Un terreno, ¢100 mil y mucha ilusión. Eso era lo único que Flavia Fernández y Mariano Cortés tenían en el 2018, año en que decidieron concretar el proyecto que tantas veces imaginaron. El jardín de su casa, ubicado en San Rafael de Esparza, Puntarenas, era muy amplio pero estaba vacío, algo que los tenía un poco inquietos.
La pareja, conformada por una venezolana y un costarricense, deseaban que ese espacio luciera diferente.
Dicen que soñar es gratis y la pareja muchas veces se permitió imaginar muchas cosas. Por ejemplo, se imaginaron abriendo un gimnasio para que los vecinos hicieran ejercicio; también pensaron en una cevichería para los amantes de los mariscos y hasta en una panadería, ideal para la hora del café.
Sin embargo, nada los convencía. Flavia ya había buscado en Internet opciones para poder construir el local que querían, pero los precios simplemente superaban el monto que tenían para invertir en ese momento. Entonces siguieron buscando.
Entre las tantas búsquedas que hicieron en Internet, la pareja encontró que los buses se estaban utilizando como un lugar para montar negocios. Era cuestión de adaptarlos a lo que querían.
“Aquí las construcciones son muy costosas. Uno necesita permisos, tiene que pagar arquitecto, electricista y demás. En cambio, cuando averiguamos, nos dimos cuenta que cómo se trataba de un bus y estaba sobre ruedas, lo único que nos pedían para funcionar era la patente municipal y el permiso del Ministerio de Salud. Es decir, la otra parte nos la íbamos a ahorrar”, recuerda Flavia.
Mariano conocía al vecino indicado para su singular idea, ese que toda la vida había tenido buses en el pueblo. Sin pensarlo mucho, a él le pidieron que les vendiera uno que ya no utilizara pero que estuviera en buenas condiciones.
El resultado: un típico bus amarillo con todo y su leyenda “transporte de estudiantes” estampado a un costado. Por años, el vehículo se utilizó para trasladar niños y jóvenes a la escuela y al colegio.
La pareja logró que el dueño les vendiera el autobús en ¢600 mil. Además, les brindó la facilidad de pagarlo en tractos, siendo el primer abono de ¢100 mil, justo lo que tenían.
Con el bus ya en la propiedad, en abril del 2018, volvieron a pensar qué hacer exactamente con el vehículo. Como a Mariano le gustan los helados coincidieron en que una heladería en un bus era un opción diferente y bastante llamativa. La pareja estuvo de acuerdo y el negocio fue bautizado como La parada.
“Fue una idea loca. Nadie nos tenía fe, nos decían que estábamos locos, que aquí nadie iba a llegar a comer helados y nosotros siempre creímos que si hacíamos algo diferente y bonito la gente iba a querer venir. Entonces nuestra idea era hacer algo económico, que fuera bonito, y siempre pensando en no correr tanto riesgo al hacer la inversión. Los helados son un producto que uno lo tiene congelado y nunca se daña, entonces si la gente no venía, pues no iba a pasar nada”, explicó Flavia.
LEA MÁS: Tierra, boñiga y caña: La historia de cómo rescataron una antigua casona en Desamparados
Con el bus al frente de la propiedad y con la idea clara de abrir una heladería, la pareja comenzó a hacer algunas remodelaciones. En la parte de atrás y hasta el centro colocaron un lavatorio, un tipo de mesa y un congelador que la misma empresa productora de helados les dio cuando les compraron el producto.
En la otra mitad colocaron mesas y adaptaron los asientos para que las personas pudieran subir y comerse su helado dentro.
“Duramos ocho meses remodelando antes de abrir al público. En diciembre del 2018 inauguramos. Al bus le hicimos un techito, le pusimos una mesita y con lo mínimo iniciamos”, recuerda Flavia.
En esos meses ahorraban e iban comprando platos, mesas, lámparas y otros implementos que iban a necesitar cuando finalmente abrieran el negocio.
Muchas rutas
“¿Me vende un Guadalupe, por favor?”, se escucha con frecuencia entre los clientes.
Este es uno de los postres favoritos de los clientes y consiste en un brownie con dos bolitas de helado. Sin embargo, existe otro postre que también piden mucho: el San Rafael, el cual se trata de un granizado.
La creatividad ha sido la clave del éxito para Flavia y Mariano, quienes en el menú de La Parada incluyeron una lista de singulares especialidades, cuyos nombres están relacionados con rutas de Esparza que recorría el bus cuando todavía funcionaba.
Salitral, Jesús María y Juanilama son algunos de los postres que los visitantes pueden encontrar cómo parte del menú.
“Como el lugar se llama La parada y hay buses, los helados tienen los nombres de las rutas. Eso sí, no están todas, entonces la gente viene y nos reclama: ‘aquí falta el nombre de este pueblo y de este otro, que es quizá el nombre de su pueblo”, cuenta Harold Trigueros, quien fue contratado por la pareja para administrar el lugar.
Trigueros, junto a sus jóvenes hijos Jese y Luciana, y su esposa, Adriana Cordero, desde un inicio ha trabajado en el emprendimiento de Flavia y Mariano, quienes son sus vecinos.
En un principio solo les ayudaban de vez en cuando, sin embargo, cuando Flavia y Mariano cumplieron un año de tener abierta la heladería decidieron comprar otro bus y adaptarlo para abrir un restaurante que estuviera al frente de esta. La idea de ampliar la oferta gastronómica, surgió porque con frecuencia los clientes les preguntaban si además de helados vendían comida.
Entonces adaptaron el nuevo bus, le colocaron una refrigeradora, una cocina, un mueble y al igual que con la heladería, la primera mitad del vehículo la dejaron con asientos. Eso sí, a este bus le quitaron las latas de uno de los lados, de forma tal de quedara más espacioso; y con ellas armaron la caja para pagar.
Así, poco a poco, el negocio fue creciendo. Al tercer año decidieron comprar un tercer autobús sin siquiera saber cuál iba a ser su nueva propuesta de negocio. Lo que sí estaba claro, es que su patio se estaba convirtiendo en un pequeño parque gastronómico al aire libre, que para ese entonces ya tenía mesas y sillas de madera y también algunos puf para que la gente disfrutara su comida o postre en un sitio ameno.
En esa línea su tercer bus y lo que fuera que iban a comerciar allí, tenía que adecuarse al estilo del proyecto.
“Pensábamos: ‘¿qué hacemos, qué hacemos?’, y al final se nos ocurrió que podía ser un cine. Nosotros habíamos comprado el bus y no sabíamos qué íbamos a poner, solo sabíamos que teníamos que poner algo más”, comentó Flavia.
“Entonces conseguimos el proyector por internet. Pusimos una pared para dividir y adelante tenemos el control y una máquina para hacer palomitas; mientras que lo demás es la sala de cine”, agregó.
Y realmente, al subir al bus, se siente como si se estuviese dentro de una sala de cine comercial. La calidad del sonido, la imagen que proyecta la pantalla, los asientos y el aire acondicionado hacen olvidar que, en otrora, ese espacio sirvió para transportar personas.
El cine tiene una capacidad para 13 personas y las entradas cuestan ¢4.500 si son solo dos personas y ¢3.000 si son tres o más.
Amigable con el ambiente
La idea de Flavia y Mariano siempre fue construir un espacio agradable en un sitio abierto, al aire libre. Por ello, desde hace prácticamente cuatro años, los negocios de La Parada se ha ido dotando de muebles y decoración que se complemente con ese concepto.
Además, han prodigado que todo sea amigable con el ambiente. Por ejemplo, en el sitio hay pufs hechos con estereofón molido.
En cuanto a las mesas, algunas son de madera y otras están hechas con rollos de cable que se desecha.
Las lámparas son botellas de vidrio y el rótulo del cine está hecho con tarros de helado. Además, como parte de la decoración, hay banderines hechos con retazos de tela.
También hay unas luces ubicadas sobre un tronco de madera, el cual consiguieron botado cerca de la playa Tivives.
La decoración también incluye rótulos con frases como: “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, y las infaltables “Pura vida” y “Qué tuanis”.
“Son cosas que hemos visto en otros lugares y las que nosotros luego implementamos. Siempre quisimos que fuera un lugar diferente, que a la gente le gustara porque sino, no iban a venir. Ahora, cuatro años después, viene gente de San José, de Palmares, de San Ramón. La gente hace un paseo para venir aquí”, cuenta Flavia.
Además, en cada espacio hay un juego de mesa para que los clientes realmente disfruten el momento y dejen al lado sus celulares. En él área abierta también hay un par de bicicletas y unos juegos como el famoso Jenga y el Twister, para quienes quieran despejar su mente y reírse mientras juegan.
La propuesta ha sido bien recibida por los clientes, al punto que el negocio es mucho más de lo que la pareja inicialmente pensó. Ellos tienen una mueblería de la que tienen que hacerse cargo y unas cabinas en playa Tivives que alquilan con frecuencia, por lo que decidieron dejar el lugar en manos de Harold, quien de día trabaja como auditor en el Instituto Costarricense de Puertos del Pacífico (Incop) y en la noche y los fines de semana se encarga de administrar el sitio.
Allí, Harold trabaja con varias personas del pueblo, a quienes turna para darles empleo a todos, ya sea como ayudantes de cocina o como saloneros.
“Entre todos nos ayudamos. Es como una sociedad entre amigos y nos ayudamos en todo sentido”, asegura Harold.
Al final de cuentas, Trigueros afirma que están cumpliendo su objetivo: vender una linda experiencia.
Pero Flavia y Mariano no dejan de dar rienda suelta a su imaginación y consideran que ya es momento de volver a poner manos a la obra. Ya tienen un proyecto en mente, sin embargo, es un poco más ambicioso por lo que lo llevan con calma.
“Para mí llegar a tener este lugar ha sido de mucho trabajo. Yo lo veo ahora y me trae recuerdos de mucho sacrificio. No es un negocio fácil: hay que trabajar mucho el inventario, el personal, la atención al cliente, el mantenimiento. A nosotros nos gusta la excelencia y con lo poquito que tenemos tratamos de que sea excelente, que todo esté limpio, que se vea bonito, y eso es un trabajo muy duro y una inversión constante, porque no podemos dejar perder las cosas”, asegura Flavia.
Por ahora tratan de disfrutar de cómo se ve “el jardín” de su casa con gente riendo, familias pasando su día libre y amigos viendo las estrellas por la noche… siempre con un buen helado a la par.