Cinco peceras vacías marcan su camino por un parqueo. Detrás, bolsas plásticas y transparentes con pececillos inquietos. Esquivan los vehículos y se detienen en una pequeña mesa, donde se fusionan con el agua. A su lado, una pareja con melenas plateadas anuncia su venta.
Dicen que los peces reconocen a un mal líder, pero ese no es el caso de Luis Solano y Blanca Rosa, a quien le dicen “Nieves”. Cada viernes y sábado, es el Campo Ferial La Perla, en Mercedes Norte de Heredia, quien recibe a estos negociantes en medio del público que acude en busca de papas y legumbres para el menú hogareño.
La vida de esta pareja es como una ola: sube, baja y se estrella, pero siempre vuelve con fuerza hacia la corriente. Tanto “Nieves” como Luis han atravesado una de las enfermedades más desafiantes: el cáncer. Ella de recto, él de próstata, y ambos en chequeo tras años de radio y quimioterapia.
¿Cómo no podrían encariñarse con las criaturas de agua dulce, cuando representan su principal sustento? A lo largo de casi cinco décadas, a pesar de los altibajos, han sostenido este negocio que no pretenden abandonar. A los peces les agradecen por permitirles subsistir y mantenerlos con salud.
Tienen a la venta machos y hembras orientales y tropicales, también conocidos como Ángel, Caperucita, Guppy y Koi, los tradicionales de Japón. A quien se les acerque, hasta pueden ofrecerles una promoción.
Aun cuando descansan sobre una mecedora fabricada por Luis, también escultor de madera y piedra, compiten con cualquiera. Venden todo lo necesario para el cuidado de los peces ornamentales, pero su mayor atractivo radica en un conocimiento profundo de las especies, con el cual aseguran que, si se siguen sus recomendaciones, difícilmente pasarán a mejor vida.
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Medio siglo de vivir por los peces
En cada feria del agricultor, Luis y “Nieves” trasladan alrededor de 50 ejemplares. Allí les construyen residencias temporales con algas y castillos, con la esperanza que su número se reduzca. Esta ocupación, aunque recreativa, también es ruda. No por nada anuncian un pez Guppy a ¢1.800.
Luis fue quien concibió el negocio de los peces, en la Costa Rica de los años 70, cuando, por casualidad, entregó un mueble en un acuario. Observar aquel universo encapsulado en cuatro paredes de vidrio lo sedujo y, naturalmente, quiso replicarlo.
Durante medio siglo lo ha acompañado su esposa “Nieves”, cuya bondad se desprende de cada palabra dirigida a la clientela. Primero lo hizo en la tienda que fundaron en Alajuela; luego, desde su casa transformada en acuario, y hoy, desde la feria. Sobre su cuello cuelga una medallita de la Virgen de Fátima, a quien le atribuye haber sido sanada del cáncer y permitirle seguir entregando sus apreciados animales a nuevas familias.
En contraste con el bullicio de la jugosa venta agrícola, donde a pocos metros resuenan las promociones de truchas congeladas, los pececillos coloridos nadan en calma. Mientras algunos viajan en bolsas hacia un nuevo destino, los demás saben que, al emprender el regreso, volverán a sumergirse en su hogar.
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