Los espectadores devoramos el nuevo hit del género ‘True Crime’, acompañados de una penosa voz interna que nos inquieta: ¿Es moral validar la exposición con la que tanto soñó Bundy? ¿Se salió Ted con la suya al final? Su nefasto legado sobrevive en la memoria colectiva como suele ocurrir con otros criminales en serie a pesar del paso de las décadas, caso clásico el de ‘Jack el destripador’. Por lo mismo, en los últimos cuarenta y pico de años el nombre de Ted Bundy sigue vigente por lo menos en términos generales: fue el psicópata indescifrable que masacró a más de 30 jóvenes muchachas –incluida una niña de 12– y cuyo juicio televisado se convirtió en un fenómeno mediático que parecía augurar, en los lejanos años 70, lo que ocurriría en el futuro.
Ahora bien, si después de todos los entresijos del tenebroso caso, en pleno 2019 Netflix nos comunica que, como parte de sus seriados de ‘true crime’ arrancaría Conversaciones con asesinos con Las cintas de Ted Bundy, era lógico que millones alrededor del mundo contáramos las horas para tener acceso a Ted Bundy… en la voz de Ted Bundy. El adjetivo surrealista, que en estos tiempos de comunicación masiva se ha vuelto casi trivial, ciertamente en este caso aplica por todos los costados… incluso, los coprotagonistas del momento que hoy reconstruyen la historia –veteranos policías, periodistas y abogados– describen constantemente como “surrealista” casi todo lo relativo a Ted Bundy.
Con el temazo entre manos, Netflix se alió con el prestigioso realizador Joe Berlinger, reconocido entre otros trabajos por la trilogía de Paradise Lost, una cruda serie de documentales que, a la postre, lograron conseguir la libertad de tres jóvenes que pasaron 18 años en la cárcel por unos crímenes que no cometieron.
El resultado de la serie documental de Bundy fue un ejercicio de “revisionismo histórico”, como lo llaman algunos medios, aunque otros cuestionan si realmente los biopic sobre criminales de la talla de Bundy no terminan siendo una “romantización” de un personaje tan siniestro.
Lo cierto es que el seriado de Netflix aborda, a lo largo de toda la trama, justamente la inexplicable reacción de encanto que Bundy provocaba en buena parte del público, en especial, de mujeres jóvenes, justo como las que él había masacrado.
Casi paralelo al lanzamiento en Netflix, recién se estrenó en el Festival de Sundance la película biográfica sobre el enigmático criminal, Extremely Wicked, Shockingly y Evil and Vile, también dirigida por el documentalista Joe Berlinger y protagonizada nada menos que por Zach Efron, quien comparte créditos con Lily Collins y John Malkovich.
El filme no tardó en generar roncha entre el público por presentar al asesino como un hombre sexy y encantador, pero la crítica especializada salió en defensa del trabajo actoral de Efron y se anticipa que, de la mano de Bundy, Efron cimente su carrera como actor de respeto, ligas mayores, que llaman.
Medios del calibre de Variety aseveraron, a manera de justificación, que el guion de la película se apega a la realidad, pues la propia prensa estadounidense en aquellos años destacaba la sorpresa de la sociedad al ver en el estrado a aquel tipo sonriente y glamuroso y “muchas personas tuvieron problemas para comprender el hecho de que este tipo podría haber hecho lo que hizo”, dice la mencionada reseña sobre el filme.
Tanto la serie de Netflix como la película han recibido críticas en el sentido de que invisibilizan a las víctimas porque no se enfocan en los dantescos detalles cometidos en su contra y, más bien, se centran en la cotidianidad y en la mente de Ted Bundy, pero los cerebros de ambas producciones insisten en que el objetivo es tratar de entender qué llevó a Bundy a convertirse en un monstruo con ese calibre de maldad y cinismo.
La historia de Theodore Bundy
Justo el 26 de enero pasado se cumplieron 30 años de que Theodore (Ted) Robert Bundy cumpliera con la sentencia de muerte que se le impuso tras un historial de terror en las calles y un empedrado camino en la corte y en las cárceles. Al profundizar en su caso, a menudo cada hecho sobre pasa en asombro al anterior. Por ejemplo, Bundy tuvo de cabeza a las autoridades estadounidenses desde inicios de los años 70, cuando las desapariciones de jóvenes mujeres con un fenotipo muy parecido (veinteañeras, trigueñas, bonitas y de cabello largo) empezaron a presentar un patrón. La tecnología de entonces se supeditaba a conversaciones por teléfono, no existía ni siquiera el fax y, como bien lo muestra el documental de Netflix, las jefaturas policiales de cada estado apenas tenían comunicación entre ellas.
Por eso, Bundy repitió su patrón de asesinatos en Seattle (Washington), Utah, Colorado y Florida, entre 1974 y 1978, sin que las autoridades de estos estados se comunicaran con sus pares. Aún así, cuando por fin fue arrestado y se convirtió en un firme sospechoso de ser el asesino en serie que tenía en vilo a Estados Unidos, logró escaparse en dos ocasiones de las cárceles en las que estuvo detenido. Viéndolo en retrospectiva y tal como lo aseguran los mismos jefes policiales y abogados que reconstruyen la historia, aquellos tiempos eran aún dominados por una especie de candor y confianza, en un país en el que mantener las casas sin cerrojo ni en la noche o dejar los carros con las llaves puestas, eran parte de la cotidianidad de una gran mayoría de pueblos y ciudades.
Desprolijas de precauciones ante algo tan impensable como convertirse en víctimas al azar de un sádico demente, las víctimas fueron presa facilísima para Bundy, a quien oficialmente se le atribuyen 36 asesinatos con identidades establecidas, aunque las autoridades siempre han dicho que la cifra puede ser mayor en vista de la gran cantidad de mujeres desaparecidas en esos años, y de las que no se supo nada nunca más.
Irónicamente, ese mismo candor con el que se conducía la sociedad estadounidense hace medio siglo, posiblemente propició un exceso de confianza en Bundy, quien ya convertido en el hombre más buscado del país, cayó en manos de la policía, al menos en dos ocasiones, debido a torpezas relacionadas con faltas de tránsito.
Nacido en el bucólico Vermont, Washington, el 24 de noviembre de 1946, el arranque de su vida estuvo marcada por la vicisitud pues su madre, Louise, quedó embarazada soltera y, sin el apoyo del padre de la criatura, tras dar a luz a su primogénito se halló sin salida y lo llevó a un centro para niños en adopción. Sin embargo, cuando el padre de Louise se enteró, la envió a recoger al niño y Ted pasó sus primeros años pensando que él era hijo de sus abuelos, y que su madre biológica era su hermana mayor.
En la serie documental de Netflix, el periodista Stephen Michaud, quien junto con su colega Stephen Michaud grabó durante hace más de 40 años las cintas de sus entrevistas con Bundy, intenta por todos los medios que Ted admita sus homicidios y le cuente más detalles de los cruentos crímenes y sus motivaciones, sin embargo, los veteranos comunicadores pronto caen en cuenta de que el psicópata los está manipulando y lo único que quiere es, a través de ellos, contar lo que a él le interesa. Como se sabría luego durante todo el proceso legal, lo único que le interesaba a un narcisista Bundy era proyectarle al mundo el personaje lleno de fama con el que soñaba desde la adolescencia.
En cambio, realiza amplias reseñas de su niñez y adolescencia, en las que contradice las abundantes notas periodísticas y los estudios psiquiátricos que daban indicios de que Ted había tenido una traumática infancia por cuenta de los abusos mentales y físicos de su abusivo abuelo, la pasividad total de su abuela y la endeble situación mental de su madre, que se casó con John Bundy cuando Ted tenía cuatro años, por lo que este fue renombrado legalmente con el apellido del padrastro.
“Tuve una infancia llena de juegos, feliz, me parecen una estupidez todos los estereotipos que escucho sobre niños traumatizados que matan animales… yo solo tengo buenos recuerdos”, declara en una de las cintas por las cuales medio planeta está hablando de él, a 30 años de su ejecución.
De acuerdo con varias biografías publicadas sobre él en las últimas décadas, durante su adolescencia Bundy empezó a tener dudas sobre su origen e indagó en documentos oficiales de su nacimiento, en los que descubrió que, en el espacio destinado a su padre se leía “Desconocido”.
Para muchos expertos, este detalle fue uno de los detonantes del odio de Bundy contra el mundo. Sin embargo, ya en su joven adultez se matriculó en la Universidad de Puget Sound de Tacoma, siempre en Washington, donde cursó la carrera de psicología. No se tiene certeza de si llegó a graduarse, pero cuando Bundy se hizo siniestramente famoso, la prensa revisó sus atestados académicos y, sorprendentemente, se supo que era uno de los estudiantes más destacados.
A los 21 años se enamoró de una compañera de universidad, Stephanie Brooks, con quien estuvo de novio dos años. Sin embargo, tras graduarse, Stephanie rompió la relación. Se dice que aquel hecho terminaría de fraguar la sociopatía de Ted; mucho de esta tesis se fundamenta en el gran parecido físico que tenían prácticamente todas las víctimas de Bundy con su ex.
Tiempo después, se involucró con lo que posiblemente fuera la relación más seria y duradera que tendría: fue novio de Elizabeth Kloepfer, madre soltera de una niña con la que Bundy compartía, sin que jamás se halla sabido de algún acto inapropiado en contra de la pequeña. Sin embargo, cuando la policía empezó por fin a atar cabos sobre quién podría ser el misterioso asesino y la prensa solicitó la colaboración de la ciudadanía, ella llamó a las autoridades y contó que su pareja tenía algunos rasgos agresivos y que a veces se ausentaba hasta por dos días, en fechas en las que se habían desaparecido algunas de las víctimas. La pareja terminó la relación tras 5 años juntos.
En 1973 Bundy se matriculó en la carrera de derecho y se vinculó activamente con el Partido Republicano, incluso trabajó como voluntario en un centro de llamadas que ofrecía consejería a mujeres al borde del suicidio.
No se sabe a qué edad empezó Ted a matar, pero cuando el caso colapsaba la prensa estadounidense, se habló de que Bundy había secuestrado y asesinado a la niña Ann Marie Burr, de 8 años, cuando él tenía 14. De acuerdo con el documental de Netflix, la “cacería” oficial de víctimas por parte de Bundy se habría iniciado entre 1973 y 1974.
El 4 de enero de 1974 Bundy entró a la habitación de Joni Lenz, una universitaria de 18 años a la que golpeó con una palanca metálica. Luego arrancó un pedazo de madera de la cabecera que utilizó para violarla. Lenz sobrevivió pero con un daño cerebral permanente.
Casi un mes después, el 1 de febrero, Bundy perpetró su segundo ataque. La víctima fue Lynda Ann Healy, estudiante de psicología de 21 años. Ted entró en su habitación, la dejó inconsciente de un golpe y la sacó del campus de la Universidad de Washington. Los restos de Lynda Ann fueron descubiertos un año después en una montaña cercana.
Entre la primavera y el verano de ese año se calcula que Bundy perpetró por lo menos ocho ataques más. Todos durante la noche. La policía ya había comenzado a investigar sobre los casos y todos indicaban que el sospechoso era un tipo apuesto, cordial, que siempre iba cargando libros y que tenía un brazo enyesado. Otra particularidad era que el sospechoso se trasladaba en un Volkswagen escarabajo con el que solía “tener problemas para arrancar”.
Varias mujeres desaparecieron en el año 1974 en los alrededores de la ciudad de Seattle y en julio de ese año Bundy se mudó a Midvale, Utah, a unas 700 millas al sureste, para continuar su rutina violenta.
Una víctimas logró zafarse del ataque y describió a Bundy a las autoridades. Su auto Volkswagen fue reconocido por testigos. La policía de Utah logró las primeras conexiones entre los asesinatos en su estado y los cometidos en Washington y lograron un primer retrato hablado del asesino.
A principios de 1975 los asesinatos de Bundy comenzaron a suceder alrededor de Aspen, Colorado, unas 500 millas al este. Cerca de una decena de mujeres jóvenes desaparecieron o fueron encontradas muertas despues de ser violadas. Las evidencias encontradas en su Volkswagen revelaron a los investigadores que Bundy también había asesinado a por lo menos dos mujeres y la policía de Colorado levantó contra él cargos por asesinato a finales de 1976. El segundo escape, en enero de 1977, fue por el techo de la prisión. Bundy se mudó de estado de nuevo, sus próximos crímenes los cometería en Florida.
Bundy atacó a varias mujeres de la fraternidad Chi Omega de la Universidad de Florida, en Tallahassee. Las víctimas sufrieron el mismo patrón de las agresiones de Colorado y Utah. Una de las jóvenes murió, pero al menos dos sobrevivientes pudieron dar pistas del atacante.
En Tallahassee Bundy agredió a otra mujer, que también sobrevivió a pesar de las fracturas que le produjo en su cráneo, y en febrero de 1978 secuestró, violó y asesinó Kimberly Leach, una niña de 12 años de Lake City, Florida
Después de este crimen Bundy regresó a su apartamento en Tallahassee, tomó sus pertenencias y escapó en un auto robado. Fue atrapado en Pensacola, al sureste de Florida, cuando las autoridades reconocieron el carro.
En junio de 1979 fue juzgado por los crímenes de la Universidad de Florida en Tallahassee en un tribunal de Miami. El juicio tuvo gran impacto en la opinión pública y calificaron a Bundy como uno de los asesinos más despiadados del país.
En julio de 1979 el jurado lo declaró culpable y el juez Edward Cowart lo condenó a la silla eléctrica. Cuando ya esperaba por el cumplimiento de la sentencia, el estado de Florida decidió juzgarlo por el asesinato de Kimberly Leach, la niña de 12 años de Lake City.
Como su propio abogado, Bundy trató de retrasar la ejecución lo más posible y logró dilatar la pena de muerte, incluso a minutos de su ejecución: reveló los lugares donde se encontraban algunos de los cuerpos de sus víctimas y solicitó una prórroga para confesar otros asesinatos, algunos de los cuales no eran ciertos.
Finalmente fue electrocutado el 24 de enero de 1989.
El habitualmente ecuánime Ted tuvo una reacción inesperada por todos al escuchar que había sido sentenciado a muerte. Era, interpretó la prensa, una expresión de euforia.
El ADN de un monstruo
Si bien la serie documental de Netflix arroja realidades inéditas grabadas, filmadas y unidas, que intentan descorrer las verdades de Ted Bundy, lo cierto es que, excepto por el último episodio, ya en sus momentos postreros antes de su muerte, Bundy engatusó a los periodistas que quisieron entrevistarlo y nunca pudieron sonsacarle los detalles de sus crímenes, ni las motivaciones. Sin embargo, a partir de algunas confesiones de Bundy durante las hoy famosas cintas, se establece que empezó a consumir pornografía en su adolescencia, cada vez en mayor cantidad y ya después de un tiempo, escaló a grados de porno necrofílico y otros extremos.
De acuerdo con un reportaje sobre Bundy publicado en La Nación, en el 2012, los muchos exámenes psicológicos que en su momento se le efectuaron demostraron que Ted Bundy mutaba de un hombre normal a otro psicótico, maníaco depresivo y esquizofrénico.
Aunque él se jacta en las cintas del documental de Netflix de haber sido un niño líder, lo cierto es que era tímido, solitario y víctima de los matones del aula. Su abuelo materno fue una pésima influencia para él, le inculcó su odio por los negros, los italianos, los judíos y los católicos. Tras refugiarse en la pornografía extrema en su adolescencia, desarrolló un lado oscuro atormentado, motivado por retorcidas fantasías y una sexualidad necrófila, de ahí, dedujeron las autoridades, a muchas de sus víctimas las violó muertas.
Tal como lo confirman hoy muchos de los insumos del documental de Netflix, Ted sufría cambios de humor repentinos; era impulsivo, carente de emociones, narcisista, histérico, ansioso, depresivo, padecía de complejo de inferioridad, inmaduro, mentiroso, obsesivo y creó una realidad paralela donde él era su propia ley.
Rara vez varió su método criminal: seguía a la víctima, la secuestraba, la llevaba a su matadero particular, la estrangulaba y una vez muerta la violaba con un objeto. Siempre las mordía, en sus pechos o en sus nalgas. De hecho, los moldes de su dentadura, realizados por especialistas forenses, ayudaron al jurado a determinar su culpabilidad al comparar los resultados con las mordidas infringidas a algunas de sus víctimas. Sus “herramientas” consistían en un juego de esposas, una piqueta, una media, un pasamontañas, varios metros de cuerdas y tiras de sábanas blancas.
A pesar de los tenebrosos detalles de su macabra cacería, el –innegablemente– carismático Ted Bundy capturó a la prensa y utilizó su encantadora personalidad para atraer a cientos de fans, sobre todo mujeres, que hacían fila en las afueras del presidio. Jovencitas de todo el país le escribían apasionadas cartas de amor, se ofrecían como sus amantes y le juraban lealtad. En el corredor de la muerte concedió entrevistas televisivas, filmó documentales sobre su vida, escribió libros y tras su ejecución dio origen al prototipo moderno de asesino en serie, como Hannibal Lecter, de la novela El Silencio de los Inocentes. Su amiga de juventud y excolega en el centro de llamadas, Anne Rule, escribió, basada en Ted, el libro El extraño junto a mí; Stephen Michaud publicó Conversaciones con un asesino y Hugh Aynesworth editó El único testigo vivo, estos últimos son la base de la serie documental de Netflix que hoy nos tiene a miles hablando y leyendo sobre Ted Bundy.
La cultura pop empezó a manifestar lo que, en adelante, se convertiría en su lado más siniestro: tras el caso Bundy, los comerciantes vendieron muñecos, camisetas e imitaciones de los artilugios criminales que utilizó, y su Volkswagen crema fue vendido en $25 mil dólares a un museo especializado en criminales en serie.
Ante tanta exposición sobre el psicópata asesino cuyo nombre está en cientos de titulares por todo el planeta, la mismísima plataforma Netflix trató de hacer curaduría recientemente con un llamativo Tuit: “Hemos visto muchas conversaciones sobre la supuesta calidez de Ted Bundy y nos gustaría recordaros a todos que hay literalmente MILES de hombres hot en activo, casi todos sin haber estado condenados por ser asesinos en serie”. Con este sencillo, efectivo y directo tuit dejaba claro la plataforma en streaming que no están para nada de acuerdo con todos aquellos que fomentan y declaran su amor por Bundy,
I've seen a lot of talk about Ted Bundy’s alleged hotness and would like to gently remind everyone that there are literally THOUSANDS of hot men on the service — almost all of whom are not convicted serial murderers
— Netflix (@netflix) January 28, 2019
Sin embargo, quizá una de las personas con mayor juicio para analizar el fenómeno es nada menos que Kathy Kleiner Rubin, una de las sobrevivientes de la masacre que ejecutó Bundy en la fraternidad Chi Omega de la Universidad Estatal de Florida, en 1978.
Tras el estreno de la película protagonizada por Zach Efron, Kathy, quien fue torturada y estuvo a un paso de muerte en las manos del asesino, fue entrevistada por el portal TMZ y aprovechó para “pedir cautela” con respecto al filme, con el argumento de que esta “lo glorifica más de lo que creo que debería”.
“No tengo ningún problema con las personas que lo miran, siempre y cuando entiendan que lo que están viendo no era una persona normal. Creo que al mostrarlo exactamente como era, no lo está glorificando realmente, lo está mostrando. Y cuando dicen cosas positivas y maravillosas sobre él, eso es lo que vieron, eso es lo que Bundy quería que vieran. Fue entendido así”.
Luego, agregó: “La película lo glorifica más de lo que creo que debería, pero como dije, creo que todos deberían verlo y entenderlo como lo que era, incluso cuando era el hijo perfecto”.
“Esperamos que las mujeres sean más conscientes de su entorno y sean cautelosas”, finalizó la sobreviviente.