El teléfono privado de su curul sonó minutos antes de la votación. Una voz anónima le advirtió que si no abandonaba sus intenciones de llegar a la presidencia de la Asamblea Legislativa, una bomba detonaría en el plenario, donde permanecían ella y sus 56 compañeros.
La mañana transcurría con el ajetreo propio de cualquier 1°. de mayo en la Asamblea Legislativa, más una alerta explosiva que ella disimuló. Los nuevos diputados ponían cerrojo a las negociaciones de a quiénes le darían el voto para integrar el directorio legislativo del periodo 1986-1987, el primero de aquellos congresistas.
Entre los nombres que se debatían sonaba con fuerza uno en específico: el de ella, quien aspiraba a ser la primera mujer en ocupar la presidencia del Poder Legislativo.
Paradójicamente disputaba el puesto con otra diputada, limonense como ella, pero del partido de enfrente, el de la Unidad Social Cristiana.
A las 9:30 a. m. de ese jueves de mayo de 1986, el liberacionista Jorge Rossi se aprestó a iniciar la sesión, poquito tiempo después de que a ella, Rosemarie Karpinsky Dodero, la inquietara el timbre del teléfono que había en su escaño.
“La persona al teléfono me dijo que era contra los principios sagrados que una mujer tomara ese cargo (el de presidenta de la Asamblea Legislativa) y ante la amenaza de bomba solo había dos alternativas: pedir que la sesión se levantara y llamar a la seguridad del Congreso, o seguir. Entonces fue cuando se me ocurrió que era una falsa alarma y que me estaban poniendo a prueba para ver si esta mujer (se refiere a ella), que aspiraba llegar a ese puesto, aguantaba”, recuerda la exdiputada.
El brazo no lo torció; por el contrario, su idea de ocupar aquella posición al frente del Plenario se afianzó. Con algo de discreción informó a tres diputados sobre lo que sucedía pero también de su intención de continuar como candidata. “Estaba muerta del susto, asustadísima… pero firme. Es que a mi no me gusta tambalear. Si tambaleás, te caés”, subraya al referirse a aquella coyuntura.
La votación se realizó sin imprevistos y la balanza se inclinó a favor de Karpinsky. Obtuvo 30 votos frente a los 25 que sumó la socialcristiana Marcelle Taylor. En Cuesta de Moras no detonó ningún explosivo y la diputada de ascendencia polaca, marcó la historia parlamentaria de Costa Rica al ser la primera mujer en ocupar ese puesto.
“No había nada. Lo que quisieron fue sabotearme porque eso nos va a pasar siempre en la vida y a las mujeres más que a los hombres; por eso hay que plantarse. Te cuento que desde la víspera a la votación recibí mensajes y llamadas de compañeros que me decían que no iba a quedar, que no iban a votar por mí, que mis compañeros de fracción me iban a dar la espalda, que yo estaba engañada. ¡Cuántas cosas no me dijeron! Nunca tambaleé”, dice.
Mujer con temple
El carácter con que Karpinsky impregnó aquella decisión de seguir contra todo –y contra todos– es el mismo que ha definido las rutas por las que aún transitan sus vidas personal y laboral, y el que hizo que a sus 82 años sea la mujer que quiso y se propuso ser.
Sentada en la biblioteca del condominio para adultos mayores Verdeza, en Trejos Montealgre (Escazú), donde vive desde hace tres años junto a su esposo, el exsubcontralor de la República, Fernando Murillo Bonilla, Karpinsky repasa sus memorias.
Dice que desprenderse de su casa en Bosques de Lindora para trasladarse a vivir a Verdeza no fue una decisión sencilla, pero para ser consecuente con su pensamiento de que la familia debe permanecer siempre unida y ante la inminente necesidad de que su esposo tuviera cuidados propios por sus padecimientos médicos, entregó la propiedad a sus tres hijas para que ellas la administraran.
“Para ser justos con el pensamiento, la familia tiene que mantenerse unida siempre. ¿Cómo voy a estar yo allá (en su casa en Lindora) y él (su esposo) aquí (en Verdeza) solo? No se puede”, justifica sobre su traslado a ese sitio.
Para la mudanza se llevó consigo no precisamente lo necesario, sino recuerdos con gran valor sentimental que distribuyó con atino en el moderno y pequeño apartamento que la pareja escogió en el edificio de Verdeza.
A la entrada de su actual residencia ubicó un espejo de curioso diseño. Está en la pared que sigue al cruzar la puerta porque “la gente cuando entra a algún lugar le gusta verse cómo está”, comenta. Unos centímetros más allá, otra pared presume una gran obra del pintor costarricense Guillermo Porras que la enlaza con su niñez en Limón.
“Representa gran parte de mi vida y me remite a la infancia y a la apertura, porque ahí viví mucho tiempo (Limón) y no tenés el límite del horizonte sino del mar”, afirma.
Más allá hay otra pintura del costarricense Jorge Fajardo y otra del artista español Salvador Dalí, esta última se la trajo de España cuando fue embajadora en aquel país.
Textos bíblicos, libros de contenidos religiosos, una imagen de la Sagrada Familia que lleva a los oficios católicos que semanalmente se realizan en Verdeza y fotografías familiares son parte de los recuerdos que Karpinski cargó consigo.
Todo en su apartamento está celosamente ubicado y su presencia en el lugar la justifica el alto valor sentimental que le remite a un pasado exitoso que retumba aún hoy. En un espacio de la sala descansa un mueble donde conserva y exhibe parte de sus logros profesionales.
Las credenciales que le otorgaron el Tribunal Supremo de Elecciones y la Asamblea Legislativa cuando fue electa diputada de la República y presidenta de la Asamblea Legislativa y una medalla de 1989 que le entregó la Asociación de Exparlamentarios y Parlamentarios de Costa Rica reposan en algún compartimiento del mueble.
“Son mis tesoros (las credenciales) porque cuestan mucho y no son regalados. De vez en cuando me gusta verlos y tocarlos (los títulos)”, comenta.
En otro aposento de su apartamento guarda dos joyas que solía usar en actos solemnes durante sus años en la política: un búho en procura de la buena suerte y un fino rosario que “habla” de su cercanía de siempre con Dios.
De la academia
Rosemarie Karpinsky no acepta que haya llegado a la política por accidente, pues cree que para brillar en ese mundo necesariamente debe haber pasión y ella es una apasionada de la materia; pero tampoco admite haberse imaginado en puestos de poder político.
Siempre se vio como profesora, sin embargo, al crecer frente al mar de Limón, esa vista diaria a la inmensidad del océano la proveyó de gran apertura para abrazar las oportunidades que le llegaran y de una ambición profesional que la llevaría a recorrer rumbos entonces utópicos para una niña que, todas las mañanas, iba a una escuela pública donde compartía con los “negritos y negritas de Limón” y donde aprendió patois, y en las tardes, se preparaba en una institución privada de una compañía bananera donde laboró su papá y en la que aprendió inglés.
Con la brisa de la costa y el calor caribeño se erigió una mujer apasionada de la cultura, la música clásica, el arte, la lectura y el buen vestir. Una mujer determinada que, tan pronto como pudo, migró a la capital para iniciar sus estudios en Filosofía e Historia en la Universidad de Costa Rica (UCR).
Se formó durante la década de los 50 por grandes catedráticos (“verdaderas luminarias”, afirma ella) en lengua, filosofía y otras disciplinas que Rodrigo Facio y José Figueres trajeron de Europa, y en 1957 estelarizó su primer gran logro: convertirse en profesora de los nacientes cursos de humanidades de esa universidad, aún sin obtener su título profesional.
“Yo me esforzaba muchísimo por ser buena. No me había ganado el título todavía pero don José Joaquín Trejos (decano de esa escuela en 1957) me dijo que si le prometía sacar el título ese año me daba la oportunidad de dar clases y se lo prometí. Ese mismo año me gradué. Así que comencé desde muy pequeña –tenía 21 años– y me percaté de que dar clases era lo mío y lo sigo haciendo porque es una de las cosas más tonificantes para el ser humano, porque lo que das en conocimiento lo recibís; entonces paso aprendiendo todo el tiempo”, comenta.
Rosemarie fue profesora de historia antigua, medieval, moderna y contemporánea y de filosofía de la historia y política en la UCR, para una generación por la que pasaron estudiantes que años más tarde destacarían en la escena política local. Así, desde la academia fue como se comenzó a gestar su relación con la política.
“Aquella universidad de 57 al 80 tuvo estudiantes maravillosos, muchos de ellos llegaron a ser presidentes de la República, diputados, gente muy preparada… Es que no teníamos una ideología, no adoctrinábamos a los estudiantes, lo que hacíamos era enseñarles porque el conocimiento empodera si es correcto y es bueno”, considera Karpinsky.
Entre esos estudiantes que ella formó estuvo el dos veces presidente de la República Óscar Arias Sánchez, a quien Karpinsky instó, como al resto de los alumnos, a siempre buscar la verdad porque a su criterio “no existe una verdad porque esta es relativa a los tiempos, de lo contrario las personas se harían fanáticas”. Eso fue lo que procuró siempre con las generaciones de estudiantes que pasaron por un aula suya entre 1957 y 1990, cuando se retiró, temporalmente, de la docencia.
El vínculo académico con Arias impulsó la llegada de ella a la política local. “Él (Arias) me preguntó una vez que por qué no venía a trabajar en la política y yo le dije que qué iba a hacer yo ahí y la respuesta de él fue contundente: ‘En una clase vas a influir en 80 estudiantes, pero en un puesto político vas a influir en todo el país’. Me dije que ese hombre tenía razón y me metí con la política desde los 80”, resume con su voz tranquila y pausada.
Asumir un protagonismo político representaba una batalla más que librar. Ahora debía ir hacia adelante para un nuevo reto: el de cómo se hacía política.
En esa coyuntura recordó las incontables ocasiones que Rodrigo Facio les subrayaba en su época de estudiante que la universidad era la Patria en pequeño. “Nos decía que era en la universidad donde nosotros debíamos ver qué Patria queríamos y eso fue un mensaje poderosísimo porque de ahí salieron muy buenas personas para el Gobierno, aprendimos a ver a la universidad de esa manera y a entender que lo que ahí hacíamos era para Costa Rica, entonces me inicié con ese pensamiento”, asegura.
Se interesó entonces por un mundo que antes veía de reojo pero que, aún así, le apasionaba. “Es que la política sin pasión no es nada. Es más, la política es pasión y hoy día se ha perdido pasión por la política y por eso nadie quiere ser político. Uno tiene que enamorarse de hacer cambios para un objetivo concreto, el mío era empoderar a las mujeres porque siempre sentí que a nosotras nos costaba mucho hacer las cosas, no nos dejaban… A mi me costó mucho estudiar porque no era bien visto, había que cocinar, por eso detesto la cocina”, dice de forma tajante.
Fue a esa altura cuando se abocó a aprovechar su propia brecha para lograr que otras avanzaran. Lo hizo aceptando la invitación de Óscar Arias de ocupar el tercer puesto de diputada por la provincia de San José, en las elecciones de 1986.
Aquella posición le aseguraba su llegada al Congreso de un país dominado por el bipartidismo, pero para poder ejecutar sus planes era necesario que el Poder Ejecutivo también quedara liderado por Liberación Nacional. Fue ahí cuando Rosemarie Karpinsky comenzó a “chancletear”.
Junto al ‘Chunche’ Montero
“En política, chancletear es lanzarse al pueblo e ir casa por casa a contarle a la gente qué es lo que se quiere hacer por ese pueblo. Me tocó chancletear en Alajuela y yo no conocía mucho esa provincia, entonces le pedí ayuda a una persona muy querida en Costa Rica”, relata con gracia.
El futbolista Mauricio ‘El Chunche’ Montero fue quien acompañó a Karpinsky a chancletear. Ambos les contaban a la gente en una visión más simple lo que querían hacer por y para ellos. “Me di unas chancleteadas en esas elecciones que me decían que me quitara los tacones porque íbamos por calles, lodazales, por todos lados”, reitera con humor.
Las chancleteadas sirvieron para que el Liberación Nacional continuara en el poder de 1986 a 1990 y –como era lógico– los votos le alcanzaron a Karpinsky para llegar a la Asamblea Legislativa en el mismo periodo.
Arribó a la presidencia con el reto de demostrar que la vida académica que le antecedía era una herramienta vital para alcanzar consensos y dinamizar la forma en cómo se venían haciendo las cosas en el primer poder de la República.
Como diputada se planteó llegar a la silla presidencial del Plenario en el mismo año en que debutó como política. Reconoce que esa aspiración no le resultó fácil porque lograr que votaran por ella para ese puesto en el Directorio Legislativo fue lo más retador, incluso por encima de la gestión en sí.
Para convencer a sus compañeros hizo lo que acostumbra hacer cuando aspira a algo: prepararse y demostrar con conocimiento su idoneidad. “Las cosas nunca te llegan gratuitamente, hay que trabajar por ellas, demostrar que las cosas se pueden hacer, que conocés y sabés y luego echarse al agua porque en el periodo anterior al mío lanzaron una candidata femenina al puesto de la presidencia del Directorio y no votaron por ella, ni siquiera sus compañeros de bancada. ¡Qué injusticia! Eso fue durísimo”, refiere Karpinsky.
El aplomo y conocimiento que mostró la llevó a ese puesto muy a pesar de la apremiante llamada telefónica que le agitó aquella mañana en que fue elegida.
Se preocupó por presidir el Plenario con un liderazgo que no solo involucrara temple e inteligencia, sino un componente emocional que nunca hubo ahí por el histórico mandato masculino que había tenido esa posición.
“Aún creo que la presidencia (del Directorio Legislativo) tiene que ejercer un liderazgo muy inteligente y debe tener un sello emocional. Es que hay que saber tratar a la gente porque los que están ahí no son tus enemigos, ni están ahí para boicotearte; están ahí para que les pidamos sus aportes, entonces hay que motivar: que si quieren presentar un proyecto, darles el chance de que lo lleven y ayudarles; saber intercambiar un proyecto por otro; pedir el voto para esto y darle el voto para esto otro, siempre que sea en favor de país y sin violentar tus principios y los de la democracia”, enfatiza.
Así condujo los 12 meses que tardó su gestión. Prefería el consenso a las discusiones y se preocupó por una comunicación fluida con todas las agrupaciones políticas que convivieron en aquella Asamblea Legislativa (las de Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana y las agrupaciones de izquierda Pueblo Unido, Alianza Popular y Unión Agrícola Cartaginés).
“Es que nunca he sido de pelear. Vieras qué pereza me da a mi pelear. Es aburridísimo. ¿Para qué pelear cuando se pueden llevar buenas relaciones?”, manifiesta.
Pero también hubo algo de astucia en ello. Recuerda que cuando llegó por primera vez al Congreso una funcionaria le contó una curiosidad. La invitó a mirar alrededor suyo y a observar a todos los legisladores con sus esposas o esposos y tras el vistazo le dijo que en cuatro años la mitad de esas parejas estarían divorciadas.
“¿Pero cómo? ¿Por qué? Me preguntaba yo”, cuenta.
Fiel a sus principios de que la familia siempre debe permanecer unida, usó el ingenio para involucrar a las parejas de los diputados en algunas actividades de ocio, y ajenas a la labor política.
“Ideé hacer fiestas para ellos y sus parejas, entonces así me gané a las esposas, todas eran amigas mías, pero también así buscaba un ambiente conciliador entre ellos y sus familias y en la labor legislativa de cada uno. Es que la conciliación para mi fue fundamental en aquel momento, y lo sigue siendo. Yo no tuve dificultades con ningún diputado, ni siquiera con Humberto Vargas Carbonell que era el más rebelde de izquierda, los dos habíamos sido íntimos amigos en la universidad y nos conducimos muy bien en la Asamblea Legislativa. La izquierda de aquella época me respetó porque ellos sabían que yo sabía lo que ellos sabían. Es que lo sigo diciendo: hay que estudiar y demostrar lo que sabés porque la ignorancia es la debilidad más grande que uno tiene”, considera.
En medio de esa camaradería que procuró entre los 29 diputados de Liberación Nacional, los 25 de la Unidad Social Cristiana y los otros tres legisladores de partidos de izquierda, Rosemarie Karpinsky puso a caminar el Plenario al ritmo del programa de gobierno de Arias. “La ruta era mujer, trabajo, techo y paz. Los tres primeros temas los debíamos impulsar desde el Congreso y el cuarto lo trabajó Óscar solo”, explica a casi tres décadas de su paso por la Asamblea Legislativa.
En esa línea, detalla que sus principales logros durante el año en que presidió el Directorio fueron la traída al país de empréstitos a muy bajos intereses por $380.000 para dedicarlos a la producción y generación de empleo, así como la ley de creación del Banco Hipotecario de la Vivienda que aprobó con los votos socialcristianos.
Pero no todo fue así de fácil. Debió tramitar proyectos de ley complejos que generaron la repulsión de algunos sectores sociales y de incluso diputados. El que más precisa fue el de la pesca de atún en el Pacífico Oriental.
“Era del periodo anterior (de los diputados de la administración previa) y me lo pusieron digo yo que sin mucho cariño, más bien con un poquito de odio. Fue ese de la pesca del atún en el Pacífico Oriental, un tema que durante todo el periodo anterior había divido a la Asamblea y no lo pudieron sacar de un lado ni de otro y me tocó a mi en el primer lugar de la orden del día. Aquella discusión fue terrible porque estaba el grupo que decía que era inconstitucional y el otro que reconocía las ventajas que iba a traer al país. Pasó un mes y eso no avanzaba y no podía pasar más proyectos porque estaba ese atascado y entonces busqué a los mejores constitucionalistas del país y me cercioré de que el proyecto no fuera inconstitucional y hoy lo puedo afirmar porque nadie ha demostrado lo contrario y me fui adelante con eso”, explica Karpinsky.
Cuando documentó toda la información y se convenció a sí misma de que el proyecto no era inconstitucional, anunció que la ley se votaría y que solo eran necesarios 29 votos; es decir, la fracción completa de Liberación Nacional.
Se topó con lo inesperado: un diputado de su bancada decidió no darle el voto al proyecto y eso la obligó a buscar ese voto con otros partidos.
“Uno de los míos (de Liberación Nacional) votó en contra pero un amigo mío de otro partido político a quien convencí de que el proyecto no era inconstitucional votó con nosotros y lo pasamos. Fue lo más duro y triste que enfrenté ese año. Me dolía que me lo hubieran dejado ahí porque no valía la pena y perdimos un mes en eso. Pero todo nos fue saliendo bien”, analiza ahora.
Con el final de su legislatura en la Asamblea Legislativa, Karpinsky siguió vinculada al partido verdiblanco pero desde la diplomacia.
De la diplomacia a la papeleta presidencial
Fue embajadora de Costa Rica en Israel, España y el Vaticano. “Todas maravillosas”, pero en 1997 recibió una invitación para regresar a la política local. José Miguel Corrales, el diputado liberacionista que en el 86 le había negado el voto para la pesca de atún en el Pacífico Oriental, le propuso acompañarlo a él en la fórmula presidencial para las elecciones nacionales del 98.
“No quería venir, estaba en España, pero don Miguel me llamó y me dijo que iba a ser bonito, interesante y yo ya tenía cuatro años en España y le dije a mis tres hijas y a mi esposo que era suficiente, que nos viniéramos a ver si podíamos hacer algo. Fue linda la campaña, chancleteé montones pero nos faltó (Miguel Ángel Rodríguez ganó ese proceso electoral). Faltó equipo. En política hace falta mucho el equipo y creo que yo llegué un poco tarde porque me vine de España en noviembre y las elecciones eran en febrero”, sostiene.
Concluida esa coyuntura y con la derrota al hombro, Rosemarie Karpinski se desapareció del mapa político a pesar de la meteórica carrera que había protagonizado por poquito más de una década.
¿Por qué se alejó de la política tan silenciosa?, le cuestiono.
Guarda silencio por unos segundos, quita su mirada de mi vista y consulta con voz entrecortada: ¿Debo decírselo?
Le sugiero un sí.
Respira profundo, se ubica en el tiempo y comienza: “Estamos en el 98, hace 20 años… Hace 20 años tuve un impacto en el cerebro, una isquemia, que me causó un vértigo por mucho tiempo. Trabajé mucho en la campaña del 98 y quedé muy deteriorada y eso afecta la salud y me afectó la mía. Fui donde un audiólogo y me dijo que no era de los oídos; me mandó a un neurólogo y sí era neurológico: una aorta se me había llenado de costras, entonces la sangre no pasaba fluidamente. Tenía que atenderme. Pasé mareada dos años y después de ese lapso el neurólogo me dijo que no estaba tan mal como para estar así y me remitió a un psiquiatra.
”Me fui al psiquiatra que sigue conmigo y él me dijo que íbamos a trabajar. En el proceso halló que yo tenía un sentimiento de culpa porque no habíamos ganado las elecciones del 98. Me culpé, aunque trabajé mucho, me culpé. Uno no sabe cuando le cae una culpa pero es como tener sobre sí una piedra gigantesca. Nunca se culpen de nada, yo tenía un montón de culpas que me estaban matando”, remata la primera presidenta de la Asamblea Legislativa.
Dice que tuvo ofrecimientos para retornar a la arena política, pero al mismo tiempo que convalecía fundó un curso (Cátedra de Actualidad) en el Country Club que aún mantiene y donde cada jueves recibe a más de 40 mujeres para discutir los aconteceres nacional e internacional y de hacia donde se encamina el mundo.
“Empiezo a poner en contexto lo que está pasando, que yo llamo a eso comprender la historia, porque de nada vale saberse todos los nombres de los personajes que hay en la escena política y económica mundial sino entendemos lo que está pasando. Los grandes ríos de la historia son las corrientes de lo que pasa hoy y de lo que se proyecta para el futuro. Ese ejercicio lo hacemos mucho con mis estudiantes”, dice sobre su labor actual.
Esos ejercicios de estudiar con lupa la realidad mundial la han convertido en férrea oponente y crítica de hierro en temas como la inteligencia artificial, la manipulación genética en China, los nacionalismos extremos y los asuntos nucleares.
“Le tengo mucho miedo a la inteligencia artificial desbordada que incluye desde las redes sociales hasta los experimentos que se están haciendo en el mundo. No soporto la manipulación genética de bebés en China, eso tiene que regularse, porque no podemos dejar que la inteligencia humana que siempre nos ha dado cosas positivas llegue a generar niños a su antojo. Hay que abordar más allá de la globalización y los nacionalismos extremos como los de Venezuela y está el tema nuclear que no está resuelto y que lo tenemos ahí amenazante para la humanidad. Tampoco quiero que hayan dictaduras digitales porque las puede haber. Los que manejan celulares y muchas otras cosas relacionadas con la tecnología pueden promover una dictadura digital porque tienen el conocimiento de todo . Ya hay dos Internet, por ejemplo, uno en China y otro en Estados Unidos. Tenemos que educar mejor a la gente”, enfatiza Karpinski.
Sin pensión de lujo
Con el delicado estilo que siempre la caracterizó y que no abandona aún hoy, a sus 82 años, Karpinski celebró que el Congreso sea liderado por tercera oportunidad por una mujer, criticó la forma en cómo se hace la política hoy y urgió de un mayor involucramiento de los jóvenes en esa escena.
También se aplaude así misma, se felicita y se dice orgullosa de que sus hijos, nietos y bisnietos nunca encontrarán su nombre en los pensionados de lujo de este país, porque aunque tuvo la posibilidad de serlo, puso su mística de por medio.
“Claro que las pensiones de lujo se deben regular, pude haberme pensionado así, pero viendo en mis principios yo decía que no había cotizado para un salario de esa categoría. He trabajado 38 años en la UCR, y otros 20 pero no es para ese salario. Entonces para mis hijas, mis nietos y mis bisnietos, la madre, la abuela y la bisabuela no está en la lista de pensiones de lujo. ¡Bravo por ella, y me aplaudo por eso, porque estar ahí es una tentación muy grande para muchos!”, remata.
Karpinsky sigue siendo liberacionista, pero ya no se considera una mujer de partido. Aún así, dice que Liberación Nacional se debe remozar porque la solidez de una democracia está directamente relacionada con la calidad de un partido político y para ello es necesario un mayor involucramiento de las nuevas generaciones.
De ahí justifica que el multipartidismo actual “no le estorba” pero que sí requiere de una mayor negociación en el Congreso. Tampoco critica a los partidos cristianos. “Tienen derecho a hacer sus campañas, pero la política y la religión son dos temas diferentes. Yo no mezclaría mi devoción por el cristianismo con la vida de mi partido. La religión la quiero para que me de principios y para que me enseñe a tomar decisiones correctas y sanas”, concluye.