Casi siempre, al llegar a casa, Walter Espinoza duerme. Antes (bastante tiempo atrás) sí había tiempo para estirar piernas, reclinar la cabeza y leer con calma Cien años de soledad —su libro preferido—, pero ya no es aquel joven fiscal que tenía un poco más de tiempo para desentenderse de su trabajo y privilegiar el ocio.
“Igual, siempre procuro tener ratitos para leer un poco”, asegura Espinoza, el serio rostro que encabeza al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de Costa Rica. “Ahora estoy con Limón Blues, de Ana Cristina Rossi, pero voy con calma. Son ratos que aprovecho para mí. También procuro usar esos momentos para tratar de hacer ejercicio… Y conste que digo ‘tratar’”, dice entre risas, algo que no es habitual ver en su rostro cuando aparece en los telediarios y en los periódicos.
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Esa particular seriedad suele ir acompañada de términos que no puede quitarse de encima. Aunque se le pregunte por su vida personal, por su día a día o por sus emociones, siempre la terminología como “análisis de prueba”, “reporte de actos” o “coordinación operativa” aparecen. Aún así, deja ver que hay algo más detrás del Walter de traje y corbata, que recurrentemente aparece frente a un fondo azul en cada conferencia de prensa.
Todo ese hábito de terminologías y formalismos se sembró en silencio, desde la semilla plantada en la escuela de derecho y de notariado. “Uno sabe que debe ser preciso a la hora de hablar”, dice al repasar cómo invierte sus horas de trabajo.
Hoy, a sus 53 años, asegura amar su puesto con todos sus matices. Tras 20 años como fiscal, algo en su mente le pedía buscar ser cabeza de la policía judicial y representar a un grupo de personas que, como cualquier otro organismo público, siempre está al centro de la opinión.
Por eso mismo, cada vez que se le pregunta sobre algo personal, el señor Espinoza contesta con “nosotros”. “Nosotros hacemos esto”, “nosotros nos preocupamos por esto”, y bueno, es entendible. “Uno sabe que representa a muchas personas”, afirma después de un año de muchas luces, en el que lideró el destripe de cuatro escándalos históricos para el país: los casos Turesky y Azteca (sobre bandas de narcotráfico), el caso Diamante (con alcaldes implicados), el Caso Cochinilla (que sumergió la mano en el poder ejecutivo) y en el que se vio criticado por el manejo realizado: el del asesinato de la joven Luany Salazar.
“Efectivamente, ha sido un año de alto impacto”, comenta el señor Espinoza.
—Y tras tantos años en esto, ¿todo lo que implica su oficio le sigue generando estrés?
“Por supuesto”, contesta sin dudar.
* * *
En sus tempranos veinte, Walter Espinoza ingresó al Ministerio Público. Era 1990 y lo que le deparaba eran veinticuatro años de función en despachos que, “por azares de la vida”, como él cuenta, lo introdujeron al mundo de la investigación por narcotráfico, lavado de dinero, crimen organizado y homicidio.
“Durante todo ese tiempo fui adquiriendo empatía con las actividades policiales. Conocí el esfuerzo de primera mano que hacía el OIJ. Entendí sus necesidades, sus pasiones y angustias. Me encontré ahí muy conectado”, rememora.
Al recordar esa época, don Walter mira hacia el techo como queriendo atrapar recuerdos de una época a la que le guarda mucho cariño. “Hicimos un bonito grupo de trabajo”, dice repetidamente, como si recordara una carta de amor.
“Hacíamos un gran trabajo y yo estaba satisfecho, pero llegó un momento (el 2014, precisamente) en que salió el chance de concursar para ser director del Organismo de Investigación Judicial.
—¿Y a usted ya le daba vueltas en la cabeza entrar al OIJ?
—Cuando salió el concurso yo lo valoré. Lo hablé con mi familia... Pensaba en que yo tenía un perfil adecuado, por que había estado trabajando en temas de crimen organizado.
—¿Y qué lo hizo decidirse?
—Mis amigos y mis compañeros. Me decían que me postulara, así que me dejé seducir por esos consejos y bueno... Aquí estoy— dice con una sonrisa inmediata.
A los días llegaría la llamada que le cambió su vida y lo llevaría hasta el despacho en que hoy se encuentra. Desde hace casi siete años, el señor Espinoza piensa en las estructuras del crimen desde que sale el sol hasta que cierra los ojos.
Sobre su primer día de trabajo, “cuesta recordarlo ahora”, dice, entrecerrando los ojos. “Cuando me eligieron, lo que hice fue llamar a todos los jefes de departamento. Hicimos una conferencia de prensa con el equipo de trabajo que me iba a asesorar”, recuerda.
—¿Pero no recuerda si estaba nervioso?
—Supongo que pensaba más en tener todo listo. Recuerdo que le pedí a quienes me acompañaron que fuéramos un equipo y entendiéramos que todo lo que haríamos tiene un destinatario, el cual es Costa Rica.
Mientras conversa unas alarmas suenan. Su cara está estampada bajo el usual fondo azul en que realiza las conferencias de prensa y nada en su rostro lo hace ver preocupado. Da la impresión de que no hay forma de que se alarme.
—A esta altura de su carrera tiene muy claro que su vida es singular, ¿no?
—Hay una toma de conciencia, sobre todo al saber que mis actuaciones trascienden a lo que es Walter Espinoza. Es una enorme responsabilidad representar a una gran cantidad de personas que tienen por cometido la aplicación de la ley.
—¿Y en lo personal?
—Yo siento que, si debo hacer un balance entre lo positivo y negativo de mi gestión, diría que hay un 90% de positivo y un 10% que, de pronto, no me ha hecho muy feliz.
La carrera de don Walter no ha escapado de las polémicas. El pasado mes de octubre, Espinoza recibió una amonestación escrita por parte de la Corte Plena por “causar grave daño” a la imagen de Luany Valeria Salazar Zamora, quien fue asesinada en junio del 2020, a la edad de 23 años.
“Esta Corte, por mayoría, ha tenido por demostrado que con su conducta omitió cumplir con los deberes de confiabilidad, rectitud, respeto y empatía que rigen la conducta de los servidores judiciales, haciendo públicos datos sensibles y privados de una persona víctima de un delito de homicidio, infringiendo políticas institucionales sobre igualdad de género, se limitó a brindar detalles secretos y sensibles de una investigación penal en curso”, se leía en el pronunciamiento de la Corte Plena.
El reclamo se produjo porque, en junio del 2020, el señor Espinoza fue a la Comisión Permanente Especial de Seguridad y Narcotráfico, de la Asamblea Legislativa, y expresó que Luany mantenía una relación sentimental con un sicario de la banda narco liderada por Luis Ángel Fajardo Martínez, alias Pollo, quien está preso en Nicaragua. También dijo que los agentes judiciales determinaron que la muchacha tenía nueve meses de trabajar en el Hotel El Rey, ubicado en San José centro.
Antes de esa comparecencia Espinoza recibió cuatro denuncias, por supuesta negligencia del OIJ en la investigación por la desaparición de la joven.
Pensamientos
Dentro del trabajo interno del OIJ, don Walter asegura que una de las mayores complicaciones es enfrentar a los compañeros que se han pasado del bando y dejan de servir al bien público.
—¿Alguna vez se ha sentido decepcionado de algún compañero?
—Hay que recordar que las estructuras de trabajo están conformadas por seres humanos. Siempre hay dificultades, perturbaciones, oportunidades y debilidades. Cuando usted empieza la labor en policía hay una implícita relación de confianza, de transparencia y probidad. Cuando hemos tenido noticia de que algún compañero se ha pasado al lado oscuro de la fuerza o se ha dejado seducir por la corrupción de grupos criminales, sobornos, o se está comportando irregularmente, y aún más es una persona cercana, es incómodo.
”Somos la policía que ve los fenómenos organizados, por lo que somos los primeros que debemos revisarnos y autocorregirnos. Cuando hemos detenido compañeros involucrados en hechos delictivos es una descompensación. Eso nunca dará felicidad, aunque sea por ejecutar nuestro trabajo. Es parte de la actividad que hay que hacer y, al final del día, no da felicidad ver a un compañero así, pero da satisfacción de que vamos limpiando la policía. Hay que tener mucha fortaleza porque todos somos seres humanos y, me incluyo, en algún momento podemos incurrir en debilidad o un desliz.
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Un operativo es como el nacimiento de un hijo porque estos casos se prolongan por muchos meses. Es una labor de planificación muy fuerte y uno se siente con todo el orgullo y la emoción”.
— Walter Espinoza, director del OIJ
—¿Su trabajo le quita el sueño?
—Es sumamente usual. Uno llega a la casa con preocupaciones que no se quitan con el hecho de salir del despacho. Hay presiones que se prolongan por muchas horas: temas de investigaciones, presiones externas, problemas de presupuesto, situaciones difíciles... Son circunstancias que afectan la paz personal. Pero para eso está el té de tilo y la conversación con la familia, que de alguna manera hace más llevadera la situación.
—¿Qué ha sido lo más estresante con lo que ha tenido que lidiar?
—Sin dudas las personas que han perdido la vida en el deber... La debilidad frente a la pérdida, la imposibilidad de hacer algo, el dolor de que un servidor ya no está con nosotros... Saber que su familia está afectada y no pudimos hacer nada. Recientemente falleció un gran compañero, Gerardo Bastos, y hay una gran impotencia como funcionario y como persona. Es algo muy difícil de procesar.
—¿Usted ha temido por su vida?
—Uno asume eso como una circunstancia real. A pesar de que no es algo que mantenga en mi mente de forma constante, es algo que podría suceder. Costa Rica es un lugar relativamente tranquilo para vivir, entonces procuro estar tranquilo.
—¿Lo han amenazado de muerte?
—Por dicha nunca ha sucedido eso... Y espero que siga así.
Me gusta mucho leer para relajarme. Me hubiera encantado conocer a Joaquín Gutiérrez, de quien he leído todo lo que he tenido al alcance. Era alguien con una vigorosidad y un intelecto único. Es una fuente de inspiración”.
— Walter Espinoza, director del OIJ
Después de un año de primeras planas
“Ha sido especial”, dice el señor Espinoza cuando intenta repasar su 2021. Aunque aclara que nunca ha tenido un calendario que pase por alto, hubo casos de alta notoriedad que provocaron que su rostro fuera la constante en los medios de comunicación.
“Sabemos que hay casos que tendrán impacto, pero es una realidad social. No porque queramos luces”, aclara, como subrayando que la popularidad de su nombre viene por rebote. Sobre esos casos destacó el clan Turesky, que operaba una gran red de narcotráfico, al igual que el caso Azteca, en que empleados de Acueductos y Alcantarillados fueron vinculados con otras redes operativas.
También, se encargó de liderar los allanamientos por el Caso Cochinilla, en que empleados del Ministerio de Obras Públicas y Transportes fueron relacionados con favorecer a empresas privadas en licitaciones de construcción, rehabilitación y mantenimiento de la red vial costarricense a cambio de sobornos y favores. Lo mismo ocurrió con el caso Diamante, en el que seis alcaldes son investigados por favorecer en temas de obra pública por presunta corrupción.
“Uno no hace esto pensando que va a salir en el periódico. Es simplemente la recepción de una noticia que involucra la ley. Nosotros pensamos no en salir en televisión, sino en presentar el caso a la fiscalía, en obtener pruebas... Ahí está nuestra cabeza”, comentó.
—¿Le emociona estar frente a un gran caso?
—Por supuesto, me emociona estar en todos los casos, en todas las actividades de operaciones. Son trabajos que inician tras muchos meses de anticipación. Recibimos la alimentación de datos por parte de equipos de trabajo y desde ese momento uno se emociona. El día en que ocurre un operativo tratamos de estar presentes con ellos y darles optimismo, tranquilidad. Esto produce una gran emoción y sobre todo el orgullo del deber cumplido.
—¿Ese operativo final es el momento del clímax?
—Un operativo es como el nacimiento de un hijo, porque estos casos se prolongan por muchos meses. Es una labor de planificación muy fuerte y con la que uno se llena de orgullo y emoción.
—¿En qué piensa en esos momentos?
—Cuando nos dicen que ningún compañero quedó afectado, nos sentimos orgullosos y tranquilos. “¿Cómo están los chicos?”, es lo que siempre preguntamos. Y cuando nos dicen que no hubo ningún problema nos da tranquilidad. Es usual que haya golpes, cortaduras, caídas...
—¿Cómo hace para que esa preocupación no lo consuma?
—Lo que más me gusta hacer es estar con mi familia. Leer me ayuda a crear mundos paralelos, a cultivar la imaginación, construir universos diferentes y entender realidades de otros países. Desde muy niño me ha gustado.
”Me gusta mucho leer para relajarme. Me hubiera encantado conocer a Joaquín Gutiérrez, de quien he leído todo lo que he tenido al alcance. Era alguien con una vigorosidad y un intelecto único. Es una fuente de inspiración.
—Una fuente de calma...
—Llega el momento en que, a diario, usted asume su trabajo como algo esencial y se convierte en algo bonito. Pero lo más importante es tener un hogar, una familia, personas con quién conversar. Yo soy un servidor, yo laboro igual que el resto de las más de tres mil personas del OIJ. Hay condiciones de presión, decisiones difíciles que hay que tomar y hay que tener humildad para saber que uno no siempre tiene la verdad. Pero la policía judicial tiene ese factor de crecimiento: en el camino de la vida puede ser que de pronto uno se equivoque, pero de eso se trata la vida. Siempre procuro hacer lo mejor.