Se estima que una de cada cuatro mujeres sufren abortos espontáneos. Pocas veces se saben las causas y cada vez más se ven como un número parte de la estadística, cuando en realidad lo que sucede es que se convierten en madres sin hijos, al menos en este mundo.
Cuando me enteré de que estaba embarazada estaba en otro país, vivía en Inglaterra y el padre del niño era de allá.
Contrario a esos videos que se pueden ver en las redes sociales donde las “influencers” organizan absolutamente todo para dar la noticia a su pareja, mi reacción fue más desastrosa, sin guión alguno y con mucha más realidad.
Demasiadas preguntas me pasaron en un segundo. Con 31 años y me sentía como una adolescente que había “metido las de andar”.
Extrañamente en Reino Unido no es fácil accesar a un laboratorio clínico para una prueba de embarazo, para ellos las de farmacia son suficiente.
Mi mejor amigo, Alexis un boliviano todo Pura Vida, me acompañó a realizar la compra. “Mejor llevá tres por si hay que buscar el desempate”, me dijo, sin embargo todas dieron el mismo resultado. No había duda de que estaba embarazada.
Aquellas sensaciones de incertidumbre duraron nada. En muy poco tiempo todo en mi mente y mi cuerpo cambió. Sería madre, una criatura estaba creciendo dentro de mí.
Mis pechos eran más grandes y mi torso se empezó a ensanchar, sí todo mi cuerpo se estaba preparando.
Era tanta la felicidad que no tardé en contarle a mis amigos en Nailsworth y a través de una video llamada a mi familia en Costa Rica.
Mi madre se puso a llorar de la emoción y mi hermana no dejaba de reír. La verdad fue un momento súper lindo.
Pasadas siete semanas logré ver a una partera y hasta las 10 semanas me tomaron signos y muestras de sangre. Tendría que esperar hasta cumplidos los tres meses para una revisión más exhaustiva.
Aquellos primeros días transcurrieron entre abogados, páginas del gobierno y solicitudes de visa. Teníamos que encontrar la forma de que la ahora “nueva familia” pudiera permanecer junta.
Se me venció mi visa y regresé a Costa Rica justo una semana antes de que decidieran cerrar fronteras por el covid.
Llegué miércoles y el viernes ya tenía mi primer control prenatal, quería ver a mi bebé y escuchar sus latidos.
Le avisé al padre del bebé que era posible que le hiciera una video llamada, él también estaba súper emocionado; éramos padres primerizos.
Entré al consultorio, muy amable el médico, quien inició con una serie de preguntas básicas.
Se extrañó de que no tuviera cheques previos. Me advirtió de algunas dificultades en embarazos pero estaba segura de que nada de eso era para mí, yo solo quería escuchar a mi bebé.
Detrás de un biombo estaba la camilla, una silla blanca con esos aparatos para subir las piernas, una pantalla justo en frente y una pintura de un paisaje con montañas y un atardecer adherida al techo.
No había terminado de ver aquel cuadro cuando el rostro del doctor lo dijo todo.
Qué momento tan fuerte, se me destrozó el mundo en dos segundos. No recuerdo haber tenido dolor igual; un grito desgarrador salió de mi boca y las lágrimas empezaron a brotar. Mi bebé estaba muerto en mis entrañas.
Qué desesperante, impotente, duro, impensable.
¿Qué iba a hacer ahora con todas las ilusiones?: si sería niño o niña, de si sus ojos serían celestes o si hablaría primero español o inglés, las lista de nombres o hasta los planes para comprar o no pañales.
Todo lo que vino después no fue fácil, la indiferencia ante la pérdida y la cosificación de la mujer como si de una máquina de hacer niños se tratara.
“Tranquila usted está joven, ahí tendrá otros”, “seguro venía imperfecto”; “ahorita se le pasa”; “esto no es nada, solo de sacarle lo que quedó dentro”... No, ninguno de esos comentarios ayudó a superar el dolor.
Mi bebé estaba muerto y parte de mí con él.
Ya han pasado un par de meses. El cierre de fronteras distanció lo que quedaba de la “nueva familia” y a eso se le sumó la tristeza que ambos teníamos, que no sabemos como expresar por una video llamada.
Poco se volvió a hablar del tema en mi burbuja. De hecho, nunca se menciona. Sin embargo, pienso en mi bebé todos los días e imagino cómo estaría creciendo, ya casi a punto de estar en mis brazos.
Sigo cargando mi luto en silencio al igual que muchas mujeres. Tratando de aceptarlo.
No sé si volveré a tener otro hijo, no sé si volveré a estar embarazada, pero de lo que estoy segura es de que aunque no lo tengo conmigo yo también soy mamá, aunque no nos atrevamos a hablar de ello.
A todas esas mujeres que llevan a sus hijos en el corazón y no en sus brazos, feliz día de la madre.