Carlos y Luis revientan sus congas, y pareciera que, por un momento, la vibración del ritmo logrará lo que no ha podido hacer el tiempo: demoler el Black Star Line. Los maderos del edificio más emblemático del Caribe tico se estremecen mientras los tambores repiten, repiten y repiten el mismo estribillo “tucutucutá-taraca-taraca”. El retumbo se mete arriba de las rodillas y por debajo del pecho, en ese espacio del cuerpo que sirve para mover la cadera. Es ritmo de carnaval.
El 11 de octubre, la ciudad-puerto se detendrá, paradójicamente, debido a una explosión de movimiento. Las calles de Limón se preparan para celebrar la alegría del Caribe.
La Revista Dominical confirmó que hay entusiasmo por la anticipación de la fiesta, y que eso quede claro. Sin embargo, muy por debajo del júbilo, en los rojos corazones de los limonenses, también vive esa versión diluida de la tristeza que se llama nostalgia.
La palabra ‘carnaval’ hace unos decenios se escribía con mayúscula en la ciudad; hoy existe una decepción por el deslucimiento de la fiesta, según las palabras en minúscula de los propios limonenses.
La semilla
El recuerdo de Alfred Henry Smith, conocido como míster King, barbero y papá de los carnavales, sigue vigente. Allá por los años 50, en la cintura del siglo pasado, los limonenses aprendieron a mover la cadera al unísono, llenando las calles de una ciudad.
Aquellos eran los carnavales de Costa Rica, nada de carnavales de Limón.
Entonces, el puerto de la ciudad veía pasar las toneladas de bienes que consolidaron la humildísima riqueza de Costa Rica. Entre tanta transacción económica no es raro que míster King hiciera una transacción cultural: importó la tradición del carnaval panameño que, a su vez, fue traída de Trinidad. Los hermanos caribeños, de abuelos africanos, compartieron la fiesta sin pedir ningún pago.
El divulgador cultural Delroy Barton explica: “Era una fiesta increíble, una oportunidad de encontrarse con los amigos y la gente de fuera de Limón. Era una celebración familiar extendida”.
El carnaval llegó a ser un evento catalogado por el Instituto Costarricense de Turismo como de “categoría 4”, el único en el país capaz de hacer una convocatoria de visitantes en el ámbito nacional e internacional. Esto nos lo contó Cynthia Small, la vicealcaldesa del cantón, y una de quienes sueña con ver que la fiesta reverdezca.
Barton y Small concuerdan en que los carnavales empezaron a decaer cuando el desfile se hizo conjuntamente con las fiestas cívicas, similares a las que se celebran en todo el país. Esto habría provocado confusión, y la mayor fiesta de Limón quedó teñida por un aspecto de fiesta de pueblo.
Small considera que en algunas ocasiones también ha habido un mal manejo de las finanzas para la fiesta. Todo esto habría llevado al carnaval a convertirse en una fiesta un poco más deslucida.
Hay nostalgia, ya lo dijimos; pero también aclaramos que el entusiasmo sigue en pie.
Laura Salazar sigue guiando a las bailarinas de la comparsa de Los Brasileiros. La habilidad de la peinadora Clara Swarton continúa más diestra en manos de sus nietas. Carlos McLean y Luis Damkins siguen tocando las congas, un instrumento que también conocemos como “tumbas”. Pero obviemos la palabra, espantemos las asociaciones funerarias. El carnaval es vida y movimiento, y el viernes será eso, a pesar de la nostalgia.