Murió Nelson Mandela, el muchacho pobre que huyó de su pueblo rural para convertirse en un abogado en la gran ciudad. Murió el abogado que se transformó en uno de los líderes de guerrilla más renombrados del orbe. Murió el líder de guerrilla que fue el preso político con mayor influencia, tras 27 años en cautiverio. Murió el preso político que se convirtió en un hombre libre, y también el hombre libre que sería presidente de su país. Aquel que lo vivió todo ya no está más, y Sudáfrica está huérfana.
Mandela (1918-2013) fue considerado un líder político, pero sobre todo un faro moral para un país dividido.
El racismo estuvo antes que él, y todavía permanece. Sin embargo, su liberación y su paso por el poder garantizaron que la discriminación estuviera proscrita como una forma de Gobierno.
¿Cómo fue el país que vio nacer a Madiba ? ¿Cómo es el país que hoy lo llora?
Larga opresión
El dominio racista blanco en lo que luego se convertiría en Sudáfrica es tan viejo como los grabados de Rembrandt. La colonización holandesa del extremo sur del continente empezó en 1657 y duró hasta 1806. Entonces fue sucedida por otro yugo, el de la Corona británica.
El descubrimiento de oro y diamantes en el siglo XIX alentó la inmigración de los europeos a la colonia, e intensificó la opresión racial contra los habitantes indígenas. Durante ese siglo, estos pobladores originales fueron primordialmente actores de reparto durante la pugna por el gran poder colonial, pues los enfrentamientos principales se dieron entre los descendientes de los colonos holandeses que se habían asentado en el norte y las nuevas colonias del poder británico del sur.
La primera organización subversiva de los sudafricanos negros empezó a notarse a principios del siglo XX. Entonces surgieron grupos de protesta contra las primeras medidas que formalizaron en leyes la discriminación cultural de siglos. No obstante, la influencia política de estos grupos era muy tenue.
La Unión Sudafricana, predecesora de la República de Sudáfrica de hoy, fue establecida en 1910. Esta agrupó a las distintas colonias de la región, pero con ella también llegó un poder más institucionalizado de los afrikáneres , el mando blanco tradicional en la región (descendiente de los antiguos colonos holandeses). A partir de entonces, se introdujeron leyes de segregación racial, lo cual llevó a la pérdida de algunos derechos políticos de la mayoría negra.
El Gobierno blanco implementó una política que ya anunciaba el apartheid (el mal llamado“desarrollo separado de las razas”) que sería institucionalizado después de 1948, cuando el Partido Nacional ganó las elecciones.
No obstante, mucho antes de aquel año ya se habían instaurado políticas que atentaban directamente contra la mayoría negra. Por ejemplo, una ley laboral de 1911 estipulaba que los trabajadores negros solo podrían ser empleados como trabajadores baratos y semiespecializados. Una ley de tierras emitida en 1913 garantizaba el dominio del 87% del territorio de la Unión para la minoría blanca.
En ese país, que ya anunciaba una represión aún mayor, fue que nació Nelson Rolihlahla Mandela en 1918.
El racismo oficial
Mandela escribió en su autobiografía, el Largo camino hacia la libertad , que en su niñez tuvo poco contacto con personas blancas, y que casi todas estaban en puestos de mando, por lo que le parecían tan grandes como dioses, gente a la que había que tratar con una mezcla de “miedo y respeto”.
No obstante, una de las primeras experiencias que tuvo el niño en cuanto al dominio blanco se dio cuando el magistrado de su región destituyó a su padre como jefe del pequeño poblado de Mbezo por una supuesta insubordinación. Ante los cargos, no hubo investigación ni derecho a defenderse, como sí lo tenían los servidores públicos blancos. Este era apenas un tímido anuncio para el pequeño Nelson del mundo en el que le tocaría vivir.
Poco después de que el Partido Nacional tomara el poder, en 1948, el país vería la más agresiva iniciativa para la separación de razas. El Estado, ahora bajo el dominio oficial de la minoría afrikáner , otorgaba privilegios formales a la minoría blanca y les negaba sus derechos a la mayoría negra, pero también a otros habitantes que no eran blancos, como los descendientes de indios, chinos, indonesios, malayos, malgaches, mestizos y mulatos. Había nacido el apartheid .
Una ley etiquetaría a cada sudafricano por raza, y a quienes no eran blancos se les disminuían cada vez más sus derechos políticos. También hubo prohibición de casarse o tener relaciones sexuales interraciales. Una ley en la que se estipulaban áreas urbanas separadas para cada grupo racial fue descrita por el exprimer ministro sudafricano Daniel Malan como “la esencia del apartheid ”.
Ante esta ley, Mandela comentó: “En el pasado, los blancos tomaban la tierra por la fuerza, ahora la aseguraban mediante legislación”.
Este fue el país donde nació y creció el hombre más querido de Sudáfrica.
El país que llora
Mandela pasó 27 años en prisión luego de ser condenado por traición por el Gobierno de la minoría blanca. Después, ante el desgaste provocado por el apartheid , negoció con sus captores un final pacífico a la autoridad blanca tras su liberación en 1990. Dirigió el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) –partido político largamente proscrito–, con el cual tuvo una abrumadora victoria electoral en 1994, en los primeros comicios democráticos de Sudáfrica. Desde la presidencia, defendió la integración del país y la idea de una “nación arcoíris”. Mandela llenó de esperanza a todo un país, pero aquella ilusión no bastó para resolver sus retos.
En la actualidad, Sudáfrica tiene una pésima distribución del ingreso entre los países africanos. La equidad en el acceso a la tierra tampoco ha cambiado, y más bien se mantiene la proporción de propiedades que se fijó a principios del siglo XX: 87% de la tierra sigue en manos de blancos. ( Ver nota adjunta )
Sin embargo, aunque el presente sudafricano está lleno de desafíos; también está muy lejos de parecerse a los pronósticos que del país se hacían antes de que Mandela pasara por el poder.
John Campbell, quien fuera consultor político para la Embajada de Estados Unidos en Sudáfrica durante los meses finales del apartheid , resumeen un artículo de opinión: “La Sudáfrica de Nelson Mandela es una genuina historia africana de éxito. Hace tan solo una generación, la guerra civil parecía casi inevitable, con una población multirracial radicalmente segregada, una historia de esclavitud, y una economía organizada por una particular y rapaz forma de capitalismo. Empero, su transición a una democracia no-racial ayudó a traer a todos los sudafricanos el Estado de Derecho y la protección de los derechos humanos con independencia judicial, que eran garantías casi exclusivas para los blancos antes de 1994”.
Mandela encontró un país en el que el Estado legalizó la indignidad contra el ser humano. Cuando se despidió, dejó un país muy imperfecto, pero uno en el que la organización suprema defiende la equidad de derechos.
Mandela anunció que el recuerdo del apartheid se mantendría como una “lacra indeleble” de la historia. “Las generaciones futuras seguramente preguntarán: ¿Cuál fue el error que se cometió, al punto de que este sistema se estableciera en el albor de la adopción de una Declaración Universal de los Derechos Humanos (en 1948)? Siempre seguirá siendo una acusación y un desafío para los hombres y mujeres de conciencia el que tomara tanto tiempo que todos nos pusiéramos de pie para decir ‘ya es suficiente’”.
Lo cierto es que Mandela fue el hombre que encontró ese recuerdo como una realidad, y supo cambiarla para convertirla en eso, en un mal recuerdo.