La reiterada recomendación del Ministerio de Salud (que ya casi se convierte en súplica) es que las personas eviten salir de sus casas, y si lo hacen que sea solo para diligencias estrictamente imprescindibles, evitando conglomeraciones. Sin embargo, la naturaleza del trabajo de muchos costarricenses requiere salir a la calle casi que todos los días: para ellos una cuarentena es inimaginable.
Si usted que empieza a leer este artículo no necesita salir indispensablemente, aproveche su privilegio y cuídese en su hogar: por su bien, el de su familia y el de su prójimo.
En esta oportunidad, presentamos los rostros y vivencias de un vendedor de frutas, un vendedor de helados, una empleada doméstica, un repartidor de comida y de dos hermanos comerciantes de productos perecederos. Estas seis personas, además de tener en común que “teletrabajo" no es una palabra que les aplique, en la coyuntura actual no cuentan con la opción de sacar permisos o días de vacaciones para quedarse con sus familias, pues en su mayoría son trabajadores independientes que, básicamente, subsisten con lo que ganan cada día. Aseguran que de poder hacerlo, no lo pensarían para confinarse en sus viviendas y evitar el riesgo de contagiarse.
A su manera, cada uno se la ha ingeniado para tomar medidas que les protejan del contagio de la covid-19. La enfermedad, que desde el 6 de marzo está en Costa Rica, sumaba al 23 de abril 687 contagiados, seis fallecidos y 196 recuperados.
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“Si no salimos, no comemos”
Carlos Ledezma es vendedor de frutas y verduras desde hace más de 10 años. Él hace una ruta por varios sitios de Heredia y al día puede tener contacto con unas 1.000 personas.
Por su tipo de trabajo él no puede, aunque quisiera, hacer una cuarentena: si no sale a vender no puede garantizar los ingresos para su familia. Está casado y tiene dos hijos. En su negocio también involucró a sus tres hermanos, lo que significa que las ventas de cada día son el sustento de ellos y sus respectivos núcleos.
“Obviamente quisiera hacer la cuarentena. Ahorita uno anda con un temor. Este virus no es jugando. A veces uno atiende a mil personas. A uno le agarra miedo. Pero lo cierto es que si uno no sale, no comemos. Uno va al día. Yo hago las compras en la madrugada, tardo como cuatro horas. Ya a las 7 a. m., salimos a vender. Uno no puede quedarse sin salir, porque de la venta hay que sacar salarios y cubrir el gasto del diésel”, asegura este emprendedor de 40 años.
El modelo de su negocio se ha basado en acercarse a las puertas de las casas y ofrecer productos frescos. Desde hace un mes también implementaron entregas a domicilio en Heredia (en la página de Facebook Frutas y Verduras Kali) para así ajustarse a las necesidades de una nueva clientela que no sale a la calle. Su ruta pasa por San Rafael, Barva y San Isidro, tres cantones en los que se sabe hay personas con el virus, lo que le exige a Carlos tomar medidas para protegerse y garantizar seguridad a los clientes.
“Sabemos que por varios de los lugares por los que pasamos está el virus; da temor, pero es nuestro trabajo.
“Nos preocupamos por atender bien a los clientes, muchas de las compradoras son adultas mayores, por eso desde una distancia de tres metros ellas nos dan la lista de lo que requieren, nosotros se los preparamos y se los entregamos para que no tengan que salir de las casas. Aparte, andamos tubos con agua en el camión, jabón, alcohol y nosotros usamos tapabocas. Es para proteger a los clientes y también a nosotros”, cuenta.
Cuando ya termina su jornada y llega a su casa, Carlos se despoja de su vestimenta y entra directamente a bañarse. De las noticias que lee o ve por la noche le ha quedado muy claro que es importante la desinfección para protegerse y cuidar a las personas de su entorno.
“Si tuviera la oportunidad me gustaría quedarme en casa. Pero no se puede, por dicha el negocio está bueno estos días. La situación está difícil para todos, varios clientes que se han quedado sin trabajo me han pedido un campo para trabajar conmigo, pero ahorita no se puede”, destacó.
El vendedor añadió que él y su familia usan la creatividad para ofrecer un servicio higiénico: “Aun en nuestro trabajo tratamos de hacer distanciamiento social, el camión con el que vendemos tiene unas puertas adaptadas y colocamos canastas para que las personas se sirvan, ellos también se pueden lavar las manos. Hay que tomar esto con responsabilidad porque uno puede ser foco de infección”.
“Ando en la calle para ganarme la vida, dependo de esto”
Dos botellas que antes contenían dos litros de gaseosa cada una, ahora van llenas de agua. Esa fue la manera que encontró Gustavo Hernández para asegurarse frecuentes lavados de manos durante sus seis horas de recorrido por algunas urbanizaciones de Alajuelita.
Las campanas del carrito de helados que empuja todos los días suenan con más fuerza. Muchos lugares a los que iba a vender, como centros educativos, están cerrados, por lo que va desde las 10 a. m. y hasta las 4 p. m., sonando los timbres metálicos para llamar la atención de quienes se mantienen dentro de sus casas. Él camina despacio bajo el sofocante sol de abril.
Don Gustavo creyó que como las familias se quedaron en las viviendas sería una buena oportunidad para vender bastantes helados, sin embargo, en el más de un mes que tiene de ir de casa por casa topó con que la venta no está nada buena. Él cree que las personas están usando el dinero para comprar alimentos básicos.
“Ahorita la gente lo poco que tiene lo está utilizando para la comida y para cosas más importantes”, dice.
Las noticias por los diferentes medios han alertado a don Gustavo de lo contagioso del nuevo coronavirus, por eso aparte de las botellas de agua porta jabón líquido y alcohol en gel. Como ritual, cada 15 minutos se lava sus manos.
“A mí no me queda de otra que salir a vender porque dependo de esto. No tengo salario fijo. De esto pago casa, agua y luz. Mi esposa trabajaba dos veces por semana en una casa, pero a partir de esta enfermedad, la señora para quien trabajaba la suspendió, le dijo que ahorita se fuera para la casa por la situación. Yo tengo que salir. Ahorita lo esencial es recoger (dinero) para la comida. Si no salgo, no como. Así, literalmente. Mucha gente me dice que debería de quedarme en la casa, pero no puedo. Ahorita con la ayuda que van a dar (el bono Proteger) no sé si califico como trabajador independiente. No me puedo atener a eso. Si me quedo en la casa igual hay que pagar luz. Y es cierto que dan un tiempo de tres meses sin pagar, pero después eso se acumula y a uno se le hace más difícil”, asegura, preocupado.
Viendo el panorama y sintiendo el temor cada día de estar en la calle, don Gustavo cuenta que le encantaría poder quedarse en casa, pero no tiene esa posibilidad. A sus conocidos que sí pueden hacerlo y a quienes ve rompiendo la cuarentena trata de hacerlos caer en razón.
“Casualmente he pasado todos estos días por el parque (de Alajuelita) y allí no hay gente (porque está cerrado), pero usted ve a las personas en la puerta de la iglesia. Algunas de esas personas son amistades y yo les digo que qué hacen ahí. Yo por lo menos ando en la calle para ganarme la vida y porque dependo de esto. Pudiendo quedarse en la casa, ellos no andan haciendo nada en la calle”, sentencia."
“Para evitar tener que andar en bus me voy caminando hasta la casa en la que trabajo”
Wendy Bejarano trabaja como empleada doméstica para apoyar con los gastos de su familia. Destaca que la mayoría de la carga económica recae en su esposo, quien para su fortuna, no ha tenido ningún tipo de ajustes en su salario.
Bejarano, de 37 años, asiste dos veces a la semana a una casa en Sabanilla. Ella se encarga de toda la limpieza. Una de las medidas que tomó para no ponerse en riesgo ella ni a la familia para la que trabaja fue caminar de su casa hasta su trabajo, con tal de evitar el transporte público.Vive en Granadilla Norte y caminando rápido puede tardar unos 45 minutos a la ida y el mismo tiempo al regreso.
“Ahorita para evitar tener que andar en bus me voy caminando. Uno lo hace a conciencia por la salud de ellos. Cuando llego a la casa mis sandalias están afuera. Dejo afuera mis zapatos. Apenas abro la puerta tengo Lysol para desinfectarme”, cuenta.
Wendy dice que para ella lo mejor sería poder hacer la cuarentena todos los días, mas destaca que la familia para la que trabaja así como ella, dependen mutuamente. “Es consideración con ellos y es algo que me beneficia”, dice y destaca que sus empleadores han guardado la cuarentena y son muy cuidadosos con las medidas de higiene, lo que le da tranquilidad.
“Eso me hace sentir segura. Ellos se cuidan. No andan en la calle. El resto de los días que no tengo que ir a trabajar estoy en mi casa. Eso les da seguridad a ellos. Ahorita no tengo temor. Salgo tranquila porque no tengo contacto con nadie. Hago el sacrificio de irme caminando. Ando en la acera. En mi caso salgo porque voy a trabajar. El resto de los días estoy en la casa.
"A las personas les digo que tenemos que ser más respetuosos con el prójimo. Hay personas que cumplen la cuarentena y tienen los cuidados que el Ministerio de Salud nos está mandando como para que otros anden en la calle sin importarle la salud de otro. Creo que todo se trata del respeto al prójimo. La consideración. Saber que no quiero hacerle a los demás lo que no me gustaría que me pase a mí”, agregó.
“El temor no es salir de la casa, es regresar”
Las personas que pueden permanecer en sus casas han encontrado en las plataformas de entrega importantes aliadas. Con un par de clics y cargo automático de la tarjeta muchos se garantizan tener en su puerta comida preparada -o cruda- en minutos, medicamentos y artículos de todo tipo. Esto gracias a repartidores que encontraron en dicho trabajo una forma de subsistir en medio de esta pandemia, aunque la labor implique riesgo.
José López Díaz trabaja como repartidor desde hace un par de semanas. Él tiene una moto y en su trabajo le pidieron sacar las vacaciones acumuladas y le informaron que luego de eso su contrato laboral quedará suspendido hasta fin de mes por los estragos que la covid-19 causa en la economía; él encontró la alternativa de llevar sustento a su hogar trabajando para una plataforma de entregas.
Este vecino de Paso Ancho, de 36 años, es padre de dos niños de 11 y 8 años. Su esposa trabajaba, pero hace poco la despidieron, también por los embates del nuevo coronavirus. José hace sus viajes con su sobrina Karina Guzmán, ella le acompaña en las entregas y es la responsable de manipular los alimentos preparados que deben trasladar. La muchacha tomó esta opción de trabajo para asegurarse una entrada para ella y su hijo de cinco años.
Ahora mismo el negocio está bueno. Lo reconocen con un tono claroscuro: hay mucho trabajo, principalmente en las noches mientras aplica las restricción sanitaria, pero eso implica también el contacto con más personas. Si bien las plataformas de entrega han realizado campañas de concientización para que los repartidores dejen los pedidos en la puerta para protección de ellos y de los clientes, aun hay compradores quienes salen a recoger su encargo. Otro aspecto que se debe tomar en cuenta es que al momento en el que van al restaurante a retirar los pedidos se topan con otras personas que andan ganándose la vida igual que ellos.
“Tomé esta opción porque no se sabe lo que se viene. Vieras que en estos días ha estado bastante bueno. Yo hago esto porque no tengo alternativa. La verdad me siento expuesto. El asunto es tratar de seguir el protocolo: mi sobrina y yo andamos gel (alcohol) y guantes. Cuando llegamos a los restaurantes a retirar los pedidos nos distanciamos de los otros mensajeros para así cuidarnos entre todos”, dice José.
De poder, José se quedaría en su hogar. El temor de contagiarse está en cada recorrido. Al llegar a casa no deja de pensar en el peligro de poder contagiar a su familia. Toma medidas: se quita los zapatos y la ropa. Hay momentos en los que la incertidumbre le empuja a mejor no saludar a sus niños.
“Cuando uno va a salir, los chiquillos no quieren que uno se vaya. Ya ven noticias. Quieren que me quede con ellos. El temor no es tanto salir, sino regresar y decir ‘uy que sea yo quien lleve el virus a la casa’. Pero no queda de otra. El temor no es salir de la casa, es regresar. A la gente le digo que, si pueden hacerlo, se queden en las casas. Pienso que así todo va a pasar más rápido. Todo va a mejorar. Entre menos gente salga, creo que todo esto que estamos pasando con el coronavirus se acaba pronto”, reconoce.
“Hay temor de contagiarse e incertidumbre de si en algún momento van a llegar clientes”
Valeria y Luis Gerardo Matarrita tienen claro que su trabajo no se puede detener. Estos hermanos son comerciantes de productos perecederos y lo que proveen es importante para la alimentación del país en tiempos de emergencia por el nuevo coronavirus; ellos venden sus frutas en el Centro Nacional de Abastecimiento y Distribución de Alimentos (Cenada), una enorme explanada a cielo abierto. Su labor no solamente es consideración con los demás, pues ellos dependen de las ventas para asegurar no perder las cosechas de sus productos.
Su trabajo les exige salir todos los días, en un horario complejo: de 2 a 10 a. m, para volver a las 10 p. m., del mismo día. Ellos ofrecen fresas, guayabas, aguacates, anonas, manzanas y ciruelas nacionales. Las ventas han disminuido considerablemente, aseguran. Muchos clientes que llegaban a comprar en vehículos particulares al inicio de la madrugada respetan la restricción sanitaria o se apersonan después de las 5 a. m., cuando finaliza la prohibición.
“Trabajamos producto perecedero que se puede descomponer o quemar si se deja mucho en la cámara fría. Es esencial venir todos los días porque no se pueden perder las cosechas”, cuenta Valeria.
Luis Gerardo agrega: “El horario en el que trabajamos normalmente choca con el horario de la restricción sanitaria. Por ende hay que quedarse entre cuatro y cinco horas esperando a que lleguen clientes para poder vender. Ahorita experimentamos angustia por temor a contagiarnos del coronavirus y por la incertidumbre de si en algún momento van a llegar clientes.
“Los compañeros vendedores están igual; a la expectativa, esperando a ver quien entra: tenemos que quedarnos más tarde porque hay que esperar a que lleguen clientes para vender. Entendemos la situación pero es bastante cansado y frustrante porque no sabemos qué va a pasar. Guardamos fe de que se cambien los horarios (para que no choquen con la restricción) y que puedan venir más clientes. Trabajando en horario de un solo día podríamos cuidarnos mejor de la pandemia”.
Los hermanos dicen que como forma de garantizar el negocio han implementado que sus clientes realicen pedidos por plataformas digitales. Algunos compradores llegan horas antes pues cuentan con un carro de carga liviana que sí puede circular.
Luis Gerardo y Valeria comentan que les gustaría poder hacer la cuarentena con el resto de su familia, pero deben asumir la responsabilidad del negocio familiar porque su padre debe quedarse en casa.
“Lo más difícil es el hecho de tener a nuestro papá en cuarentena. Él debe hacerla porque es una persona cardiópata. No puede tomar el riesgo. Así que nosotros debemos asumirlo, aunque él es la cabeza de todo hemos aprendido a asumir la responsabilidad para llevar sustento al hogar”, explicó Luis Gerardo.
Valeria añadió: “Tenemos temor del virus. Uno está en riesgo porque el contacto con los clientes es directo. La dinámica de nuestro trabajo significa estar cerca de las personas, llevarles sus compras a los carros, por más que nos cuidemos el contacto está. Para cuidarnos nosotros y cuidarlos a ellos tenemos tubo en nuestro campo de venta, jabón antibacterial y alcohol en gel que les ofrecemos, confiamos en el lavado de manos para protegernos: nosotros nos las lavamos constantemente, también usamos guantes y mascarilla para protegernos y transmitirles confianza a los compradores”.
Recuerde, si usted puede hacerlo: ¡quédese en casa!
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