Tinta fresca: "La felicidad en serio", por Cristian Cambronero
El principio butanés de la felicidad parte de cuatro ejes que definen cada decisión oficial: desarrollo socioeconómico sostenible, la preservación de la cultura, la protección del medio ambiente, y el “buen gobierno”.
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Hace 39 años, el día que fue coronado como monarca del reino de Bután, el joven Jigme Singye Wangchuck esbozó un concepto que se convertiría en un mantra visionario nacido en el extremo oriental del Himalaya. Propuso que “la Felicidad Interior Bruta” (FID) de su gente debía ser más importante que el Producto Interno Bruto, como criterio para definir el modelo de desarrollo y guiar las políticas públicas. Pero ¿se podía medir la felicidad?
La visión del rey marcó el destino del país durante las últimas tres décadas. Bután, en el sur de Asia, entre India y el Tíbet, es una monarquía parlamentaria y tal vez la democracia más joven del planeta.
El principio butanés de la felicidad parte de cuatro ejes que definen cada decisión oficial: desarrollo socioeconómico sostenible, la preservación de la cultura, la protección del medio ambiente, y el “buen gobierno”.
La procura de la Felicidad Interna Bruta se la encomendaron a una comisión de rango ministerial, que mide el subjetivo concepto de “felicidad” de los butaneses. Lo hacen aplicando una encuesta anual con preguntas sobre salud, educación, vitalidad, relaciones comunales, uso del tiempo, etcétera. Los resultados alimentan un algoritmo que arroja valores finales, que luego pueden desagregarse por género, zonas geográficas, o cualquier otra variable, para su aplicación en la toma de decisiones.
El algoritmo es similar, en principio, al empleado por The New Economics Foundation para la elaboración del Happy Planet Index, el ranking de la felicidad en los países, del cual Costa Rica es bicampeón invicto (2009/2012).
En estos días recordé el caso de Bután a partir de Happy , un documental del cineasta nominado al Oscar, Roko Belic, que explora la percepción de la felicidad personal en gente de 18 países con las más variadas condiciones socioeconómicas y personales; y cuestiona (como si hiciera falta) la correlación entre capacidad adquisitiva y felicidad, a partir de los hallazgos recientes de la psicología positiva.
Pero esa reivindicación de la felicidad, entendida como el ansiado estado de bienestar integral de la persona y de su comunidad, no es nueva. Está presente desde la filosofía a la economía, de Aristóteles, a Russell, a Stiglitz, pasando por Thomas Jefferson, que ya en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos planteaba “la búsqueda de la felicidad” como derecho inalienable del hombre.
La novedad está en las distintas –y más o menos objetivas– posibilidades de “medición de la felicidad” para hacer viable su aplicación como instrumento para guiar políticas públicas.
En nuestro caso, tal vez es hora de hacer las paces con el título de “el país más feliz del mundo” que, infelices, muchos asumimos con chota y sarcasmo en su momento. Y decidir el camino no solo a partir del ¿qué y cuánto vamos a ganar?, sino del ¿cómo nos vamos a sentir?
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