
Hace poco compré mi primera pieza de segunda mano y no tuve que ir a una de las populares tiendas de ropa americana a buscarla. Ella llegó a mí. Una cuenta de Instagram anunciaba que todas las semanas tenían colección de piezas usadas pero que, de antemano se veía, habían sido cuidadosamente seleccionadas (o mejor dicho curadas para darle mayor reconocimiento a esta labor).
De repente me vi activando las notificaciones de esa página para que cada vez que publicaran la foto de una pieza única a la venta, yo pudiera ser la primera en escribir en los comentarios que era para mí. Así lo hice y conseguí por ¢9.500 (con envío gratis en el GAM) una falda de mezclilla Ralph Lauren. No me quedó, el denim de esa pieza -que puede tener unos 15 años- es de la calidad de aquellos jeans de mezclilla dura (que ya casi no se ve) que por más que se quiera no van a ceder.
Quise intentarlo con esta prenda porque, como seguidora de la moda, soy consciente de que esa industria es la segunda más contaminante en el mundo y está en manos de cada consumidor hacer un cambio. La moda rápida (conocida como fast fashion) consiste en crear masivamente prendas a bajo costo, que tras pocas lavadas se dañarán y van a ser desechadas, generando contaminación.
En el 2017 la Fundación Ellen MacArthur y Stella McCartney comunicaron que “cada segundo llega al vertedero o la incineradora un camión de basura lleno de ropa. Según The RealReal, el 95% de esta ropa podría reutilizarse o reciclarse”, dice Vogue. Este par de datos justifican, apenas por encima, por qué más y más personas se interesan, en Costa Rica y el mundo, en usar piezas de segunda mano.
En este artículo, aparte de conocer mi pequeña experiencia, les comparto la historia de Wendy Soto, una muchacha que, por conciencia, tiene su clóset compuesto por piezas de segunda mano. Además, les presento a dos mujeres que tienen tiendas virtuales en las que ofrecen piezas vintage (artículos que cuentan con más de 20 años de antigüedad) y de segunda mano cuidadosamente seleccionadas, a precios asequibles, que pueden convertirse en un tesoro para sus compradores.
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“Todo mi clóset es de segunda mano”
Wendy Soto tiene 28 años y un clóset repleto de tesoros.
La gran mayoría de sus piezas son de segunda mano. Ella empezó a adquirirlas hace siete años. Siendo honesta cuenta que lo hizo para dar un respiro a su economía. Es oriunda de San Carlos y recién llegaba a estudiar a San José. Entre pagos de Universidad y apartamento, el monto para comprar ropa se reducía. En San Carlos hacía calor y en San José, frío. No tenía las prendas que necesitaba.
“No tenía plata. Empecé a ir a las americanas”, cuenta.
Los años pasaron, Wendy terminó la universidad, donde estudió Relaciones Públicas y Ciencias Políticas, y consiguió un trabajo de medio tiempo. “Ya tenía plata para comprar ropa nueva”, dice. Pero no lo hizo.
“Me di cuenta de que me vestía muy bien a pesar de que era ropa de segunda. Podía conseguir ropa de buena calidad. Cuando el factor económico no era la iniciativa principal, me puse a pensar de dónde salió esta ropa. Empecé a verla en término de basura. ¿Qué pasa cuando la botamos?
“Averigüé más de la industria textil. Me di cuenta de que yo estaba reutilizando. Al ver números de la industria téxtil entendí que al reutilizar era más consciente”, explica.
Wendy creó todo un movimiento en redes sociales donde habla de su experiencia utilizando ropa usada. En Instagram y Facebook tiene las cuentas The Devil Wears Sinaí, en las que educa acerca del impacto de la moda rápida en el ambiente, incentiva el slow fashion (moda lenta) y comparte outfits inspirados en Pinterest, pero que ella, o seguidores, crean con ropa americana.
“Quiero seguir creando conciencia no solo de reutilizar, sino incentivar el movimiento de moda lenta, que es la contraparte de la moda rápida, que es este consumo masivo de ropa que es básicamente desechable y que contamina un montón. Mi objetivo es poner el tema sobre la mesa. Que se hagan compras más conscientes. Así como se evita el plástico podemos evitar comprar ropa que no se necesita”, afirma.
Wendy empezó a hablar de ropa de segunda en Twitter. Ella enfrentó el tabú de aquellos que decían “que qué asco esa ropa, que es fea y que era de personas fallecidas”.
“En mi crianza y la de muchos a veces alguien compraba en americanas y la mamá decía que no dijera que se compró ahí. A mí me lo dijo mi mamá. A mí, al principio, me dio miedo hablar de esto por todo lo que la gente decía. Pero luego me empezaron a dar pelota. Yo dije que no había que tener asco: la ropa se cura, se desinfecta y está en buen estado”, dice Wendy, quien es una experta en buscar ropa en tiendas de ropa americana. Ella invierte horas cada vez que va.
“Yo invierto mucho tiempo en ir a buscar. Soy sincera cuando me preguntan cómo encuentro cosas bonitas: les digo que tengan mucha paciencia. La ropa no está seleccionada, ni acomodada por tallas. La prenda hay que probársela. Defiendo que en una americana se consigue, por lo menos, una prenda bonita”, agrega.
En el tema Wendy se ha convertido en toda una especialista. Identifica cuando en páginas de segunda venden piezas a un precio mayor o cuando comercian marcas populares de segunda como si fueran nuevas.
También reconoce que hay prendas que sí deben de tener un precio alto porque son vintage. Estas piezas vienen, incluso, de los años 40 y sus materiales son de alta calidad. Hay unas que incluso son de diseñador.
“Siento que en esta cuarentena se volvió algo muy recurrente ver tiendas virtuales de ropa de segunda, sobre todo en Instagram. He notado que hay algunos tipos de tienda de segunda. Hay algunas que van y seleccionan a la americana, pero hay otro tipo de venta de segunda que no viene de americanas, sino sale de su clóset. Me parece excelente, superbien que empecemos a reutilizar ropa de segunda”, explica Wendy, quien asegura que las tiendas de ropa americana han cambiado en los últimos años y que los precios se han disparado.
“Darle más valor a las prendas”
Yuliana Montero es propietaria de una de las tiendas que ofrecen, por Instagram, piezas que antes tuvieron otro propietario. Ella creó La chica de pelo rojo, propuesta que tuvo tan buena acogida, que ya cuenta con su local físico en Santa Ana.
Yuliana ofrece prendas de calidad que han sido minuciosamente curadas. Ella vende piezas que provienen de ferias (tipo mercado de las pulgas) que hacen en otros países y también otras que consigue en tiendas de ropa americana específicas a las que acude cada semana.
Pero el trabajo de Yuliana no termina ahí. Ella es diseñadora de modas y hay muchas piezas que modifica pero sin cambiar su estilo.
“Yo estudié diseño de modas y siempre me enfocaba en el área sostenible. Buscaba tener una visión más extendida sobre el consumo consciente. Siempre iba a americanas con amigas. Cuando viajaba iba a los tipo mercados de pulgas, que son como ferias. Iba y encontraba ropa tan linda, de mejor material y más valor.
“Una amiga me empezó a decir que abarcara ese mercado y lo mezclara con mis conocimientos de moda. Pensé en hacerlo para educar a las personas con un consumo razonable y ayudar a la economía, así como para evitar la moda rápida y darle más valor a las prendas. Ahí me tiré al agua”, cuenta Yuliana, de 31 años. Ya lleva cuatro en este negocio.
La chica de pelo rojo, como le conocen, dice que la experiencia vendiendo esta ropa ha sido “increíble” porque cada vez más personas se interesan en comprarla para hacer regalos. También hay clientes frecuentes que buscan un equilibrio en su armario.
Además de ser su negocio, Yuliana tiene como propósito promover el consumo responsable de ropa.
“Hago esto por las nuevas generaciones, no voy a ser engañada por industrias que sacan más de 40 colecciones al año.
“Antes comprar este tipo de ropa (de segunda mano) se veía como algo de la clase baja. Todavía hay personas que dicen que mejor no porque es de segunda y americana; cuando les explico que es un proyecto para evitar la moda rápida y tener mejor consumo, y que es ropa que curamos y tratamos para que se vea casi nueva, cambian de opinión. Es darle vida a las prendas”, insiste Yuliana.
Ella, quien trabajó para una cadena de tiendas de esas que reciben colecciones constantemente, continuó: “Busco que la gente deje de ser engañada con la moda rápida. Muchas personas no saben quién hizo su ropa. Se sabe que existe mucha explotación en esta industria (es sabido que en países tercermundistas muchas personas trabajan en la industria textil bajo explotación)”, añade.
En su negocio, Yuliana también busca ser socialmente responsable. Da empleo a dos personas: a una señora que perdió su empleo y que ahora lava y plancha la ropa que se vende en la tienda, así como a un señor que trabaja como mensajero haciendo las entregas de las prendas compradas virtualmente. También, en ocasiones otorga un porcentaje de las ventas a asociaciones.
“En una oportunidad el 10% de las compras se donaba a Territorio de Zaguates. La cuestión es hacer algo productivo. Mi papá me ha enseñado a dar”, agrega.
Volviendo a las prendas, Yuliana busca que cada cliente se sienta único tras su compra. Realmente es así, pues las piezas son únicas.
“Me gusta que las prendas cuenten una historia. Siento que a veces le pueden cambiar la vida y el ánimo a alguien. Siempre hay como 10 personas detrás de la prenda y solo una persona se la puede dejar”, dice.
Los precios de las piezas varían. Una pieza vintage, que tiene décadas de historia, puede ser más costosa por su calidad. Mientras que otra de segunda mano será más accesible. Los precios comienzan en los ¢5.000. El monto se elevaría hasta $100 cuando la pieza es de un diseñador, como fue el caso de un blazer de la casa francesa de lujo Christian Dior.
Tesoros para todos los tiempos
Marta Herrera de Ollé tiene un trabajo similar al de Yuliana Montero, y sus piezas podrían generar interés en compradoras como Wendy Soto.
Marta se convirtió en una cazadora de tesoros… por casualidad. Ella es la propietaria de la página de Instagram El ropero de Pina, una cuenta en la que ofrece prendas de segunda mano, principalmente vintage.
Hace más de tres años, cuando planeaba casarse e irse a vivir con su esposo, empezó a empacar y se topó con “una mina de oro”: su clóset estaba lleno de prendas y accesorios que llevaban muchos años guardados.
“Una cosa llevó a la otra. Mi esposo tenía casa y yo la mía. En la mudanza topé con cosas de todo tipo guardadas. Una vez fui a un mercadito en Barrio Escalante con algunas cosas y a las personas les empezó a llamar la atención. Ahí empezó todo. Ahora la gente compra. Es comiquísimo. Entre más vintage y más usada esté la pieza, la gente la busca más. Yo he vendido piezas con huequitos, pero claro, es un pañuelo de seda de 60 años. A la gente no le importa”, cuenta Marta, de 57 años, y quien ha ido vendiendo sus colecciones de pañuelos y accesorios, entre otros.
En su venta virtual de segunda mano, Marta tiene la misión de vender productos de calidad a precios asequibles. Así lo asegura. En su página es usual ver sacos, blusas y prendas variadas en los que se nota la calidad de los materiales. En este proceso, Marta también topó con la importancia de reutilizar para proteger el ambiente.
“Todos tenemos que tener esa conciencia. Si te encontraste un suéter, una bufanda, o unos guantes de segunda mano de material buenísimo, ¿por qué no usarlos y darle ese respiro al ambiente? Con esto podemos ayudarnos entre todos”, dice.
Las piezas que vende Marta, quien trabajó como productora de televisión, las empezó encontrando en su clóset. Su fama de vendedora creció y ahora, cada vez que una amiga se va a mudar, la llaman para que llegue a encontrar prendas que podrían tener una nueva vida.
“Lo que veo divino, me lo llevo. No vendo nada que no me guste. Busco calidad en los materiales y belleza. Tengo gente que trae muebles fuera de Costa Rica y me han llamado porque en un anticuario en Bélgica hay una caja de bisutería, que si quiero que me la traigan, que pesa seis kilos. Yo dije que sí y venía de todo: desde cosas buenísimas hasta otras para botar. Esto es cuestión de buscar. Es como buscar tesoros. Es como ir a una tienda, a un bazar. Toda la vida he andado jalando cosas”, cuenta Marta. Ella asegura que no busca ropa en tiendas americanas. Todo lo que comercia es porque la llaman, se lo ofrecen o ella descubre.
“Una amiga me trajo 200 piezas de Nueva York”, agrega.
Marta tiene todo un ritual para la selección de lo que se venderá en El ropero de Pina, sus conocimientos en moda la respaldan. Cada vez que una pieza llega a sus manos, la revisa detenidamente. Hace una curaduría. Con solo tocar, dice, sabe distinguir entre sedas, lanas inglesas y cualquier material de calidad que vale la pena adquirir.
“He visto piezas aquí en Costa Rica de diseñadores más conocidos que Chanel, Dior o Gucci, más finos a precio regalado. La gente se fija nada más en marcas y lo cierto es que hay marcas de marcas. Unas más exclusivas y otras comerciales”, comenta.
Todo lo que vende en su tienda es de ella, pues cuando algo le gusta lo compra. Lo único que tiene en consignación son algunos bolsos de marcas de lujo. Si se venden, ella ganará una comisión.
En el ropero virtual es usual ver prendas que lucen en buen estado a precios que van desde los ¢3.000.
“¿Sabe por qué vendo barato? Porque muchas veces yo consigo las piezas cómodas. Veo un clóset y les digo que les doy ¢1.000 o ¢2.000, etcétera. Para qué voy a desangrar a la gente. No es mi filosofía. A veces me gano ¢500. Lo que me interesa es que todo el mundo ande cosas lindas. Yo escojo, limpio, les echo antibacterial y luego plancho con una plancha industrial de vapor. Con eso mato todo. Las prendas hay que lavarlas porque no sabés quién las tocó”, explica Marta.
En esta experiencia de venta dice que “todo ha sido divino”. Ha ganado amigas y el proceso en sí “la ha llenado de satisfacciones”.
“Toda la vida he tenido jefe. He sido exigente con lo que hago. Esta es la primera vez que trabajo para mí misma. Es un ingreso que en este tiempo ha sido muy bueno. Dejé de trabajar en mercadeo de Grupo Moreno y justo a mi esposo le detectaron un tumor cerebral y gracias a estar en casa pude atenderlo. Este es un trabajo en el que recibo dinero, atiendo la casa, cuido a mi esposo en su recuperación y a la vez estoy trabajando”, confía Marta, quien es feliz sabiendo que las personas le dan una oportunidad a piezas de segunda mano y, mientras ayudan a combatir la moda rápida, se llevan “un tesoro” a sus casas.
En Instagram
Estas son las cuentas de Instagram en las que puede conocer más de estas tres propuestas.
@elroperodepina
@lachicadepelorojo
@devilwearssinai
