Virgilio Vidor se enamoró de Costa Rica sin conocerla. En los años 60, aquel joven italiano tenía la fortuna de vivir en el pueblito costero de Fregenae, frente al mar Tirreno, pero a sus oídos seguían llegando noticias de la belleza de un paraíso centroamericano.
Fue así cómo empezó a soñar con conocer esta tierra algún día y pronto empezó a imaginar la posibilidad de vivir acá. Esta ilusión la compartía con su hermano menor Giuseppe, así que los dos hablaban por horas de ese sitio lejano que no se podían sacar de la mente.
“Yo estaba enamorado de Costa Rica, sin conocer, porque había conocido un montón de amigos y amigas costarricenses allá en la Embajada en Roma, y me hablaban mucho de Costa Rica. En ese entonces éramos todos hippies, así que en nuestra mente pensamos que nos íbamos a ir a vivir todos a la Isla del Coco”, recuerda entre risas Vidor.
A finales de 1972, cuando tenía 24 años, por fin su sueño se hizo realidad. Entre los dos hermanos convencieron a sus padres de dejar su natal Italia y enrrumbarse todos juntos a este pedacito del istmo e instalarse aquí.
“Logramos convencer a nuestros padres. Ellos fueron padres excepcionales y aceptaron hacer lo que sus hijos querían. Cualquier otro hubiera dicho que estábamos locos y que cómo nos íbamos a venir a Costa Rica. En esa época era difícil hasta telefonear entre Italia y Costa Rica, imagínese, ellos se preocuparon de que seguramente no iban a ver más a sus muchachos y entonces nos vinimos todos. Fue una aventura de locos”, relató.
“Cuando llegamos a Costa Rica me encantó, era mejor de lo que yo esperaba, ya son 50 años de estar aquí”, resaltó Vidor, quien en la actualidad tiene 73 años.
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Tras permanecer un tiempo breve en San José, pronto la familia se instaló en playa Panamá, en Guanacaste, donde adquirieron una finca en la cual Virgilio pudo explorar la otra gran pasión de su vida: la investigación de la uva.
Su familia en Italia, en especial por el lado paterno, estaba asociada al cultivo de esta fruta y la producción de vinos por lo que era natural que trataran de explorar las posibilidades la uva en su nuevo hogar. “La familia de mi papá trabajaba con uvas y yo a veces les ayudaba. Aunque la familia de nosotros tenía otras actividades, siempre estábamos metidos con la uva. Las familias en Italia son extendidas, no son nucleares, ahí todo mundo es familia: los primos, tíos, abuelos, todos”, contó.
“Lo primero que hicimos fue sembrar una mata de uva de diez variedades que habíamos traído de Italia, la importamos de forma correcta, con toda la certificación y más bien casi se muere por toda la burocracia del aeropuerto, pero así empezó todo. Incluso se interesó el presidente de la República de entonces, Daniel Oduber, y el ministro de Agricultura, Hernán Garrón”, detalló Vidor.
Uno de los aspectos que más le llamaba la atención a Vidor era el descubrir las razones por las que no había sido viable el cultivo de la uva, a largo plazo, en esta zona tropical.
Pronto su investigación llamó la atención de entidades internacionales, incluidas universidades de California. Así, la finca familiar se convirtió en una especie de centro experimental para ver la adaptación de las uvas y realizar experimentos con al menos 350 variedades de ese fruto para tratar de encontrar o crear un tipo que se ajustara a las condiciones de la región.
“De ahí sirvieron tres o cuatro tipos, pero valió en especial para descubrir la existencia de una enfermedad terrible de la uva en Costa Rica, lo que explica porqué durante 500 años no se ha podido hacer de manera sostenible”, explicó.
A partir de ese hallazgo, el trabajo se concentró en crear híbridos con la uva silvestre, debido a que esta es resistente e inmune a la enfermedad, con el objetivo de desarrollar una variedad autóctona que se pudiera utilizar para fines de consumo o la producción de vino, pero también para explorar sus posibilidades en el sector medicinal.
“Me di cuenta de que ese era el camino, el más difícil tal vez, pero era el único camino. Nadie lo había hecho, ni todavía a la fecha”, relata aún con la misma emoción que sintió en ese momento. Vidor explica que en Costa Rica se ha sembrado la variedad de la uva Isabella, de la cual hay viñedos en el país, pero nunca se había producido un nuevo híbrido, el cual requiere de al menos diez años para comprobar o descartar su viabilidad. “Es un trabajo que no todo mundo está dispuesto a hacer”, resalta.
“La idea era llegar a producir uva en un territorio tropical de manera que sirva para vino y para mesa, no para producirlo yo personalmente, pero para ayudar al país a que eso se diera. Esas eran mis ganas de descubrir e inventar y ahora llegó el momento, en realidad desde hace bastante tiempo, en el que quiero entregarle al país lo que he hecho y mi experiencia de tantos años. Es un poco complicado, porque a veces no hay interés político para arriesgar con cosas nuevas”, afirma Vidor.
“Para mí, la innovación en un país es una cosa importantísima, porque un país progresa si innova”, añade. “Costa Rica me ha dado mucho durante estos 50 años y yo también quiero darles; así que si quieren, yo estoy listo”.
Vidor señala que en el país existe un gran interés en el tema. De hecho, hace dos años abrió su página en Facebook y jamás se esperó la respuesta que ha tenido. A la fecha tiene más de 140.000 seguidores.
Contra la pobreza
Aunque el estudio de las uvas es su pasión, Vidor tenía muy claro que no podía vivir de eso, por lo que también dedicó una gran parte de su vida a otra faceta que le deparó grandes satisfacciones.
“Yo no vivía de ese experimento, pero era mi pasión. Yo he sido toda mi vida jefe de misión de la Unión Europea y otros organismos internacionales y proyectos de desarrollo del agro en Centroamérica y desde mi óptica y experiencia en desarrollo local y rural eso es importantísimo; si pudiéramos innovar en ese sentido y los políticos se acoplaran sería una maravilla”, apunta .
Sin embargo, cuando finalizó ese proyecto, también se acabó el apoyo, en especial financiero, y el viñedo se volvió muy grande. “No sabíamos qué hacer con tanta uva”, recordó don Virgilio.
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Así que junto con su padres, se regresó a Italia por un tiempo, aunque conservaron la finca en Guanacaste. Sin embargo, pronto estaría de vuelta por estas tierras, ya que fue nombrado director de un proyecto de reforma agraria de la Unión Europea (UE) y que lo llevó a vivir en Nicaragua. Ahí conoció a su esposa, una española-nicaragüense que trabajaba en la embajada de Italia.
“También empecé a sembrar la uva (en Nicaragua), porque siempre andaba yo con la estaca de la variedad de mis híbridos, nunca lo abandoné, porque esa es mi pasión”, destacó Vidor.
El destino lo trajo de vuelta a Costa Rica, ya que fue nombrado director de un proyecto de la UE en Golfito y también en Honduras y de nuevo en Nicaragua, siempre relacionado con el desarrollo de las personas más necesitadas en áreas rurales.
“Trabajé en varios proyectos y eso me ha gustado porque, además de continuar con la uva que es mi pasión, me ha permitido dar algo a los pobres y la gente de campo porque eran todos proyectos de desarrollo rural”, aseveró Vidor.
Legado
A sus 73 años, Vidor reconoce que necesita descansar ya que su trabajo de investigación de las uvas híbridas es muy desgastante, pero no le gustaría que todo su esfuerzo se perdiera.
Su aspiración es que aparezca un estudiante interesado en sistematizar su trabajo para que Costa Rica pueda aprovechar todo este conocimiento.
“Ahorita tengo 800 tipos diferentes, de los cuales la mayoría son hechos por mí, como unos 600 tipos. He estado experimentando, esperando los famosos diez años; a unas les falta tres pero a otras muchos años más”, explica mientras muestras las hojas con el registro minucioso de sus semillas y los resultados que ha obtenido.
Mientras llega ese momento, él sigue cuidando de sus uvas, vendiendo matitas a los aficionados de viticultura, dando clases y capacitaciones. Es una pasión que no se agota.
“¿Yo dejar este trabajo? Nunca. Pero sí me encantaría que le dieran seguimiento. Mis hijos se han dedicado a otras cosas, a mí siempre me dejaron hacer lo que yo quería, así que yo hice lo mismo con ellos. Tengo un nieto, pero es muy chiquito aún”, afirma con un dejo de urgencia en sus palabras.
Vidor confía en que aparezca alguien que le continuidad a su investigación. “Algún estudiante que se apunte y haga una tesis sistematizando lo que yo he hecho. ¡Da para una tesis extraordinaria! Ganaría la ciencia en sí y también yo porque podría tener sistematizado mi trabajo, hay mucho por hacer. Soy un poco exigente y me ha costado encontrar a alguien que tenga suficiente pasión y que la mantenga a través de los años”, reconoce.
Recientemente tuvo un acercamiento con el Instituto de Investigaciones Farmacéuticas (Inifar) de la Universidad de Costa Rica que lo llena de ilusión. “Estamos empezando a charlar para investigar sobre las propiedades medicinales y farmacéuticas de la uva, especialmente de los híbridos nacionales y de la misma uva silvestre para descubrir todas las propiedades que tienen, que deben ser fantásticas, de eso estoy seguro”, afirmó.
Reconocimiento
Fue gracias a estas dos facetas que marcaron su vida, que Vidor recibió uno de los honores más grande a los que puede aspirar un ciudadano italiano, como es el título de Comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana, que concede el presidente de ese país.
“Eso me dio una gran alegría y es un honor entre los más altos de mi país. Es tu país el que te da eso y te reconoce como ciudadano insigne y eso es un honor increíble, jamás me imaginé eso, me sorprendió cuando me lo propusieron”, resaltó con evidente emoción.
Este logro no fue una tarea sencilla. Primero porque, además de reunir los méritos, su nombre debe ser propuesto para optar por dicho título. En su caso, fue la senadora Francesca Alderisi quien lo nominó y tuvo buen éxito. Su designación se resolvió a finales del 2019, pero por motivos de la pandemia se oficializó su publicación hasta inicios del 2021.
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“Me da una alegría. El título lo da el presidente de Italia y me lo dio por lo que he hecho en mi vida, no solo por la uva ni solo por mi trabajo de consultor, es por los dos: por un lado por haber ayudado por más de 40 años a las poblaciones pobres centroamericanas en su lucha contra la pobreza y eso ha significado que se han beneficiado a más de dos millones de pobres y eso me hace muy contento y satisfecho”, expresó.
“Y por otro lado, por lo que he estado haciendo con la uva y eso ha sido como un disparador para el premio porque con lo otro (las consultorías) uno tiene menos visibilidad, pero con la uva, es un descubrimiento científico que tiene mucho peso”, agregó.
La medalla le llegó por correo certificado hace algunos meses y comprende que de momento no es posible hacer una ceremonia para celebrar por lo alto este logro. “Ya habrá tiempo después,” asegura con la satisfacción del deber cumplido.