En el 2016, la artista rusa Vera Brosgol publicó un libro ilustrado al cual tituló Leave Me Alone (Déjenme sola). Trata sobre una abuela que tiene decenas de nietos y lo único que anhela es que la dejen sola para terminar de tejer. Es un libro hermoso, no solo por su historia, sino también por sus ilustraciones.
Lo compré sin saber que estaba embarazada, por mi afición a los libros infantiles ilustrados. Ahora, Leave Me Alone está en la biblioteca de mi hija de casi tres años.
Ella se ha ido apoderando de muchas cosas que antes eran mías: mis libros ilustrados, mis lápices de pintar, mi campo en la cama, mis tetas (algo de lo que ya les he hablado antes), mi ropa que ahora forma parte de sus disfraces y, por supuesto, se ha apoderado de mi corazón, de mi tiempo y de mi espacio.
Llevo semanas trabajando desde casa: siendo periodista, haciendo entrevistas virtuales, coordinando todo por correos que van y vienen; y, además, siendo niñera y ama de casa. La imagen de la abuelita que Vera Brosgol dibujó, gritando al cielo “Leeeave me alone”, viene a mi mente una y otra vez.
No me malinterpreten. La amo. Amo a mi familia. Soy afortunada de estar confinada en mi casa con un esposo maravilloso y con Juli, que brinca y brinca como un conejo por toda la sala, pero, por el amor de Dios, necesito estar sola al menos un segundo.
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Las mamás me entenderán, con la maternidad hasta el baño deja de ser un espacio íntimo. Ahí está ella, al frente de mí aprendiendo a hacer popó en su potty trainer, mientras yo hago lo mío en el sanitario.
¿Saben? Estoy escribiendo este artículo mientras le doy helado verdadero a un poni imaginario. La capacidad multitasking que desarrollamos las madres me sigue sorprendiendo.
La pegazón que tiene Juli conmigo, en parte es mi culpa. Aunque es algo que a la vez me enorgullece. Cuando ella estaba recién nacida, yo me vi toda la serie de Luis Miguel en Netflix y la relación del Sol de México con su madre no solo agravó mi depresión posparto, sino que también me ablandó el corazón. Yo necesitaba ser así de tierna con mi propio sol.
Así que sí, lo digo con orgullo: soy la más cariñosa y dedicada de las madres. Me tiro al piso para simular que soy un perro, me visto de Pinocho para hacer obras de teatro, coloreo a su lado, me aprendo canciones, le invento cuentos, le leo libros. Y toda esa cosecha se recoge de la más hermosa manera: ayer me dijo “te amo, mamá”.
Aunque suena idealista –porque el amor de madre hace que así lo sea–, también tengo que aportar algo de realidad: es tremendamente cansado. Correr, cantar, bailar, jugar fútbol, hacer burbujas de jabón, planear almuerzo, lavar los platos, cambiar pañales, lidiar con berrinches, hacer entrevistas telefónicas con ella guindando de mis pies o redactar mientras se me sube a la espalda para jugar caballo. Ahora más que nunca necesito un momento a solas, extraño ese trayecto de una hora ida y una hora de vuelta del trabajo, porque ese tiempito en el carro era solo mío y de mis pensamientos; extraño las presas de las calles ticas… y eso es mucho decir.
Eso sí, les puedo asegurar, no me he aburrido ni un segundo en la cuarentena. Pero eso que recomiendan de acostarse a leer ese libro que tiene pendiente, creo que para mí no será por ahora. El poni imaginario está esperando la próxima cucharada de helado.