La sopa de albóndigas que cocinó por primera vez para la televisión, todavía cala en la memoria de Tía Florita. Fue en el canal 11 de los años 70 donde Flora Sobrado de Echandi elaboró aquel platillo, una receta con la que se comenzó a ganar el cariño y respeto del público costarricense.
“Inicié con las recetas más sencillas y elementales para no asustar a la gente”, explica Doña Flora.
Desde aquel debut ya pasaron más de cuatro décadas, cientos de horas de grabaciones, miles de ingredientes y la elaboración de no menos de 10.500 recetas, camino suficiente para considerar a Tía Florita como la cocinera más célebre de la televisión criolla.
Su gusto por las artes culinarias tiene las raíces en la infancia. Luego de hurgar en sus recuerdos, ella resume que desde los 15 años ya su madre la aconsejaba junto a sus otras tres hermanas (ya fallecidas) a que aprendieran de todos los oficios de la casa.
“Si tienen la suerte de que alguien las ayude (en las labores domésticas), maravilloso; pero que ninguna se sienta traumatizada por si tiene que hacerlo; nos decía mamá. Entonces todas aprendimos a hacer de todo”, revela la chef sentada en un sillón ubicado en una de las salas de su casa, en San Pedro de Montes de Oca, un par de semanas atrás.
Desde ese rincón –donde usualmente recibe a las visitas– Tía Florita cuenta que su afición a la cocina también fue herencia de sus abuelos, uno alemán y otro español, pero ambos casados con costarricenses.
“Mis abuelas siempre estaban haciendo platillos diferentes porque a mis abuelos les gustaba la gastronomía. Mi abuelo español (el paterno) que vivía en Barrio Amón, exigía todos los domingos que le hicieran la sopa de ajos. ¡Imagínese como olía Barrio Amón esos días!”, rememora entre risas.
Mas adelante afirma que en antaño la vida caminaba más lento y la gente tenía más tiempo para compartir en familia, lo que motivaba a frecuentes fiestas familiares o reuniones entre amigos, citas en las que, la buena cuchara, era protagonista.
“La vida antes era más sociable. Había más tiempo para reunirse con la familia y con amigos, y antes la cocina era importante para las señoras, para recibir a los invitados y ser buenas anfitrionas”, reseña.
La mezcla de esos tres ingredientes desembocó en una pasión que mantiene intacta aún hoy y que le aclaró, desde muy joven, que su éxito estaba en el mundo de la gastronomía y no en el de la medicina, la profesión que más la cautivaba de niña.
“Yo decía que seguro iba a ser doctora, pero se me fue cambiando el rumbo y me tocó ser ama de casa. Hay unas palabras que mamá nos decía: escoja lo que escoja, sea siempre el mejor. El trabajo no denigra ni deshonra pero siempre sean las mejores”, evoca.
Aquellas palabras de su madre hoy se ven reflejadas en las paredes de su oficina, en su escritorio y en su cuarto, lugares donde cuelga, exhibe y guarda los múltiples reconocimientos que ha recibido a lo largo de estos 42 años de trayectoria. Su premio más importante data del 2009, año en que el libro Celebrity Chef la consideró una de las 30 cocineras más importantes del orbe.
Doña Flora es consciente de que lo prolífica de su carrera se debe en mayor medida a la fidelidad de su público, que la sintonizó por primera vez en canal 11 y luego migró con ella a los canales 7, 13 y 33, frecuencias desde las que coqueteó con nuevas generaciones. Hoy su rostro aparece en el programa Sabores (canal 7) y en su querido espacio Cocinando con Tía Florita (Xpertv).
“La fidelidad de mi teleaudiencia es lo más gratificante. Es algo que lo veo y no lo creo. Me parece imposible. Créame que yo nunca me imaginé que fuera a recibir tanto cariño de la gente, a la larga me di cuenta que lo había hecho sin querer. Es mentira que me programé para ser esto, por eso tengo que adorarlos. Se lo digo sinceramente y bajo ningún punto de exageración, no sé a qué horas fue creciendo esto y cómo se fue presentando. Debo tener un ángel de la guarda maravilloso que me está soplando todo el tiempo en lo que tengo que hacer”, dice entre alegría y asombro.
De inmediato narra que como agradecimiento a ese cariño y en celebración de sus 22 años en la televisión, hace 20 años organizó una gran fiesta en la que invitó a quien se le atravesara en el camino. Entregó tiquetes, pidió confirmación de asistencia, alquiló buses, cocinó arroz con pollo y tamales y apartó el Club campestre La Campiña.
“Invité a muchísima gente, pero me dije: 'seguro se les va a olvidar y no van a llegar'. Cuando llegué (a la fiesta) y vi aquella cantidad de gente, lo primero que pensé era que no me iba a alcanzar la comida. ¡Habían más de 2.000 personas! Cuando vi aquello, lloré. La gente se me arremolinaba. Me besaban. Ese fue uno de los tiempos y experiencias más lindas que tengo porque me hicieron llorar. Esos 22 años en la televisión fue algo que me impresionó mucho”, refiere.
Sería la primera y única feria que Tía Florita organizó en honor a su público. “Fue una feria divina que me costó mucha plata y por eso nunca pude volver a repetir”, justifica. Ahora ella siente el cariño de la gente a través de mensajes en redes sociales (a los que mínimo les pone un “me gusta”) o cuando se expone al público, de ahí su advertencia que a donde quiera que vaya, debe ir maquillada y lista para las selfies que normalmente piden sus seguidores.
Simplificarse sin sacrificar la calidad. La fama de Flora Sobrado Rothe, su verdadero nombre, sigue en ascenso y a pesar del paso en las hojas del calendario y los quebrantos de salud (en menor impacto) y el talento joven que corteja con el mercado. ¿Cómo lo logra?
Sin rodeos, doña Flora dice que su secreto está en actualizar la cocina a la realidad de la gente.
“Es un reto. Hay que estudiar. La vida cambió, por eso hoy doy a mis seguidores las recetas que se acomoden al momento que estamos viviendo. La civilización avanza y uno se debe acoplar a todo. Busco recetas que complazcan el paladar, que sean saludables y que reduzcan el tiempo de estar en la cocina”, explica.
En su criterio, la simplicidad de sus platillos de ahora es resultado del trajín diario que ocupa al ser humano, que por tiempo y trabajo, reducen o hasta sacrifican los momentos de la comida.
“Hay que simplificarse. Yo misma antes tenía más tiempo, podía hacer recetas más largas y hasta teníamos más medios para comer mejor , ahora no se come tan bien como antes, de ahí encuentro que la nutrición es importante que se estudie y que la aprendamos, porque ahora que las recetas son más cortas y que van a tener menos ingredientes caros, no deben perder su fin saludable y alimenticio”, opina.
Acepta que este paso a la “cocina más rápida” ha provocado reclamos de algunos seguidores, quienes extrañan sus platillos de antaño, aquellos que elaboraba vestida elegantemente, con atrevidos peinados y llamativas joyas.
En respuesta a esa necesidad, Tía Florita recién desempolvó los más de 400 casetes con grabaciones de programas de 1995 para adelante, los cuales habilitará de a poquitos en su canal oficial en Internet, en Cinetrix.
“Me actualizo en mis posibilidades y con eso de la televisión por Internet estoy como con juguete nuevo. Es lindo cuando entro y veo todas las casillas con cientos de recetas ahí disponibles. A la gente le gustará verme hasta por el estilo de ropa que usaba, los peinados y las cosas rarísimas que me ponía. Es como revivir una película antigua”, bromea.
Y es que a los 89 años, Tía Florita todavía conserva tan intacta la vanidad de aquellas épocas como su placer de siempre por cocinar postres, sus recetas predilectas.
“Este es un secreto a voces porque hacen daño, pero a mí los postres son los que me vuelven loca. Yo podría comer en lugar de tres cositas saladas, un postre y con eso viviría feliz. Así que en la alacena de mi casa no pueden faltar cremas dulces, pasas, albaricoques... Todo lo que sea para postres”, dice casi con discreción.
La fascinación que le provoca esos platillos le impide escoger entre uno y otro, de ahí que tanto disfruta comerse desde un plátano maduro al horno con queso y mantequilla hasta una cajeta.
Fuera de la cocina. Detrás de la la gabacha, los utensilios de cocina y del tradicional ¡Qué tal amigas! , hay una mujer que se quebranta en ocasiones y que sale a flote con la ayuda de la fe en Dios, la que no se cansa en profesar y al que señala como responsable de su éxito.
Hasta hoy, a Tía Florita, no la doblegaron ni el divorcio de su primer esposo, ni el litigio que mantuvo por años contra su nuera Viviana Muñoz y su hijo Carlos Echandi, ni la muerte en el año 2000 de su segundo esposo Max, ni el asalto a su casa de habitación, al que sobrevivió en enero del 2014, pocos días después del fallecimiento de su hijo mayor, Federico Bonilla Sobrado.
“Hay gente que me dice que sé llevar la vida, que soy de líneas onduladas, que cuando estoy arriba aprovecho para sacar todo el jugo; pero sí he tenido cosas muy feas. Se me murió un hijo y salí avante, y si lo repito voy a llorar", dice con una voz entrecortada y con sus ojos llenos de lágrimas.
“Cuando murió mi hijo –hace dos años– me presentaba a hacer mi programa y cuando sentía que ya no aguantaba más por el dolor de mi hijo muerto, paraba al productor y él me entendía y me mandaba a dar una vuelta, porque yo seguí haciendo mi programa llorando. Pero esa es la vida y esas son las líneas onduladas. Me has visto riéndome ahora y no es que se me pasó (la muerte del hijo), aún lloro, pero debo ser valiente, para mí esa palabra es importante. En todo hay que ser valiente. Entonces es ahí donde me pregunto si estaré loca porque aguanto tanto o si será que tengo a Dios encima, porque saco fuerzas de donde no las tengo”, agrega mientras las lágrimas se comienzan a disipar de su rostro.
Cuenta que su valentía y fortaleza las gestó de pequeña, etapa en la que constantemente desafiaba el carácter de su madre "hitleriana" (era de ascendencia alemana) y su papá "tremendo" (hijo de españoles).
“Yo era rematada desde chiquitita. Tendría como cinco años y me estaba portando mal y mi mamá me dijo un día que si seguía con ese comportamiento me iba a regalar al capitán Pinel, un señor negro, enorme y con una trompa grandísima. Él era el capitán de una lancha que pasaba cada 22 días por la finca donde crecí (en San Juanillo de Guanacaste) y que nos llevaba hasta Puntarenas. Para la próxima visita del capitán Pinel yo agarré un paño, metí mi ropa y me senté en un corredor muy grande que había en mi casa a la espera del capitán", recuerda.
Tía Florita relata que cuando su madre se percató de que ella estaba en aquel corredor, la ignoró en primera instancia, mas luego se arrepintió y le preguntó que qué hacía. “Usted me dijo que me iba a regalar al capitán Pinel y yo me voy a ir con él ahora. Decía mi mamá que ella pensó que mi respuesta era una broma. ¡Es que yo era una niña! Pero no, era verdad, cuando el capitán llegó yo fui hacia él, entonces mamá contaba que ella sintió que se moría y que cuando yo estaba llegando al bote para subirme e irme a Puntarenas, ella pensaba en lo triste que podía estar yo para tomar la palabra de que me iban a regalar y la valiente decisión de irme de la casa siendo una niña”, agrega.
No se fue. Su madre se lo impidió. Flora siguió en aquella gigantesca finca de 14.000 hectáreas y 20 kilómetros de costa, la misma donde moldeó su carácter.
“Mamá decía que mi personalidad siempre fue tan bien definida, pero muy alegre. Siempre fui alegre, quizá y ahí radica mi éxito, porque todo el tiempo he tenido éxito”, subraya.
Tan clara tenía su personalidad que a los 18 años decidió casarse y a los 19 quedó embarazada. “La primera vez que me casé me tocó un hombre desastroso y pese a mi juventud, fui a la Clínica Bíblica porque ya no quería tener más hijos. Me pusieron el diafragma y seguí con ese hombre por siete años. Le pedía el divorcio y en ese proceso una prima me invitó a ir a El Salvador. Salí del país con mi hijo en brazos y no me sale de la mente que mientras subía al avión de hélices le dije: ‘Me devuelvo hasta que firme el divorcio’. Me quedé seis meses (en El Salvador) hasta que me él me avisó que ya había firmado”, detalla.
Aquel proceso nunca lo consideró fracaso, de hecho, manifiesta que un año más tarde contrajo nupcias con su segundo esposo Max Echandi, al que aún hoy, 16 años después de muerto, lo recuerda como su gran amor. De esa relación nacieron sus otros dos hijos.
“Max fue un hombre divino. Con él fui inmensamente feliz y no me arrepiento ni por un minuto de nada de lo que hice con él. Max me amó y yo lo amé. Padeció 12 años Alzheimer. Lo cuidé hasta el final”, dice mientras vuelca la mirada hacia un reloj antiguo que cuelga en la sala y que, según precisa, era el lugar donde Max solía dejar olvidados los anteojos.
Con gran sentimiento doña Flora también rememora los últimos meses de vida de Max y los momentos en los que ella entraba al cuarto y él la volteaba a ver y le tiraba un beso.
“¡Cómo no iba a estar enamorada de ese hombre! Con solo ese beso yo sabía que me conocía. Fueron 12 años de sufrimiento pero si vos le encontrás el sentido de que es tu cruz y que tenés que ser valiente, son cosas bonitas de revivir y volverlas a tapar”, afirma.
A pesar de la enfermedad de su esposo ella se mantuvo activa porque se define como una mujer fuerte, organizada, una trabajadora incansable que le gusta asumir retos e idear nuevos proyectos. De hecho cuenta que durante años, en su mesa de noche reposaron una libreta, un lápiz, un foco y sus anteojos pues antes de dormir solía apuntar desde lo pendiente que había quedado por hacer hasta ideas de nuevos proyectos.
Las notas de la noche las comentaba al día siguiente son su secretaria de entonces, Marielos, a quien puso a correr en más de una ocasión.
“Estuve rodeada de mucha gente que me ayudó. Quizá sola yo no hubiese podido llegar aquí. Además de que Dios me hizo organizada. Claro ya fui aflojando porque las fuerzas de ahora no son las mismas de antes”, dice.
Doña Flora no ignora las diferentes realidades por las que ha pasado durante estos 42 años y, aunque escueta, con elegancia se refiere a uno de los episodios más polémicos de su vida: la disputa legal contra su nuera, la también chef Viviana Muñoz.
“Empecé en la televisión a los 48 años y 25 años después fue el problema con Viviana, pero es un asunto tan delicado que el cristal mejor no tocarlo. Esa etapa no quiero ni recordarla”, dijo poco después de confirmar que en los últimos meses ha tenido un acercamiento con su hijo Carlos Echandi (esposo de Muñoz).
Pese a la montaña rusa que la ha llevado de viaje por este mundo, doña Flora no lamenta ninguna etapa de su vida, si tuviera la opción la repetiría tal cual, pero en el mundo del siglo pasado.
“Estoy contenta de morirme antes de ver lo que viene, pero sabe qué es lo que me da lástima: mis nietos. Las malas noticias y las cosas feas están por minutos en todo el mundo, pero yo estoy en una edad en la que digo 'Ya vi todo'. Me fascinó ver llegar el hombre a la Luna, el nacimiento de la televisión... Me tocó vivir una vida divina, en cuanto a cosas nuevas que se dispararon en este siglo y en el siglo pasado y no lo cambio. Si tengo que escoger, preferiría vivir como vivía antes”, reflexiona, para luego aclarar que su estado de salud es favorable y bromea con que su padecimiento más grave es la enfermedad del siglo XXI: el estrés.
Algunos de sus premios:
1984. Premio Pergamino de honor, de la Unión de Mujeres Americanas, por su destacada labor en el arte culinario, sus libros y programas en la tevé.
2009. El libro Celebrity Chef la incluye entre las 30 mejores cocineras del mundo por su conocimiento de la gastronomía tica y extranjera y las más de 500 mil copias de libros vendidos.
2010. Premio especial del jurado del Gourmand World Cook Book Awards 2009 por su trayectoria.
2016. El Foro Panamericano de Asociaciones Gastronómicas Profesionales y la Asociación Nacional de Chef la certifica como Miembro honorario de la Asociación.