Con un tomo de cuentos a punto de publicarse y con la complacencia de vivir en las bibliotecas de incontables casas ajenas, Sergio Ramírez cumple 80 años con la curiosidad intacta. Luego de tantas vidas y tantos caminos andados, el escritor nicaragüense, el primer y único Premio Cervantes de Centroamérica desde el 2017 , le saca la vuelta a la vejez porque no se resigna a dejar de aprender y, mucho menos, se ufana de saberlo todo.
Aquel jovencito de Masatepe que comenzó como proyeccionista sin sueldo de un cine sin futuro se convirtió en el más internacional, prolífico y laureado de los autores centroamericanos: sus obras, entre novelas, cuentos, ensayos y otros textos, se cuentan en decenas (alrededor de 60), ha sido traducido a varios idiomas y ha cosechado más de una veintena de reconocimientos, entre los que se destacan los premios Alfaguara de Novela 1998, de Narrativa José María Arguedas 2000 y el Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español en el 2014.
Actualmente, afronta su segundo exilio de su natal Nicaragua en Madrid (España) y, desde esa capital, levanta la voz por los prisioneros del régimen de Daniel Ortega, habla de su pasión por la escritura y de la literatura y continúa creando porque “nada se ha acabado”.
¿Con qué certezas e incertidumbres llega estos 80 años?
– Creo que es un buen momento para echar la vista atrás y ver el camino recorrido. Darse cuenta de que el pasado no es un camino llano, darse cuenta de que a veces uno va en la vida por atajos. No es un solo camino, son los caminos. A veces son accidentados, a veces son muy bien arbolados, uno va a la sombra; a veces hay que caminar cuesta arriba, pero es el camino. Uno es el camino. Ya se ha reflexionado mucho sobre esto.
Siempre siento cargada la balanza hacia lo que me ha ocurrido mejor y eso me prepara para ver hacia adelante porque no es que el camino se terminó”.
“La experiencia pasada, recrearse en esa experiencia; verla no con la amargura de lo que no se consiguió sino con la alegría de los logros. Poner en la balanza lo que estuvo bien, lo que estuvo mal. Siempre siento cargada la balanza hacia lo que me ha ocurrido mejor y eso me prepara para ver hacia adelante porque no es que el camino se terminó. Simplemente es una revisión para ver lo que resta por andar para andarlo de la manera mejor, sabiendo que ya no se trata de emprendimientos aventurados, que ya es muy difícil coger los atajos. Cada paso se vuelve reflexivo. La experiencia va acompañando el futuro. La experiencia se vuelve una compañía permanente, ya no digamos la memoria. La memoria siempre está presente y se vuelve muy grata; uno se hace mucha compañía, al punto de que a veces yo me sorprendo riéndome solo de mis propios recuerdos”.
No hay felicidad sin desgracias, no hay dolor sin alegría: es una constante en la vida”.
Usted ha dicho que en el pasado era el joven tratando de conquistar el futuro, ahora es el adulto mayor viendo atrás y rememorando el pasado. En esta larga vida, ¿cuál ha sido el norte en este camino?
–El norte uno lo elige muy temprano. Si uno elige como norte la felicidad, puede caer en un trámite muy formal porque qué es la felicidad. La felicidad nunca se presenta de manera continua, esa sería una ambición desmedida. No hay felicidad sin desgracias, no hay dolor sin alegría: es una constante en la vida.
“El norte de un individuo tiene que ser siempre la verdad: la búsqueda de la verdad, aunque esto suene un poco arrogante. Tal vez en lugar de la verdad diría tener un norte ético; es decir, asumir un compromiso con uno mismo y tratar en pos de ese compromiso. No hacer renuncias que contradigan las propias convicciones; eso me parece muy importante. Si uno toma las convicciones como pretexto, dispuestos a transar sobre ellas o jugarlas a los dados a cada paso del camino, entonces sí se encuentra derrotado. Derrotado es quien perdió la ruta”.
Al pensar en un hombre con tantos éxitos literarios y con una carrera tan prolífica , se tienden a borrar las derrotas y también las caídas. ¿Cuáles han sido esas derrotas y esas caídas que han sido muy importantes en este camino?
–Hay personas que pueden sentarse a contemplar el pasado y ver que está lleno de derrotas personales; las peores derrotas personales son las derrotas privadas. Es decir, son personas que nunca encontraron el norte en esa búsqueda de la verdad en la vida privada. En ese sentido, yo me siento muy recompensado en términos de lo que ha sido mi vida: yo he cumplido con mis creencias y mis principios éticos. Eso se refleja en mi propia vida personal y en mi propia vida familiar. Estoy muy contento con la familia que tengo, con los amigos que he hecho a lo largo de la vida, con mis compromisos de lealtad con los amigos.
“Las derrotas públicas no me quitan el sueño porque el que se mete a jugar con fuego, tiene que estar dispuesto a quemarse.
“La vida política para mí no es parte de la sustancia de mi existencia; por lo tanto, las derrotas que yo sufrí, en ese sentido, no son fundamentales: perder una elección, ser expulsado de un partido político, como me ocurrió. No son fundamentales, sino en cuanto constituyen derrotas éticas; es decir, que lo que yo creí no se realizó porque los valores éticos fueron malversados. No es una derrota mía porque yo no los malversé, sino que son ocurrencias que vienen a dar a mi vida con un tono de melancolía por lo que pudo hacer sido y no fue”.
Rememorando a El Quijote: Felices y dichosos aquellos que viven la edad de oro. ¿Cuáles han sido sus momentos más brillantes?
–En términos familiares, cada vez nació un hijo mío. Es un momento de triunfo. Como escritor, cada vez que pongo punto final a un libro y si yo digo: ‘este libro se terminó, ya no hay nada más’; entonces, lo envió a la editorial. Ya salió de mis manos; boto una gran carga. Ya tengo esa felicidad de lo cumplido, ya sé que puedo seguir avanzando con otro otro libro. Para un escritor, eso es la vida y la satisfacción que la propia escritura da. Yo estoy comprometido con mi escritura, tan comprometido que mis momentos de felicidad mayores me los da la escritura.
Don Sergio, hablando de hijos tanto los literarios como su familia. Es aterrador pensar en el parto y lo que involucra. A usted lo vemos con aplomo ya cuando sus libros están publicados o hablando de sus hijos ya grandes, pero ¿cómo vivió esos momentos de terror que significan los nacimientos?
Me casé muy joven, tenía un poco más de 20 años y nos fuimos a vivir a Costa Rica y nació nuestro primer hijo allá. Y, la verdad, éramos prácticamente dos jovencitos que no sabían nada de nada, de la vida, de tener hijos. Claro, no hay escuelas para eso. Era un aprendizaje, se vuelve un gran desafío, cuántos errores no se cometen por la inexperiencia, Uno va aprendiendo en el camino; tal vez el oficio de padre nunca se termina de aprender completamente.
Me gusta mucho cuando cuenta la historia de su primer libro de cuentos, un libro muy artesanal y que usted estaba aterrado mientras doña Tulita (Gertrudis Guerrero, su esposa) iba a vender los libros de casa en casa en León. ¿Todavía vive ese terror cuando envía el correo con un libro como el que tuvo en Cuentos?
–No, porque ya la edición sale de mis manos; el terror se convierte en otra cosa porque ya no salimos mi mujer y yo a buscar cómo vender el libro, como sucedió cuando eramos novios.
“Los terrores de la escritura siguen siempre presentes: ¿qué irá a decir la crítica de este libro? ¿Será despreciado o no por los lectores? ¿Despertará interés? ¿Se venderá, no se venderá? Es una moneda al aire. Siempre uno vive esa angustia mientras la moneda esté en el aire, mientras no caiga. Con cada libro, por mucho que pasa el tiempo, se vive esa experiencia.
“Cuando yo envío el libro, de la editorial me escriben con entusiasmo que les ha gustado el libro y la editora me dice que lo va a publicar, el espíritu comienza a descansar, comienzo a retomar mi propia seguridad, pero decir que alguien con mucha experiencia no siente inseguridad con cada libro publicado, no sería veraz”.
Doña Tulita no solo ha sido su gran compañera, sino que también un bastión en su literatura como lo vemos en esa historia… Cuénteme acerca de esa compañera de vida que lo ha impulsado tanto.
–La primera dificultad en una relación entre una pareja tan joven cuando se casa es que la pareja tenga la sensibilidad de que el marido es escritor. La escritura es un factor de inseguridad siempre, porque ser escritor no es como ser ingeniero, abogado o empleado público en que hay un ingreso que es seguro. La escritura es un riesgo y una aventura.
“Mi mujer siempre estuvo dispuesta a correr conmigo esas aventuras que no siempre parecen racionales. En el año 1973, ya nosotros estábamos establecidos en Costa Rica y yo había sido electo secretario general del CSUCA (Consejo Superior Universitario Centroamericano). Era un cargo de gran importancia, tenía un salario excelente y estatus diplomático. De repente, resolví que iba a renunciar a ese cargo porque me habían ofrecido una beca de escritores en Alemania en el programa de artistas residentes en Berlín. Abandonamos todo; dejamos nuestros muebles embalados, los libros se los dejé a un amigo y nos fuimos a correr esa aventura con tres niños pequeños: la menor tenía tres años y el mayor tenía 8. Si uno no cuenta con la solidaridad y la comprensión de una mujer que está dispuesta a correr este riesgos y embarcarse en esta aventura, la escritura para mí no hubiera sido posible. Claro, eso se ha repetido a lo largo de esta vida.
“Comencé a hacer escritura a los 17 años; ya era escritor cuando nos conocimos los dos. No solo salió a vender el libro después, sino que pasaba a máquina los originales de los textos”.
Las herencias familiares en su trabajo: los músicos del grupo Los Ramírez, el tío del cine… ¿Cómo lo han marcado estos momentos familiares y estas diferentes improntas artísticas?
–Me siento feliz de tener la conciencia de saber de dónde vengo. Vengo de una familia de músicos pobres, artistas, muchos de ellos bohemios, compositores, que se ganaban la vida de la manera más versátil: en las barreras de toro, en las iglesias y en las fiestas tocando. Para mí, ese es el oficio del arte porque la escogencia por la música en un pueblo como el que yo nací o en cualquier otro pueblo de Nicaragua nunca hizo rico a nadie. Era gente muy pobre que vivía al día con lo que le pagaban en los toques; de repente, alguno de mis tíos tenía una manchita de tabaco y sembraba tabaco para defenderse, o maíz o frijoles, porque las necesidades eran muchas y la música no las satisfacía.
“Eran compositores, no eran famosos, por lo tanto no vendían discos, sino que era una especie de vocación muy profunda dedicarse a ese oficio. Yo siento que vengo de allí, vengo de esa raíz”.
Y también lo cinematográfico, que está está muy presente en toda su narrativa…
–Claro, allí estás hablando de mi otro tío. Esa es otra familia. Mi abuelo rico era Teófilo Mercado, cafetalero, beneficiaba café, tenía una farmacia, una tienda, una ferretería… Era un hombre acomodado, al contrario de mi abuelo músico, que era pobre.
“Gracias a que mi tío Ángel quedó soltero viviendo con mi abuela materna, luego de la muerte de mi abuelo en 1950, la fortuna que quedó en manos de mi abuela, mi tío la dedicaba a sus aficiones, que era sobre todo el cine. No en términos comerciales porque no se hizo rico, sino que más bien se fue a la ruina. Él no tenía sentido de las proporciones.
“Un corral de vacas, que fue el cine que compró, quiso convertirlo en un cine como los de Managua, que en ese momento estaban de moda los cines de 1200 o 1500 butacas. Empezó a hacer unos muros enormes para levantar el techo del cine y cuando llegó el cinesmacope, instaló una pantalla cóncava y compró unos aparatos que valían una fortuna. Y las películas que él elegía para pasarse en Masatepe, iba a Managua a elegirlas, no eran solo las películas comerciales mexicanas o de vaqueros, sino que elegía películas que no tenían mucho mercado.
Todo, todo, lo que yo aprendí desde esa ventana de proyeccionista viendo una y otra vez la misma película está en mi propia escritura, así como el oído musical de mis tíos está necesariamente en la escritura. Allí estoy todo yo, vengo de esas dos grandes vertientes: la música y el cine”.
“Sin él yo tampoco existiría como escritor porque el hecho de que él quebrara como empresario, hizo posible que yo viera películas rusas, suecas, españolas, francesas, que las programaba en la cartelera con la sala casi vacía. Mi memoria de escritor sufrió esta transformación profunda de aprender a ver a través de las imágenes y de la técnica de las imágenes, de los encadenamientos, de los primeros planos, de los flashbacks, de las voces en off… Todo, todo, lo que yo aprendí desde esa ventana de proyeccionista viendo una y otra vez la misma película está en mi propia escritura, así como el oído musical de mis tíos está necesariamente en la escritura. Allí estoy todo yo, vengo de esas dos grandes vertientes: la música y el cine”.
¿Cuál recuerda entre las películas más impactantes de aquellos años?
–Nunca olvide, por ejemplo, Rashómon, de Akira Kurosawa, que yo la pase en el cine y que me enseñó un sentido de la narración para siempre y es que una historia existe en la medida que existe quien la cuente. Esta historia en el bosque de Rashómon está contada cada vez con un testigo distinto y cada vez su narración da origen a imágenes distintas y a recuerdos distintos. La verdad en la vida y en la literatura no existe como tal, lo que existen son versiones de la verdad, percepciones de la realidad. Esa lección de esa película fue fundamental para mí.
Y a usted le tocó proyectarla porque el proyeccionista estaba borracho…
–Cuando yo entré como proyeccionista titular, yo repuse a este hombre que se peleó con mi tío y él lo echó del trabajo. Entonces, mi tío llegó donde mi padre a decirle que quería que yo fuera el proyeccionista; mi padre se horrorizó porque pensó que me iba a quedar de proyeccionista de cine en la vida y llegaron a un acuerdo que yo no podía cobrar sueldo. A mí no me importa mucho el sueldo, lo que me importaba era estar metido dentro de la caseta. Yo tenía 12 años, eso fue en 1953 y 1954. Estaba empezando la secundaria.
Creo que la vejez verdadera es la falta de curiosidad. Cuando uno se resigna a que ya no puede aprender o cuando cree que lo sabe todo. Ambas son formas de derrota”.
Hablemos de su gran vicio: la lectura. ¿Qué tipo de lector es a los 80 años?
–La lectura para mí cada vez está más ligada a la curiosidad, a lo desconocido. Busco siempre cómo aprender de nuevo, historias, escritores que nunca he leído, sean contemporáneos o más jóvenes que yo, con la convicción de que yo siempre pueda aprender. Eso me lleva a leer otros libros y a meterme con otros temas en la lectura que no solo son creación literaria. Leo libros de ciencias, neurociencia, la memoria, los compartimentos y los mecanismos de la memoria… Y sé que estoy aprendiendo cuando leo neurociencia, cuando leo física cuántica. Me fascina el misterio de las cosas.
“Estas son formas de mantener viva la curiosidad. Creo que la vejez verdadera es la falta de curiosidad. Cuando uno se resigna a que ya no puede aprender o cuando cree que lo sabe todo. Ambas son formas de derrota. Por lo tanto, para mí el conocimiento siempre está por delante de mí. Yo lo voy persiguiendo a través de la curiosidad.
El sentido de la curiosidad es la mejor prueba de vitalidad que existe”.
“Tengo curiosidad por el mundo, tengo curiosidad por todo: por la tecnología nueva, por entender cuáles son los mecanismos del mundo hoy día, las grandes confrontaciones universales, cómo ha cambiado el mundo, las polarizaciones, los grandes desajustes que hay… Entender el mundo donde vivo; no resignarme a que yo, porque tengo determinada edad, vivo al margen. Yo vivo dentro del mundo y busco cómo entenderlo. El sentido de la curiosidad es la mejor prueba de vitalidad que existe”.
Desde Cuentos, que fue ese primer libro, hasta ahora, ¿cómo ha ido cambiando su forma de crear o ha sido una constante? ¿Cómo nacen sus libros ahora o la gestación sigue siendo muy parecida?
–Es muy diferente. A los 17 años, escribía con una gran impaciencia; yo metía en el carro de la máquina de escribir una hoja muy larga que me llevaba de la imprenta donde hacíamos una revista para no perder tiempo en estar cambiando las hojas. Tenía una gran ansiedad por escribir y escribir; corregía poco. Como yo mismo era el director de la revista pues hacía unas cuantas correcciones y se iba a los cajistas. Entonces, lo que uno gana con los años es reflexión sobre la palabra. Ahora, examino muchas veces un párrafo en una página; cuido el párrafo. El lenguaje se vuelve muy importante para mí. Después de tantos años de ejercicio y de lectura, los mecanismos del lenguaje están descubiertos y trabajo más en ellos. Eso me vuelve más responsable con las palabras, así que yo corrijo más, cuidó más, edito más.
¿Ahora los libros ‘descansan’ de una forma diferente? Los deja guardados para ver si los va a publicar…
–Mi proceso consiste en que de cada borrador, voy haciendo un archivo. Un libro llega a tener cuatro o cinco borradores digitales y ya cuando siento que tengo un borrador maduro, lo imprimo. Y entonces corrijo en el papel con un lápiz de grafito y yo sé que es ahí comienza la verdadera corrección cuando uno ve la página, en la pantalla uno no ve la página como es en el formato impreso. Allí me doy cuenta de muchas cosas nuevas, alteraciones que tengo que hacer. Quizá hago dos correcciones en papel hasta que hay un momento, no que esté satisfecho con lo escrito, si no que digo: ya no más. Sino se vuelve una tarea inacabable. Luego viene un proceso diferente que es mi conversación con la editora en Alfaguara, que tiene un ojo muy agudo. Comenzamos a conversar sobre lo que a ella le parece que no está bien y yo termino aceptando la gran parte de las cosas que me propone, otras no. El de la edición es otro proceso y sin este proceso no hay libro.
“Un escritor que, por los años de vuelo o de escritura que tenga, diga: yo con editores no me meto, eso es un error. Una debilidad de la vanidad. Uno tiene que aceptar el trabajo de un editor profesional, que siempre te va ayudar a mejorar”.
¿De qué forma ha logrado sortear los delirios de la fama y, eso me lleva también, a los delirios del poder? Ha estado cerca de ambos y alguna gente se consume.
–Nunca hay que despegar los pies de la tierra. Saber dónde uno está parado. La vanidad y arrogancia nunca han ido conmigo. No me gusta envolverme en nubarrones de gloria y quitar los pies de la tierra. Siento que soy un escritor entre muchos, respeto el trabajo de los otros escritores, me gusta leerlos, aprender de ellos y no considero los honores que yo reciba, los premios, como pago de mi virtud como escritor, sino simplemente como eslabones en un camino, que me empujan a seguir adelante.
Yo siempre estoy apostando en esa ruleta, a que haya más ganadores. Y de ese impulso es que proviene Centroamérica Cuenta”.
A la vez usted empuja a otros a seguir adelante. De hecho, Centroamérica Cuenta se ha convertido como una gran ventana para escritores consolidados y para otras voces y otros escritores que están apareciendo en el panorama literario.
–Eso viene de un mecanismo natural. Si leo a un escritor joven que me parece que ha escrito algo notable, me siento deslumbrado, yo busco cómo empujarlo, no cómo detenerlo. Puede existir la mezquindad de decir yo no quiero competencia, y como yo soy la divina garza envuelta en huevo, detrás de mí no viene nadie… Eso existe. Yo más bien siento un gran goce de empujar a los más jóvenes. ¿Cómo? Recomendándolos a las editoriales, en especial a los poetas que tienen menos oportunidades, o escribiendo en la contratapa. Yo siempre estoy apostando en esa ruleta, a que haya más ganadores. Y de ese impulso es que proviene Centroamérica Cuenta, que es una vitrina sobre todo para los más jóvenes y el concurso de cuento de la revista Carátula. No solo es que los escritores centroamericanos consigan más lectores en Centroamérica, sino que llame la atención de las editoriales fuera de Centroamérica que es donde deben estar los que tienen calidad.
“Siempre digo que no nos quedemos con la casa por cárcel. Hay que salir. Está bien que tenemos esta identidad centroamericana pero el mundo no está contenido dentro de estas fronteras tan exiguas, sino que está fuera. La literatura está en la lengua, por lo tanto donde se hable esa lengua tienen estos escritores que ser leídos”.
Usted ha reiterado que los grandes temas de la literatura son amor, locura, muerte y poder. ¿Cómo los va transitando? Esto también tiene que ver con la génesis de su escritura. ¿Cómo nacen sus textos?
–Eso es muy misterioso. ¿De dónde nace una idea narrativa? Creo que es como el Big Bang, como el universo: el gas se convirtió en materia, de una infinitud de materia, la materia se fue multiplicando y de repente hubo una gran explosión y tenemos este universo. La escritura es eso. ¿Dónde estaba yo cuando puse la primera línea, cuando escribí el primer párrafo o concreté con palabras la primera imagen de un libro que ahora lleva 400 páginas? ¿De dónde salió todo eso? ¿Qué voces me dictaron toda esa multitud de imágenes, situaciones, palabras? ¿De qué caverna oscura del entendimiento vienen toda esa trama? Eso es muy misterioso.
Dentro de la tragedia que vive Nicaragua, la mía no es la peor de las tragedias. La peor de las tragedias es la gente que está injustamente presa sin haber cometido ningún delito.
Usted se vio obligado a salir de Nicaragua y ahora vive en Madrid, ¿cuán duro es este segundo exilio?
–Si me hubieras hecho esta pregunta hace un año atrás, te hubiera dado otra respuesta recién salido al exilio. Hoy soy capaz de haber asentado lo que pienso. En primer lugar, dentro de la tragedia que vive Nicaragua, la mía no es la peor de las tragedias. La peor de las tragedias es la gente que está injustamente presa sin haber cometido ningún delito, encerrados, sin ver la luz del sol, sin recibir visitas de familia, sin un libro ni acceso a una hoja de papel. Imagino lo que es siendo uno escritor y no tener una hoja de papel ni un lápiz y tener que estar inventando argumentos narrativos y grabándolos en la cabeza, encerrado con uno mismo. Es donde yo estaría si no hubiese salido. Seguramente estaría en esa cárcel del Chipote.
“Y luego están los exiliados que salen con lo que tienen puesto. Se van a pie a Costa Rica huyendo o atraviesan México, logran llegar al río Grande y mueren ahogados o asfixiados dentro de furgones de carga cerrados y los abandonan los coyotes. Ese éxodo forzado por las circunstancias políticas, porque la gente está huyendo ahora Nicaragua no solo por las circunstancias económicas, sino cada vez más por las circunstancias políticas. Yo pienso en eso y me pongo en ese contexto y yo me digo: ‘Bueno yo tengo en mi exilio un privilegio que es el de la palabra’. Y la utilidad que yo le puedo dar a mis palabras es convertirme en voz de los que no tienen voz. Tanta gente que huye y no puede expresarse, pero si yo puedo expresarme en nombre de ellos porque tengo la voz. Ese es mi papel como escritor”.
‘Bueno yo tengo en mi exilio un privilegio que es el de la palabra’. Y la utilidad que yo le puedo dar a mis palabras es convertirme en voz de los que no tienen voz.
La política, además de ser parte de su ejercicio público, también ha sido parte de su literatura…
–La política está dentro de los materiales novelables, dentro de los materiales que pueden entrar en la urdimbre de un relato siempre que no que el tema político no gane autonomía dentro de un trabajo de creación literaria. En el prólogo de Cantos de vida y esperanza, Rubén Darío reflexiona sobre este tema de la política y él dice: yo me ocupo de política por qué, porque es universal, sino fuera un valor universal, la política no entraría en las aguas de la literatura.
“La política en la literatura a mí me ha interesado siempre desde la perspectiva del poder, no de otra manera. Como está en Shakespeare, como está en Sófocles, como está en Homero, como está en la textura de los grandes escritores… Es un mecanismo del alma humana: es decir, este hecho de mandar sobre el otro ser humano, que es un mecanismo del alma humana, los excesos del uso de mecanismos, los abusos, el amor al poder, la ambición de poder…, eso es lo que a mí me fascina de lo que vamos a llamar la política”.
Pasando a Costa Rica, dos universidades públicas costarricenses le hicieron dos grandes reconocimientos y también la Academia Costarricense de la Lengua lo nombró como miembro correspondiente. ¿Qué significan para usted estos reconocimientos dados precisamente en este momento?
–Es una ciudadanía honoraria para mí que viene de las entidades que mejor representan el espíritu del país, la tradición cultural de Costa Rica. (...) Costa Rica es un país con el que yo me siento muy identificado y esto lo que hace es realzar esta identificación.
Cuando se hizo el proyecto de ley para declararlo como Ciudadano de Honor, usted contó que lo conmovió mucho. ¿Ayudó ese acto y el movimiento que se dio, incluyendo la carta de los expresidentes, a procesar la salida de Nicaragua y el tema del exilio?
–Yo había salido de Nicaragua hacia Estados Unidos para un tratamiento médico que tenía que hacerme en Louisiana y ante la incertidumbre de que yo no podía regresar a Nicaragua, porque todas las señales me decían que no debería volver, el primer país al que pensé irme fue a Costa Rica. Yo estuve en Costa Rica de mayo a setiembre, cuando salí para Madrid. Salí de Costa Rica como una maleta porque la intención era regresar, camino al aeropuerto, recibí en el teléfono copia de la carta que los presidentes estaban enviando a la Asamblea Legislativa. Imagínate que ver a todos los presidentes de Costa Rica, con los cuales había tenido algún tipo de relación, juntos firmando esta solicitud, yo me sentí muy conmovido, muy emocionado, de recibir este reconocimiento, que se sumó al que vino de la Universidad Nacional y la Universidad de Costa Rica.
“Yo me sentí muy arropado, muy protegido… Es decir, alguien quería quitarme mi país y me estaban diciendo: aquí está otro. Esa es la sensación que tuve”.
Siempre he dicho que la mayor dicha para mi es vivir en casas ajenas. Donde haya un libro mío en una casa ajena, yo estoy viviendo allí.
¿Cuál es el mejor homenaje que le pueden hacer a sus 80 años?
–El mejor homenaje para un escritor es leerlo. Siempre he dicho que la mayor dicha para mi es vivir en casas ajenas. Donde haya un libro mío en una casa ajena, yo estoy viviendo allí. Esa dicha se manifiesta cuando estoy firmando libros en algún lugar y alguien se presenta con una pila de libros viejos, desgastados, que los han sacado del estante. Algunas veces me dicen, no quiero molestar, solo firme uno, pero yo los firmo todos con mucho gusto, no importa lo que me tarde. Ese acto de alguien que se entrega a leer mis libros, pues yo me entregó a firmárselos porque sé que vivo en su casa. Mientras sea mayor el número de casas donde viva, es la mejor manera de celebrar mis 80 años.
El gran centroamericanista
Los estudiosos de su vida y de su obra, así como sus amigos y conocidos lo definen como un gran centroamericanista. ¿Cómo surgió ese convencimiento en usted?
–Cuando yo llegué al Consejo Superior Universitario Centroamericano, llegué a vivir a San José muy joven y mi puesto era el de jefe de relaciones públicas. Se suponía que yo debería ocuparme de las relaciones sobre todo con los medios de comunicación en todo Centroamérica y dar a conocer lo que el Csuca significaba, las actividades, lo que estaba haciendo. Lo que se entendía entonces como relacionista público y lo primero que me dijeron que tenía que hacer era gira por Centroamérica para reunirme con los jefes de relaciones públicas de la universidades, de los departamentos de extensión cultural, y con los directores de los medios de comunicación, en ese tiempo los más importante eran los periódicos escritos. La radio y TV no tenían esa dimensión informativa que llegaron a tener después.
“Entonces yo hice ese primer viaje inmediatamente de que llegué a mi cargo. Esto debe haber sido por ahí de setiembre u octubre de 1964 Y yo solo había estado, en Centroamérica, en Costa Rica y en Guatemala.
“Te cuento todo esto porque ese viaje me sirvió a mí para conocer por primera vez Centroamérica, las capitales, a la gente y fue la primera gran impresión que yo tuve de una región que desconocía mucho. Lo primero que me llamó la atención era que parecidos eran los países centroamericanos, más allá de las diferencias.
“Fui atando y desatando cabos y dándome cuenta de que yo pertenecía a ese mundo, a esa cultura y descubriendo a los escritores centroamericanos, descubriendo la gente que hacía cultura. Gente extraordinaria que tenía pequeñas galerías de pintura que la sostenían por su propio esfuerzo, gente que tenía revista de divulgación literaria también sin ningún apoyo, conocí mujeres que tenían salones literarios en Tegucigalpa como Clementina Suárez, que era una mujer muy libre, extraordinaria para su tiempo y que después la asesinaron de una manera terrible para robarle en su casa.
“Descubrir en la propia Costa Rica lo que era esa literatura con Yolanda Oreamuno. Nadie hablaba de Yolanda Oreamuno hasta que me habló doña Lilia Ramos.
“Fui descubriendo a través de la cultura, a través de la gente lo que era Centroamérica. Fue un amor a primera vista con Centroamérica y yo sentí que sí decía que yo era solo nicaragüense, me sentía mí mismo mutilado, que yo pertenecía a un universo mayor.
“Entonces me hice la reflexión de que yo era esa gota que cae sobre una superficie y hace círculos concéntricos: mi primer círculo es Nicaragua, luego Centroamérica, después del Caribe y luego América Latina. Son círculos de identidad: pertenezco a todos, pero hay unos que son más cercanos.
“Cuando me fui a Berlín, en año 73, la Editorial Siglo XXI le encargó Alberto Torres Rivas la dirección o la coordinación de la edición de un libro que se iba a publicar que se llamaba Centroamérica hoy, que contenía la parte política económica social y cultura. A mí Edelberto me encargó la parte de la cultura y yo en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín, en los fondos que había de Centroamérica, me puse a hacer exploración profunda de la cultura de Centroamérica desde el siglo XIX. De ahí salió un ensayo que escribí que se llama Balcanes y volcanes, que es mi visión de cuáles eran las raíces culturales de Centroamérica, cómo se habían formado, cuál era su literatura, sus expresiones culturales.
“Luego, vino la fundación de Editorial Universitaria Centroamericano en el año 68, el Festival Cultural Centroamericana en Costa Rica, que hicimos dos (1970 y 1971), aunque solamente se recuerda uno. Estos festivales incluían bienal de pinturas, festival de teatro, ferias del libro… Esas no era más que iniciativas que tomaba para hacer patente a Centroamérica.
Ha seguido con Centroamérica Cuenta y con antologías, muchas charlas y ponencias al respecto…
–Claro, la otra cosa fue que en estos viajes yo comencé a reunir y a explorar también la narrativa y me iba a las librerías de viejo; también había amigos que me daban ejemplares, y yo fui reuniendo una enorme biblioteca de narrativa, tanto novelas como cuentos. De allí fue donde salió mi primera antología del cuento centroamericano, que que una especie de labor arqueológica, paleontológica, buscando en libros olvidados cuentos que valieran la pena: rescatarlos, traerlos, desempolvarlos, ubicarlos en la época histórica en que pertenecían…
“Esta antología que se publicó en 1972 , que iba desde los primeros cuentos que se escribieron en Centroamérica hasta la época contemporánea. Yo escribí un largo prólogo para esa antología con mi visión de lo que era la literatura centroamericana; muchos años después, el Fondo de Cultura Económica de México me pidió que hiciera otra antología, una de poesía y otra de cuento. Eso me dio la oportunidad de volverme a meter de cabeza, hace una revisión de la literatura centroamericana, pero ya 50 años después. Ahí salieron estas dos antologías que son Puertos abiertos, que es de cuento, y Puertas Abiertas, que es de poesía. Me dio también la oportunidad de revisar mi primera visión y en el prólogo críticos.
También le permitió reafirmar convencimientos…
–Más que nunca. El convencimiento que yo siempre he tenido de que no es justo que un escritor que vale la pena tenga el país o región por casa. Si es bueno tiene que ser conocido, tiene que ser promovido, tiene que entrar a las editoriales importantes, por eso creamos el festival Centroamérica Cuenta, este es un festival para invitar a los escritores de otros países para carearlos con escritores centroamericanos.
Miradas expertas
Carlos Cortés, escritor, periodista y profesor:
“Sergio Ramírez forma parte de una generación que corresponde al posbooom. Más allá de un criterio cronológico, están marcados por la vida cotidiana, la cultura popular y el humor.
“Su obra es significativa, entrañable y simbiótica. Castigo divino es una de las obras fundamentales de la narrativa latinoamericana y se convierte en un antecedente del marcado interés de Sergio por la novela policiaca. Es, tal vez, su obra maestra junto a Margarita está linda la mar.
“¿Su gran legado literario? Tiene unas 60 obras. Uno de sus logros es definir un espacio narrativo centroamericano después de Miguel Ángel Asturias; no se puede entender la narrativa de Centroamérica sin Sergio Ramírez. Otro gran aporte es entender la novela política en toda su complejidad.
“Al mismo tiempo rompe con la literatura barroca, Sergio es un escritor realista. Se inserta los discursos de la modernidad tardía, todo en un contrato realista.
“Más allá del escritor, a partir de los años 60 0 70, no hay un fundador cultural como Sergio. Su impronta es enorme”.
Sara Giberstein, amiga del escritor nicaragüense y viuda del dramaturgo Samuel Rovinski:
“Sergio ya vivía en Costa Rica y era el secretario del CSUCA. Samuel y él se conocieron en un congreso en Venezuela. Desde entonces, nos hicimos amigos como parejas; incluso, nuestros hijos son amigos. Sergio y Samuel fueron amigos entrañables y colaboraban en iniciativas del movimiento cultural.
“Como amigo es muy leal, protege y apoya a sus amigos y, en general, a quienes lo rodea. Animó a Yanina (Rovinski) para que publicara Montaña de aserrín.
“Sergio es un excelente escritor. Para mí es candidato al Nobel de Literatura.
Doña Sara recuerda una anécdota cuando Samuel Rovinsli era ministro consejero de la Embajada de Costa Rica en Francia. El dramaturgo debía asistir a un entierro y luego a un almuerzo oficial, para lo cual requería de un chofer. No obstante, por un problema se quedó sin quien lo llevara y Sergio Ramírez, que estaba de visita en Francia, se ofreció a hacer de chofer y manejar el Mercedes Benz. La historia incluye una maniobra prohibida con el auto y la llegada de la Policía; ellos ya se daban por presos, sin embargo, la seguridad era porque los confundieron con los diplomáticos de Mauricio y los escoltaban al aeropuerto. ‘Fue un día de aventuras’, dice ella entre risas.
Óscar Castillo, cineasta:
“A Sergio me lo presentó Samuel Rovinski. Nos hicimos socios en la Sala Garbo y en Istmo Film, primera productora de cine centroamericano, pero antes fuimos socios en otras actividades. El día que hicimos la prueba y pasamos la primera película en la Sala Garbo, Sergio me dijo con el humor que lo caracteriza:
‘¿Cómo te sentís viendo la película a un millón de colones el boleto?’. Es que era un cachimbal de plata. Sergio Ramírez es un hombre con gran sentido del humor, con una memoria prodigiosa y un intelectual muy sólido, no es casual todo lo que ha escrito ni todos los premios que ha ganado.
“Es un hombre de bien, un padre responsable y un escritor interesado en el bienestar de los demás. Está convencido que el valor de uno se pone al servicio de los demás.
“Su legado más importante, aparte de su obra escrita, es dar a conocer Centroamérica y a los centroamericanos. No es una ocurrencia ni fue un momento, sino que ha sido una constante que ha desarrollado en múltiples iniciativas”.