Las famosas constelaciones familiares. Cada vez escuchaba a más conocidos y amigos que participaban en ellas para intentar reconciliar algún aspecto traumático de su pasado, con el sorprendente resultado de que, según su experiencia, les funcionaba. Fue entonces cuando surgió mi interés por el tema.
Pude simplificarme la vida al abordarlo desde una perspectiva teórica, con las opiniones de quienes critican esta práctica que, sin sustento científico, lleva a las personas a externar sus sentimientos frente a desconocidos, quienes para la ocasión “encarnan” a los progenitores de quienes están al centro de la constelación. Sin embargo, opté por vivirlo para contarlo. Así es que, si me lo permiten, en este texto les compartiré mi experiencia durante una constelación familiar, como novata en esas prácticas.
Antes de comenzar el relato, y sin adelantar criterio, confieso que me acerqué a las constelaciones como una periodista agnóstica y escéptica. Había visto los primeros episodios de la serie turca Mi otra yo en Netflix, que tanto me recomendaron quienes entrevisté para este trabajo, pero aun así no me convencía –ni comprendía– lo que hay detrás de esta técnica espiritual o pseudoterapia. Además, me adentré con cierta cautela por mi creencia y respeto a la ciencia, pero preferí vivirlo en persona antes de hablar. Eso sí, advierto que no pretendo deslegitimar el trabajo de los expertos en psicología y otros profesionales que critican estos procedimientos, sino meramente contar las experiencias de quienes ejecutan una de las prácticas en boga.
La cita para mi primera constelación familiar estaba pactada para una tarde en la que la llovizna y la neblina imperaban; un poético reflejo de lo que rondaba en mi mente. Según mis observaciones, estos talleres podían terminar muy bien o muy mal, pues tienen el objetivo de identificar patrones familiares heredados de los ancestros que pueden influir en nuestra conducta.
Al caer el crepúsculo en Escazú, San José, nos abrieron las puertas en el Instituto de Constelaciones Familiares & Coaching Costa Rica. Al entrar, lo primero que encontré fueron dos filas de sillas frente a frente, completamente vacías, con un espacio abierto en el centro. Las paredes blancas desprendían un olor a incienso y lavanda, mezclado con otros aceites esenciales de aromaterapia que no alcancé a distinguir. Junto con la música que sonaba idéntica a la de un ascensor, se notaba que todo estaba diseñado para relajar a quienes estuvieran dentro.
Lo segundo que noté fue un cartel, al fondo del salón, que rezaba: “Quien tiene tomado a su padre y a su madre tiene éxito en la vida”. Allí mismo, en dos columnas, se explicaba que cada persona obtiene el buen amor, la fertilidad en el cuerpo, los negocios y los proyectos, la salud mental, física y emocional, y la abundancia económica según la relación con su madre. En cambio, del padre se recibe el norte, las decisiones, la fuerza para la vida, las matemáticas, el trabajo y la producción económica. Todos estos son pilares de las constelaciones, que les explicaré mejor más adelante.
A los pocos minutos de estar allí, ingresó James Evans, quien sería el facilitador de la constelación familiar. Cabe señalar que, aparte de James, no tengo la menor idea de quiénes participaron en la sesión. Podría reconocerlos por sus rostros, pero jamás por sus nombres. En este sitio, nadie se detuvo a preguntar por las identificaciones de los demás; ese detalle era lo último que importaba.
Lo que sí importa, y me parece relevante, es el precio de cada una de estas sesiones. La grupal, en la que participé, tiene un valor de ¢20.000 y una duración de tres horas. La sesión individual, que detallaré más adelante, cuesta ¢42.000 y dura una hora y media.
LEA MÁS: Exorcismos en Costa Rica: Las siete ocasiones en que una familia intentó expulsar a un demonio
Así es vivir una constelación familiar grupal
Todo el encuentro fue guiado por James, en su papel de facilitador, quien pidió a los diez participantes que cerráramos los ojos e imagináramos un lugar bonito. Los demás estaban con las manos relajadas sobre los muslos y las palmas sobre las rodillas, listos para constelar. Yo, en cambio, preferí observar y tomar nota.
Mientras los participantes visualizaban ese espacio seguro, se les pidió conectar con su “campo ancestral”. Debían imaginarse junto a sus padres y abuelos, sin importar si eran figuras distantes, si nunca los conocieron o si ya habían fallecido. Lo esencial era estar con ellos en ese lugar, hablarles “desde el alma” y pedirles permiso para sanar sus patrones. Solo así podrían dejar atrás lo que, hasta ese momento, les impedía avanzar.
La premisa fundamental de una constelación familiar es que, para estar bien con uno mismo y alcanzar la plenitud en áreas como las relaciones amorosas, el dinero, el trabajo y la salud mental, primero es necesario honrar a papá y mamá, a través del campo fenomenológico y morfogenético de los seres humanos. Con todo esto en mente, una mujer sentada frente a mí fue la primera en levantar la mano para constelar.
Todos permanecieron en sus lugares, pero la mujer se dirigió al centro del salón. Se sentó junto al facilitador y comentó que estaba ahí para entender por qué todo en su vida parecía ir perfecto, hasta que, de repente, se descontrolaba por completo. Con esa simple información, James le preguntó cuántos años tenía y cuándo comenzó a sentirse de esa manera. Ella, sin mucha vacilación, dijo que desde los 12 años.
Bajo este escenario, James le pidió que eligiera a una persona del público para que representara a su papá, sin importar si era hombre o mujer. Debía establecer una conversación con su “padre”, pensando en su niña interior, para poder sanar.
El hombre que fue seleccionado para interpretar al padre de la consultante (así se le llama a quien realiza la constelación) no tenía ningún vínculo con la mujer. Ambos se levantaron de sus sillas y, con la guía de James, fueron platicando. La primera pregunta que debían contestar, al estar frente a frente, era cómo se sentían. Aunque este encuadre puede sonar como una obra de teatro, las emociones y reacciones de los participantes se veían lo suficientemente genuinas como para convencerme de que no era actuado.
La mujer se mostraba indecisa y no quería acercarse a su “padre”. Él, quien entonces dejó de ser un completo desconocido para asumir el rol paterno, se veía tenso. Lo primero que expresó fue que le costaba hablar, como si tuviera un nudo en la garganta. De inmediato, ella confesó –y se le notaba– que sentía escalofríos solo por estar junto a su “padre”. Sin mayor preámbulo, comenzaron a caer las lágrimas, tanto de la consultante como de algunos espectadores que estaban conmovidos por la escena.
Hasta ese momento, yo no comprendía del todo los matices de la relación entre padre e hija, pero pronto quedó claro que la mujer había dedicado gran parte de su vida a intentar complacer a su papá. Incluso llegó a casarse con alguien a quien no amaba, solo para obtener la aprobación paterna, pero no sentía que la validación fuera suficiente. Con esas verdades sobre la mesa, el facilitador explicó que necesitaba sanar los rencores acumulados hacia su padre; solo así, podría fortalecer los aspectos que la hacían desmoronarse cuando todo aparentaba estar bien.
“Hay que atravesar el miedo, hay que caminar y acercarse” le repetía el facilitador, impulsándola a estar de frente con el hombre para decirle lo que había estado aguantando por años. Después de que soltara todas sus preocupaciones, todavía en medio de lágrimas, el “padre” dejó de experimentar el dolor de garganta. Procedieron a darse un abrazo, recomendado por James, y finalizaron.
Sin embargo, la mujer seguía inquieta. Aún tenía dudas sobre el estado de su salud, por lo que el facilitador sugirió que constelaran con la madre. Una mujer, que había estado calmada y casi desapercibida durante toda la sesión, fue llamada al centro del salón para representarla. De inmediato, esta “madre” expresó sentirse asustada por la presencia del “padre”, pues confesó que él era muy agresivo.
De alguna manera, el facilitador ató los hilos y explicó que el temor de la madre hacia el padre se había traducido en un recelo y rechazo que ella, sin querer, había transmitido a su hija. Esa herencia emocional explicaba muchos de los conflictos internos de la consultante, quien no se sentía conforme con su desempeño en la vida. Ante esta revelación, James le pidió a la consultante que repitiera unas palabras dirigidas a ambos “padres”, para continuar con el proceso de sanación: “Ahora entiendo por qué he fallado en la vida. Gracias por dármela”, les dijo una y otra vez, siempre viéndolos a los ojos.
Finalmente, terminó la constelación. Eso sí, antes los tres tuvieron que abrazarse y los “padres” le dieron un empujón a la mujer para que saliera de la sesión. Fue un empujón simbólico y físico, pues la consultante salió del edificio y permaneció unos minutos fuera, recuperándose de lo que recién había “sanado”, hasta que ingresó de nuevo al recinto. Tomó su lugar como cualquier otro participante, y continuamos con la siguiente constelación.
Si para este punto de la narración usted está confundido, no se preocupe, yo también lo estaba. Esta constelación familiar inicial no me había respondido todas las incógnitas de este tipo de pseudoterapia, pero al menos íbamos en buen camino. Por dos horas completas, permanecí en la silla mientras observaba los acontecimientos de otras tres constelaciones. Le cuento cuáles fueron los aspectos más relevantes de estas experiencias.
“Más amor y menos miedo”. Este lema resonó constantemente a lo largo del taller, repetido tanto por el facilitador como por los participantes. Conforme avanzaba la noche, comprendí con mayor claridad el significado de esas palabras: lo que esta pseudoterapia propone es que las personas vivan de manera consciente, sin guardarle rencor a sus familiares, en un mundo donde se aceptan las acciones de los demás, mas no se juzgan.
El protagonista de la segunda constelación fue un hombre. Llegó acompañado de su hermana, lo que me permitió resolver una duda importante: en las constelaciones familiares suelen participar personas completamente ajenas entre sí, pero en ocasiones, los familiares reales también forman parte de ellas.
El hombre buscaba entender por qué no podía superar un estancamiento laboral. La dinámica de las constelaciones se repitió: le pidieron elegir entre los presentes a su padre, su madre e incluso a su abuelo. Hubo varios detalles que me llamaron la atención, como el hecho de que no fue necesario seleccionar a la “madre”, ya que una mujer se levantó espontáneamente. Después explicó que lo hizo al sentir una fuerza por parte del consultante que le urgió integrarse a la constelación.
Luego, cuando el “abuelo” entró en escena, fue como si algo hubiera golpeado al “padre”. Este se retiró rápidamente a una esquina, donde permaneció alejado, en silencio y quieto durante el resto de la sesión. Para resumir el resultado: James indicó que, como el éxito en el trabajo se obtiene de la relación con el padre, el estancamiento en la vida del hombre estaba ligado a los traumas de su abuelo, quien lo heredó a su papá, y finalmente a él. La solución para disolverse sus inquietudes laborales era perdonar las acciones de sus antepasados paternos.
Debo admitir que, mientras todo esto ocurría ante mis ojos, me crecía una presión en el pecho. Gran parte de esa sensación provenía de los nervios de ser seleccionada para “subir al escenario”, un temor inherente a alguien tan introvertido como yo (que dicho sea de paso, la suerte me escuchó y al final de la noche nadie me escogió para estar dentro de las constelaciones), pero también era por las emociones que fluían en el ambiente.
Este sentimiento de incomodidad, incertidumbre y confusión se intensificó cuando llegó el momento de la tercera constelación. Otra mujer fue la consultante, y en el segundo en que escogió a su “madre”, esta se desplomó; cayó de rodillas y lloró desconsoladamente por minutos que parecían horas. El facilitador explicó que esta “madre” llevaba un dolor inmenso, ya que había sido víctima de abuso sexual en su infancia. Esa carga, aparentemente, era la causa de que su hija se sintiera incómoda con su apariencia física. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Eso mismo me pregunté yo, y le contesto tal y como lo interpretaron:
Al iniciar esta constelación, la mujer deseaba abordar un tema relacionado con su salud, específicamente con su aspecto físico. Aunque destacó que ambos padres siempre fueron muy amorosos con ella, recordó que, cuando era pequeña, algunos de sus tíos solían hacer bromas al decirle frases como “qué linda mi cachetona” o darle “nalgadas”, por lo que se sentía incómoda. Sin embargo, su madre seguía llevándola a estas fiestas familiares, a pesar de que ella lloraba cada vez que debía asistir.
Para el facilitador, esta conducta reflejaba que la madre había experimentado una situación similar, aunque en su caso el abuso debía había sido mucho más grave. Esto explicaba las lágrimas torrenciales de la “madre” que seguía afectada en el piso. La hija, por su parte, aseguró que nunca había pasado ningún tipo de abuso en su familia, pero, según consideran los practicantes de las constelaciones, cada hogar guarda secretos.
Por esta razón, el facilitador sugirió a la hija hablar con su verdadera madre para descubrir si algo había sucedido realmente. También la instó a comprender las acciones de su mamá, quien probablemente continuaba asistiendo a las reuniones porque ella también había escuchado esas “bromas” dañiñas, y pensaba que eran normales.
Ahora bien, la única manera de comprobar esta teoría sería conversando con la madre de la constelante, pero como mencioné anteriormente, desconozco por completo sus nombres o paraderos. Por el momento, me limito a cumplir con la tarea de relatar los tipos de “secretos” que salen a la luz durante las constelaciones, incluso cuando los propios protagonistas desconocen su existencia.
El origen de las constelaciones familiares
Las constelaciones familiares fueron creadas por Bert Hellinger, quien nació en Stuttgart, Alemania, en 1925. Su pasado ha sido objeto de debate, ya que creció durante el auge del nazismo y fue reclutado por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, de acuerdo con el canal DW, fue un fuerte opositor al nazismo y, al finalizar la guerra, huyó de del país.
A los 20 años, se ordenó como sacerdote católico y fue enviado como misionero a Sudáfrica, donde convivió con la tribu zulú y se interesó profundamente en sus relaciones interpersonales. Después de estar 25 años al servicio en la iglesia, abandonó el sacerdocio y viajó a diversos países, como Italia y Estados Unidos, para realizar estudios en psicoanálisis.
En 1978, comenzó a investigar el impacto de las “huellas del pasado”, lo que lo llevó a desarrollar una nueva forma de pseudoterapia, conocida como constelaciones familiares. Las diseñó para aplicarlas de manera individual o grupal, basándose en la tesis de que las familias siguen ciertos órdenes naturales. Según Hellinger, cuando estos patrones se alteran, se generan conflictos que afectan a las generaciones posteriores. Es importante señalar que esta práctica no está avalada por la psicología ni la psiquiatría, por lo que pueden ser ejecutada por cualquier persona.
Jorge Aranda de Luca, terapeuta holístico y facilitador de constelaciones familiares, explicó a La Nación que esta práctica se sustenta en dos pilares: la técnica, basada en la fenomenología de los sistemas familiares, y una filosofía que promueve aceptar el pasado tal y como fue. Este enfoque no implica necesariamente perdonar a todos los familiares, sino comprender la importancia de su presencia. Reconciliación, aceptación, honra y humildad son conceptos clave en este proceso.
Según Aranda, aceptar que todo lo vivido fue necesario para llegar al presente requiere compromiso y disciplina. No se puede abordar este proceso desde la idea de que papá y mamá son responsables de todo lo negativo en nuestra vida; por el contrario, a ellos les debemos la vida que, desde esta perspectiva, es el mayor regalo que existe.
“Nuestros ancestros son más importantes que nosotros, por el sencillo hecho biológico de que si uno solo esos ancestros faltarán, nosotros no estaríamos acá (...). No está en mí juzgar a papá y mamá, sino aceptarlos y tomar de ellos lo que me sirve para avanzar y hacerme responsable en mi vida”.
— Jorge Aranda, terapeuta holístico y facilitador de constelaciones familiares
Para aclarar el resto de las dudas sobre las constelaciones familiares, sigo la explicación de Aranda: en las sesiones grupales existen dos roles principales, el consultante y el participante. El consultante es la persona que desea trabajar un aspecto de su vida que le genera conflicto o angustia. El participante, por su parte, asiste sin una expectativa en específico, más que estar inmerso en la dinámica.
El consultante puede abordar temas como enfermedades, accidentes recurrentes, dificultades laborales o en conflictos en las relaciones amorosas; por ejemplo, puede constelar la razón detrás de la mala relación que tiene con un hermano, pero no puede tratar el mal ánimo de este, ya que eso depende de él.
Lo que las constelaciones buscan es relacionar las inquietudes actuales con los conflictos, vivencias y alegrías de los antepasados, incluso los que ya no viven. Esto debido a que, según la creencia, los asuntos no resueltos de los sistemas familiares se manifiestan en destinos trágicos, enfermedades, trastornos psíquicos y físicos y comportamientos conflictivos.
Una vez en la sesión, cuando el consultante escoge a una persona para que sea el representante, empieza lo interesante. Según Aranda, quien ha practicado terapias holísticas durante 20 años y estudió para convertirse en facilitador de constelaciones familiares, esta selección se realiza a través de la energía inconsciente del consultante.
El inconsciente de cada persona, profundizó, revela todas las verdades, así como los sentimientos que podrían haber permanecido ocultos. Además de este inconsciente individual, existe el inconsciente familiar, que puede ser accesado a través de las constelaciones.
Al hacer las representaciones de los antepasados, y a través de las preguntas y respuestas, los participantes pueden “sentir” los rencores arraigados por generaciones en el inconsciente. De este modo, el facilitador comenzará a preguntarle sobre sucesos trágicos o conflictivos en su familia, para desbloquear las dificultades que llevaron al consultante a buscar la pseudoterapia en primer lugar.
Lo mismo sucede en las sesiones individuales, donde solo están presentes el consultante, el facilitador y algunos artefactos pequeños, como muñecos o cristales, que representan a los antepasados. El proceso es similar al de las sesiones grupales: el consultante elige los elementos para representar a sus familiares y los mueve a su antojo. A través de cada movimiento, se revela la verdad.
Por ejemplo, al colocar el muñeco del “padre” alejado de toda la familia, se indica que este estuvo ausente. O bien, si escoge el muñeco más pequeño para sí mismo, refleja que ha sentido soledad durante mucho tiempo.
El final de las sesiones llega cuando el consultante puede reconocer los vínculos de amor y dolor en su familia. Hasta entonces, cuando acepta el pasado, todos los representantes vuelven a la normalidad y dejan de sentirse agobiados. Finalmente, todos deben dar un paso hacia afuera para salir de la constelación y continuar honrando a papá y mamá.
De repente es esa sensación que pasa algunas veces en la vida, cuando suspiras porque entendés algo, pero lo entendés a un nivel profundo. Es como que se desbloquea algo y podés decir claro, era eso. Después toca reconocer y aceptar, a mirar a nuestros padres y a nosotros mismos con humildad.
— Jorge Aranda, terapeuta holístico y facilitador de constelaciones familiares
Las constelaciones familiares no son exclusivas de Costa Rica; al contrario, se han extendido por todo el mundo. Aranda, por ejemplo, ha viajado a varios lugares, más allá de su natal Argentina, para dar talleres con cientos de personas.
En su experiencia, ser facilitador de estas técnicas requiere práctica constante, aunque también reconoce que existen personas sin estudios formales que las aplican. Eso sí, considera fundamental que nadie permita que les diga qué pueden o no pueden hacer durante este proceso en que “abren el alma”.
Volviendo a mi experiencia
Si usted me pregunta sobre el grado de éxito y la veracidad de las constelaciones, después de haber experimentado varias en persona y conversado con expertos en el tema, mi respuesta no le encantará. En lo personal, la psicología siempre será la primera opción en caso de que ocupe resolver algún conflicto personal o familiar; sin embargo, creo que dos cosas pueden existir al mismo tiempo.
Así como yo me inclino por el enfoque científico, hay quienes optan por creer en las constelaciones. Ver las reacciones de las personas, al descubrir que podían dejar atrás los traumas que las habían atormentado por años, es una prueba de que este tipo de pseudoterapias les brinda esperanza para encontrar la felicidad. Y al final del día, ¿de eso no se trata la vida?
¿Qué es honrar? Honrar mi vida y hacer algo bueno con mi vida. Hacer de este proyecto de ser humano, el más importante. Nadie me puede alterar la paz. Respeto al destino de cada quien. Sin tratar de cambiarlos. Entra en una sintonía y paz que no se juzga al criminal, porque sería como juzgarse a sí mismo. Que se resuelva basado en el amor. El que se queda vacío, se enferma.
— James Evans, facilitador de constelaciones familiares.