Sandra Mejía cuenta que su mamá tuvo 10 hijos porque su esposo “nunca le permitió planificar”. En la casa de Sandra, por el contrario, se habla de sexualidad como se habla de la cosecha de cacao, es decir, con toda naturalidad.
Ella tiene toda una vida en San Ramón de Upala, un pueblo cerca de la frontera norte de Costa Rica.
Esta campesina tiene una muletilla cuando le pregunto, incrédula, que cómo habla de ciertos temas sexuales que suelen ser tabú: “Normal, los hablo como cualquier cosa. Normal”. Aquello me lo dice mientras sonríe y sube los hombros como quien no sabe cómo explicarlo. Su hija Dixia, de 19 años, está detrás, escuchando la conversación en una mecedora. La muchacha se ríe en parte por su congoja y en parte por mi sorpresa.
En medio de un ambiente hartamente conservador y machista vive Sandra, dueña de nuevas ideas. Cuando le pregunto sobre su familia me dice: “Tal vez yo traía algo especial desde pequeña. Yo recuerdo cuando mi papá y mi mamá discutían y él la trataba muy mal. Yo le decía a mi mamá: ‘Mami, ¿por qué usted aguanta?’”.
Sandra tiene 41 años, cinco hijos y, como su mamá, es una mujer rural. Ella también está apoyando una revolución pequeña y silenciosa que podría cambiar el destino de otras mujeres y sus familias. Y lo hace “normal”: mientras administra su hogar, la cosecha de cacao y los animales de la granja, entrega anticoncepción a las mujeres de la comunidad en la cocina de su casa.
Condones y charla
Sandra tiene condones para repartir y mucha conversación que dar. Ella es una de nueve mujeres voluntarias en las que ha confiado la oficina del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa, por sus siglas en inglés) para educar sobre el uso del condón femenino en su comunidad, como parte de un plan piloto para distribuir este tipo método en el ámbito nacional.
Sandra dice que este tipo de preservativos no se puede recomendar con la facilidad de quien receta una pastilla, que se toma con agua y listo. Colocarlo requiere el conocimiento del cuerpo, la autoexploración, la comunicación con la pareja y, a veces, el reacomodo de roles de género.
Actualmente, el programa piloto se desarrolla en Goicoechea y en Upala. No obstante, solo en este último cantón se optó porque los condones también fueran repartidos por las mismas mujeres de la comunidad.
Un estudio previo realizado por el Unfpa indica que las mujeres usarían este tipo de anticoncepción que, además, tiene ventajas distintas al preservativo masculino. Por ejemplo, puede ser usado por personas alérgicas al látex (ya que es de nitrilo sintético), puede ponerse mucho antes de la relación sexual y cubre también los genitales externos de la mujer.
No obstante, el condón femenino es un producto poco conocido que requiere destrezas distintas a su contraparte masculina. Para promoverlo, el Unfpa también necesitaba a promotoras especiales.
Sandra se sintió inspirada por la tarea: “El condón femenino es un primer paso para cambiar la vida de las mujeres. Las mujeres tenemos completa autonomía, ahora yo puedo tomar la decisión de cuidarme”.
A Johana Jiménez –otra promotora, nicaragüense y vecina de Upala– le interesó porque sabe que hay “muchas chiquillas que salen embarazadas y les da vergüenza hablar con su mamá”. A las menores de 15 años no se les dan anticonceptivos en los centros de salud si no están acompañadas por una persona mayor de edad, lo cual le parece absurdo a Johana.
Ella, en cambio, abre la puerta de su casa. Cosita, su perro, las recibe; y la anfitriona les comparte algo de comer, las informa y aconseja.
Con las mayores de edad, dice Johana, existe la idea de que si usan condón es porque le están siendo infieles al marido o a su pareja: “Algunas cuentan que los esposos se enojan y les dicen que por qué andan con eso; pero luego ellas les explican y muchos luego prefieren el método, incluso porque sienten más placer”.
Marisol Sequeira –otra voluntaria– concuerda con que las mujeres sienten mayor confianza de pedirle los condones a una de las promotoras: “Yo las conozco, no les hago preguntas de su vida privada y les doy la charla de cómo es y para qué sirve”.
En el estudio de aceptabilidad del método, así como en las experiencias de las promotoras, las mujeres reportaron que las primeras veces de uso suele haber incomodidad pero, con la utilización repetida, esas sensaciones desaparecen.
Contrario a lo que podría indicar la intuición, el Unfpa reporta menos dificultades para compartir los condones en Upala que en Goicoechea, cuya distribución está a cargo exclusivamente de funcionarios del sector salud.
“En ocasiones, esto tiene que ver con una cultura institucional que se resiste al cambio; otras veces tiene que ver con los valores de los servidores de la salud que, por cuestiones morales o culturales, no aprueban el método”, reveló Adriana Sánchez, especialista en VIH del Unfpa.
En Costa Rica, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el embarazo adolescente (entre los 12 y los 19 años) representa un 20% del total de embarazos. En términos absolutos, durante el año 2009, eso representó 14.666 embarazos. Incluso, mientras en otros rangos de edad la fecundidad ha bajado, la cifra porcentual en adolescentes se ha mantenido estática.
Sandra, en Upala, lo tiene muy claro: “Aún no ha venido una adolescente a pedirme condones, pero, si lo hiciera, se los daría porque está en todo su derecho”.
Los males relacionados con las infecciones de transmisión sexual –en particular, el virus del papiloma humano– también tienen una alta incidencia en los cantones en los que el estudio piloto se lleva a cabo.
Cambios en casa
Como todo cambio, esta revolución empieza desde lo más cercano, desde la casa de las voluntarias. Todas concuerdan en que sus esposos cambiaron, al ritmo en que ellas iban aprendiendo. Dicen que pasaron de ser típicos “machos”, a ser hombres más comprensivos, que hablan con sus hijas, que se ocupan de las cosas de la casa y que las motivan a ellas a involucrarse con su comunidad.
“Antes, él (su esposo) era bien machista. Se enojaba si oía hablar a mis hijas de hombres. Ahora todos hablamos de ese tema y de todos los demás”, dice Johana, ejemplificando cómo la información dio paso a nuevas relaciones, más cercanas.
A sus hijas, hoy de 18 y 20 años, no les solía hablar de sexualidad porque “no sabía nada” y trabajaba durante todo el día. “ No tenía tiempo para pensar en reunirme con otras mujeres (para aprender cosas nuevas)”.
Pero a medida que fue informándose, Johana fue cambiando también su relación con ellas, y ahora, incluso, han tenido la confianza para pedirle condones.
La hija de Marisol, de ocho años, la mira, curiosa, junto con sus compañeros de juego, mientras su mamá le muestra a una vecina cómo se coloca el condón femenino. Marisol sabe que es vital enseñarle a la niña que su cuerpo le pertenece y que no hay nada de qué avergonzarse, para que en un futuro ella pueda protegerse.
“A muchas mujeres les da vergüenza tocarse, tienen la impresión de que eso es malo. Yo, a mi propia hija, le digo que se explore, que se palpe, que eso no es malo, que es su cuerpo. (Que) con un espejo vea cómo es, para que el día de mañana no le digan que tiene afectada tal parte y que ni la conozca”, dice.
Una de las hijas de Sandra se sintió incómoda de saber que su mamá distribuía condones para mujeres en la casa. “Recuerdo el primer día que traje los condones. Vino una muchacha a recoger unos y me dice mi hija, de 14 años: ‘Qué barbaridad, mami, usted cómo va a estar repartiendo eso’. Le respondí que por qué, si es algo normal. Y ya comencé a explicarle. ‘Ay sí, mami, tiene razón’. Y le dije: ‘Vea qué importante que usted, como mujer, se pueda cuidar a usted misma’”.
Revolucionarias
Según los resultados del estudio piloto, más de 1.300 mujeres usaron el condón femenino durante el proceso, y cerca de un 15% de ellas solicitó ser reabastecido.
El Unfpa sostiene que este comportamiento en el uso es incluso mejor a los datos de utilización del condón masculino a nivel nacional.
Algunos funcionarios de salud y, sobre todo, las mujeres promotoras, han sido clave para introducir el uso del condón femenino en la vida de muchas mujeres.
“Es imposible tener prejuicios contra el condón femenino, cuando quien lo reparte es tu amiga, tu vecina, la señora que trabaja con los niños pobres del pueblo, quien se involucra en el mejoramiento de la condiciones de vida de las personas y, además con quien compartís valores”, comentó Evelyn Durán, analista en salud reproductiva del Unfpa.
Sandra ha temido que en su comunidad se la vea como una “mala influencia”, pero afortunadamente dice que esto no ha pasado.
Como capacitadoras, las mujeres hablan desde su experiencia, y pueden contar cómo consensuaron con sus esposos el uso del método.
Marisol cuenta que un día se topó en el Ebais con una muchacha que salió indignada del consultorio del médico, diciendo que él le había recomendado usar condón. La voluntaria le dijo que aquello no tenía nada de malo y que, más bien, ella misma podía dárselos en su casa si le daba vergüenza ir a recogerlos en el centro médico.
La anécdota parece el guión de un anuncio para radio, pero funcionó: “Ellas han visto el trabajo que yo he hecho en la comunidad. Yo no voy a recomendar algo que no es conveniente. Yo les digo: ‘Yo siento que es muy bueno y nos beneficia a mi marido, a mí y a mi familia. Si estoy enferma, qué hace mi hija con una madre enferma’”.
El condón femenino es un método anticonceptivo de barrera pero es mucho más. En Upala es la excusa perfecta para que las mujeres en las comunidades hablen de su salud, de sus preocupaciones, de cuántos hijos e hijas quieren tener, de cómo se relacionan con sus esposos, del autoconocimiento e incluso de violencia. Seguramente, esas conversaciones engendrarán más cambios, en efecto dominó. Es una silenciosa revolución en beneficio de las mujeres.
“Yo siento que Dios me dio una vida a mí que es mía, al hombre le dio su vida que es de él. Entonces, yo puedo decidir sobre la mía, sobre lo que yo quiero”, dice Sandra sin agitarse, serena, “muy normal”.