El portal está casi listo: están María y José, así como una mula y un buey dentro de una humilde casita de madera. A la distancia se ven los Reyes Magos que vienen de camino.
Sin embargo, algo le falta a ese pasito... ¿Qué es?
La respuesta podría parecer muy sencilla, al menos para un tico que sabe que su portal necesita más vida. Por ejemplo, se ocupan gallinas (ojalá más grandes que el buey), chanchos, perros, patos, tigres, gatos, jirafas y todos los animales que se le ocurra. Porque sí, un pasito sin animales, no es pasito criollo.
Todo esto con lana vegetal y musgo alrededor, porque también es parte del paisaje, como si el Niño hubiese nacido en medio del Braulio Carrillo. Qué importa que la historia ubique aquel acontecimiento en una zona desértica de Oriente Medio y no en el trópico latinoamericano. Eso es apenas un detalle.
El pasito es una de las tradiciones más arraigadas en las familias ticas para la época navideña y, por supuesto, hay que ponerle la propia esencia a la representación del nacimiento de Jesús. Al final, lo importante es que esas gallinas, chanchos, perros y gatos llenen de color esta obra de arte.
“Esta es una representación de un nacimiento que ha ido incorporando elementos muy autóctonos. Los animales y los adornos que les ponemos tienen mucho que ver no con la realidad del verdadero nacimiento de Jesús, en medio del desierto, sino con las realidades campesinas de Costa Rica”, explica Henry Martínez, antropólogo del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural.
El pasito es una de las tradiciones más antiguas de Navidad en Costa Rica y por muchos años fue la decoración por excelencia de las casas, donde ocupaban un prominente espacio.
Según cuenta el historiador Vladimir de la Cruz, décadas atrás las personas se esmeraban en hacerlo su portal lo mejor posible, en un trabajo que involucraba a toda la familia.
“Los portales eran inmensos y no era porque la gente tuviera o no plata, era porque le ponían más cariño para hacerlo. Se les dedicaba un espacio grandote, algunos empezaban a tomar medidas desde noviembre y se iba a conseguir lana y musgo a las montañas. También se ponían frutas naturales, que generalmente eran de colores encendidos y se colocaban con la esperanza de que maduraran durante ese período; esas frutas también daban un olor agradable, como un perfume”, detalla.
De la Cruz también cuenta que en los portales se colocaba aserrín, el cual se teñía de colores, para que sirviera como parte de la decoración. Por otro lado, dentro del mismo pasito había diferentes niveles, los cuales se hacían con tabla, ladrillos o papel, con la intención de que diera relieve a las montañas y a la ciudad, en la que podía haber incluso callejones.
El historiador explica que el portal tenía una gran relevancia pues, de alguna forma, “era el símbolo de un mundo de deseos”, porque la gente, en general, estaba pensando en el nacimiento del Niño Jesús, que en muchas ocasiones iba acompañado de un pequeño regalo.
Además, los portales eran motivo de exhibición en los pueblos y la excusa perfecta para ir por “un gallito” donde los vecinos.
“Una tradición muy importante que había en aquella época era la de las visitas a los portales, pues en los barrios se acostumbraba a ir a ver los pasitos y por supuesto la gente que hacía portales exhibía y dejaba que los vecinos y los niños y los muchachos entraran a sus casas y generalmente le daban a uno alguna bebida y algo que comer. Era una cosa muy bonita, que hoy eso no se hace por los riesgos que puede haber de dejar entrar a cualquiera a la casa”, dice.
Al final, los portales terminaban convirtiéndose en un tipo de concursos, pero se reconocían los mejores del pueblo.
El toque final del pasito llegaba el 25 de diciembre, en la madrugada, cuando había que poner el Niño, un honor que se disputaba entre los integrantes de la familia. Generalmente, era el más pequeño de la casa, la persona de más edad o quien lideró la creación del portal quien colocaba a Jesús en el pesebre.
Hoy en día, esa tradición ha variado y aunque hay hogares en los que todavía se hace el portal, hay otros en los que solamente se pone en una esquinita las figuras de María, José y el Niño. Las gallinas más grandes que el buey necesitan más espacio del que a veces podemos (o queremos) destinar a la representación de la escena navideña.
Además, las figuras tradicionales de yeso que se adquirían en los mercados y chinamos han ido perdiendo terreno frente a las de plástico.
Las comidas de Navidad
¿Qué sería de la Navidad sin los tamales o el rompope?
Posiblemente, la mayoría de ticos no lo perdonaría. Estos son el platillo y la bebida siempre bienvenidos y que asociamos con tradiciones que datan desde hace muchísimos años.
De hecho, ambos productos tienen ingredientes muy sencillos y que se pueden conseguir en el país fácilmente. Por ejemplo, el rompope lleva leche, canela y huevo; mientras que el tamal incluye maíz, vegetales y carne.
Particularmente el tamal tiene un valor muy importante, pues la idea era poder elaborarlos en familia con los hijos, los abuelos y los nietos. Además, todos participaban en la “tamaleada” en vista de que se trataba de algo muy esperado en la época navideña.
“Muy poca gente hace a solas los tamales. Si bien ya no todo el mundo sabe la receta, es algo muy bonito de hacer en compañía. El gran valor, aparte de lo culinario y tradicional que tienen los tamales, es el hacerlos en colectivo, en familia, para después compartirlos, regalarlos. Amarrarlos en piñas es todo un arte”, detalla el antropólogo Martínez.
Además, no podía faltar “el tonto”, un tamal enorme reservado para el final, hecho con todos los ingredientes sobrantes.
Antes, las personas visitaban molinos para poder obtener la masa de maíz, pues no era sencillo conseguirla en todas partes. Sin embargo, esa tradición decembrina ha cambiado, y ahora es común encontrar tamales a lo largo del año.
“Ahora usted los encuentra en supermercados, pulperías, en ‘el chino’ y en todo lado, pero en aquella época el tamal era una comida de Navidad, entonces la preparación de los tamales era otra fiesta importante que involucraba a toda la familia. Eran tamales verdaderamente caseros y que se hacían una semana antes del 24 de diciembre. Ahora uno compra las hojas, pero antes había que ir a cortarlas y suavizarlas al fuego, y a veces había que humedecer las amarras”, comenta De la Cruz.
Además, cómo dejar de lado las frutas de la temporada: manzanas y uvas.
Hasta hace unos años, comerse una manzana en junio no era tan fácil como hoy, que con solo ir a una verdulería, a la feria o a un supermercado la obtiene. y mucho menos si se trataba de uvas.
Estas son frutas importadas y no solían ser accesibles, por lo que cuando llegaba diciembre los niños esperaban que les regalaran de estas frutas “traídas de afuera”.
“En los años 60, 70 y todavía también los 80 había un supermercado que se llamaban el Bar Azul y ellos traían para esta época de Navidad uvas y manzanas importadas. Eran frutas caras en ese momento, no todo el mundo las podía comprar. Entonces, era apenas como una representación casi que para la cena de Navidad, pero era así como muy contadito y había que cuidarlo mucho, porque era muy limitado, dependiendo los recursos familiares”, asegura De la Cruz.
¿Y Santa Claus en Navidad?
Con los años las tradiciones navideñas han ido cambiando. Unas han ido desapareciendo, y nuevas formas de celebrar han llegado.
Las posadas, por ejemplo, son cada vez menos comunes. Sin embargo, hasta hace unos años era habitual ver a los niños del pueblo vestidos de “pastorcillos” para acompañar a María y a José por las calles cantando Campana sobre campana, Burrito sabanero o Los peces en el río mientras se dirigían a las diferentes casas del pueblo, donde se realizaría la popular actividad.
Allí hacían unas oraciones, se entonaban más villancicos y posteriormente había una comida que se compartía entre los presentes. La actividad se hacía en los barrios por varios días, previo a la Navidad.
“Las posadas son viejas, eran muy alegres y era un montón de chiquillos y muchachillos que iban de casa en casa cantando... era una práctica muy bonita, pero ya casi no se hace. Y es que ahora es inseguro; antes iba la gente del barrio y la gente que no se conocía, pero no pasaba nada porque había mucha honradez y mucha honestidad y la gente no iba a robar, iba a comer a cuenta de otro”, relata don Vladimir.
Ante la pérdida de esta tradición, el antropólogo Henry Martínez considera que es necesario trabajar su rescate, porque “nos permiten transmitir a las generaciones más jóvenes no solamente la ilusión de la Navidad, sino pasarle el gusto por esto que es una forma de recrear ya no el nacimiento, pero sí todo el proceso previo del nacimiento de Jesús”.
Y mientras algunas tradiciones se van perdiendo, hay otras que van ganando terreno. Una de ellas es la presencia del famoso Santa Claus, quien ha desplazado al Niño Dios como el gran protagonista de la época y el responsable de traer los regalos. No hace mucho, era gracias al nacimiento de Jesús que llegaban los juguetes, mientras que ahora para muchos pequeños es un hombre mayor, de traje rojo y una extensa barba el responsable de la alegría del 25 de diciembre.
“A partir del siglo anterior la Navidad también se empieza a relacionar con la idea de los regalos, por supuesto por las ideas comerciales, venidas de otros países. En su momento, en Costa Rica, estaba muy presente la idea de que era el Niño Dios quien entregaba los regalos y ahora hay toda una parafernalia relacionada con Santa Claus y con la idea de hacer cartas”, detalla Martínez.
No obstante, antes, las cartas que los niños escribían pidiendo sus regalos iban dirigidas precisamente al Niño y se dejaban en un buzón del correo. Ante ello, Vladimir de la Cruz cuenta que “sinceramente no sea dónde iban a parar, pero tal vez las guardaban en una caja ahí mismo, en el correo”, pues “supuestamente desaparecían”.
Lo cierto es que conforme han avanzado los años, también han cambiado las tradiciones y otras costumbres, tomadas de otros países, han llegado para adaptarse. El mejor ejemplo es el hecho de que la época navideña se relaciona con la nieve, frío y chimeneas, pese a que en Costa Rica estamos en plena transición a la estación seca.
“Es producto del contacto con otras culturas, pues es una idea que viene del norte, de Estados Unidos y Europa, donde relacionan Navidad con la nieve y con lo blanco pues están en invierno; pero aquí ni siquiera cae nieve o hace frío. Entonces es algo muy interesante, muy curioso que también es producto de las marcas, como la Coca-Cola”, explica Martínez.
Lo mismo ocurre con el árbol de Navidad, que es generalmente un árbol de ciprés o pino, que, según los expertos, ni siquiera son especies nativas de Costa Rica. De acuerdo con Vladimir de la Cruz, este elemento decorativo “de alguna manera ha venido a sustituir en mucho los portales”.
Además, antes de que la tecnología se involucrara en buena parte de la comunicación, en las familias se hicieron famosas las tarjetas o postales navideñas. Estas eran símbolo de elegancia y en ocasiones se colocaban en el árbol de Navidad.
“Era caro; ya nadie manda hacer postales con el nombre de uno y aunque el correo hoy es muy eficiente, no deja de ser caro mandar postales y elaborarlas con el sellito personal de uno. Pero antes en las casas se pegaban en la pared con un chinche, como formando la imagen de un pino, así como un triángulo largo y uno podía ver quién las mandaba y qué decían”, resalta De la Cruz.
También se acostumbraba poner estas tarjetas en las ventanas, como para decir: “estamos recibiendo postales”. Según De la Cruz, muchas de estas piezas eran importadas, llenas de color y escarcha y se asociaban a deseos de amor, de paz y de prosperidad para el siguiente año.
Otra tradición muy criolla es el famoso avenidazo en el centro de San José. Allí la gente recorría la Avenida Central y lanzaba confeti.
“Era un sitio de reunión de jóvenes, en general, y era famoso. Iban muchachos y muchachas a hacer amistad y caminar durante la época de Navidad y el atractivo era tirar confeti. Era una práctica, digamos usual en aquellos días de de Navidad y que no se hacía en otras épocas”, comenta De la Cruz.
En la actualidad, el avenidazo se sigue realizando, pero aquellos tiempos en los que había confetí quedaron atrás, así como muchas otras costumbres y tradiciones navideñas, que más que desaparecer, han cambiado, según lo dicta el mundo actual. Tal ha sido el caso de la Misa de Gallo, que ya no se realiza estrictamente a la medianoche del 24 de diciembre, sino que se lleva a cabo más temprano, por consideraciones de seguridad y comodidad.
Lo mismo ocurre con otras prácticas derivadas del catolicismo, como el rezo del Niño, que tiene lugar en enero; la bendición de los juguetes en la misa del 25 de diciembre, y la mudada que había que estrenar el día de Navidad.
Aún así, los historiadores resaltan que lo bueno es que los ticos siguen celebrando de buena gana la Navidad, aunque eso signifique hacer algunas variaciones.