Revista Dominical

Unción‌ ‌de‌ ‌los‌ ‌enfermos, el‌ ‌paliativo‌ ‌espiritual‌ ‌para‌ ‌la‌ ‌covid-19‌ ‌

Sin importar credo o religión, los sacerdotes católicos brindan acompañamiento a las personas contagiadas por el coronavirus que se encuentran hospitalizadas. Su labor también se extiende a la familia de los pacientes.

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La unción de los enfermos se realiza imponiendo las manos sobre el paciente y ungiéndolo con aceite. En pandemia el ritual ha cambiado y ya no puede haber contacto. (Shutterstock)







“Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que libre tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.

Esta es la oración que los sacerdotes de la Iglesia católica realizan durante el sacramento de la Unción de los Enfermos, un ritual que en los últimos meses de la pandemia se ha llevado a cabo con mayor frecuencia por los curas que brindan sus servicios de acompañamiento espiritual en los diferentes hospitales de Costa Rica.

El sacramento antes se conocía como la extremaunción, que se aplicaba a las personas moribundas, pero en el Concilio Vaticano II (1962-1965) fue ampliado también para las personas que se encuentran en tiempos de enfermedad o vejez.

El ritual, en tiempos y situaciones de normalidad, no en pandemia, consiste en orar por el enfermo y ungirlo con aceite en la frente y en las palmas de la mano. El aceite se bendice durante la Misa Crismal, que se realiza el Jueves Santo, y se distribuye en todas las parroquias y hospitales del país. Pero debido a los protocolos de salud, el ritual debió de modificarse para evitar el contacto entre las personas.

Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que libre tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad.

—  Oración de la Unción de los Enfermos

“La unción es un sentido de invocación al Altísimo. La razón espiritual que tiene la unción de los enfermos es una señal solidaria de que toda la Iglesia se une con el enfermo en su lecho, es una señal de que no está solo”, explicó el padre Ignacio Gamboa, capellán encargado en el Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología Dr. Blanco Cervantes y también coordinador de las capellanías de los centros médicos.

“La unción de los enfermos es una liberación de todo pecado, de toda esclavitud. La unción absuelve toda maldad en un sentido de sanación integral y espiritual”, agregó el sacerdote de 65 años, oriundo de Palmares de Alajuela.

El sacerdote Douglas Aragón tiene 15 años de trabajar en el hospital Psiquiátrico. En pandemia su rutina de visitas ha cambiado. (Cortesía)

El ritual es parte de los sacramentos de la iglesia católica, a los que se añade el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia y Reconciliación, el Orden sacerdotal y el Matrimonio.

La Unción de los Enfermos, según la tradición de la Iglesia, tiene su fundamento en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de Marcos (6:13): “Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban”. También, el apóstol Santiago en su epístola (5:14-16) se refiere al rito: “¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llamen a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados”.

El padre Gamboa contó que la labor de los sacerdotes en los hospitales es el de acompañamiento, además de dar dirección espiritual a los enfermos y sus familias. Tareas que se ha acrecentado y también transformado debido a la emergencia por la pandemia de la covid-19.

La fe, más allá de religiones, es un consuelo para las personas internadas en los hospitales. Los sacerdotes cumplen la función de acompañamiento. (Shutterstock)

En nuestro país, en la mayoría de los hospitales nacionales existe un capellán encargado de atender las necesidades de los centros médicos, pero en los que no, hay uno o varios sacerdotes que son buscados por el personal, las familias o los propios enfermos.

Antes de la emergencia sanitaria los padres realizaban visitas de rutina por los diferentes pabellones y visitaban a la persona internada cuando se les solicitaba. Ahora viven de otra manera su trabajo.

“Antes se hacían rondas y por medio de una agenda se visitaba al paciente a solicitud de él, de un familiar o del propio personal del hospital. Desde el año pasado todo cambió en la atención de los pacientes con covid-19, el ingreso a las zonas de aislamiento se hace con la indumentaria especial: mascarilla, tapabocas, guantes, bata, gabacha y hasta un sombrero”, contó Gamboa.

Las visitas son mucho más cortas de lo normal y, cuando toca ungir enfermos, el sacerdote no puede tener contacto físico con la persona, se lleva un algodón empapado con el óleo y se aplica bajo estrictos protocolos de salud.

Los pacientes ruegan por su sanación, por superar temores, por apego a la vida, por la familia que ya no ven”.

—  Padre Ignacio Gamboa

Tras la visita se desechan todos los implementos sanitarios y cada padre se aplica una ducha. Este protocolo se cumple cada vez que el sacerdote realiza el ritual, las veces que lo llamen.

“Los pacientes ruegan por su sanación, por superar temores, por apego a la vida, por la familia que ya no ven”, recordó Gamboa.

En el caso del Hospital Nacional Psiquiátrico es el padre Douglas Aragón, quien tiene 15 años de trabajar en el lugar, quien responde a las necesidades espirituales de las personas internadas. En el hospital no se atienden por naturaleza a enfermos covid-19; sin embargo, en el lugar se habilitó un salón especial para recibir pacientes remitidos por otros centros de salud.

Por la naturaleza del hospital en el que trabaja, la mecánica del padre Aragón es algo distinta a la de sus colegas. Particularmente, el Psiquiátrico no atiende pacientes con enfermedades físicas, por así llamarlas. Los internados responden más a problemas mentales, psicológicos y psiquiátricos, así que la agenda del padre Aragón consistía en un acompañamiento espiritual; pero con la pandemia también cambió su diligencia.

“En los demás hospitales las situaciones son muy fluctuantes, en el Psiquiátrico la gente tiene una permanencia más extensa. Mi atención sacramental es relativamente más tranquila, cada dos o tres meses llevaba a cabo la Unción, no existía el problema de que una persona estuviera muy grave y que se quedara sin el sacramento”, comentó Aragón.

En este punto cabe aclarar que la Unción de los Enfermos se puede aplicar en cualquier momento que se necesite, ya sea cuando la persona esté muy enferma o incluso cuando se encuentre en recuperación. Por lo tanto, una unción puede hacerse en una fecha y volverse a realizar dos o tres meses después.

Desde que se habilitó el salón de covid-19 en el Psiquiátrico, el padre Aragón incluye entre sus rutinas diarias la visita a las personas que se encuentran allí.

El padre Froylán Hernández compartió feliz dos fotos correspondientes a la labor que realiza como sacerdote y como apoyo a los pacientes covid-19. (Cortesía)

“Voy al salón especial cuando se me solicita. Muchas veces son los familiares los que me llaman para que vaya a hablar con su pariente, para que les dé la comunión y también la unción. Cada vez que asisto llevo los implementos necesarios”, contó.

Una dinámica algo distinta, a la que se vive en los hospitales del Área Metropolitana, es la que se aplica en otros centros médicos como el Hospital de San Carlos y en el de Golfito. Allí no hay un capellán designado, así que los padres de las parroquias aledañas al centro médico son los responsables de atender los llamados.

El padre Gerardo Alpízar, de la parroquia de San Jorge, y sus compañeros de otras iglesias cercanas son los responsables del acompañamiento a los pacientes de San Carlos.

“Los primeros días de la pandemia yo iba al hospital normalmente, pero el problema es que yo soy diabético, hipertenso y pasado de peso; un día un doctor me sacó del brazo y me dijo que no podía ir porque tenía ‘todos los números comprados’. Aún así, ya vacunado, casi no me dejan ir”, comentó el padre Alpízar, quien vivió de cerca los embates de la covid-19 porque su papá y su hermana estuvieron contagiados.

Sin embargo, pese a todos los cuidados que debe de tener el padre Alpízar, él no deja de lado su responsabilidad y la promesa de cumplir con sus votos ante Dios para acompañar a sus feligreses. Apoyado por sus hermanos sacerdotes, continúa con su misión.

Los pacientes se refugian en sus creencias y los sacerdotes buscan cómo apoyarlos en momentos de dolor. (Shutterstock)

“La visita tiene que ser muy breve para evitar el contagio. El ritual ha cambiado, ya no se toca a la persona como es la costumbre, se lleva una motita de algodón para ungirla. Llevamos en una hoja de papel el nombre de la persona, es como si lleváramos un ‘ritual desechable’, porque nada de lo que entra a un salón de covid-19 puede salir de ahí”, explicó Alpízar.

La falta de contacto humano es uno de los puntos más fuertes con los que han tenido que lidiar, tanto los sacerdotes como los enfermos, porque un gesto de cariño por medio de un apretón de manos, un abrazo, una caricia o que el padre ponga el aceite sobre la frente y las manos del paciente; del todo quedan prohibidos en esta nueva realidad.

En Golfito, el padre Froylán Hernández y sus compañeros van al hospital cuando se les solicita. Entre todos se turnan para hacer las visitas. “Hacemos acompañamientos, oramos por ellos, les damos la sagrada comunión y la Unción de los Enfermos. Con la covid-19 todo cambió, al principio no sabíamos cómo reaccionar”, explicó el padre golfiteño.

“Al inicio todos hablaban de encerrarse para cuidarse; sin embargo, uno como sacerdote se planteaba la cuestión de si encerrarse en uno mismo o dejarse regir por la vocación del sacerdote, que es de donación”, agregó.

Hernández recuerda que, al principio de la pandemia, cuando todo era muy confuso, no tenían autorización de ingresar a los salones covid-19, entonces lo que hacían era que cuando alguien los llamaba se quedaban en las puertas de los salones y desde allí oraban por las personas internadas.

“Cuando ya hubo permiso de ingresar a los salones covid-19, bajo todos los protocolos, recuerdo que la primera vez que entré fue fabuloso, porque la gente estaba deseosa de un acompañamiento espiritual. Fue algo maravilloso, oramos, impusimos las manos, los ungimos”, recordó el padre.

Dios es de todos y para todos, la fe no distingue de credos o religiones, el amor tampoco. En eso concuerdan los cuatro sacerdotes que contaron sus experiencias en este reportaje.

El padre Ignacio Gamboa es el capellán del hospital Blanco Cervantes. También funge como coordinador de los demás capellanes en centros médicos. (Cortesía )

“La otra vez que entré a un salón covid-19 me dijo una señora: ‘Yo no soy católica, pero por favor ore conmigo’. Nos unimos en oración, eso es lo que hace Dios, es maravilloso”, recordó el padre Froylán.

Según el sacerdote, hay un deseo de las personas de estar bien, de sanarse juntos y eso hace la unión en la humanidad. “Uno ha visto gente que no es creyente, pero que en momentos de angustia y dolor saben que Dios es la única respuesta”, agregó.

Para el acompañamiento espiritual no hay discriminación, como no discrimina tampoco la enfermedad, así lo explicó el padre Alpízar.

“Hay todo tipo de pacientes que buscan el apoyo emocional sin importar religiones. No importa el credo, porque primero está la parte humana y todo su sufrimiento. Es nuestro deber no hacer excepciones, la Iglesia pide el ecumenismo, ahí es donde tenemos todos que unirnos y fortalecer lo que nos une, no lo que nos divide”, afirmó el padre Ignacio.

Los sacerdotes son seres humanos que también sufren angustia y preocupación, esa humanidad los hace vivir en carne propia el dolor de sus semejantes.

“Es peligroso perder la sensibilidad ante una situación como la que vivimos. Gracias a Dios siento que me he hecho más sensible al dolor humano. Uno se siente impotente, es muy angustiante, por ejemplo cuando no he podido ‘llegar a tiempo’ a acompañar a un enfermo”, narró el padre Gerardo.

El sacramento antes se conocía como la extremaunción, que se aplicaba a las personas moribundas. Sin embargo, en el Concilio Vaticano II (1962-1965) fue ampliado también para las personas que se encuentran en tiempos de enfermedad o vejez.

“Como ser humano uno siente el peso del dolor y del sufrimiento de la gente, de las familias que nos piden que oremos por alguien. Somos frágiles, pero llenos de esperanza en Jesús resucitado que nos da la capacidad de ver más allá. El sacerdocio es una vocación de servicio, el dolor de la gente lo sentimos”, agregó Hernández.

Los sacerdotes también buscan un apoyo y dirección espiritual para manejar las situaciones de estrés y angustia a las que se ven expuestos. Mayormente son sus propios colegas quienes realizan esta función.

Por último, pero no menos importante, los sacerdotes también tienen la responsabilidad de apoyar y dar sostén emocional a las familias de los pacientes que se encuentran hospitalizados o que, lamentablemente, sufren el duelo por la pérdida de un ser querido. Lo mismo sucede con el personal médico, ya que ellos viven a diario los golpes de la enfermedad y también necesitan de acompañamiento.

“El personal médico necesita apoyo también, ellos han sido grandes héroes en esta pandemia. Muchos de ellos son personas de fe que, en esta misión que realizan, necesitan sentirse fortalecidos porque también se contagian o ven a sus propios compañeros internados. Diariamente viven las historias de las personas que están en el hospital”, concluyó Alpízar.

Jessica Rojas Ch.

Jessica Rojas Ch.

Periodista de entretenimiento y cultura desde el 2012. Se especializa en temas de música nacional e internacional. Trabaja para La Nación desde el 2012. Graduada de la Universidad Internacional de las Américas en bachillerato de periodismo. Recibió una mención de honor en el 2022 en los premios de La Nación.

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