Allá en La Uruca, en el edificio de nueve pisos del Hospital México, tal parece que asustan. Nada tiene que ver con espíritus, pero cruzando sus pasillos existe algo que simplemente espanta. En ese centro médico, ante una ordinaria y simple pregunta, una enfermera de sonrisa angelical pierde su dulce modo, se pone nerviosa y se transfigura con solo escuchar un nombre: ‘Sofía Bogantes’.
“Sí; gracias. ¿Cómo está? Estoy buscando a la doctora Bogantes. Es para una entrevista para La Nación; ¿usted me puede ayudar?”, pregunto confiado.
Un silencio, tres segundos, titubeos en el ambiente y muecas de angustia que no logran disimularse. La enfermera mira a su compañera de al lado y responde con cierto tono de dramatismo: “No, no; muchacho mire, yo no trato con ella. No, no. Tiene que pedirle una cita. Ah, ya sé, con la gente de prensa. Yo, al menos, no le puedo ayudar; conmigo no es eso”.
Aquella petición común ocurrió en octubre y, como es evidente, no cayó nada bien en esa lluviosa y oscura mañana de martes. Resumo diciendo que en la oficina de Prensa también hubo ciertas reticencias y nunca conseguí la dichosa entrevista con la doctora.
El sigilo exaspera y, sobre todo, inquieta: ¿por qué tanto misterio en los pasillos del hospital?
Haciendo cuentas, han pasado escasos siete meses desde que Bogantes Ledezma, jefa de Cardiología del Hospital México, lanzara una bomba en las entrañas del centro médico, cuya onda expansiva alcanzó a los altos mandos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
El 15 de abril, este titular de La Nación dejó estupefacto al país: “Jefa del Hospital México denuncia que 141 pacientes murieron por atrasos en operaciones cardíacas”.
Con este prefacio, la historia apenas comenzaba a gestarse. Bogantes hizo la denuncia con un gran crucifijo colgando en el pecho y bajo sus brazos un Ampo con la etiqueta: “Lista de espera”.
Para la doctora de tez blanca, estatura mediana y aspecto afable, la queja era clara y no llamaba a engaños: los 141 fallecidos podrían haber sobrevivido si el centro médico les hubiera brindado un tratamiento médico oportuno.
“Eran individuos absolutamente rescatables, que vinieron caminando a retirar su orden de internamiento y se fueron para sus casas donde murieron sin la posibilidad de un estudio diagnóstico”, manifestó Bogantes en aquel revelador abril.
En esa misma jornada, la doctora explicó que el Hospital México es el único en la Red Noroeste –centros de Alajuela, Heredia, Puntarenas y Guanacaste– que incluye cateterismos cardíacos, procedimiento que consiste en revisar las arterias coronarias para diagnosticar y tratar las obstrucciones que provocan los infartos.
Con el polémico pronunciamiento, la funcionaria se salió del canasto. Sin importar a quien se llevara en banda, había roto con la calma hospitalaria para elevar el caso hasta donde fuera necesario: la Asamblea Legislativa, por ejemplo.
Como un virus fuera de control, los cuestionamientos comenzaron a tocar las estructuras más altas del sistema de salud de nuestro país.
Incluso, cuando ella misma aseguró que no atacaba “personas, sino problemas”, se enfrentó a Douglas Montero, su jefe inmediato y cabeza del México.
“El director trata de tapar sus errores”, vociferó Bogantes lanzando un peligroso dardo. Montero se capeaba el ataque y la desacreditaba así: “Tergiversa la realidad; pudieron morir (los pacientes) por otra razón”.
La mujer se convirtió, entonces, en el blanco. Manuel Navarro, coordinador de la Unidad Técnica de Listas de Espera (UTLE), fue más directo: acusó a Bogantes de “no tener pacientes reales en la lista” y dijo que la cardióloga no obedecía órdenes de la dirección médica del hospital.
No era para menos tanto ruido; este escándalo explotó en un estratégico y delicado departamento para la CCSS: allí se tratan los males cardiacos, primera causa de muerte en nuestro país.
“¿Era completamente cierto lo que decía la doctora? ¿Cómo es posible que pase eso en la Caja? ¿Tantos muertos?”, se preguntaba Costa Rica tras leer sus declaraciones.
Al pasar los días y aclararse los nublados, se comprobó que algo de razón tenía la cardióloga. Al depurar las listas de espera, el número de posibles fallecidos bajó considerablemente y sus aseveraciones quedaron en entredicho cuando una comisión técnica informó de que fueron 34 personas las afectadas y no 141.
Sin embargo, que la Caja bajara la cabeza y reconociera que las benditas listas “eran un desorden” fue todo un logro para Bogantes.
Hasta un plan conjunto para desahogar las listas surgió de tan escandaloso arrojo. Así de efectivo fue el ‘susto que pegó’ esta galena.
Una figura con gabacha. Oriunda de Atenas, Bogantes no tiene hijos y es soltera. Su voz es suave y encantadora.
Tras varios intentos, no fue posible entrevistarla; sin embargo, un breve intercambio de palabras frente a la fachada principal del Hospital México proporcionó algunas pistas de su personalidad.
Es sociable, arrojada y orgullosa de sus orígenes campesinos, tanto que hasta se ofreció a hacer tortillas si algún día La Nación la visitaba en su casa.
Siempre con el crucifijo en el pecho y una sonrisa que se le escapa fácil, no es sencillo comprender por qué una parte del Hospital México parece evitarla y decir su nombre podría equipararse a espetar una mala palabra.
“Vea, muchacho, para que esa doctora me responda con una conchada, yo prefiero no cruzar palabra con ella. No voy a hablar con ella”, expresó una funcionaria que no quiso identificarse.
“Es que una cosa es lo que aparenta y otra lo que es”, agregó a secas otra trabajadora del hospital.
Para Montero, incluso, Bogantes se la tiene jurada.
“La denuncia de la doctora es una acción personal en contra mía”, afirmó el médico en una entrevista en abril.
En los pasillos del hospital, algunos aseguran que es dueña de una excéntrica y dura personalidad, pero nadie se atreve a decirlo on the record. Todas los señalamientos chocan con las decenas de cartas que cuelgan del pizarrón de su oficina; un aposento lleno de santos en el que basta un débil suspiro para percibir un fuerte olor a sacristía (allí huele a incienso o algo parecido).
Los mensajes, en su mayoría de pacientes, son de agradecimiento por su labor médica y un homenaje a su calidad humana. Algo es claro: sus pacientes la quieren.
Más de uno, por si fuera poco, le declara su admiración por la denuncia que la hizo famosa y que este año le hace merecedora de un espacio entre los personajes noticiosos.
Un precio que pagar. Amigos y enemigos, de eso puede presumir Bogantes quizá como nunca antes en su vida. Nada raro para una doctora que, según sus propias palabras, ha sido catalogada como “desleal” con nuestra querida CCSS.
Una galena que, con sus fuertes denuncias –las cuales aún hoy se investigan en el Ministerio Público–, invitó a la prensa, la Asamblea Legislativa e incluso la Fiscalía a levantarle “los chingos” a la institución que le paga el sueldo.
Una mujer que sin calcularlo podría enredarse en sus mecates: sus denuncias parecen, en algunos momentos, volcarse en su contra.
“¿Es usted en algún grado responsable de las listas de espera y de las muertes en espera de cateterismo?”, le preguntó el diputado Fabricio Alvarado a la doctora, durante su comparecencia ante la Asamblea Legislativa. Tras una pausa, la cardióloga respondió: “No, porque yo he hecho las denuncias respectivas, como lo he demostrado”.
Y así lo ha mantenido, aún cuando en nuestro pequeño encuentro en el hospital dejó entrever que sigue estando sometida a fuertes presiones en su lugar de trabajo.
A esta altura, todavía mucho queda por resolverse. La investigación por la crisis en cateterismos sigue y tal parece que no acabará pronto.
Agonizando el 2015, lo único seguro es que en el México podrían seguir asustando. Desde el 1.° de diciembre, la doctora Bogantes fue nombrada vocal 1 de Undeca –el sindicato de la Caja– y rendirse no parece ser una opción para ella.
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