Aquel 30 de setiembre de 1860, en Puntarenas no quedaban rastros del héroe de la gesta heroica de 1856 y 1857 contra los filibusteros y el ambicioso William Walker; tampoco quedaba la hidalguía de aquel Padre de la Patria que lideró un ejército lleno de coraje para salvaguardar la soberanía y la libertad de Costa Rica. Aquel 30 de setiembre, solo quedaba Juan Rafael Mora Porras, el hombre vencido, traicionado y desgraciado que renegaba de la política poco antes de caer fusilado.
Antes de morir, encarcelado en el cuartel de la Aduana de Puntarenas, de su puño y letra le escribió a su idolatrada Inés, su esposa, una carta que lo retrata como a un patriarca preocupado por su descendencia, a un patriota lleno de dolor y a un comerciante que recuerda dineros dispersos en espera de que sean de ayuda para quienes lo sobrevivirían.
A las tres de tarde en el sitio conocido como Los Jobos se escucharon los balazos y cayó sin vida el gran Juanito Mora (1814-1860), una figura que se ha ido agrandando con los siglos, luego de ser tratado como a otros delincuentes, asesinado sin el debido proceso y repudiado por la élite política de entonces.
Aquella misiva no solo llegó a manos de su viuda, que se encontraba embarazada y con el resto de su progenie en El Salvador, sino que fue celosamente resguardada, junto a otros documentos y pertenencias del líder, por ella y por sus descendientes durante más de siglo y medio.
Siempre estuvieron bien custodiados y así llegaron a manos de Marysia Pinto Echeverría, tataranieta de 90 años de don Juanito. La mujer se convirtió en la última guardiana de esta valiosa herencia familiar, la cual fue entregada en setiembre por los descendientes de Mora al Archivo Nacional, convencidos de que se trata de “un patrimonio de todos”, no solo de la familia.
La donación, resguardada por el Archivo Histórico de esa institución, consta de 47 documentos, entre los que se destacan esa última carta antes del fusilamiento de Juan Rafael Mora, varias fotografías de sus familiares, un álbum de recortes de noticias en el centenario de su nacimiento y proclamas de entonces mandatario durante la Campaña Nacional contra los filibusteros 1856-1857.
La correspondencia final la escribe don Juanito luego del fracaso de la insurrección que pretendía devolverle el poder que le arrebataron en un golpe de Estado en 1859, en el cual se le entregó el rumbo de Costa Rica al médico y cafetalero José María Montealegre. Luego de la toma de Puntarenas por fuerzas moristas en 1860, Mora regresó de El Salvador, donde estaba exiliado; no obstante, la rebelión fue detenida de forma inclemente por militares leales al entonces presidente de Costa Rica.
Precisamente, ese 30 de setiembre de 1860, Mora se rindió, fue encarcelado y, de forma anómala, condenado a muerte en cuestión de horas. La decisión de eliminarlo se había tomado en San José desde antes. Mora aceptó su destino y solo pidió que se respetaran las vidas de sus hombres más cercanos.
Antes de que su tiempo se agotase, el expresidente escribió varias misivas y se confesó con el sacerdote Antonio del Carmen Zamora. A la 3 de la tarde, Juanito Mora fue fusilado. Afrontó su desenlace con “dignidad y valor”, informó uno de sus condenadores y comisario gubernamental Francisco María Yglesias Llorente a sus superiores. El llamado héroe y libertador no cayó a causa del enemigo, sino de los suyos.
La última carta de amor de Juanito Mora
Cada vez que Marysia Pinto Echeverría lee la carta de despedida de su célebre antepasado a su tatarabuela, se conmueve. Es un texto que le toca el corazón. “Se refleja él como padre de familia responsable que va a dejar a una viuda sin medios económicos en un país extranjero (El Salvador) y llena de hijos. Cada vez que la leo el corazón se me estremece”, cuenta esta adulta mayor clara, lúcida y profundamente orgullosa del Mora heroico a quien considera que Costa Rica no le hizo justicia.
A su adorada Inés Aguilar, hija del exjefe de Estado Manuel Aguilar Chacón con la que se casó en 1847 y madre de sus nueve hijos (solo seis de los cuales llegaron a la edad adulta), aquel comerciante que fue presidente de la República le escribió con tinta negra: “Te dirijo esta despedida en los ultimos momentos de la vida, son terribles; pero nada temo, solo me inquieta la triste situasión en que quedas viuda, pobre, en el destierro y cargada de hijos. Te encargo mucho la educasión de mis hijos, prinsipalmente á Alberto que tiene regular talento (sic)”.
Ese es el inicio de una carta de amor de cuatro folios: del marido que se declara suyo hasta el último momento y del patriarca que en sus últimos minutos en esta tierra pensó en cada uno de los miembros de su familia, incluso en sus dos hermanas, por las cuales velaba.
Más adelante, Mora le insistió a su esposa embarazada de Juana –hija que nació luego del fallecimiento de su progenitor– que cuide de sus hijos y les cuente la historia de su padre para que no se inmiscuyan en política. De hecho, rechazó esa actividad en la que se involucró tantos años: “ella es un berdugo que destroza á sus servidores (sic)”, advirtió.
Con dudas –¿cómo no?–, el otrora caudillo esperaba que Costa Rica cobijara a su progenie. “No puedes figurarte lo indiferente que me es morir, solo siento la muerte por ti y por mis hijos: Dios les protejerá y la patria aunque cruel con migo, talbes, mas tarde no será lo mismo con mis hijos, pues bendrá tiempo en que balgan algo los pocos serbisios que he prestado en casi la mitad de mi bida (sic)”.
Se trata también del testimonio del líder vencido, que consideraba que su partida no sería solución alguna. “Con mi muerte creo que no podrán remediar nada, pues la complicasión que á engendrado la revolución del 14 de Agosto será fecunda en desgrasias para la Republica, y hoy empiesen las escenas de sangre y dolor: Dios quiera que yo esté equivocado, y que con mi sacrifisio todo se acabe y buelvan la pas y el progreso para estos pueblos desgrasiados (sic)”. Hasta en su hora más oscura, su pensamiento estuvo con su gente.
En prosa sencilla, pero directa, Juanito Mora también recordó a aquellos que le debían sumas de dinero y le encomienda a Inés que rendiera la plata para que lograran vivir. Por ejemplo, declaró, “como cristiano” en sus últimos momentos que Vicente Aguilar le debía 200.000 pesos “que creo y que si él cree en Dios y muere como cristiano pagará a mi familia lo que justamente me adeuda”.
En un texto sobre esta carta, Luko Hilje Quirós recuerda que Aguilar había sido socio del político en la empresa Mora y Aguilar, tuvieron una agria disputa pública a causa de “la exorbitante suma de 300 000 pesos” y una enemistad con consecuencias fatales para el líder. “Quizás el hombre más rico del país, Aguilar era nada menos que ministro de Hacienda y Guerra cuando se decretó el fusilamiento de don Juanito”, anota el estudioso en el artículo del 2010.
Durante años, circularon algunas versiones de este documento que quedó en poder de la viuda en que se omitían algunos párrafos, entre ellos la alusión directa a Aguilar.
A pesar del dolor que transmite el texto, el hombre se preparó para morir como cristiano confiando en que Dios le perdonaría sus culpas. Antes, se libró de cargas: “Recordarás que yo tenía mis motivos para tener tanta repugnansia para inbadir este ingrato país y que lo hize instigado por los que me han sacrificado: Dios les perdone como yo les perdono (sic)”.
Le insistió a su pareja cuán consciente estaba de su mortalidad: “tarde ó temprano se muere, estamos en éste mundo engañoso de paso, y así debemos ber los acontesimientos, ya sean prosperos o adbersos (sic)”. Y escribió tres últimos adioses.
La amistad no faltó en tal documento histórico. Confiado en la palabra que le dieron, Juanito Mora se fue tranquilo porque no corrían peligro, según escribió, dos leales compañeros de mil batallas: el general José María Cañas Escamilla y su hermano José Joaquín Mora.
Aquello no fue del todo verdad. Luego de rendirse, su hermano sí regresó al exilio en El Salvador; sin embargo, el Consejo de Gobierno resolvió fusilar a Cañas el 2 de octubre de 1860.
Hay un detalle que no pasa inadvertido y su familia insiste en señalar: la carta está manchada, creen que fue por el llanto de Mora. “El papel manchado por una amarga lágrima brotada del alma, dice de las virtudes que él embebió de sus padres, don Camilo y doña Benita. Don Juanito va erguido en su tránsito terrenal por su columna vertebral y su columna moral: una física, otra espiritual. Esa columna moral es epítome de los valores que sustentan el carácter de la costarriqueñidad, quintaesencia de nuestro ser nacional”, asegura el periodista y político Armando Vargas Araya, presidente emérito de la Academia Morista Costarricense.
Siglo y medio de una colección que no se separó
La familia de Mora decidió que todos los documentos del expresidente, así como fotografías familiares de sus descendientes y otros materiales que se recopilaron permanecerían juntos y custodiados por alguno de los herederos. Así fue de siglo y medio; de hecho, nunca fueron prestados ni exhibidos, aunque sus familiares sí permitían que los consultaran historiadores y especialistas.
Doña Marysia, descendiente directa de Mora Porras, tuvo la responsabilidad de tener este legado desde el fallecimiento de su mamá, Marta Echeverría Loría, y el honor de entregar este material al Archivo Nacional. “Toda la familia se unió en un acuerdo: son documentos de la Patria y teníamos la obligación de mantenerlos juntos para la historia”, cuenta.
Los descendientes desean que documentos, como esta carta de despedida y otros, ayuden a entender mejor al hombre de familia, en su dimensión más íntima. A ese con el que crecieron y del que tanto han escuchado y leído.
Incluso, el hijo de Marysia, Édgar Pacheco Pinto, recuerda que en esa familia se almorzaba y se comía con Juanito Mora. “Mi abuela me contaba las historias de él como si fueran un cuento. Ella era fanática de él”, asegura.
Generación tras generación, se ha honrado el deseo del patriarca de vivir en la memoria de sus descendientes. Se contaban por supuesto los hechos heroicos, así como lo que sufrió la familia, revela la tataranieta de 90 años.
También le siguieron la recomendación de no meterse en política más allá de lo que responsable para todo ciudadano. “Ha sido una consigna”, recalcan.
Ahora que el legado es de Costa Rica. ¿qué pasa con él?
Documentos de Juanito Mora ingresan para archivo e intervención
La donación de documentos e imágenes de Juanito Mora es muy significativa porque ayuda a completar la vida del presidente. “Tenemos muchos documentos de él. No obstante, estos nos ayudan a completar el círculo de cómo era como persona privada. Es bonito porque estos materiales nos lo muestran a él dentro de la familia”, explica Javier Gómez Jiménez, jefe del Departamento Archivo Histórico del Archivo Nacional.
En el caso de la carta a Inés Aguilar, agrega, permite conocer la última voluntad a sus seres queridos y acercarse a qué pensaba en sus momentos finales.
“Cualquier donación de personas destacadas es de una relevancia enorme y Juan Rafael Mora Porras está en el top de personajes históricos destacados, es una figura muy relevante en el imaginario costarricense. Estos documentos vienen a completar una faceta”, comenta Gómez.
Un detalle interesante es que, aunque el mensaje a su adorada pareja contrasta mucho con las comunicaciones oficiales del político y comerciante, hay algo en común: la firma fue consistente durante toda su vida. “Es una firma muy característica; a veces, solo usaba sus iniciales”, agregó.
Después de ingresar al Archivo Nacional, todos los documentos de la colección entregada pasan por un proceso archivístico: son ordenados, descritos detalladamente e ingresados en la base de datos, con la idea de tenerlos para consulta y, incluso, poder digitalizarlos en el futuro.
La mayoría de la donación está en buen estado, aunque algunos de ellos sí requieren intervención debido a que están muy frágiles. “Hay que hacerles un proceso que les devuelve la consistencia”, precisa el funcionario del Archivo Nacional.
Por ejemplo, la última correspondencia a la esposa en el exilio requiere de tratamiento y deberá ingresar al taller de conservación de la entidad: ha sido dañada por el paso de los años, la manipulación y el deterioro de los materiales. Se observa cómo la tinta traspasó de lado a lado las dos hojas escritas por ambas caras (en muchas partes es poco legible) y tiene como soporte un papel de base vegetal que no era de buena calidad.
Se espera, precisó el jefe del Archivo Histórico, que el documento entre al proceso de restauración en el primer trimestre del 2024. Los trabajos de conservación durarán unos dos o tres meses. Luego, serán tratados otros materiales donados.
Eventualmente, esta donación completará la exposición de documentos históricos alrededor de la figura de Juan Rafael Mora que ya posee el Archivo Nacional y ha exhibido en diferentes momentos.
Es decir, el país podrá tener una mirada más amplia y completa sobre un protagonista de su historia patria; por tanto, conocerlo mejor porque los estudiosos de su obra coinciden en que sigue siendo poco conocido.
A juicio del profesor de Historia del Derecho y abogado Tomás Federico Arias Castro, el olvido a Juanito Mora que forzaron sus detractores después de su muerte quedó atrás a finales del siglo XIX y en especial en las primeras décadas del siglo XX, gracias a los esfuerzos y estudios enmarcados en el centenario de su nacimiento. Luego de que Costa Rica sufrió un poco de amnesia en las últimas décadas del siglo XX, su figura, vida, legado y destino final han tenido una “extraordinaria revitalización”, considera el investigador del asesinato de líder decimonónico.
“Juan Rafael Mora es un gran desconocido, incluso en este siglo XXI”, sostiene por su parte Vargas Araya. Y explica que no existe biografía multidimensional completa en el contexto geopolítico de su época y persisten “injurias, calumnias y mentiras” sobre él. “Ya suman 163 años de un execrable basureo a su nombradía, que algunos insisten en repetir por dolo o ignorancia”, anota.
Queda trabajo pendiente, a pesar de que organizaciones como la Academia Morista Costarricense y la Asociación La Tertulia del 56 avanzan en el esclarecimiento de su personalidad, pensamiento y obra, así como en la divulgación de ese conocimiento.
Y hoy nos sigue sobrecogiendo imaginar al caudillo inclinado, llorando, como cualquier otro mortal escribiéndole a su amada sus penas, deseándole mejor suerte a los suyos y entregándose a su destino final el funesto 30 de setiembre de 1860.