En 1995, Silvio Waisbord, doctor en Sociología por la Universidad de California, San Diego, publicó el primero de sus veinte libros. Tres décadas y más de 200 publicaciones académicas después, se consolidó como una de las figuras más destacadas en el estudio del periodismo, la política y la comunicación en América Latina.
Hoy lleva su conocimiento a las aulas de la Escuela de Medios de Comunicación y Asuntos Públicos de la Universidad George Washington, es editor de la Revista Internacional de Comunicación y preside la Asociación Internacional de Comunicación.
En su visita a Costa Rica, Waisbord conversó con la Revista Dominical sobre la relación entre medios y poder político, sostenibilidad financiera, la exacerbación de la violencia contra la prensa y los políticos troll, una realidad de la que el país no ha escapado.
En enero de 2025, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) advirtió sobre un creciente deterioro de la libertad de prensa como consecuencia de la hostilidad del gobierno, que ha generado un clima de intimidación y autocensura en el territorio nacional.
La prensa latinoamericana y estadounidense transita por un camino frágil e incierto. En 2024, Reporteros Sin Fronteras señaló que son cada vez más los líderes políticos que estigmatizan a periodistas y medios de la región. La situación, aseguran, es preocupante en Argentina tras la llegada al poder del presidente Javier Milei. En Centroamérica, sostienen, la actitud hostil del presidente Nayib Bukele hacia el periodismo de investigación explica el declive en El Salvador. La lista continúa.
—¿Cómo evalúa la relación actual entre los medios de comunicación y el poder político en Estados Unidos y América Latina?
—Creo que es una relación dinámica actualmente, porque está cambiando absolutamente todo lo que tiene que ver con política y periodismo. Es una relación históricamente de tensiones, de acuerdos y de treguas. Estamos en presencia de una corriente de gobiernos que, en América Latina, no sorprende tanto por una historia, desafortunadamente muy larga, de gobiernos que intentan limitar el ámbito del trabajo del periodismo. En el caso de Estados Unidos, es particularmente llamativo porque se sale de las normas convencionales de las cuales ha sido la comunicación política gran parte de la etapa moderna.
“Las redes sociales le ofrecen una tribuna, un micrófono constante abierto para que políticos que se sienten cómodos en un estilo de comunicación. Antes, lo hacían las conferencias de prensa con periodistas que preguntaban cosas incómodas. Hoy en día, un presidente, si es hábil, lo puede hacer constantemente, de forma que eso cambia la dinámica entre periodismo y política.
“Eso se explica la agresión ciudadana contra periodistas, que es incitada por políticos a través de las redes sociales. Antes era más difícil”.
LEA MÁS: Informe de UCR: Libertad de expresión y prensa se deteriora en Costa Rica
—¿Esa violencia e incomodidad por parte de los políticos hacia el periodismo se ha exacerbado en los últimos años?
—Yo creo que sí. Eso hace que cualquier periodista que sea el blanco de la ira, del ridículo, de la broma de un político, —especialmente de un presidente que tiene un pedestal muy poderoso como para llegar a públicos— tenga conciencia o temores, que, en algunos casos, lleva a un cuidado extremo que uno puede llamar autocensura, sobre qué temas publicar y que temas no.
“Esto porque sabe que inmediatamente puede haber un impacto directo desde un presidente que acusa o que acosa, y de miles y millones de seguidores. Eso cambia totalmente la dinámica”.
—Usted se ha dedicado a estudiar las figuras políticas de Donald Trump y de Javier Milei. En sus artículos académicos, los ha catalogado como “políticos troll”. ¿Qué significa este término para usted y qué diferencia a este tipo de político de uno tradicional?
—Los trolls, en el lenguaje digital, se refiere a personas que gozan, que tienen satisfacción de acosar, de insultar o de menospreciar a otra gente. Por lo general, hay un componente político en eso, pero también un componente humano, de solamente despreciar o ridiculizar a alguien por ser mujer, por ser minoría, por su religión, por su aspecto físico, o por cualquier razón. Es una cuestión más de deshumanizar a otros, de reírse de quienes son.
“Hay presidentes que encarnan justamente esta cultura de troll, que es una cultura fundamentalmente —no únicamente—, de hipermasculinidad, que se identifica con ciertas culturas contrarias a todo lo que ha sido en las últimas décadas de ampliación de derechos de diferentes grupos sociales. Eso hace más vulnerables a ciertos grupos sociales o profesionales como los periodistas, a esa cultura de trollismo.
“Trump y Milei son muy emblemáticos de este tipo de actitud, que es una actitud personal. No cualquier político lo hace o le sale bien al hacerlo. Por otro lado, los políticas tradicionales, incluso aquellos que se enemistaban con la prensa, no necesariamente ponían el ojo en el hecho de ser las personas quiénes son. Eso es muy diferente”.
—¿Tiene Costa Rica un presidente troll?
—Sin conocer a detalle, con las cosas que he leído, pareciera que algunos de estos rasgos son. (...) No es fácil hacerlo. El hecho de que superficialmente haya elementos en común, no quiere decir (que sea un troll).
—No todos los políticos logran encarnar esa figura troll porque no tienen la capacidad de oratoria o de persuasión. Los que si lo logran, lo hacen con mucha fuerza. ¿Hay una responsabilidad social en eso? ¿Por qué toman tanto impulso?
—Siempre que hablamos de polarización política, es importante entender que a gran parte de la gente no le interesa la política o, es independiente y no está sujeta a los vaivenes de la polarización. Pero en un momento en el cuál la gente que sigue la política de cerca y con cierto interés está más polarizada, este tipo de discurso recaba atención en una ecología informativa donde la atención cada vez es más limitada y permanentemente cambiando.
“Son políticos que tienen esa capacidad natural o aprendida de cómo generar atención constantemente tanto entre propios como entre críticos”.
LEA MÁS: Sala IV condena insultos de presidente Rodrigo Chaves a periodistas
—Usted decía que, históricamente, los líderes han utilizado estas estrategias propias del político troll. ¿Cómo terminaron sus gobiernos?
—El caso de Hugo Chávez es muy claro; el caso de Daniel Ortega es muy claro. Líderes autocráticos o con destino autocrático constantemente se han mofado, han ridiculizado y han acusado a sus opositores y sus críticos de cualquier cosa. ‘Traidores a la patria’ es lo mínimo que han dicho.
“Otros han utilizado una cosa de mofarse de otros sin tener estas pretensiones, vicios o realidades autoritarias. (...) Así les fue, desembocan en un curso autoritario y otros terminaron por ser votados fuera, por perder elecciones. Siempre hay dos caminos, uno en América Latina que conocemos, una veta autoritaria, y otros que bueno, tienen que reconocer que no siempre ganan”.
LEA MÁS: Reporteros Sin Fronteras alerta mayor persecusión contra prensa en Venezuela y Nicaragua
—Usted sostenía en una entrevista que la disyuntiva está en cómo pararse: “si le das visibilidad, lo amplificás; y si lo ignorás, estás ignorando algo importante”. Para usted, ¿cómo se debe hacer frente a la cobertura de esas personas?
—Eso sigue siendo una pregunta central para el periodismo. El periodismo no tiene una fórmula correcta, especialmente cuando opera contra reloj acelerado. Estas decisiones requieren cierto tiempo. Entonces, cuando un presidente o una presidenta constantemente genera información muy noticiosa, por más que sea válida o mentira, es muy difícil para el periodismo sustraerse de no cubrirlo o de cubrirlo de una forma crítica.
“Lo pueden hacer, y esto pasa en radio y televisión: se dan las noticias y, después, se trata de verificar si es verdad o no. Pero creo que el periodismo opta por cubrirlo y, después, hacerlo de una forma crítica o con distancia, si es así o si tiene una posición editorial de ese tipo. Si tiene una posición editorial a favor del gobierno, obviamente no duda en amplificarlo y darle validez.
“Por eso estamos, en parte, sometidos a la desinformación. No solamente porque desde la política se puede desinformar y no se paga aparentemente ningún costo político por eso, sino porque (los políticos) tienen un micrófono encendido para decir tantas cosas”.
—¿Qué peso tiene el periodismo en el contexto actual? ¿Ha variado en los últimos años?
—Es una pregunta interesante porque yo siempre pienso que, en realidad, el periodismo sigue importando, quizás menos de lo que importaba hasta hace 20 o 25 años, cuando ocupaba un lugar único en la circulación de información y comunicación, pero creo que es muy temprano para decir que no importa. En casos de grandes eventos noticiosos, accidentes o desastres naturales, la gente sigue volcándose al periodismo tradicional, por más que lo complemente con la comunicación en redes.
“En segundo lugar, están los políticos que no se explican sin ciertos fenómenos periodísticos de noticias de cable; el caso de Milei mismo. Milei es un producto de los programas de noticias o comentarios políticos en televisión por cable. Eso le da una plataforma comunicacional y, de otra forma, no hubiera llegado.
“En tercer lugar, hay gente con poder y dinero a la que le sigue importando el periodismo. En cuarto lugar, si el periodismo no fuera importante, ¿por qué todavía se sigue persiguiendo y cercenando su espacio de acción? Porque existe la convicción, verdad o no, de que el periodismo sigue importando. (...) Lo que sí hay es un problema de financiamiento”.
—A propósito del financiamiento, usted es defensor de que no se puede tener una prensa democrática sin organizaciones mediáticas autónomas. ¿Es posible alcanzar un modelo de financiamiento autónomo que sea sostenible en un contexto de información masiva?
—En América Latina siempre fue difícil eso. Creo que los espacios han variado considerablemente de medio a medio, de redacción a redacción y que, idealmente, a lo que se debería aspirar es a medios con diferentes márgenes de autonomía respecto a distintos poderes sociales, políticos o económicos, con un periodismo que trate, en sus mejores momentos, de ser más equidistante, neutral o balanceado.
“El problema es que, cuando la publicidad ha migrado masivamente a espacios digitales, eso ha restado recursos que históricamente el periodismo tuvo. Esa es una de las mayores críticas a la crisis económica que afecta al periodismo y al remedio parcial: las soluciones alternativas al modelo privado de financiamiento por publicidad y al modelo público.
“El tema es: ¿cómo hacés un modelo mixto de financiamiento que no cometa los errores de cada modelo?"
—Comentaba usted que hay gente adinerada que se “interesa” por el periodismo, e incluso va más allá y lo financia. Tal es el caso de Jeff Bezos con The Washington Post. Esta semana, Bezos anunció un cambio radical en la sección de opinión, y esto generó incomodidad dentro de la redacción y entre suscriptores. ¿Qué implicaciones tiene esta alternativa de financiamiento?
—Te muestra que la autonomía está siempre condicionada por los intereses que tenga un medio, una compañía o un publisher. En Estados Unidos, eso siempre ha existido, pero de una forma más sutil. Cuando las empresas periodísticas eran manejadas por familias, en un principio había una línea roja entre las posiciones editoriales y el trabajo de la redacción, que no se cruzaban abiertamente.
“En el primer gobierno de Trump, se muestra claramente que Bezos era consciente de que había límites en la redacción que no se cruzaban. The Washington Post cubría temas que tocaban a Amazon, su principal empresa. Esto cambia rápidamente cuando Bezos y otros titanes de la economía se vuelcan favorablemente hacia Trump de forma pública.
“Esto es un cambio de época. Te muestra que no es solo un vuelco de influencia, sino una transformación absoluta en la concepción de lo que es la noticia. Eso, para mí, es una magnitud totalmente diferente, y la personalidad propia de Trump explica justamente que él no espera apoyo táctico o limitado, sino una entrega absoluta“.
—Usted sostiene que los medios siguen siendo importantes, pero estudios demuestran que, en ciertos casos, han pasado a un segundo plano. La gente no recurre a un medio de comunicación como su primera fuente y aumenta la desconfianza por parte de los lectores. ¿Qué está provocando eso?
—Yo creo que la desconfianza tiene que ver con la falta de interés en la cuestión pública, no solamente con el periodismo. En parte, por la confusión propia, porque el buen periodismo, lamentablemente, se pierde en la vorágine de lo que circula en nuestros teléfonos constantemente.
“También compite con la gente que evita la información. Esto, para mí como investigador, sigue siendo curioso: que la gente se las ingenie para evitar la información. Hay gente que lo hace; diseña los algoritmos de sus plataformas y de sus dietas de contenido de forma tal que jamás aparezca información periodística sobre temas públicos.
“Entonces, tiene que ver tanto con cómo operan los algoritmos como con las decisiones propias de no estar expuesto constantemente a información sobre temas públicos. A esta altura, después de dos décadas sostenidas de desconfianza en los medios, es un fenómeno estructural, no pasajero.
“Creo que el periodismo, frente a otros temas que conversamos, tampoco tiene una respuesta clara, porque el hecho de producir información veraz no necesariamente levanta la credibilidad de un medio propio o del periodismo en general, ya que tiene que ver con una crisis de confianza, un escepticismo más generalizado”.
—¿Hemos sido los periodistas muy arrogantes o ambiciosos en decirle a la gente que somos lo únicos con una ‘verdad’?
—Por más que lo hagás de forma más humilde o más modesta, en última instancia, es el buen periodismo el que sabe lo que está pasando, más que cualquier político y cualquier persona de a pie. No porque sea dueño de la verdad —esa fue, quizás, la ambición o la pretensión en los días más arrogantes del periodismo—, sino porque el periodismo hace cosas que ninguna otra institución en la sociedad o individuo hace: tratar de cotejar lo mejor posible lo que ocurre, documentarlo y verificarlo con diferentes fuentes. Nadie hace eso en la sociedad.
“La ciencia hace algo parecido, pero es muy diferente. La política no hace eso, porque a la política no le interesa la verdad, sino acceder al poder y decir lo que sea necesario para ganar una elección. Entonces, la democracia no tiene muchas instituciones para cotejar. El periodismo, hoy en día, sabe —por más que sea frustrante— que uno puede poner trabajo, esfuerzo y recursos en contar ciertas verdades que pueden ser rebatidas sin conocimiento por un político que tiene un micrófono abierto constantemente.
“Esa es la realidad”.
—Costa Rica atraviesa una realidad marcada por constantes ataques a la prensa y polarización política. A raíz de esto, han surgido personas afines al oficialismo que han forjado fuertes plataformas en redes sociales donde, constantemente, difunden información falsa. ¿Se les puede llamar medios alternativos o militantes? ¿Qué repercusiones tienen?
—Son medios que abrogan cualquier responsabilidad sobre la veracidad o el cuidado de la información. Encontrar anticuerpos contra eso no es fácil. (...) Fenómenos como este siempre van a existir: mentiras y desinformación. El motivo de preocupación surge cuando esas mentiras tienen un rol desproporcionado en relación con la cantidad de gente a la cual llegan, cómo se articulan con la política y la legitimidad y visibilidad que le dan a ciertos políticos. Ahí ya se transforma en un problema, en un dolor de cabeza para la democracia.
LEA MÁS: Invitada presidencial Yendry Quirós difunde falsedades sobre ayuda humanitaria desde El Salvador
“El problema surge cuando adquieren una velocidad y una magnitud política y social que comienzan a expulsar al buen periodismo, a la ciencia o a la cordura y la racionalidad. Es muy complicado, pero no creo que haya soluciones inmediatas. La única respuesta es la persuasión”.
—El fact-checking podría considerarse como un tipo de persuasión. En un panorama de plataformas digitales, donde usted puede manipular sus algoritmos para ver solo la información que confirma sus creencias, ¿realmente es efectivo?
—Una colega y yo acabamos de escribir un artículo, y nuestro punto de partida es justo ese. Después de 15 años de fact-checking intenso, con apoyos económicos significativos y una enorme atención dentro y fuera del periodismo, creemos que realmente es muy poco lo que se puede demostrar sobre su efectividad.
“La principal efectividad de impactos se ve en experimentos donde a la gente se le da información antes y después y, en muchos casos, corrige su información. En el mundo real, es mucho más complicado, por la velocidad de la información y porque el fact-check no necesariamente atrae la atención.
“El problema del fact-checking es que ha operado con criterios periodísticos y no con criterios de comunicación. El problema de la mentira es un problema de comunicación, no un problema periodístico: en qué cree la gente, por qué le cree la gente y cómo esto está ligado con su identidad personal, grupal y política.
“El fact-checking lo único que hace, en el mejor de los casos —y es muy importante—, es verificar si lo que dijo alguien, particularmente en posición de poder, refleja la realidad o no. Eso, como documentación, es importante. No podemos resolver el problema de comunicación con una receta puramente periodística.
“Reconozco sus contribuciones, pero no resuelve el problema. Es hora de revisar las premisas de la verificación”.