¿Hasta cuándo trabajará usted? ¿Ha pensando en eso? ¿Tiene un proyecto de retiro, o es de los que cree que aún falta mucho camino para cruzar ese puente?
El tiempo nos engaña, nos hace creer que avanza a cuentagotas, pero sin previo aviso y de la manera más abrupta, pisa el acelerador. De pronto, nos damos cuenta de que el futuro que veíamos tan distante, se asoma en la siguiente parada del autobús.
Así le ocurrió a Norman, quien recuerda su primer día de trabajo como si hubiera sido ayer. Fue en una sastrería del centro de San José; realizaba labores de limpieza y apenas tenía 14 años.
Parece que fue ayer, pero en realidad sucedió hace seis décadas y un lustro. Y desde entonces, la jornada laboral de su vida no se ha detenido, el silbato que marca el descanso se ha quedado mudo ante la necesidad de este anciano de llevar comida a su mesa y medicinas al botiquín.
A sus 81 años, Norman Ramírez Solís sale de su casa cada mañana vestido con saco y corbata. Maletín negro de cuerino en mano, va caminando a ofrecer purificadores de agua, puerta por puerta.
“Fui contador casi toda mi vida gracias a que el patrón de aquella sastrería me ayudó a estudiar. Pero, ahora los años me han pasado la factura, ya los balances no me cierran. Físicamente estoy bien, pero la cabecita está cansada, desgastada de tanto trabajar; por eso busqué otro trabajo... en lo que saliera, por necesidad”, cuenta Norman, quien, pese a su agotamiento, muestra una actitud positiva y hasta agradecida. “Este trabajo lo tengo gracias a Dios, Él nunca me ha desamparado”.
Por lo general, trabaja en Alajuela, lugar donde reside; pero en ocasiones viaja en autobús hasta Heredia o San José para tratar de mover la venta por esos lares.
Apenas lleva dos meses en este empleo, pero confiesa con algo de pesar que no le ha ido bien. Y no es que él sea mal vendedor, aclara. Es que la gente prioriza en otros gastos...
Norman tiene pensión de ¢117.000, pero afirma que ese monto mensual que le otorga la seguridad social no le alcanza para mantener a su familia. De sus ingresos, depende Felicia, su señora de 68 años de edad, quien toda la vida fue ama de casa y nunca tuvo sueldo, y su hijo, un muchacho de 28 años que presenta una discapacidad mental.
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“¡Qué injusticias se cometen en esta vida! Vea las pensiones de los diputados , solo trabajan cuatro años y les dan un montón de plata, y yo he trabajado desde siempre, hasta dos turnos diarios, y es una cochinada de pensión lo que tengo”, se queja.
Él pertenece a ese grupo de adultos mayores que trabaja sin importar el cansancio, las arrugas o las canas.
La Encuesta Nacional de Hogares del 2011 revela que el 7% de personas que laboran actualmente en Costa Rica tienen más de 60 años.
Entretanto, el Primer informe de situación de la persona adulta mayor en Costa Rica – estudio más reciente disponible y que data del 2008– indica que el 17% de la población mayor de 65 años labora activamente. Estos, según la Ley 7935, son considerados adultos mayores.
Las más actuales proyecciones de población del Instituto Nacional de Estadística y Censos, indican que, en Costa Rica, 444. 364 personas integran esta categoría (ciudadanos de oro), lo que representa aproximadamente el 9,5% de la población total.
La necesidad
Los adultos mayores que trabajan se dividen en dos tipos: unos son aquellos que disfrutan de su empleo, están contentos con las tareas que realizan y gozan de buena salud. A estos, negarles la posibilidad de trabajar sería como amputarles una parte de sus vidas. Los otros son los que están obligados a laborar por mera necesidad económica, los que deben producir ingresos aunque su salud esté deteriorada.
Tal distinción la subraya el doctor Fernando Morales Martínez, director del Hospital Nacional Geriátrico Raúl Blanco Cervantes y presidente de la Junta Directiva del Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor ( Conapam ), entidad rectora en materia de envejecimiento y vejez.
El experto explica que los ancianos trabajadores se exponen a eventuales peligros de salud como: riesgos pulmonares, cerebrales y cardiovasculares, así como a hipertensión arterial y úlceras.
Como consecuencia de ello, se acorta la esperanza de vida y la calidad de la misma.
Si bien la Organización Panamericana de Salud establece los 60 años como la edad ideal para el retiro y la legislación nacional ha fijado ese límite en los 65 (debido a los buenos índices de salud en el país), el doctor Morales insiste en que se deben evaluar los factores individuales de cada persona –su historia de vida y su registro médico– para determinar qué tipo de trabajo puede o no realizar de acuerdo con su edad.
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Usualmente, los adultos mayores que se ven forzados a trabajar son los que desempeñaron a lo largo de su vida labores físicamente desgastantes y carentes de buenas condiciones: actividades agrícolas, comercio informal , servicio doméstico... De hecho son los mismos oficios que, mayoritariamente, siguen realizando.
Arodys Robles Soto, demógrafo e investigador de la Universidad de Costa Rica, explica que dicho grupo se caracteriza por haber tenido pocas oportunidades en la educación formal. Cuando fueron niños y adolescentes, la cobertura del sistema educativo era muy baja, sobre todo para las mujeres. Esto les redujo la posibilidad de acceder a trabajos bien remunerados, con los que se habrían garantizado un mejor futuro.
A esto hay que agregar que muchos no cotizaron para una pensión durante la primera etapa de su vida laboral, o nunca lo hicieron. También es frecuente el caso de patronos que no los reportaron a la seguridad social.
Finalmente, habrá otros, como don Norman que, pese a recibir la pensión, no logran cubrir sus necesidades básicas con ese dinero ( ver recuadro ¿Y las pensiones? ).
Recurrir a la familia en busca de ayuda –hijos, sobrinos– es un camino para algunos, pero a menudo estos tampoco poseen la necesaria solvencia económica.
Ante la falta de ingresos, florece la pobreza. El Primer informe de situación de la persona adulta mayor en Costa Rica indica que la incidencia de la pobreza en hogares donde un adulto mayor es el jefe (principal proveedor) es del 23%, mientras que si el jefe tiene entre 50 y 64 años, por ejemplo, la incidencia cae al 12%.
Sin opciones
“A mi edad, ya nadie me da trabajo. Lo que pasa es que, aparte de la contabilidad, me quedé rezagado en computación; nunca hice cursos de eso y ahora todo lo hacen en computadora. Me agarró tarde; me siento cansado intelectualmente”, comenta don Norman, mientras señala un armatoste lleno de polvo que alguna vez fue una computadora.
El aparato –que, según dice, utiliza su hijo en ciertas ocasiones– es, realmente, el dinosaurio de los ordenadores electrónicos. Sin embargo, para él, es una pieza de una nave espacial futurista.
No hay mayores opciones laborales para los adultos mayores, al menos no remuneradas. Así de crítico y de directo es el doctor Fernando Morales, quien denuncia que, en el campo laboral, Costa Rica le ha dado la espalda a los ancianos.
El viceministro de Trabajo, Juan Manuel Cordero González, se apresura a destacar que, pese a que la edad de retiro es 65 años, a nadie se le puede obligar a pensionarse, y agrega que no contratar a alguien por sus canas es discriminatorio y objeto de sanción.
No obstante, reconoce que no hay una política de empleo destinada a las personas de la tercera edad, sencillamente porque no son la prioridad. El Ministerio está enfocado en brindar empleo y capacitación a las personas jóvenes.
“El desempleo joven dobla la media nacional; es alarmante. Si no se atiende esta situación, si no lo palanqueamos desde la política pública, ¿quién va a cotizar a la seguridad social? ¿quien va a pagar las pensiones?”, justificó.
Nuevos inquilinos
Para Cordero, historias como las retratadas en este reportaje deben servir como una llamada de atención para quienes llegarán a la tercera edad dentro de unos años. Considera que todo trabajador debe estar pendiente de su plan de pensión y poseer un proyecto para afrontar la vejez sin verse obligado a trabajar en las horas extra de su vida.
Morales comparte la preocupación, e invita a todos los ciudadanos a tener un proyecto de retiro. Él insiste en que no hay que llegar a los 60 años para pensar en la jubilación.
“No se trata de quedarse en la casa sin hacer nada, sino de tener un plan, de hacer algo productivo, recreativo. Si hay que trabajar, pues que sea en algo que guste. No debería seguir trabajando en eso que lleva 40 años y de lo que está harto”, razonó, y solicitó a la empresa privada, en el marco de la responsabilidad social empresarial, darles empleos a los adultos mayores que desean mantener-se activos.
Sin otra alternativa, Norman seguirá vendiendo filtros de agua, de puerta a puerta, a menos que encuentre un trabajo menos desgastante. Admite que lo ideal sería una mejor pensión, una que le permitiera estar en su casa “chineando” a su esposa. Esa es su principal congoja: ¿Qué pasará con su señora y su hijo cuando él no esté?
¿Y usted, hasta cuándo trabajará? ¿Ha pensando en eso?
Jornalero de ocho décadas
En ocasiones, el dolor que le causa su hernia es tan fuerte que debe dejar el trabajo botado y devolverse a la casa; pero a menudo no le queda más que aguantarse, no vaya a ser que su patrón se enoje y lo despida. Necesita el dinero y, la verdad, el descanso es un lujo lejos de su alcance.
Sobre sus espaldas carga 80 años de vida. Es uno de esos campesinos que lleva tatuada en el pecho la frase de nuestro Himno: “vivan siempre el trabajo y la paz”, pero ya sus huesos no quisieran cantar la letra escrita por José María Zeledón.
Este jornalero admite estar cansado. Desde los trece años está sembrando maíz y “volando machete”. Se llama Félix Pedro Matamoros Romero y vive en San Alejo de Los Chiles de Alajuela, en una casita escondida en la montaña, junto a su esposa, tan anciana como él.
Forma parte de ese 17% de adultos mayores (personas que superan los 65 años) que trabaja. Y lo hace por necesidad, porque necesita el dinero. El Primer informe de situación de la persona adulta mayor en Costa Rica reveló que la mayoría de ancianos que trabajan en el país son del área rural y se dedican a labores agrícolas. Su día empieza a las 4 a. m.; debe caminar una hora para llegar a la finca donde trabaja cortando naranjas. Se gana unos ¢40.000 por semana y con eso se las arregla para comprar la comida, y pagar recibos de electricidad y agua.
Cuenta que no fue a la escuela y no sabe leer ni escribir. “Si no trabajo, no como. Ha habido tiempos en los que he estado hasta cinco meses sin trabajar; han sido momentos muy duros”, relata.
Félix Pedro tiene 11 hijos y 60 nietos. De cuando en cuando, los hijos mayores le llevan comida a la casa, pero –recalca el jornalero– a ellos tampoco les alcanza el dinero. “La vida en el campo es de muchas necesidades”. No posee pensión ni ha cotizado para la seguridad social; por lo tanto, no acude a los servicios de salud. De hecho, conoce muy poco del funcionamiento del sistema de atención estatal.
Por eso, cuando se enferma, en días en que la hernia le duele mucho, se compra una acetaminofén en la pulpería del pueblo.
‘Taxeando’ de 5 a. m. a 11 p. m.
La “maría” empieza a funcionar a las 5 a. m. A esa hora, el taxi Hyundai Accent 2006, placa 5875, conducido por Óscar Urbina Picado, sale a la calle. No regresará sino hasta las 11 p. m. Con suerte, volverá con un botín de ¢10.000 o quizá ¢20.000; pero la suerte no siempre lo acompaña.
Las largas jornadas al volante no son lo que desgasta a este chofer de 68 años, quien lleva ya 15 años de taxear, sino los riesgos que implica andar tras el volante.
“Es muy peligroso; ahora te pueden matar para robarte unas monedas”, sostiene y aclara que, como estrategia, solo sube clientes por “llamada” (coordinados por la central telefónica de la cooperativa para la que trabaja). Hasta ahora, nunca lo han asaltado, un récord que quiere conservar hasta su retiro, el cual no está programado aún en el calendario.
De lo que no se escapa es de los pasajeros quisquillosos. “Algunos son muy delicados; reclaman por cualquier cosa, se ponen malcriados; no respetan las canas”, relata un poco indignado.
Su secreto tanto para evitar colerones como dolores musculares, propios de la acumulación de horas al volante, es la homeopatía.
Es nicaragüense, pero llegó a Costa Rica hace 36 años, escapando de los conflictos armados del hermano país del norte. Con él llegaron su esposa y tres hijos.
Ya instalado, empezó a trabajar como albañil y en las noches se ganaba unas “extras” fabricando tornillos. Su jornada, en aquel momento, era la misma que hoy: de 5 a. m. a 11 p. m. Al tiempo, trabajó en una gasolinera y luego en un taller de de llantas.
Entre tanto trabajo, se “le olvidó” cotizar. “Me descuidé”, confiesa sin drama, por lo que no tiene pensión. Tampoco tiene casa propia, alquila junto a su esposa, quien trabaja como costurera; entre ambos sacan las finanzas adelante.
Sus hijos le han ofrecido ayuda económica, para que no tenga que trabajar tanto, pero don Oscar sostiene que él no quiere ser una carga.
“Me gusta trabajar, siento que si no lo hago me enfermo, me aburro... es más, aunque tuviera pensión seguiría trabajando, aunque, la verdad, trabajaría menos”, resalta.
Oficio doméstico propio o ajeno
Planchar, lavar, cocinar, limpiar... es la historia de vida de muchas amas de casa, quienes pese a su agotador oficio, no reciben un salario. Ellas dependen de los ingresos económicos de sus esposos o compañeros.
Cuando la vida decide que sea él quien descanse primero, al peso de la viudez se suma el deber de generar dinero para subsistir. Entonces, muchas hacen lo que han hecho toda su vida, pero ahora al servicio de extraños. Tal situación la observa con frecuencia María del Carmen Cruz Martínez, promotora de derechos en la Asociación de Trabajadoras Domésticas (Astradomes).
El Primer informe de situación de la persona adulta mayor en Costa Rica detalla que la mayoría de las adultas mayores que trabaja remuneradamente, lo hace en oficios domésticos. También revela que entre la población actual de “ciudadanos de oro”, las mujeres cuentan con menor escolaridad, lo que limita más sus opciones de obtener un trabajo bien remunerado.
Cruz menciona que muchos patronos no reportan a la Caja Costarricense del Seguro Social a las servidoras domésticas, por lo que, al llegar a la edad del retiro, estas no cuenten con las cuotas necesarias para optar por una pensión.
Astradomes busca garantizar que se cumplan los derechos de las servidoras domésticas. Su presidenta, Rosita Acosta Ramírez, tiene 72 años y toda su vida se dedicó al oficio doméstico. Hoy aprovecha su retiro para ayudar a quienes desarrollan tal función. Cada semana, cuenta, acuden a Astradomes dos o tres mujeres mayores de 65 años en busca de asesoría y pidiendo que le ayuden a conseguir trabajo.
Lo malo –dice María del Carmen Cruz– es que a esa edad ya nadie las quiere contratar, pues los empleadores prefieren mujeres con edades entre 30 y 40 años. Sin embargo, estas personas sí son aceptadas para el cuido de adultos mayores, según se ha comprobado en Astradomes.
“Muchos creen que entre adultos mayores se llevan mejor; se hacen buena compañía”, razona María del Carmen.