Hablar de Florencia Urbina es hablar de caminos, de un sinfín de rutas que ha recorrido durante su vida y que han estado marcadas por la pasión, adversidades, constancia, censura, irreverencia y compromiso con sus ideales.
Urbina, una de las artistas visuales más importantes del país y que lleva cuatro décadas de trayectoria, ha salido de todos los caminos que transitó, fortalecida y reinventada. Aunque siempre fue su norte, nunca pudo dedicarse exclusivamente al arte y tuvo que compaginar su producción creativa con otras labores.
Hoy, a sus 60 años y después de sobrevivir dos veces al cáncer de mama, estar de lleno en la organización de la Ruta de los Conquistadores (proyecto familiar) durante una década y haber vivido en tres continentes, decidió entregarse por completo al arte.
“Siento muy fuertemente que viene la obra más pichuda de todas. Voy a estar más resguardada en un espacio más privado, donde sé que me voy a conectar más rápido con ese subconsciente del que canalizo arte. Tengo una ilusión muy grande de ver qué va a salir, porque no tengo agenda, solo libertad”, afirmó con convencimiento.
Según cuenta, regresó con tal impulso que se inscribió a la bienal del Country Club. A la múltiple ganadora de premios nacionales la rechazaron; hecho que le ayudó a comprender que en esta etapa más que competir, debe centrarse en la producción y la exhibición.
“Bienvenida de regreso, hijueputa; sígasela creyendo (risas). Eso me dio más impulso, porque nada en esta vida es como uno cree que va a ser. Por supuesto que todos mis fans dicen que eso está arreglado, pero cual arreglado ni nada. ¿Quién me mete a mí participando en esas varas? Yo ya no tengo que concursar”, expresó con la irreverencia y carisma que la caracterizan.
Un arte que puede provocar, punzar y seducir
Si bien Urbina fue organizadora de la Ruta de los Conquistadores (actualmente solo La Ruta) entre el 2012 y el 2023, esto no detuvo su producción artística. Durante los últimos años abrió un estudio y galería en barrio Amón, casualmente en una casa que construyó su abuelo.
“Estar en San José estos últimos cuatro años y medio me nutrió mucho. Me encanta caminar por San José, ir al Mercado Central y todo. Creo que eso se ve en mis obras más recientes, todo el enredo de las calles, del molote, las vitrinas con sus maniquíes… Todo eso me encanta y se ve reflejado”, detalló la artista galardonada en dos ocasiones con el Premio Nacional de Pintura Aquileo J. Echeverría.
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Florencia cataloga a su arte como figurativo, lejos de lo abstracto. La gran constante en sus obras es la presencia del ser humano y siempre tiene que ver con algo que afronta, mayormente en el plano aspiracional; de lo que quisiera ser.
“Tengo ciertos puntos de vista muy claros que trato de poner en el plato, aunque sí les pongo azuquitar y todo para que te lo podás comer. Podés escoger o ver la parte un poco sarcástica que pinto –porque es como una válvula de escape para mí– o si querés te quedás en lo superficial, porque está lleno de formas y colores”, explicó.
Al igual que su nombre, el arte de Urbina tiene mucho de floral, pero no en la concepción romántica. Sus piezas no son las tiernas rosas blancas de las que habló José Martí: más bien son como los cardos, que, aunque provocan con sus colores, también punzan con fiereza.
Por esto la han censurado en reiteradas ocasiones, personas e instituciones de todos los ámbitos. Sin embargo, su compromiso con lo que quiere decir es innegociable, aunque le cierre puertas.
Por dar un ejemplo, durante su embarazo realizó una exposición en la que exploraba las figuras de vírgenes religiosas con los pechos expuestos. Como era de esperarse, aquella exhibición escandalizó a más de uno, algo a lo que ya está más que acostumbrada.
“Una vez me invitaron a exponer en la Galería Nacional del Museo de los Niños. Me dieron una nave pequeñita, porque aunque era con el grupo Bocaracá cada quien exponía individualmente. Me hizo gracia que pusieron un rótulo que decía algo así como: ‘Atención, cuidado con sus hijos, esto les puede herir su susceptibilidad. Es mejor que no entren’”, relató la pintora.
Ahora, después de casi un lustro en su galería y estudio de barrio Amón, se mudó a Santa Ana a un espacio más íntimo en el que, a diferencia del pasado, no se exponen obras.
Por otra parte, desde hace 20 años, el bar El Observatorio, ubicado frente al Cine Magaly, ha sido el hogar más amplio por el que desfilan sus cuadros y esculturas. Actualmente, el local tiene 43 pinturas de su creación.
Esta exposición viva, que actualmente recibe el nombre de Rizz (término en inglés relacionado con la seducción), empezó en el 2004 con El beso, una obra de grandes proporciones que aún se mantiene en el lugar.
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La artista llegó a este bar gracias al propietario, Mauricio Miranda, quien se ha convertido en el más grande coleccionista de su obra. Agradece a Miranda la oportunidad de tener en un mismo espacio un cuerpo de trabajo tan grande y recuerda que hace dos décadas fue todo un acto transgresor.
“Mis colegas me decían: ‘Florencia, ¿cómo vas a exponer en un cine bar? Todas tus obras se van a llenar de cigarro, les van a tirar tragos, la gente se va a vomitar encima’. Ahora, no es el tema, pero si yo puedo provocar que alguien se vomite con una obra mía, wow; me parece fabuloso”, rememoró con fisga.
Asegura que El Observatorio es el lugar perfecto para que su trabajo artístico se desarrolle, pues le llega sí o sí a la gente. Además, es fiel creyente de la necesidad de romper con los espacios convencionales de exhibición y con la idea de que la gente tiene que “saber de arte” para tener acceso a este.
“La instalación es tan invasiva que no tenés para donde agarrar (risas). La tenés que consumir sí o sí, aunque la hayas escogido o no. Entonces, ya para mí es misión cumplida. Para mí es un momento ‘ajá’, muy chiva”, comentó.
Florencia por el mundo
Si el arte de Florencia Urbina es como un cardo, ella es como una orquídea, pues sus raíces están expuestas. En toda su vida ha habitado en tres continentes, con el shock cultural como eterno acompañante que, incluso, la ha hecho sentir inquilina en su tierra.
En su infancia fue criada en Estados Unidos y regresó al país en sexto grado de la escuela. Con un acento agringado y extrañada de utilizar uniforme, tuvo una difícil adaptación en el sistema educativo costarricense.
Afirma que terminó el colegio aún con la sensación de que no encajaba y en edad universitaria se fue a España durante un año. Al volver de ese período en Madrid, sus padres la enviaron a estudiar estudiar arte en Florida (Estados Unidos), donde se formó su papá.
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Regresó a Costa Rica a mediados de los 80. En ese periodo asistió a Carlos Francisco Echeverría, ministro de Cultura, durante el primer gobierno de Óscar Arias. Entre sus proyectos principales estuvo la creación de una biblioteca de arte en el Museo de Arte Costarricense.
Allí conoció a Luis Chacón (fallecido en agosto de este año), quien trabajaba en el Museo de Arte Costarricense, y abrió junto a él una galería en Lotes Volio. Con Chacón y otros artistas fundaron el grupo Bocaracá, que tiene 36 años de existir y es una de las agrupaciones culturales más longevas en Costa Rica. “Somos más viejos que Malpaís”, apuntó.
Durante esta etapa, también daba clases de inglés en el Instituto Británico para sostenerse económicamente. En esa institución conoció a su actual esposo, quien era el director. Cuando ya empezaba a asentarse en Costa Rica se fue a Londres, para que su esposo sacara una especialización.
Vivió en Inglaterra durante dos años y, durante su paso, fue agregada cultural de la embajada ad honorem. En suelo británico decidió hacer un colectivo de agregados culturales centroamericanos.
“Me di cuenta de que se hizo la primera exposición de arte latinoamericano en Londres y qué tal que no existía Costa Rica, Nicaragua, Honduras ni El Salvador. Yo era muy necia y fui con los curadores a reclamarles. Después la curadora me explicó: ‘La corrupción en su país es tan grande que el único arte que conocimos cuando fuimos eran las obras que pintaban las esposas de los políticos’”, narró Urbina.
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Una vez que su pareja finalizó su especialización, empezó a buscar oportunidades laborales y le salieron ofertas en tres destinos: Indonesia, Tailandia y Ecuador. Cuenta que él se decantaba más por Ecuador, pero ella lo hizo cambiar de opinión.
“Ah, no jodás, le dije. Ecuador está en el patio de mi casa, en cualquier momento voy (risas); yo quiero Asia. Él ya había conocido, porque es hijo de diplomáticos y había vivido en muchas más partes del mundo que yo. Este es el momento en que todavía no conozco Ecuador (risas), pero nos fuimos a Indonesia”, comentó.
La artista visual explicó que Indonesia, donde vivió cinco años, era un país marcado por la dictadura y, por ende, su obra fue censurada. Como ya estaba acostumbrada, se resignó y se dedicó a producir a otros artistas del país.
Estando en ese país, los padres de Urbina les comentaron que iban a vender la propiedad que tenían en playa Agujas. Decidieron ser ellos quienes compraran la propiedad, pues su plan era mudarse a la playa una vez que terminaran su estadía en Indonesia (en 1994).
Aún radicados en el país asiático adquirieron la propiedad de playa Agujas, en la que vivieron durante un año en su regreso a Costa Rica. Posteriormente, se trasladaron a Malpaís, a un hotel que unos amigos italianos dejaron en obra gris.
“Nosotros sacamos ese negocio (el hotel) adelante, fuimos pioneros en esa zona, y vivimos ahí ocho años. Pudimos vivir toda la niñez de mi hija en la playa”, recordó con emoción.
Luchar por la vida propia y la del resto
Aunque para aquel entonces el desarrollo inmobiliario en las costas no era como ahora, Urbina vislumbró el comienzo de este. Asegura que la zona se había desvirtuado por abusos a la naturaleza, por lo que vendieron el hotel y dejaron su vida en la costa.
“Nos fuimos de ahí muy preocupados por lo que sucedía en esa época: era la ley del machete y la pistola. Yo tenía a mi hija en mis brazos cuando un tipo nos amenazó con un arma porque confundió a mi marido con un italiano que le debía plata. Desde ese entonces había mucho abuso, además de que todas las aguas negras iban a los ríos. Había un desarrollo desmedido y una corrupción tremenda”, relató con preocupación.
En el 2002, recién vendido su negocio, Florencia fue diagnosticada con cáncer de mama por primera vez en su vida. Durante los últimos meses en Malpaís se sentía con mucha fatiga, pero lo atribuyó a la adversidad y el estrés.
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Relata que, en aquel momento, el ginecólogo que le realizó la mamografía lo remitió al “mejor cancerólogo (oncólogo) del país”. Tuvo un diagnóstico temprano y los médicos le realizaron una mastectomía “conservadora”, en la que solo removieron una parte mínima del pecho.
“Ahora sé que ahí mismo tuve que hacer las de Angelina Jolie; ahí mismo me tuve que haber arrancado las tetas. Pero bueno, uno está tan asustado que hace lo que le dicen. Es lo peor del mundo, el terror más grande, porque yo tenía una hija pequeña y no quería morirme y dejarla sin mamá”, rememoró la gestora cultural.
Considera que la red de apoyo familiar fue vital para afrontar su tratamiento contra el cáncer. Varios miembros de su familia le ayudaron a convertir su miedo en un impulso para luchar por su vida y el futuro de su hija.
Estas mismas pulsiones que la hicieron luchar por su vida también la hacen ser una entusiasta de la preservación del medio ambiente. Por esto, recientemente se unió a la Organización de Estudios Tropicales (OET), un consorcio sin fines de lucro de instituciones académicas e investigativas alrededor del mundo y que actualmente tiene 3 estaciones en Costa Rica (Sarapiquí, Las Cruces y Palo Verde).
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La artista donó su propiedad en playa Agujas, la cual había convertido en un jardín botánico, para que este organismo abra su cuarta estación. Según explica, a pesar de que el 92% del país es territorio marítimo, la OET no contaba con una estación en la costa.
“Yo sí creo que si vos sentís algo mucho tenés que involucrarte. Si de veras te ahueva ver a Malpaís como está, hacé algo al respecto. Pase muchos años pensando cómo podía hacerlo y bueno, la manera es uniéndose a los expertos, porque los cambios son en grupo”, declaró la escultora costarricense.
El objetivo de esta donación es que junto a la parte de investigación científica se pueda a recibir a artistas de diferentes latitudes que produzcan y divulguen sobre la importancia de la preservación en Costa Rica.
Rebelde hasta con sus raíces
Florencia Urbina no tiene reparo en compartir el abolengo de su ascendencia familiar. También es clara en que las bondades económicas de su entorno también ponían camisas de fuerza al desarrollo identitario. Asegura que las mujeres de su posición social que tendían a tener posiciones de izquierda eran tachadas de traidoras y hippies.
Curiosamente, décadas después de haber abandonado ese ecosistema, en el que se codeó con la crema josefina del siglo XX; volvió a toparse con las figuras que fueron como sus “padres putativos”. No obstante, su reencuentro con aquellos señores, que son nombres importantes de la historia costarricense, no fue tan grato como en su infancia.
Este cuento se remonta al 2010, cuando en el gobierno de Laura Chinchila dirigió el Museo de Arte Costarricense (MAC). De su gestión destaca que logró que la entrada sea gratuita y que impulsó la creación de un inventario de las obras del museo en la nube.
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Sin embargo, recuerda esa etapa en tonos grises, pues descubrió aparentes irregularidades en aquella institución que, en aquel momento era un “elefante blanco”, en sus propias palabras, y no tenía una visión de servicio a los costarricenses.
“Cuando a nadie le interesa el arte y la cultura, lo dejan a la libre y ahí sí que se pueden servir. Nadie lo está supervisando. Si hay gente que ha estado donde asustan, salieron avantes y ahora tienen la papa en la mano; son inamovibles”, reflexionó.
Declara que encontró un sector cultural en el que los involucrados se servían a manos llenas de aquel “queque de bodas” (el MAC).
“Qué tal que había 200 obras de la colección nacional más importante del país en oficinas de todos los ministerios del gobierno. Lo primero que hice fue pedirle permiso al ministro para que me dejara recogerlas. Esa fue la primera bomba”, recordó con indignación.
Conforme fue indagando más, encontró situaciones aún más graves, e incluso en su momento se presentó una denuncia ante el OIJ por el robo de varias piezas. Asegura que las denuncias le significaron hasta amenazas de muerte y esto fue el principio del fin de su gestión.
En aquel puesto, no se había acogido a la dedicación exclusiva para poder seguir haciendo arte, por lo que ni siquiera la remuneración podía hacer que valiera la pena seguir al mando.
“Yo dije: ‘No, de aquí me jalo porque esta vara no vale la pena’. El salario era menor que el de los asesores, para que se haga una idea. Esa experiencia muy pesada pero a la vez muy interesante porque me di cuenta de muchas cosas que yo critico con mis obras”, declaró.
Conquistar la ruta y sobrevivir al cáncer por segunda vez
Luego de esos dos años al frente del MAC, del que salió agotada y un tanto asqueada de la gestión político cultural, dejó la oficina y mermó el trabajo de los pinceles para atender al llamado de su padre. Su papá y su hermano Román Urbina fueron los creadores intelectuales de la Ruta de los Conquistadores en 1993 y la involucraron en el 2012 por su capacidad en temas de administración.
“Estaba tan harta de los artistas, los berrinches, bochinches y de todo lo que me hicieron –porque me decapitaron- que le dije: ‘diay sí, está bien’”, reveló.
Además de las labores logísticas, a Urbina le tocaba rescatar a los competidores accidentados. Posteriormente, cuando su familia vendió las acciones de la carrera a la empresa estadounidense Spartan Race, en el 2019, fue nombrada como directora general de la competición.
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Durante la pandemia en medio de la gestión del evento deportivo, y con las dificultades de las restricciones sanitarias, estaba a punto de presentar su renuncia para dedicarse al arte. No obstante, comenzó a notar cambios extraños en la misma mama en la que se le desarrolló el cáncer años atrás.
“Teníamos la Ruta encima con todo el trabajo y todo lo engorroso. Entonces, dije: ‘Voy a hacer lo que hace Román (su hermano) que todo lo cura con ejercicio’. Nadaba todos los días mínimo un kilómetro. Pero la vara (el seno) empezó a tener vida propia y se puso rarísimo, entonces me fui corriendo a hacerme la mamografía”, narró.
Tras realizarse el examen acudió al mismo médico que la atendió la primera vez, pero no detectaron nada. Ante esto, el oncólogo reunió a los “12 apóstoles” (un grupo de especialistas) que le realizaron cualquier cantidad de análisis.
Duraron tiempo en ponerle nombre y apellido, hasta que lograron confirmar que padecía de un tipo de cáncer muy agresivo, que no podía operarse. Tuvo que cumplir con 16 quimioterapias para poder ser intervenida quirúrgicamente.
“Le dije al doctor: ‘Aquella vez no me corté las tetas, pero esta vez me las vas a cortar’. Él me decía que solo una, pero yo ya no quería más tetas, ya le había dado de mamar a mi hija. Yo lo amo a mi doctor, pero fue una lucha para que me dejara”, comentó la artista.
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Todo este proceso lo atravesó sin notificar a la organización por temor a ser despedida, ya que necesitaba del trabajo para poder costearse el tratamiento. Incluso se rasuró la cabeza y lo hizo pasar como un cambio de look para demostrar dureza y que respetaran su liderazgo.
“Me hice una ruta entera enferma de cáncer y recibiendo quimio. Nadie sabía; solo mi hermano y una amiga. Mi amiga se peló coca también y los amigos de ella se le unieron. Éramos seis en la Ruta así y nos preguntaban por qué y yo: ‘Ah, es que somos toughs (rudos)’ (risas)”, recordó con humor.
Hasta en el 2023, luego de ser operada y recibir radioterapia, informó a la organización sobre su estado de salud. Ese año fue despedida junto a sus otros compañeros, pues la empresa contrató un nuevo equipo de producción. Describe esto como una bendición que le abrió las puertas a estar de lleno en su arte.
Ahora, se encuentra asegurada como trabajadora independiente y esto le permite recibir parte del tratamiento postcáncer, que debe mantener por cuatro años más. Con mayor serenidad que en su primer diagnóstico de cáncer y aunque vio “a la pelona a los ojos”, entendió que tenía que enfocarse en sobrevivir.
“Ya estoy en mi segundo año libre de cáncer, pero aún tengo el catéter de la quimioterapia. Es como un recordatorio de que todavía estoy en zona de peligro y que falta. Me gusta inspirar a otras mujeres, es muy tuanis poderlo contar, decirle a la gente que se haga exámenes, que crea en la ciencia; que crea en la Caja”, dijo.
Florencia Urbina va por la vida con ese catéter que le recuerda estar pendiente de su salud, mientras que en su nuevo estudio, lienzos, pinceles, pinturas y otros materiales la llenan diariamente de ganas de seguir rebelde, genuina, comprometida..., artista.