lo que los llevó a luchar contra la impunidad, fue su propia decisión el no tolerar la injusticia, a combatir un modo de pensar y de actuar. Mucho del racismo, la discriminación y los odios están porque es la actitud de otros. Para mí, las primeras víctimas son los mismos racistas, porque son víctimas de su ignorancia. Pensemos en los victimarios, un victimario tuvo que tomar la decisión para poder matar a alguien o desaparecer a alguien. Muchas autoridades que están en el poder realmente podrían cambiar el mundo si tuvieran una actitud más humanizada. Pero no, simplemente levantan pasiones, tienen el poder en sus manos, terminan sus períodos y se van de descanso y dejan a la humanidad igual de desigualdad. Se aprovechan de la humanidad. Tenemos que revisar nuestra actitud uno por uno. Es una conciencia colectiva. Si no vamos contra eso pensamos que son las leyes. Está bien, tenemos nuevas leyes, pero las leyes son obsoletas si no las usamos. Así que para mí, el concepto de libertad y soberanía pasa por la dignidad y el sentimiento de cada persona. Yo soy libre, y ya pasé por este mundo haciendo una lucha. Me siento libre, no dejo nada inconcluso. ¿Qué hacen los demás? Muchas veces callar y ser cómplices del silencio. A esos también hay que señalarlos. No son libres porque lo que le pasa a la gente alrededor es también su propia historia.
En el documental se comenta que la libertad no llega sin pelear. En la actualidad, nuestra región no está en guerra, pero ¿cree usted que el trabajo ya está terminado y que nuestros indígenas son tomados en cuenta y son totalmente libres?
—Creo que la guerra ha sido parte de la historia humana desde que el ser humano empezó a usar la fuerza y la razón. Desde aquellos años se crearon muchas armas para las guerras: armas ideológicas, armas materiales, bombas nucleares, etcétera. Por lo tanto, la violencia se volvió la referencia más importante de los seres humanos para la libertad, pero eso no es correcto. Creo que la libertad la podemos cambiar de visión y de concepto. Esto no lo hago yo para la humanidad, lo hace cada quien. Desafortunadamente el ser humano va a las elecciones cada tres, cuatro años o seis, en algunos casos, vota y a la semana siguiente no está de acuerdo con ese presidente ni con ese congreso. Sin embargo, votó por ellos. Entonces, ¿dónde queda la dignidad de cada persona que hace ejercicio ciudadano del voto? Hay que ser más responsables: no solo ver la guerra de lejos, sino que la violencia es cotidiana y hoy por hoy la violencia domina nuestros espacios y nuestros hogares. Hay una motivación, hay una causa y una convicción de que nuestra lucha es justa y no debe ser violenta. Yo no sería capaz de usar un arma en este planeta, nunca lo voy a hacer. Es de esas cosas que yo ya prometí que no será parte de mi historia y ojalá muchos podamos hacerlo igual.