Me subí a un autobús luego de casi seis meses de no hacerlo. Iba con susto, no lo puedo negar. Con la mascarilla puesta y armada con una botellita de alcohol en gel, me dispuse a salir al mundo después de no tener mayor contacto humano durante todo este tiempo.
En casa tengo todo bajo control, los lavados de manos son constantes, la limpieza es profunda con cloro y desinfectante; pero en la calle no iba a ser así y en medio de la preocupación decidí salir al igual que muchos costarricenses lo hacen a diario por la necesidad de trabajar (yo lo hago desde la casa desde que comenzó la pandemia), pero tenía que saber cómo se comportaba San José, la capital, durante esta fase de reapertura económica y social.
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Pasó el bus. Venía relativamente vacío, tal vez con unos 10 ocupantes. En el camino se llenó, eso sí, todos sentados y a mi lado un espacio vacío. Delante de mí iba una mamá con su hija de no más de un año, sin mascarilla y tocando las ventanas, los asientos...
Ya en San José centro esperaba que no hubiera mucha gente, después de todo el feriado del 15 de setiembre se había trasladado al lunes como una de las medidas del Gobierno para reactivar el turismo nacional; sin embargo, la capital, como siempre, era un mar de gente. Se sentía inquieta, ajetreada, como si la vida no hubiera tenido un cambio drástico este 2020, un cambio para el que no estábamos preparados y con el que hemos ido aprendiendo a lidiar poco a poco. San José, sinceramente, era la misma que recordaba desde antes de marzo, solo que ahora usa mascarilla.
Me sorprendió ver la mayoría de los comercios abiertos sin distingo de su actividad. Barberías, sodas, tiendas de ropa, supermercados, zapaterías, panaderías, carnicerías... todos por igual. Supongo que debido a los cierres de los últimos meses los comerciantes querían aprovechar un día libre para vender, para conseguir clientes aunque tuvieran que pagarle a sus empleados el día doble por ser feriado.
El sol estaba fuerte, hacía mucho calor. Caminé los primeros 200 metros y una imagen me golpeó los ojos. Un joven de acaso 20 años tomaba con desesperación -literal, cual si fuera la última Coca-Cola del desierto- un refresco en una bolsa plástica, algo así como aquellos apretados que vendían las vecinas del barrio. El joven tenía su mascarilla en el cuello, estaba de pie en medio del bulevar que da al parque Central y se veía satisfecho. ¡Entré en pánico!
Solo pensé en cómo una persona podía tomar un fresco en esas condiciones y en este momento donde una de las enfermedades más contagiosas y letales de la historia nos ataca: mientras bebía, desprovisto de su máscara, multitud de personas pasaron casi rozándolo.
Luego, más adelante divisé al proveedor de los dos minutos de refrescamiento de aquel muchacho. Un hombre de tez morena empujaba una especie de carrito que llevaba cargado con las bolsas amarradas a la perfección con un nudo. La carretilla estaba ajustada hábilmente con una hielera llena de agua fría, adentro tenía lo que parecían ser frescos de cas, mora, guanábana... en medio de aquel calor josefino y feriado, aquello se veía como un oasis.
“Con lo que vendo pago el alquiler y para la comida. Tengo dos hijos que cuidar. Los frescos los hace mi esposa”, contó brevemente Bernardo Iglesias, de 58 años y quien solo tiene este medio de generar dinero para mantener a su familia. Lo dejé seguir con su trabajo, ese que realiza durante más de ocho horas caminando en círculos en el centro de la ciudad y bajo el sol abrasador o la constante lluvia de los últimos días.
Ofertas de moda
Andar con mascarilla en la calle es algo incómodo, ya sea por el sudor o por el calor, pero creo que lo más difícil es no poder ver los rostros de las personas porque con una reacción uno se puede percatar de a cuáles son las intenciones de los demás.
Ahora parece que todos ocultamos algo.
Cada vez que me le acerqué a una persona para preguntarle sobre su día, recibí un sobresalto como respuesta. No nos vemos a la cara y eso genera desconfianza. Yo, que me considero una persona amable y que la mayor parte del tiempo sonrío cuando hablo con otro ser humano, me sentí realmente mal cada vez que me respondían con desdén al “buenos días".
Entendí que no era nada personal, pero igual es muy complicado eso del distanciamiento (no el físico) entre las personas, más para los ticos que somos tan dados a ser confianzudos.
El camino me llevó a la plaza que está frente al edificio de correos, ahí tenía que esperar al fotógrafo Alonso Tenorio, quien me acompañó a retratar el rostro con mascarilla de San José. Cuando iba hacia el punto vi más comercios abiertos, vendedores ambulantes cargados con mascarillas, caretas de plástico, pañuelos típicos (por aquello del 15 de setiembre), anteojos para el sol, lotería, medias, cargadores para teléfono y audífonos.
Las ofertas de temporada son esas, justamente. Caretas a tres por ₡3.000. Mascarillas a ₡1.000, con doble forro a ₡2.000. Combo de mascarilla y careta a ₡2.000.
“Me ha ido bien con las ventas, aquí estoy desde las 10 de la mañana más o menos. La gente ya casi no compra caretas y busca las mascarillas más por el diseño que por otra cosa, se van directo a buscar algo que les guste”, comentó Anny Solano, de La Aurora de Alajuelita, mamá de cuatro hijos y quien aprovechó el día feriado para irse a vender sus productos a San José porque una corazonada le dijo que iba a ser un buen día.
“Hoy es un día normal, como han venido siendo las últimas semanas. Hay mucha gente en la calle porque ya nadie quiere estar encerrado y además hay que trabajar, hacer mandados. San José ha estado muy movido", agregó.
Ofrece sus productos a viva voz. Hace un esfuerzo físico, toma aire, hincha su pecho y grita en una lucha que libra con los otros vendedores ambulantes para conquistar a posibles compradores. La voz de Anny se une a los pitos de carros, sonidos de semáforos y el barullo de la gente para formar algo así como la banda sonora de una ciudad que busca reactivarse.
Con esos sonidos que bien podrían considerarse escándalo, no faltaron los músicos que trataban de animar el corre corre de las personas que transitaban la capital. Porque lo que sí queda patente es que todos andan apresurados, desconfiados en su mayoría.
Más adelante, a un costado del Banco Central la música dulce de un arpa atrajo nuestra atención. Fue algo extraño ver un hombre tocando este instrumento tan particular. El sonido que nos contagió era ejecutado por el colombiano Édgar Rodríguez, quien desde hace 11 años vive en Costa Rica.
Su trabajo formal es como músico profesional, pero la pandemia lo afectó, al igual que a muchos artistas costarricenses y las presentaciones fueron canceladas. Ahora su escenario es algún rincón alejado del sol en el bulevar de la avenida central.
La mayor parte del tiempo su música pasa inadvertida y el recipiente que tiene para recibir algunas monedas está vacío. “Estos tiempos son difíciles para todos, la gente no tiene plata, sale solo a lo necesario, las tiendas abren pero no es que estén llenas”, explicó el músico con un exquisito acento colombiano que, pese a la mascarilla, se le notó.
Es padre de dos hijos y mantiene su casa, se quedó sin trabajo pero sigue pulseándola varias horas en la calle con el fin de lograr algo para llevar al hogar. En medio de su tarea agrega, con un sentido del humor envidiable, que si no consigue recolectar “una platica”, al menos usa su talento para alegrarle la vida a los demás en estos tiempos en los que no se ven las risas.
Movimiento
Las calles de la capital se ven más limpias. Casi no hay colillas de cigarro en los caños. La gente se mantiene distanciada.
La algarabía de los que van y los que vienen, las paradas de los buses llenas, las personas con bolsas de las compras; es en realidad un día normal, pese a la nueva normalidad.
Este 14 de setiembre hubiera sido muy diferente porque las calles josefinas habrían estado repletas de personas mirando los desfiles para conmemorar los 199 años de Independencia de Costa Rica, pero en cambio lo que se vio fue una ciudad tratando de revivir, de reactivarse tanto en lo económico como en lo social.
Los establecimientos han cambiado en sus funciones de atención al público. Es normal ver botellas de alcohol en gel en las entradas de las tiendas, en la mayoría hay una persona tomando la temperatura de quienes vayan a entrar a los comercios y comprobando que dentro de los lugares todos usen mascarilla.
Las reglas son muy claras y en casi todos los comercios luce un pequeño pero visible rótulo de la Municipalidad de San José que certifica que el lugar cumple a cabalidad con las medidas estipuladas por el Ministerio de Salud para poder operar y resguardar la salud de empleados y clientela.
Hojas de papel con mensajes como: “Solo puede entrar una persona sin acompañante”, “Atendemos al 50% de capacidad”, o mesas y sillas “clausuradas” son la tónica en los comercios.
Entré a un par de tiendas a ver zapatos y ropa. Cada vez un empleado se me acercó a una distancia prudente para ofrecerme alcohol con el fin de sanitizar mis manos y de paso comprobar que no tenía calentura. Me sentí protegida todo el tiempo, aunque no dejaba de mirar y caminar con algo de miedo a la enfermedad, mas no a las personas.
Había una parada obligatoria en este recorrido por el corazón de San José: el Mercado Central. La primera imagen fue descorazonadora porque la entrada principal -la que está en la avenida central- nos recibió con cortinas de metal abajo. Los primeros negocios de esa entrada estaban cerrados, se veía oscuro y frío, pero en el camino caímos en la realidad de que tal vez era por el día feriado.
Antes de entrar en el mercado hay dos dispensadores de alcohol en gel que se activan con un pedal, así que no hay necesidad de tocar nada. Muy buena idea.
Ya adentro vimos algunas sodas abiertas, eso sí, cada una tenía ciertos espacios cerrados porque deben atender solo a una cantidad específica de comensales. “Pase, mami. Aquí hay campo”. “Venga, la atendemos, ¿va a almorzar?”.
Los puestos de verduras, las carnicerías e incluso las tiendas de mascotas están abiertas porque son considerados servicios de primera necesidad. No toparon con la misma suerte algunos otros lugares como las ventas de artesanías; sin embargo, el Mercado sigue con trabajando con la mayor normalidad que se puede.
“En el Mercado los negocios que más se han visto afectados son las sodas y restaurantes porque no ha estado así como que buenísimo. En nuestro caso las plantas medicinales se han vendido mucho porque las personas vienen a buscar cómo fortalecer su sistema inmunológico o subir las defensas. Vienen mucho a comprar eucalipto y ciprés”, explicó Junior Araya del Yerberito Central.
El comerciante dice que no ha cerrado ni un solo día de la pandemia, ya que el local cuenta con un permiso de funcionamiento que le permite tenerlo abierto. Y aunque es pequeñito, apenas para las matas, raíces y cuanta cosa uno se imagine con el fin de tratar naturalmente cualquier padecimiento (desde los piojos hasta el mal de amores), cuenta también con su propia pila con el fin de lavarse las manos y quienes lo atienden usan su respectiva mascarilla.
Costa Rica trabaja y se cuida
La fase de reapertura controlada que ejecutó el Ministerio de Salud desde el 9 de setiembre mantiene cerradas las actividades de concentración masiva como los eventos artísticos; empero, las calles de San José son un centro de reunión de cientos y cientos de personas diariamente, claro está que transitan y lo hacen en un espacio abierto.
De eso se trata esta nueva etapa, de que los costarricenses salgan a trabajar, de reactivar los negocios y la economía. ¿Pero cómo viven los comerciantes en la capital esta etapa?
Una de las estampas que tal vez los ticos recordemos sobre San José centro es la de las flores que adornan el paso en la avenida central, a un costado del Banco de Costa Rica. Se trata de la floristería La Central que desde hace 20 años se ubica en ese lugar.
“La reactivación no se ha sentido, la gente anda en la calle porque se ve, pero el negocio no repunta”, narró Francisco Umaña de La Central, mientras preparaba delicadamente un ramo de rosas.
Umaña cuenta que los alrededores de su floristería son como si fuera un barrio de algún cantón. Los comerciantes se apoyan y se ayudan entre sí, se organizan a fin de salir adelante juntos, pero todavía falta mucho por lograrlo.
“Ahorita usted ve un montón de gente en la calle, pero ya como a las cinco de la tarde esto está pelado. La municipalidad está pendiente de que se cumplan los protocolos en los vendedores estacionarios, pero igual hay mucha irresponsabilidad por parte de muchas personas que vienen a San José, algunos hasta se molestan cuando se les pide que usen la mascarilla”, agregó.
Las flores no son un artículo de primera necesidad, así que el negocio de La Central se vio afectado con los cierres anteriores y ahora intenta que tome un nuevo aire. “Estamos como a un 70% del trabajo, pero si las flores no se venden se tienen que botar, no es algo que podamos conservar por mucho tiempo", explicó Umaña.
En la otra cara de la moneda está un negocio catalogado de primera necesidad. Llama la atención ver una carnicería en plena avenida central, la verdad creo que es la única por esos lados. Pero en medio de tiendas de ropa se erige El Novillo de Oro, que atiende a sus clientes en esa sucursal desde hace tres años.
“Las ventas sí han bajado pero por la afluencia de la gente a San José. Ahora que están viniendo más personas se va recobrando un poco”, comentó Juan Rivas, administrador del local.
Alcohol en gel y el uso de mascarillas son necesarios para entrar al lugar donde se mantiene una atención para unas cinco personas por turno, ya que el lugar no es grande. Todos los empleados utilizan mascarillas, guantes y gorras para cumplir con los protocolos.
Un negocio que ha tenido que mutar en los últimos meses es la tienda Ekono. Ya antes habían agregado a la ropa y zapatos que venden por tradición algunos otros artículos de cuidado personal y hasta comestibles; sin embargo ahora lo que destaca en la góndola de la entrada en la tienda de la avenida central son alcoholes en gel, alcohol, jabones y mascarillas.
La subgerente del local recibe a los clientes en la puerta; ella junto a un compañero de seguridad confirman que dentro del establecimiento solo haya un total de 20 personas (en los dos pisos) incluyendo a los trabajadores de la tienda.
Toman la temperatura y suministran gel a cada persona que ingresa al lugar. “Aquí viene mucha gente porque también ofrecemos el servicio de pagos de servicios públicos, pero la gente que viene a comprar ropa lo sigue haciendo. Las ventas de ropa interior han subido, tal vez las personas quieran cambiar con más regularidad esas prendas para cuidarse”, explicó María Ibarra, subgerente del negocio.
Las opiniones están divididas, la señora que vende lotería quiere que esto acabe pronto, el hombre de los lentes para sol afirma que va a costar mucho y que aún habrá que esperar bastante tiempo para que la situación termine, aunque cree que la vida sí va a llegar a retomarse como la conocíamos. Muy en el fondo todos guardan un halo de esperanza.
En medio de todo y de tanto, el tico busca cómo salir adelante. Mientras tanto, la capital atestigua cómo sus parques siguen cerrados, que ya no hay gente tertuliando en los bajos de la antigua Monumental y las palomas son las dueñas y señoras de la plaza de la Cultura.
Pero vive, San José lo hace, el país lo hace, nadamos contra corriente, pero con la esperanza de llegar a la orilla sanos y salvos.