Lo más solitario del mundo debe de ser el puesto de guardia de una base de detección de misiles. Debe de ser una especie de soledad siberiana.
El vigía está, ahí, ante las pantallas a la espera de una señal que, si aparece, sería el inicio del Armagedón: un ataque nuclear.
Sin embargo, nunca se encendieron las señales que advirtieron que alguien apretó el botón fatídico de un ataque nuclear de parte de una de las dos superpotencias de la Guerra Fría –EE. UU. y la URSS–, con el poder de destruir la Tierra 100 veces al día.
O al menos, eso es lo que se cree...
Hace 30 años, de madrugada (como si el guion hubiese sido escrito por algún escritor clase B de Hollywood), un solitario vigilante detectó en su pantalla lo que parecía el inicio del Apocalipsis: un misil balístico intercontinental (ICBM, por sus siglas en inglés), con su ojiva nuclear, venía de los Estados Unidos con rumbo a su patria, la Unión de Repúblicas Socialistas.
Stanislav Petrov, teniente coronel del Ejército Rojo, miraba la pantalla de su computadora y sabía lo que eso significaba: que la III Guerra Mundial había comenzado.
Debía avisar a sus superiores de inmediato, para lanzar el contraataque nuclear. Para eso estaba entrenado.
La decisión de Petrov
Como otras tantas noches, Stanislav Petrov tomó su puesto en la guardia en el bunker Serpukhov 15 en Moscú, la capital de la entonces superpotencia comunista, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El trabajo de este miembro de la Fuerza de Misiles Estratégicos del Ejército de la URSS era simple y aterrador: debía vigilar los cielos soviéticos para advertir de un eventual ataque nuclear por parte de los Estados Unidos.
Para tal circunstancia, el protocolo era claro: tenía que ordenar el contraataque y avisar a sus superiores, en ese orden.
Catorce minutos después de la medianoche del 26 de setiembre de 1983, la pantalla de la computadora de Petrov dio la temida alerta: Estados Unidos acababa de lanzar un misil nulear contra el territorio soviético.
El tiempo estimado para la detonación era de 20 minutos. La respuesta debía ser inmediata.
“La sirena aulló, pero me senté allí durante unos segundos, mirando a la pantalla roja, grande, retroiluminada con la palabra ‘lanzamiento’ brillando en ella”, recordó Petrov en una entrevista concedida, el pasado setiembre, a la BBC.
Petrov, cuenta, que se quedó “agarrotado”, con la mirada fija en la pantalla roja; luego, esta volvió a lanzar una advertencia de misil: Estados Unidos había hecho otro disparo.
El teniente coronel Stanislav Petrov, entonces de 42 años, no cuenta cuánto le parecieron los segundos que estuvo frente a esa pantalla.
Sí recuerda que vio cómo la computadora le avisó de un nuevo lanzamiento estadounidense, el tercero; luego, de un cuarto; finalmente, de un quinto...
“Todo lo que tenía que hacer era alcanzar el teléfono para llamar por la línea directa a nuestros altos mandos; pero no pude moverme.
“Me sentí como si estuviera sentado en una sartén caliente”, le contó Petrov a la misma BBC.
Cornisa nuclear
Durante la Guerra Fría, el mundo vivió con la sombra de una III Guerra Mundial, la que sería la más destructiva de todas las habidas. Las dos superpotencias se enseñaban los dientes y caminaban sobre una delgada cornisa: un mal paso y la guerra nuclear podía ser realidad.
Para aquellos días, las tensiones estaban al máximo: la URSS derribó un avión comercial de pasajeros de Corea del Sur –acusado de espionaje– y Estados Unidos –con el cowboy Ronald Reagan de presidente– insistía en colocar misiles en Europa.., apuntando a la URSS.
En tal contexto, el contragolpe soviético contra un ataque norteamericano iba a ser total. A pesar de ello, a Petrov le pareció que las cosas no habían llegado a tanto; además, le extrañó que el ataque nuclear solo comprendiera cinco misiles. Decidió confiar en su instinto, en una corazonada, y optó por no informar a sus superiores: debía de ser una falla.
Así, Petrov, el encargado de la primera respuesta al ataque nuclear, quien en ese momento tenía mayor poder en una sola mano que todos los grandes generales de la historia reunidos, escuchó a su intuición..., y salvó al mundo.
Fueron 37 minutos en los que el destino de la humanidad estuvo en las manos de una sola persona.
Después, Stanislav Petrov llamó a otra estación de guardia, que confirmó que era una falsa alarma, debida a la extraña conjunción de un rarísimo alineamiento de rayos solares y nubes que trastornó a las computadoras.
“Todos mis compañeros estaban entrenados como soldados. Yo era el único que recibió una educación civil”, asegura a modo de explicación del porqué hizo lo que hizo. Días después, recibió una reprimenda y, más tarde, fue degradado a cumplir trabajos menores. “No estás ahí para pensar”, cuenta que le dijeron.
Su historia se supo tras el colapso de la URSS.
Hoy, vive retirado y tranquilo, y recibe homenajes porque es el héroe de la III Guerra Mundial..., la que no se libró, gracias a él.