Luego de finalizar una de las tantas misas en la iglesia del josefino barrio de Cristo Rey, allá por la década de 1970, la sacristana acomodó todo como de costumbre, cerró el templo y se fue, sin percatarse que el monaguillo que siempre le ayudaba se había quedado allí, limpiando bancas.
El niño no se asustó, ni se preocupó, todo lo contrario: aprovechó que no había nadie a su alrededor, encendió las luces, el sonido, sacó un cáliz, se colocó la sotana del padre y como estaba listo para jugar a ser sacerdote, se dispuso a “celebrar” la misa.
En medio de la iglesia, completamente vacía, el pequeño repitió las palabras introductorias del cura en una misa habitual: “El Señor esté con ustedes”....
“Y con tu espíritu”, le contestó una voz.
El padre Sergio Valverde recuerda como si fuera ayer ese día; él era ese monaguillo a quien el sacerdote que lo encontró jugando dentro de la iglesia le dio aquella inesperada respuesta. Asegura que se asustó mucho, pues tenía temor de que lo echaran y que no lo dejaran volver a ayudar.
“Yo en ese momento sentí que la iglesia me caía encima, porque estaba hasta con el ornamento de él, pero entonces me dijo algo que marcó mi vida para siempre. Me dijo: ‘quizá algún día vas a usar esos ornamentos, pero todavía no, hay que esperar’”, cuenta.
Han pasado poco más de cuatro décadas desde entonces y el padre Sergio repasa entre risas la anécdota que ocurrió en el mismo templo que desde hace 20 años lo ve ejercer como su cura párroco, en su querido barrio Cristo Rey.
Sergio Valverde Espinoza es posiblemente uno de los sacerdotes más mediáticos que hay en Costa Rica actualmente. Su trabajo no solo como cura en Cristo Rey, sino como presidente de la asociación benéfica Obras del Espíritu Santo, lo ha convertido en una figura que por años ha acaparado titulares.
Querido por muchos, y por otros no tanto, lo cierto es que el sacerdote, de 53 años, ha organizado fiestas para miles de niños que llenan el Estadio Nacional en vísperas de Navidad, también reparte diarios de comida a familias que habitan en las zonas de mayor pobreza en el país, y da de comer a quienes llegan a la hora del desayuno, almuerzo o cena a las afueras de la iglesia.
Sin embargo, su más reciente logro fue tan inesperado que no puede evitar que las lágrimas se asomen al insistir en que no buscaba la fama, luego de que en una misa dominical interpretará su propia versión del afamado tema de Banda Blanca, Sopa de caracol, y en la que hacía referencia a la importancia de usar mascarilla para prevenir el contagio de covid-19.
El éxito del tema fue tal que se viralizó en redes sociales y en las últimas semanas ha tenido que destinar un espacio diario en su agenda para atender a los múltiples medios internacionales que lo buscan para entrevistarlo y para que cante la canción pandémica.
Pero más allá del sacerdote de anteojos y bigote que aparece en la tele y los periódicos (y ahora en YouTube), el padre Sergio Valverde parece un hombre jovial y carismático, que para dar una explicación siempre tiene una anécdota. Esto explica que en el barrio los vecinos siempre quieran intercambiar algunas palabras con él cuando se lo encuentran fuera de la iglesia.
Corre de un lado al otro, pero siempre se detiene a saludar a quienes se le acercan o le piden la bendición y, de paso, aprovecha para hacerles una que otra broma, invitarlos a un bingo virtual o a participar en alguna de las actividades comunales.
Así es el padre Sergio, ese que duerme menos de cinco horas diarias por falta de tiempo, que no le niega una sonrisa a nadie, que a pesar de su frecuente presencia en noticiarios no encuentra tiempo para sentarse a ver televisión (ni siquiera cuando juega el equipo de sus amores, el Deportivo Saprissa) y que vive en una habitación ubicada en el segundo piso del edificio de la asociación, en compañía de sus coloridos peces y un sinfín de papeles que ya no caben en su mesa y escritorio.
También es el mismo que durante el colegio fue noviero, que trabajó como guarda, como vendedor de flores y que de chiquillo armaba equipos de fútbol en el barrio.
Por la familia
Sentado frente a las imágenes de sus santos y con una gabacha roja con el logo de Obras del Espíritu Santo, el padre cuenta que nació el 2 de febrero de 1968 y es el mayor de cinco hermanos.
Proviene de una familia humilde que por años vivió a cuatro casas de la iglesia de Cristo Rey. Su papá, Luis Gerardo Valverde, trabajaba como guarda, mientras que su mamá, María de los Ángeles Espinoza, vendía todo tipo de cosas y también lavaba y planchaba en varias casas para poder llevar el sustento a su hogar.
El sacerdote recuerda que en ocasiones el almuerzo de varios días era caldo de frijol con pan añejo, pues era lo único que había. Sin embargo, agradece que nunca faltó un plato de comida en la mesa.
“Crecí en medio de la pobreza, siempre la vi a la par y mi infancia fue muy limitada, pero muy preciosa. Mi familia era muy linda, de mucha oración y siempre permanecimos juntos, en nuestra casita, que era muy pequeñita, con un solo cuarto; pero si alguien me pregunta qué es la pobreza, para mí es la máxima riqueza”, asegura.
Debido a esas limitaciones económicas, Valverde comenzó a trabajar desde que estaba en segundo grado de la escuela. Esta era la única forma en que podía seguir estudiando, además, siempre ha pensado que las cosas hay que ganárselas.
Su primer trabajo se lo dio justamente el terreno en el que hoy se encuentran las instalaciones de la asociación que dirige. En aquel tiempo este era un lote baldío, por lo que el padre lo convirtió en una huerta y vendía los productos que sacaba de allí.
Por años la familia vendió flores, elotes, apio, rábanos y frutas como naranja y mango. El cura asegura que le iba tan bien en las ventas que le alcanzaba para ayudar a otros de sus vecinos.
“Nunca en mi vida he tenido vacaciones, porque las vacaciones las dedicaba a pintar la escuela, a organizar equipos de fútbol, a arreglar techos, y ya en el colegio era guarda del Liceo del Sur, porque como me regalaban cositas para estudiar, yo les ayudaba”, comenta.
Además, hubo un tiempo en el que fue el “mandadero” de los jugadores del Deportivo Saprissa. Eso sí, este trabajo no era para ayudarse con los estudios o algo similar, sino que a cambio de lavarles el carro o ir a comprarles cosas a la pulpería, lo dejaban entrar gratis al estadio para ver los partidos.
También le regalaban balones y camisas viejas del cuadro morado y con eso armaba los equipos del barrio.
El cura es un fanático del fútbol que desde niño decía que quería ser sacerdote, una idea que dejó atrás cuando ingresó al sétimo año en el Liceo del Sur y se comenzó a enamorar.
El sacerdote confiesa entre risas que fue un “poquito noviero” en su adolescencia, pues tuvo cinco novias a lo largo de la secundaria. Con la última “chiquilla”, incluso, pensó en casarse.
“Me acuerdo que la última muchacha con la que marqué vivía a 50 metros del seminario y quién se iba a imaginar que yo iba a terminar entrando ahí, porque aunque de chiquillo yo pensaba ser sacerdote, con las muchachas se me olvidó. Esa etapa fue muy bonita, fueron muchachas muy lindas y muy correctas”, afirma.
Fue durante sus años finales, en el Liceo del Sur, que el joven Sergio tuvo su última novia, esa con la que pensaba casarse a los 20 años y formar una familia. Sin embargo, todo se complicó cuando ambos salieron de colegio: ella estudiaba en la universidad y él recibía clases de computación en el Instituto Latinoamericano de Computación y ya no se podían ver lo suficiente.
Además, reconoce que él era muy celoso, pues la muchacha hacía muchos trabajos en grupo y le dedicaba menos tiempo al novio. Entonces, tras varios años juntos y por mutuo acuerdo, decidieron separarse.
“Ese día terminamos y yo salí llorando de la casa de ella, me despedí y me fui. Para mí fue muy cruel”, recuerda.
Tras la ruptura, mientras caminaba desconsolado por el centro de San José, Valverde se encontró una iglesia abierta y entró. Allí se quedó escuchando la oración que hacían y recordó su deseo de niño de ser sacerdote.
Dos años más tarde ingresó al seminario.
De Cristo Rey
El padre Sergio llegó como sacerdote a Cristo Rey hace poco más de 20 años, tras un ofrecimiento que le hizo Monseñor Hugo Barrantes para evitar que cerraran la parroquia debido a la inseguridad, pues los últimos sacerdotes habían tenido que salir prácticamente huyendo de la conflictiva barriada.
Aceptó sin titubeos la invitación, pues en Cristo Rey está su vida: allí nació y allí creció, por lo que la oportunidad significaba regresar a sus raíces. En ese entonces era sacerdote en la iglesia josefina de La Merced y asegura que en cuestión de horas ya tenía sus cosas organizadas para poder instalarse en su nuevo hogar.
Sin embargo, el recibimiento en su querido barrio no fue precisamente el más cálido. Por años lo asaltaron, lo apedrearon y lo amenazaron, y aunque en un principio se asustó y hasta se enojó, hoy lo ve como una anécdota más para reír.
“El primer día que vine aquí me robaron todo y cuando digo todo, me refiero que traía ollas, parlante de música, sacos de arroz y un cilindro de gas y todo se lo llevaron.
“Luego me apedrearon el carro, me quebraron los vidrios, me llamaban por teléfono y me decían una mala palabra y luego me decían: ‘lo vamos a matar’, pero yo les decía que qué lástima, que siempre decían eso y no cumplían. También que eso no se avisaba, que era sorpresa, porque yo no me iba a echar a morir; aunque claro, por dentro yo decía: ‘ojalá nunca lo hagan’.
“Me pegaban tiros, me perseguían y una vez me agarraron, me patearon y me golpearon porque querían que yo me fuera y yo como soy un mal amansado en la vida, con más ganas me quedaba. Nunca he sido un pendejo”, asegura.
En total, fueron 17 veces las que se metieron a robar a la casa cural en cuestión de dos años, hasta que, según el padre, los ‘bichillos’ (como los llama el sacerdote) se aburrieron.
“La última vez que se metieron a robar, fue a la iglesia. Yo no tenía guarda, porque yo soy el guarda y esa última vez, que fue hace como 10 años, mientras yo andaba poniendo una denuncia (porque el día antes también se habían metido a robar) y cuando venía llegando, veo ese montón de gente ahí afuera y yo decía: ‘Dios mío, no he ni regresado y otra vez’.
“Pero lo que había pasado era que entre los mismos bichillos del barrio agarraron al que se había metido a robar, lo trajeron y lo tenían descamisado, amarrado en cruz y de cabeza. Me acuerdo que cuando llegué agarraron una botella, la quebraron contra el caño y cuando me vieron dijeron que se la iban a atravesar; y yo tuve que agarrar al ladrón y meterlo a la casa cural para que no lo mataran.
“De ahí en adelante se aburrieron y ahora como ven que paso metido en los precarios dando comida y todo eso, más bien me cuidan”, detalla.
Con propósito
Tan solo pasaron unos meses desde que llegó a Cristo Rey como sacerdote, para que el padre Sergio entendiera que debía hacer algo para ayudar a todas esas personas que no tenían un plato de comida sobre su mesa y a los niños sin hogar que deambulaban por la calle. Si había alguien que conocía la realidad de su barrio, ese era él.
Así fue como nació la asociación Obras del Espíritu Santo, de la cual es el presidente. Al principio, esta albergaba a 20 niños que no tenían hogar y aportaba comida a unas cuantas familias de la zona.
Sin embargo, conforme pasan los años, más se llenan los salones de la asociación de bolsas rojas, repletas de alimentos donados por empresas y particulares para las familias más necesitadas, ya no solo de Cristo Rey, sino de todo el país. Además, cada vez son más largas las filas de personas que llegan diariamente ahí por su comida. Según el sacerdote, actualmente hay 100.000 personas beneficiarias por sus programas, de las cuales 75.000 son niños de diferentes partes de Costa Rica.
“De madrugada siempre tengo un encuentro con Dios. A veces me da mucho temor, no miedo, siento temor de Dios, de las cosas que me pide y las cosas que poco a poco me va revelando. Yo lo que quiero es luchar para que la gente esté bien y mi ilusión es darle de comer a la gente, yo creo que yo nací para eso, para darle comida a las personas”.
“La pobreza es para mí el regalo más bonito que Dios nos dio, porque cuando uno se acerca a los pobres se acerca a Jesús y yo ya tengo 20 o 30 años de dedicarme a esto y tal vez no tengo casa, no tengo carro, no tengo vacaciones, ni día libre y vivo aquí en el albergue, pero aquí me quiero morir y que si me critican que me critiquen. A mí nunca me verán paseando, o de vacaciones, porque esta es mí realización”, asegura.
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Semanalmente el sacerdote acude a precarios, a zonas indígenas y a diferentes comunidades repartiendo los diarios de comida, acompañado por decenas de voluntarios.
Sin embargo, así como han habido personas que se unen a su causa, hay otros que cuestionan los manejos financieros de la asociación, las ayudas de parte de instituciones estatales y el perfil mediático del cura. Sin embargo, el padre Sergio no tiene problema con eso, e incluso, trata de ignorar los comentarios negativos que surgen alrededor de su obra.
Asimismo, prefiere pensar que las críticas no están relacionadas a la religión, pues asegura que él atiende personas sin diferencia de ninguna clase. Por eso se hace de oídos sordos.
“Si no creen en mí, entonces que vean lo que estamos haciendo, que vengan y las vean. Y si encuentran algo, pues aquí estoy, pero sino no sé por qué lo hacen en realidad. Yo no juzgo, tengo mucha paz en mi corazón, siempre perdono y no escucho chismes.
“A las personas que me ofenden más bien las amo y siempre oro y las quiero invitar a que vengan, porque ¿cómo conociendo lo que hago van a querer destruir algo que le está ayudando a tanta gente? y ¿cómo pueden decir que le caigo mal porque soy padre o porque canto? Es decir, ¿cómo por algo así tan pequeño vamos a ser tan egoístas y que por algo que me cae mal voy a afectar la colectividad por una individualidad?
“Y en ese sentido yo difiero de muchas personas, porque por una situación concreta no voy a afectar a la colectividad. Si es una persona que está haciendo un bien, yo como un ciudadano reconoceré eso”, dice.
Por ello, el sacerdote asegura que ante las críticas prefiere callar y prestar más atención a su ministerio.
Eso sí, deja claro que no es ni pretende ser un santo.
“Si dicen que qué padre más bueno y que qué padre más santo, eso es mentira, si yo fuera santo estaría en el santoral, pero estoy en el Registro Civil y eso lo tengo muy claro; y si dicen que qué padre más malvado, tampoco es verdad. La verdad es lo que Dios sabe de mí, entonces cuando una persona me critica o demás se lo ofrezco a Dios. Yo no voy a pelearme con nadie por más que me digan”, asevera.
Una de las voces más vehementes en cuestionar al sacerdote es la de la diputada del Partido Acción Ciudadana (PAC), Paola Vega, a quien se le intentó localizar para este artículo pero al cierre de esta nota no había respondido.
La legisladora oficialista se opuso firmemente a un proyecto de ley que le donó, en el 2020, ¢162 millones de la Junta de Protección Social (JPS) a la asociación del sacerdote, asegurando que este se hacía “sin control ni condición alguna”.
“Es curioso cómo el rigor técnico con fondos públicos que piden los diputados siempre tiene excepciones como esta. Pese a señalamientos múltiples, ha sido imposible justificar por qué una organización sí y las otras no”, dijo la congresista a La Nación en aquel momento.
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Asimismo, Vega insistió en que la iniciativa no contaba con sustento técnico que probara por qué se elegía a una sola asociación para recibir ese dinero y no otras.
No obstante, el proyecto de ley se terminó aprobando, con el apoyo de la mayoría de los diputados.
Pero así como se ha acostumbrado a las críticas, el sacerdote Valverde asegura que también sabe que cuando está por comenzar la campaña presidencial, tiene que hacer espacio en su agenda para recibir a las decenas de políticos que durante estos meses visitan la asociación. Y también tiene claro que después de terminada la campaña política los candidatos simplemente desaparecen, independientemente de si ganan o pierden.
“Aquí han venido 32 candidatos políticos, los llevo contados, todos vienen cuando están en campaña y luego cuando quedan ya no regresan. Y yo disfruto cuando vienen porque yo soy un tico más y me gusta la democracia, pero sí sé que no me tengo que hacer ilusiones.
“Yo me quedo satisfecho con que vean que hay una obra que no hace diferencia entre religiones, color político. Aquí todo el que quiera venir es bien recibido. Aquí están las auditorías y los libros contables, porque si el día de mañana no me van ayudar, por lo menos que para cuando vengan, vean que las cosas se hacen como debe ser”, dice.
El sacerdote no duda que las visitas de los aspirantes políticos de turno responden a objetivos electorales y, por ello, asegura que no se metería en política “ni muerto”, y que prefiere tirarse “del volcán Arenal”, antes que participar en una campaña de esta índole.
De todas formas, explica que no necesita un cargo público y vive muy feliz con lo que tiene. Su asociación ha crecido a tal punto que hoy administra un restaurante y un pequeño refugio de animales rescatados que incluye monos, búfalos y hasta venados.
Y cómo olvidar la gran fiesta con la que abarrota el Estadio Nacional cada diciembre, con la que celebra la Navidad a miles de niños de escasos recursos, quienes viajan de todo el país para disfrutar de shows en vivo, alimentación, confites y regalos.
“Tan linda la fiesta”, dice el padre mientras se lamenta que por la pandemia el año anterior viajaron comunidad por comunidad entregando obsequios para los niños, pues no podían aglomerar tantas personas en el estadio.
Papi Padre
“Papi padre, papi padre”, comienza a gritar un grupo de niños con una gran ilusión que se les desborda en la mirada y en la sonrisa, cuando ven al sacerdote llegar a visitarlos.
Todos extienden los brazos y quieren que el padre Sergio los alce o juegue con ellos. Él, a como puede, se las ingenia para mantenerles la alegría.
Los niños forman parte del albergue de la asociación Obras del Espíritu Santo, pues fueron abandonados o maltratados y ven en el sacerdote una figura paterna. Allí se les da estudio, techo, alimentación y atención médica y psicológica.
“Aquí hay chiquitos que me los han traído hace 10, 12 o 15 años y ni por teléfono han preguntado por ellos. Y son niños que al principio, cuando vienen, tienen miedo porque son maltratados o abusados y a nosotros nos toca ganarnos la confianza de ellos para ayudarlos a sanar su corazón y poner a los especialistas en la atención física psicológica y la atención integral y espiritual para que vean que no están solos”, afirma.
Y aunque verlos con la cara manchada de achiote, estudiando, corriendo o jugando lo conmueve, el sacerdote no contiene las lágrimas al hablar del momento de las graduaciones.
Cuenta que diciembre es siempre un mes caótico, pues es cuando los niños y adolescentes se gradúan de la escuela y colegio, y todos quieren que su “papi padre” los acompañe a la hora de recibir su diploma. Por ello debe tener varios trajes preparados para esas fechas.
“Verlos caminando a recibir su título me hace tan feliz porque sé lo que les ha costado. Nosotros aquí le damos todo: alimento, uniformes, todo; y ver que al principio no tenía ni qué comer... es muy bonito que salgan adelante, y por eso hay que correr también buscándoles la ropa para la graduación, porque yo quiero que ellos estrenen y eso es de locos”, asegura.
Pero no solo es un tema de graduaciones de escuela o de colegio, también le ha tocado ir a graduaciones universitarias de niños que estuvieron en el albergue y hoy ya son profesionales y lo continúan viendo como su papá.
“Me ha tocado ir a las universidades y centros parauniversitarios a sus graduaciones y me hace muy feliz de ver que todo ese esfuerzo vale la pena.
“Hay algunas actividades a las que no puedo ir, entonces después de la graduación se vienen para acá (a la Asociación) y esto parece desfile de modas, todos con sus birretes y sus cosas de graduación. Me viven regalando títulos y cintas y siempre me hacen llorar, es maravilloso.
“Claro, vea cómo me tienen (muestra que no tiene cabello), pero soy muy feliz y creo que ya puedo morirme felizmente, porque qué frustrante sería morirse y no haber hecho lo que uno tenía que hacer. La vida es un regalo para aprovechar al máximo y yo lo he hecho”, añade.
Después de las graduaciones, muchos se van a trabajar y después regresan con sus familias, también hay otros que lo llaman de forma frecuente para saludarlo o contarle cómo van sus vidas.
Sopa de caracol
Durante esta entrevista el sacerdote debió hacer una pausa, pues tenía un compromiso con una televisora de Estados Unidos.
Se levantó de su silla, corrió unos cuantos metros y se colocó frente a la computadora; agarró el micrófono y tras un breve saludo, salió al aire para cantar su versión de Sopa de caracol, sobre la mascarilla.
Luego de tres minutos al aire, el padre se despidió y regresó a la entrevista y no se había sentado cuando ya le bajaban algunas lágrimas por sus mejillas. Repetía que él no buscaba la fama.
“Hay gente que me dice: ‘padre se hizo famoso’; pero Dios guarde, yo no quiero la fama. Mi vida es llevar comida a los precarios y no es que me eche flores, porque para nada sirven las flores en el barro porque se van a podrir, así que tengo claro que soy pecador, que tengo que confesarme y buscar a Dios, si no me voy al infierno. Yo soy uno más del grupo y no ando buscando fama”, asegura.
El padre Sergio explica que su emoción fue producto del temor de Dios, de no agradarle con sus obras, pues no quiere fallarle. Sin embargo, reitera que si Dios le dio esta misión de llevar un mensaje en pandemia, es por alguna razón.
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Lo cierto es que ahora para muchos es inevitable leer “Sin la mascarilla, hay covid pa’ ti, hay covid pa’ mí” y no cantar.
El tema se viralizó luego de que el domingo 25 de abril, al final de la eucaristía dominical, el padre intentara llamar la atención de los jóvenes. Lo que nunca se imaginó fue que un par de días después estaría dando entrevistas a medios de España, Argentina, México y Estados Unidos.
Mucho menos que grabaría la canción junto al cantante Pilo Tejeda, de Banda Blanca, agrupación hondureña que interpreta el tema original.
“Estamos en la misma barca y si nos hundimos nos hundimos todos, porque este es un problema de toda la Tierra y yo como ciudadano, no sólo como sacerdote, quise hacer un aporte, pero jamás me imaginé que iba a pasar esto”, reconoce.
La iglesia
Monseñor Daniel Blanco, obispo auxiliar de San José, aplaude el hecho de que la canción del padre Sergio haya resultado exitosa y espera que de una u otra forma sirva para hacer conciencia en la población sobre los riesgos de contagio de covid-19.
“Ha sido un llamado en el que muchas instituciones, incluso la iglesia, han buscado: el cuidarnos en pandemia implica cuidar a otros y que el uso de mascarilla es una herramienta importantísima. Entonces, que se haya hecho viral la canción que él adaptó, creo que es parte de toda la ayuda que desde todos los ámbitos podemos dar y ojalá sirviera para hacer conciencia”, asegura.
Por otro lado, el obispo es enfático en que la labor del padre Sergio es muy necesaria, pues atiende a niños y lleva comida a diferentes partes del país.
Además, afirma que el sacerdote hace su obra con conocimiento de causa, pues sabe de “la situación precaria en estas zonas de San José y que con su esfuerzo se ha ido extendiendo. Es una obra maravillosa”.
A las autoridades católicas no les molesta en lo absoluto el alto perfil mediático de Valverde. Por el contario, el obispo auxiliar afirma que dada la misión del sacerdote, salir con frecuencia en los medios de comunicación es necesario.
“Yo creo que es algo que el padre ha ido cosechando a lo largo de todos estos años y que va acompañado de un servicio muy generoso, especialmente a los niños en un primer momento y que se ha ido extendiendo incluso a otros países. Creo que acompaña su labor pastoral en favor de la niñez y creo que incluso su proyección mediática es parte de algo que se vuelve necesario para su misión”, dice.
No obstante, cabe destacar que el hecho de que el padre tenga su asociación en Cristo Rey, no significa que no pueda ser movido eventualmente de parroquia.
“El Arzobispo podría tomar la decisión de que él preste su servicio como sacerdote en otra parroquia. Esto sería un tema aparte de la asociación porque es quien la preside y él podría seguir trabajando con la asociación y ser cura párroco en otra comunidad”, explica Monseñor.
Sin embargo, el padre Sergio tiene claro que seguirá con su ministerio hasta donde pueda y desde donde sea, pues es lo que lo hace más feliz y le permite sentir que está cumpliendo su misión.
“Tal vez no soy la persona más feliz en el mundo, pero mínimo voy en segundo lugar”, finaliza, mientras se prepara para atender otra entrevista.