“Úntese de aceite y que todo le resbale”, me decía y me dice mi tía Yipi cada vez que tiene oportunidad, cada vez que me ve angustiada por algo. Yo la escucho, me sé la frase de memoria, pero qué poca capacidad tengo para ponerla en práctica.
A mí me encantaría vivir untada de aceite. Me encantaría que las cosas me importaran un poco menos y que mis preocupaciones se redujeran solo a sacarle sonrisas a mi hija.
Sin embargo, perdí tres kilos en una semana sin hacer ningún esfuerzo; se combinó el estrés del trabajo, las angustias diarias, la discusión marital, la ropa que tengo sin lavar.
Tres kilos, señores y señoras. La gente que me ve más flaca me felicita. Yo no sé si dar las gracias o explicarles que fue sin intención, que no solo perdí peso; seguramente también se me fueron años de vida, me están saliendo arrugas y mi vitiligo se volvió a alborotar. Así las cosas, a mí que me devuelvan mi grasita corporal.
Necesito urgentemente aprender a dejar para mañana las cosas que puedo hacer hoy. Necesito urgentemente aprender a hacer una siesta sin levantarme cada diez minutos a anotar los pendientes en un papelito, para que no se me olviden. Quitarme, de una vez por todas, la pésima maña de querer tenerlo todo bajo control.
Tengo una mente hiperactiva. Díganme si a ustedes no les pasa esto: van por un vaso de agua, el agua les recuerda que hay que echarle agua a las matas; a las matas hay que abonarlas, las abonan; el abono está a la par del jabón, entonces aprovechan para lavar la ropa; la ropa hay que sacarla al sol y se topan con una caca del perro, recogen la caca; echan las cacas a la basura y de una vez sacan la bolsa de basura fuera para que la casa no se ponga hedionda...
Duré dos horas y, al final, ni siquiera tomé agua. ¿Les sucede?
Imagínense lo que significa para mí salir de la casa. Antes de cruzar la puerta tengo que dejar absolutamente todo recogido, listo, limpio y ojalá adelantadas las tareas de la noche.
Jefecita: no llego tarde a la oficina por irresponsable, todo lo contrario: la ama de casa responsable se apodera de mí.
Por suerte, mi jefa sabe que también soy así en el trabajo: estoy adelantando los temas de agosto. ¡Agosto!
Estamos en abril.
Sí, quizá soy obsesiva. No puedo tener notificaciones pendientes en el celular, jamás correos electrónicos sin leer, nunca guardo conversaciones de WhatsApp que no sean los chats del día, borro todas las fotos que me parezcan innecesarias.
Limpiar, limpiar, borrar, borrar, porque en el orden está Dios; y eso, señores y señoras, en época de toneladas de basura digital, es una ardua tarea diaria.
¿Ven qué fuerte caló haberme metido en la comisión de aseo y ornato en cuarto grado de la escuela?
Alguien que le diga a la niña Rosita que poner a los niños a limpiar, pupitre por pupitre, puede tener consecuencias graves a largo plazo.
¡Ay, tía Yipi, cómo me gustaría vivir untada de aceite! Que todo me resbale, ser más valeverguista, aprender a dormir plenamente e interiorizar que los problemas que no se resuelven hoy, se resolverán mañana.
Vivir el aquí y el ahora, hundirme en las sonrisas de Juliana sin que ningún otro ruido mental interfiera.
Irónicamente, hay algo que sí vengo dejando para mañana a pesar de que lo puedo hacer hoy: meditar.
¿Será esta mi medicina? Mañana empiezo, luego les cuento.