Elena y Andrea juegan charadas, mientras Michael duerme en una sábana sobre el suelo. A su lado, está Gladimar Chirinos, la mamá de los niños, quien se acaricia su barriga mientras ve a las chiquillas jugar.
Ella tiene seis meses de gestación, por lo que prefiere reposar sentada en el piso, debajo del puente Juan Pablo II, en La Uruca, en el que se acomodan durante el día, para protegerse del sol, mientras su esposo, Germán Carmona, camina de un lado a otro en la calle vendiendo popis.
Caminar le cuesta un poco, pues tiene su pie lastimado desde hace semanas, pero debe hacerlo, ya que de lo contrario no podrá conseguir los ¢8.000 que necesita para poder pagar el cuarto que consiguieron en Desamparados para que los cinco puedan dormir.
La familia venezolana llegó a Costa Rica el sábado 14 de diciembre, luego de atravesar Colombia y Panamá. “Nunca pensé que iba a tener que hacer esto. Esta ha sido una aventura que no quisiera volver a vivir. Ha sido muy dura esta vida que estamos viviendo, vendiendo caramelos para poder sobrevivir, porque yo tenía una vida allá, un trabajo allá, un estudio allá, y empezar de cero y de esta manera es muy duro”, reconoce Germán.
Carmona, quien siempre carga en su espalda un salveque donde guarda una carpa, cuenta que él tiene un título en Agropecuaria del Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces) y aunque hasta hace un tiempo podía pagar la comida en Venezuela con su trabajo, en los últimos meses los $20 que ganaba al mes ya no le estaban alcanzando.
Aunado a ello, la situación política de Venezuela, en la que el dictador Nicolás Maduro se aferra al poder tras cuestionadas elecciones, pesó en la drástica decisión que tomaron Gladimar y Germán.
La travesía comenzó a inicios de noviembre del 2024, cuando salieron de su tierra rumbo a Colombia, primer país al que llegaron. Allí se quedaron unos días mientras conseguían un poco de dinero para continuar el viaje, que continuó por la selva del Darién.
“En la selva cada quien vela por su vida. Uno ve personas ahí muriéndose y uno no puede hacer nada, tiene que seguir, porque hay que aprovechar el día para avanzar, por los niños, por la comida, porque la gente ahí se queda sin comida... Es muy rudo, porque primero es una experiencia para la que uno no está acostumbrado; y segundo, porque no sabíamos cómo era la trayectoria”, explica.
La familia tardó nueve días en cruzar la selva, no solo por el embarazo de Gladimar, sino porque sus hijos Andrea y Michael, aún están pequeños (tienen 6 y 4 años, respectivamente). Como si fuera poco, él se lastimó el pie izquierdo y hasta la fecha tiene secuelas que no le permiten caminar bien.
La intención de Germán y Gladimar era continuar hasta Estados Unidos, pero al llegar a Costa Rica, se enteraron que unos primos de él quienes salieron hace ya bastantes meses rumbo a territorio norteamericano no pudieron entrar y fueron devueltos, por lo que ahora la familia se replantea sus opciones.
Una de ellas contempla quedarse en Costa Rica, pues su esposa dará a luz en los próximos tres meses, además quiere que Elena, la mayor, de 15 años, retome sus estudios. Según cuenta Carmona, la adolescente tenía muy buenas notas y, por ello, no quiere que deje sus estudios botados. Además, asegura que no le gustaría que sus hijos se acostumbren a esta nueva vida, que consiste en ganarse unos ¢15.000 o ¢20.000 que con costos alcanza para pagar el cuarto, los pasajes del bus y comida.
“Yo les digo que si nos vinimos de Venezuela fue para buscar un mejor futuro y que por eso me interesan los estudios, porque yo sé que no es toda la vida que vamos a estar aquí pidiendo plata y vendiendo popis en los semáforos. Pero es que no nos podíamos quedar allá, yo estudié y todo y mira cómo estamos”, comenta.
Germán todavía no sabe qué van a hacer, lo único que tiene claro es que a Venezuela no va a regresar, al menos no por ahora. De modo que, por ahora, se concentra en recolectar dinero y ahorrar lo que pueda, pues su esperanza está en reunir unos ¢200,000 lo más pronto posible para poder pagar un apartamento sencillo para que Jair, su bebé en camino, no nazca en medio de dos colchonetas y un ventilador, que es lo que tienen actualmente en el cuarto que alquilan por día.
Además, anhela que llegue marzo, pues tiene la cita para que le den un carné de migración, con el que podría buscar trabajo.
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“Yo quiero trabajar en lo que salga, ahorita no puedo exigir porque estoy un país que no es el mío. Eso sí, primero necesito el carné, porque, por ejemplo, yo tengo experiencia en mecánica, pero no me dan trabajo hasta que consiga ese documento, entonces tengo que esperar. Lo bueno es que aquí la gente es un amor, desde que llegamos no hemos tenido problemas. Es un cambio total, porque hasta los policías que hemos visto comparten con nosotros, es como un mundo completamente diferente a lo que uno vive allá en Venezuela”, asegura.
El caso de Germán y su familia no es aislado, pues al igual que ellos, miles de personas han abandonado Venezuela en busca de una mejor calidad de vida y más oportunidades. Muchos de ellos inician su travesía con el objetivo de llegar a Estados Unidos; sin embargo, en el camino, ante la falta de recursos, principalmente, optan por quedarse temporalmente en alguno de los países por los que pasan.
De acuerdo con el Estudio de Impacto de la Migración Venezolana en Costa Rica, de la Organización Internacional de la Migración (OIM) hasta finales del 2023 en Costa Rica había un total de 29.405 ciudadanos de Venezuela, de ese total, 11.000 habían logrado regular su estatus migratorio, mientras que 18.405 permanecían en el país en condición irregular.
Datos de la Dirección General de Migración y Extranjería (DGME) reflejan que desde el 2016 comenzó a incrementar considerablemente la cifra de personas venezolana que solicitaron refugio en Costa Rica. Pasó de 131 en el 2014, y 225 en 2015, a más de mil solicitudes a partir del 2016.
En el 2024, 1670 venezolanos pidieron refugio en Costa Rica: 109 solicitudes ya fueron rechazadas y 174, aprobadas. Los datos facilitados por la DGME revelan que desde el 2020 y hasta el 2024 se aprobaron 1742 solicitudes.
El experto en temas migratorios y coordinador del doctorado en Ciencias Sociales sobre América Central de la Universidad de Costa Rica (UCR), Carlos Sandoval, explica que el número de venezolanos que se queda en Costa Rica, es bastante pequeño si se relaciona con la cantidad de personas del país sudamericano que han salido de su país.
La Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes (R4V) estima que aproximadamente 7,8 millones de venezolanos han abandonado su país.
“Yo diría, en términos generales, que el número de personas venezolanas que se están quedando en Costa Rica, no ha crecido de manera exponencial. Es un grupo chiquitísimo en relación con algo que es a nivel mundial impresionante y es que en 15 años, 7 millones de personas, el 20% del total de la población del país, han salido de Venezuela”, dice.
Según el Monitoreo del flujo migratorio de personas en situación de movilidad por las Américas, de la OIM, Costa Rica es un “corredor migratorio clave” por el que transitan, principalmente, ciudadanos de países como Venezuela, Colombia y Ecuador.
El reporte de la OIM consigna que, en diciembre del 2024, ingresaron al país 6.353 personas por estas vías, lo que representa una disminución significativa del 46%, si se compara con las estadísticas de noviembre del 2024. “El número total de personas en tránsito por Costa Rica ha disminuido, los datos reflejan una diferencia notable en las condiciones de aquellos varados en espacios públicos en comparación con los que se encuentran en albergues”, dice el informe.
En diciembre del 2024, los migrantes varados en espacios públicos disminuyeron un 22%, mientras que la cantidad de personas en albergues se redujeron un 76%. De acuerdo con la OIM, esto se debe a que muchos migrantes prefieren continuar su travesía o bien, permanecer en espacios públicos.
La realidad recurrente de los migrantes venezolanos
A un costado del Parque Central, sentada sobre un suéter, en el piso y recostada en un muro, Vanessa Chirinos ofrece popis a quienes transitan por el sitio. Por momentos regaña a Williamson Jesús, su hijo de cinco años, y quien se aleja a cada ratito de ella para jugar.
Ella no se levanta de donde está porque el dolor que siente en el pie es difícil de explicar. Se le ve inflamado y lleno de moretones.
“Fue en el Darién”, dice luego de relatar que se cayó y que tuvo que continuar el trayecto así, porque su familia le urgía salir de la selva. Al llegar a una sede de la ONU en Panamá la atendieron, pero ella necesitaba continuar aunque le doliera.
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Ella, su esposo y sus hijos Ambairé, Loriane y Williamson duraron cinco días atravesando la selva, que conecta Colombia con Panamá; sin embargo, las memorias que tienen del sitio son difíciles de olvidar, por ello, no le importó continuar el camino lastimada.
“Nosotros traíamos poco dinero, y el poquito que traíamos ahí, en la selva, nos los quitaron. Ahí hay unos indios que lo atracan a uno Y si uno no les da dinero nos violan. Mi hija tiene 14 años y la agarraron y yo me puse gritar y como venía un grupo de gente más grande que el de nosotros, la soltaron, pero casi se la llevan… Es una experiencia demasiado difícil, es muy fuerte. No es para cualquier persona, hay que caminar entre partes de cuerpos de personas que murieron ahí adentro”, afirma.
Vanessa salió de Venezuela hace cinco años, aproximadamente, y por varios años estuvo viviendo en Colombia, país en el que están sus hermanas. No obstante, en el 2024 consideró que ya era momento de continuar su viaje hacia Estados Unidos, país al que, a pesar de las circunstancias, todavía anhela llegar.
La madre llegó a Costa Rica el pasado mes de octubre y desde entonces ha estado haciendo todo lo posible por recaudar dinero no solo para pagar un cuarto para ella y su familia, que también se las ingenia limpiando carros o vendiendo dulces en el centro de San José.

Por el aposento, ubicado en el centro de la capital, pagan ¢10.000 por noche. Aunque hasta ahora han logrado juntar para pagar el cuarto y la comida diaria, no han recogido el dinero suficiente para continuar con su viaje.
“Es difícil. Yo nunca en mi vida había hecho esto, pero es lo que me toca, porque prefiero hacer esto que estar haciendo cosas malas. Un día pasó una mujer por aquí y me dijo que yo estaba muy bien para que yo estuviera trabajando así, que mejor me fuera a trabajar con ella. Y yo le dije: ‘Ay, ¿de qué es ese trabajo?’, y ella me contestó: ‘Bueno, vende tu cuerpo’. Pero yo no quiero hacer eso, yo, ¿qué ejemplo le voy a dar a mis hijos? Entonces, aunque sí me da mucha pena y vergüenza, no importa, porque yo la estoy guerreando por mis hijos”, detalla.
De hecho, le parece injusto que casi todos los días una mujer, a quien solo conoce de vista, pase frente a ella para amenazarla y decirle que va a hacer que el Estado le quite a sus hijos.
Como si sus problemas no fueran suficientes, Vanessa no solo trata de recaudar dinero para costear su vida en Costa Rica, sino que generalmente trata de reunir, aunque sean unos cuantos dólares para su mamá, quien sigue en Venezuela.
No obstante, entre lágrimas, la señora revela que en ocasiones le ha tenido que decir a su madre que no tiene ni para su familia y eso le rompe el corazón, pues sabe que la situación económica y política en su país natal es mucho más compleja de lo que parece.
“Cuando uno huye de su país lo hace porque lo necesita, no es porque uno quiere”, añade.
Vanessa está convencida de que en Estados Unidos es donde están las oportunidades que ella tanto añora para sus hijos, a quienes sueña con comprarles una casa, que estudien y que sean profesionales. Tiene fe de poder entrar a pesar de que su nuevo presidente, Donald Trump, está en plena deportación de migrantes ilegales.
Entre el miedo y la necesidad: los migrantes de paso por Costa Rica
El académico Carlos Sandoval es enfático en que los venezolanos se ven obligados a salir hacia cualquier destino, con el propósito de buscar un futuro mejor. No obstante, considera que la cifra disminuirá en los próximos meses.
“Estamos hablando de que las personas que salen de Venezuela no lo hacen porque quieren nada más dejar su país. La gente no elige irse, se ve obligada a irse, que es distinto. Hoy la gran mayoría de la migración es forzada, es decir, no les queda de otra”, explica Sandoval.
Muchos de ellos tienen como destino final Estados Unidos, y según Sandoval, esta decisión no es porque el país norteamericano “sea como el paraíso o nada que se le parezca, pero cuando no hay trabajo, cuando no hay condiciones mínimas, las personas eligen eso”.
En este trayecto, Costa Rica se convierte en un tipo de parada obligatoria para conseguir dinero y continuar su camino, pero no es precisamente considerado como un destino final.
De hecho, el experto considera que los venezolanos no ocupan un lugar importante en el “imaginario colectivo costarricense”.
“A decir verdad, los costarricenses no han tenido, para decirlo coloquialmente, ni buenas ni malas relaciones con Venezuela a lo largo de la historia; no tenemos mucho en común y no hemos tenido ni procesos difíciles, ni grandes experiencias. Además, las personas, digamos, en la sociedad costarricense se tiene claro que la gran mayoría de personas venezolanas están de paso, es decir, que no se van a establecer acá. No tengo datos sistemáticos, pero creo que los venezolanos pesan poco en las conversaciones cotidianas de los costarricenses”, explica Sandoval.

No obstante, el profesor universitario es enfático en que en los próximos meses la cifra de venezolanos que llegan a territorio costarricense podría reducirse.
Esto se debe a que comienza un periodo en el que los venezolanos, al igual que los otros migrantes indocumentados latinos, están “muy atemorizados”. Además, el experto recalca que desde el gobierno de Joe Biden se incrementaron los controles en la selva del Darién.
“Yo diría que si hay algo que caracteriza estos días es un gran miedo. Miedo para los que están allá (en Estados Unidos) y para los que van en tránsito, quienes tienen una gran incertidumbre; también para quienes tenían citas y se las cancelaron, y que no han salido y que tenía planeado salir. Sin duda que es un momento muy difícil”, asegura Sandoval.
Sin embargo, esto no significa que los venezolanos dejen de salir de su país, sino que buscarán otro destino final. Según el experto, esto se debe a que la “economía venezolana no tiene visos de gran recuperación”.
“La gente seguirá pensando en salir, no porque sea fácil, sino porque no le queda opción. O bien, dicho de una manera más refinada, la migración es una obligación, no una elección”, comenta.
Costa Rica, una parada obligatoria
“A mí me gustaría quedarme aquí. El país es bonito, la gente es cálida... pero mi esposa quiere seguir”, dice Pablo Ramírez, mientras sostiene entre sus manos una guitarra.
El venezolano llegó a Costa Rica a finales del 2023 y poco más de un año después sigue en territorio costarricense, no por decisión propia, sino porque él y su familia lograron ingresar al programa Movilidad Segura, de ONU Migración y la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).
El problema es que la iniciativa, que buscaba ayudar a varios grupos de personas, entre ellos los migrantes, trasladándolos de forma segura para evitar viajes peligrosos a su destino final, ya no está activa.
De todas formas, Pablo afirma que le ha gustado Costa Rica, que sus hijos ya están estudiando en el país y su esposa, Neida Dugarte, ha hecho varios cursos en la Universidad de la Belleza, en San José. Además, él logró conseguir trabajo en el Mercado Central de San José.
Tanto Ramírez como su esposa son artistas y mientras él toca la guitarra, ella canta; y a su llegada a Costa Rica descubrió que al ritmo de la música se podía ganar la vida en plena Avenida Central (y hasta ahora no tiene queja).

“Nos ha ido bien. Nos alcanza para rentar un apartamento, que tiene su baño, tiene su cocinita, dos cuartos. También nos alcanza para la comidita y para vestirnos. Además, tengo permiso en el Mercado Central, para tocar los martes, miércoles y jueves”, relata.
Su pasión por la música la había dejado de lado por varios años; Sin embargo, la retomó hace dos años, cuando llegó a Colombia. En ese país compró una guitarra y comenzó a hacer lo que tanto le gusta, pues afirma que era algo que no podía hacer en su natal Venezuela.
Y a pesar de que Pablo reconoce que nada ha sido fácil, hoy le agradece a la música, pues gracias a ese don es que Leonardo, Mérida, Fabiana y Juan Diego, sus hijos, continúan con sus estudios en Costa Rica.
“No me arrepiento de nada, porque uno aprende cosas nuevas, conoce gente nueva, nuevas culturas y todo esto nos sirve mucho para la vida”, afirma.
Actualmente, la familia reside en La Merced, donde paga un apartamento que le cuesta ¢250.000 y aunque el panorama sigue siendo incierto, lo cierto es que su objetivo es único: tener un futuro mejor, lejos de la crisis económica y la dictadura.