Wendolyn Matamoros Calderón pensó que lo más que lograría en su vida sería el bachillerato en la secundaria y luego sería ama de casa. Hoy es bióloga.
Jesús Chinchilla Monge se preocupaba porque sería el primero en su familia en cursar el colegio, uno que quedaba a 12 kilómetros de su pueblo. Hoy, él tiene su propio negocio como arquitecto.
Hillary Corrales Cruz, de 14 años, además de ser estudiante sobresaliente es triatlonista y el apoyo recibido por una beca le permite practicar el deporte y costear el tratamiento para tratar su artritis juvenil.
Los tres han vivido circunstancias diferentes en las que sus capacidades y formas de afrontar las dificultades han sido claves. A ello se ha unido un componente importante: la ayuda recibida por una fundación que ha respaldado a miles de estudiantes en Costa Rica. Su nombre es Edunamica y nació hace 20 años en el corazón de un suizo.
Antes de conocer las diferentes historias y éxitos de Wendolyn, Jesús y Hilary, hay que repasar la de Steffen Tolle, un economista recién graduado quien se enamoró de Costa Rica y de su gente, tanto que quiso ayudar a los costarricenses con el estudio. Su iniciativa se convirtió en una cadena de ayudas, sobre todo de Europa, que cada año beneficia a entre 300 y 400 escolares y colegiales.
Otra Suiza, cálida pero diferente
Hace más de 30 años, Steffen llegó a Costa Rica, debía realizar su pasantía como estudiante de Economía y la empresa Copos lo recibió. Desde el primer momento, estuvo fascinado por la calidez de las personas y la belleza natural del país, característica que lo cautivaron desde que estuvo buscando qué rincón del mundo visitar.
Empezó a apoyar las áreas de mercadeo y también de economía. Compartió con la familia Pozuelo, que lo acogió y le mostró lo mejor de este país; además, se acercó a aquellas personas que a la hora del almuerzo se iban a jugar a una cancha de fútbol cercana a la planta de trabajo, en San José. Entre más cerca estaba de sus nuevos amigos entendía que la Suiza centroamericana era distinta a su Suiza, que había diferencias, sobre todo en el tema de educación. Aquí, sus contemporáneos tenían una escolaridad poco avanzada.
La cercanía continuó y sus amistades iban casándose, teniendo hijos y Steffen pensaba en los pequeños: ¿qué pasaría con ellos y su educación académica? Pasaron ocho meses y el joven regresó a Suiza para terminar su doctorado; partió con la intención de apoyar a sus amigos y a sus familias, sobre todo, a los cartagineses, con quienes más convivió.
La experiencia lo sensibilizó y buscó la forma de poder ayudar. Fue así como entre 1988 y el 2000, él y algunos amigos enviaban una vez al año donaciones para ayudar a que niños y niñas tuvieran lo necesario para estudiar.
Mientras ayudaba, Steffen crecía en su profesión. Su talento lo llevó a vincularse a un importante banco suizo y, posteriormente, le ofrecieron ser socio. Con esto no solo cambió su vida, sino que también la de estudiantes a 9.362 kilómetros de distancia. Su nueva posición le permitió tener más clientes más importantes, la mayoría conocía su misión de ayudar a niños y adolescentes en Costa Rica. Un día ocurrió lo inimaginable.
Uno de los clientes más relevantes del banco estaba muy enfermo y le comentó a Steffen que heredaría sus bienes y que una parte de ese dinero se la daría a él para crear una fundación que garantizara que niños y niñas beneficiados pudieran estudiaran. En el 2001, Edunamica nació en Suiza. Un año después, se realizó la primera misión en Costa Rica y dos suizos se instalaron en el país.
Óscar López, director ejecutivo de Edunamica, comenta que en estos 20 años se han beneficiado, de distintas maneras, a unas 40.000 personas a través de diferentes programas, entre los que destacan refuerzo en primaria, materiales escolares y accesos a la tecnología, entre otros.
Entre los beneficiados están Wendolyn, Jesús y Hilary, quienes recibieron más que una ayuda económica.
Wendolyn, la bióloga que superó todos los obstáculos
Wendolyn Matamoros Calderón tiene 30 años y un trabajo como bióloga en la Universidad de Costa Rica: ella estudia los corales negros de los arrecifes en el país. Hoy vive lo que nunca pensó. Toda su vida creyó que lo máximo que lograría, si acaso, era sacar el bachillerato de secundaria y luego se dedicaría a ser ama de casa. Así era en su pueblo y así debía ella.
Oriunda de San Miguel de Grecia, Wendolyn cursó la primaria en una escuela en la que solamente había siete estudiantes por grado. Las oportunidades siempre estuvieron para ella, pero eso no aseguraba que iba a ser sencillo. Entró a un colegio bilingüe sin saber inglés, pues en la escuela nunca le enseñaron. La transición fue difícil.
LEA MÁS: Niñez migrante sobreviviente al Darién: un guerrero de 2 años y la risueña de 3 meses
En medio de lo complejo, Wendolyn agradecía estudiar y fue entonces cuando Edunamica llegó a su vida. Describe la ayuda de la fundación como una bendición. “Gracias a eso pude estudiar. No teníamos demasiados recursos para que fuera al colegio. Mis papás llegaron hasta sexto grado. Papi trabajaba en lo que apareciera, en construcción o en el campo. Mi mamá iba a coger café”.
Wendolyn no tiene claro cómo llegó la ayuda, no sabe si su mamá la buscó o se la ofrecieron, lo cierto es que le otorgaban un subsidio con el que costeaba útiles, fotocopias y las necesidades que tenía en el colegio. El apoyo alcanzó a su hermana menor, a quien también empezaron a ayudar.
El apoyo, más que económico, también fue emocional para Wendolyn. Ella le ha comentado a nuevas generaciones de personas becarias cómo en su momento pensó que por venir “de una familia de bajos recursos, ella no podría salir adelante”
“Jamás pensé en ser profesional. Ya en el cole, una iba pensando un poco. Pensaba que la única profesión era ser maestra. En realidad, siempre me ha apasionado la naturaleza, como una viene de pueblo, recuerdo que mi papá me llevaba al río, me ponía a buscar huellas, insectos; de ahí salió la pasión de estudiar biología, pero no tenía idea de que era esa carrera. No lo pensaba demasiado porque creía que solo la gente de plata podía sacar una carrera. Veía la universidad como un sueño inalcanzable”, contó.
La secundaria fue retadora. Wendolyn lidiaba con un idioma que no conocía, recibía clases en inglés y todo era tan complejo que, cuando estaba en noveno, pensó en que lo mejor sería dejar de estudiar. Su familia la motivaba a continuar y, en su interior, ella se sentía tan agradecida con la fundación que no quería defraudar a las personas que tanto la habían ayudado y creían en ella.
Continuó, sin embargo, la frustración con el inglés la hacía “sentirse incapaz”, por ello determinó que no iría a la universidad. “Me costaba tanto el idioma que sentí que no servía para estudiar. Además, las universidades que llegaban al colegio eran las privadas: era carísimas; sabía que no podría pagarlas nunca”.
Cuando salió la convocatoria para inscribirse en los exámenes de admisión de las universidades públicas, Wendolyn no lo hizo. Sin embargo, una educadora marcó la diferencia. La orientadora Susan Barrantes le dijo que lo hiciera, que ella le pagaba la prueba de la UCR.
“Me hizo prometerle que si pasaba el examen, yo seguiría estudiando”.
Llegó el día y sentada en un pupitre veía fijamente la hoja de papel y el lapicero que usaría para llenar el examen, pensó que su futuro dependería del resultado de aquella prueba.
Aprobó. Wendolyn ganó el examen y tuvo que elegir la carrera: Biología amalgamaba todo lo que le gustaba. Y entró a estudiar. Por su situación económica le brindaron una beca que le cubría la educación, transporte y alimentación.
Pasar de su cotidianidad en su pueblo a la vida urbana en San Pedro de Montes de Oca fue difícil para la muchacha. Cada día salía de su casa a las 4 a. m. y regresaba a las 10 p. m. Se cuestionaba si valía la pena. Después del primer año pudo adaptarse y “fue una belleza”.
“No cambio nada de lo que viví, ni lo que pasé. Todos esos sacrificios me han hecho valorar donde estoy hoy (...)”.
El esfuerzo también la trajo hasta donde está hoy. Hace dos años no tenía trabajo y estaba en su amada Grecia recolectando café; luego, su forma de trabajar y “lo sembrado” tiempo atrás, le abrieron las puertas.
Wendolyn es investigadora y profesora en el Centro de Investigaciones de Estructuras Microscópicas de la Universidad de Costa Rica. De hecho, cuando entró a la universidad conoció ese centro en el que hoy trabaja y pensó que sería increíble trabajar ahí. No obstante, en ese momento, creyó que nunca lo iba a lograr.
Cuando estudiaba debía hacer “horas beca” y empezó a trabajar en el museo de Zoología de la U. Allí conoció a una profesora a quien le pareció que su trabajo era bueno y la recomendó para trabajar en la UCR.
“Hoy me siento como la mujer más feliz del mundo. No le voy a decir que todo siempre es color de rosas; en la vida siempre hay cosas complicadas, pero ahorita me siento muy realizada”, cuenta la mujer, de 30 años.
A veces ella cierra sus ojos y repasa todo lo vivido. Está segura de que cada cosa ha valido la pena.
“Ahora siento que soy capaz de todo”, dice. En junio será parte de una expedición que se realizará por tres semanas a bordo de un barco oceanográfico. La aventura será en inglés y sabe que esta vez es diferente. Ya no se intimida.
A personas que viven situaciones similares a las suyas, que se enfrentaron a diferencias, limitaciones y miedos, Wendolyn les dice que es posible lograrlo. “Hay que romper la burbuja del miedo”.
Actualmente, ella vive en San José, pero no deja de ir a Grecia a estar con sus padres. Su hermana menor también sacó una profesión y hoy viven una etapa diferente como familia, en la que disfrutan de estabilidad económica.
Más allá de lo material, gozan de conseguir lo que veían tan lejano y se logró gracias a la ayuda de una fundación que le hizo sentir a Wendolyn que era capaz de todo, al esfuerzo familiar y a las diferentes personas que reconocieron el talento de la hoy destacada licenciada en biología, quien pronto se graduará como máster.
Jesús, el arquitecto con vocación de ayudar
Jesús Chinchilla Monge se sintió especial desde que entró al colegio. La incertidumbre o nervios que experimentó antes de vivir una experiencia inédita en su familia se disiparon cuando él fue uno de los estudiantes elegidos para ser beneficiario de Edunamica.
“En ese momento Edunamica estaba buscando estudiantes de buen rendimiento y de un perfil económico medio-bajo para apoyarlos con la beca. Ahora que lo analizo, siento que ellos, además, querían darnos un acompañamiento personal y social. Mis papás no fueron al colegio, no sabíamos qué era. Desde el inicio, uno se sintió como especial al ser elegido”, comenta el egresado del Liceo Experimental Bilingüe de Grecia.
La ayuda económica le permitió a Jesús costearse los pasajes de autobús para ir a estudiar de lunes a viernes al colegio, que estaba a 12 kilómetros de su casa. Además, era invitado a actividades educativas en las que se relacionaba con adolescentes de otras regiones.
“Éramos una familia de clase media-baja. Mi papá trabajó independiente la mayoría de años. Había épocas sin trabajo por varios meses, pero gracias a la buena administración siempre trató de darnos lo posible. Recuerdo que el apoyo que yo recibía también se extendía a la familia: a mi hermano, cinco años menor, le ayudaban con útiles escolares”.
Hay una frase que marcó a Jesús y le permitió avanzar siendo una persona sensible y empática. Cuenta que una vez don Óscar, director de la fundación, le dijo, a modo de analogía, que lo que ellos hacían era “darle las tenis para competir a aquellos jóvenes que no tenían las mismas condiciones que los demás (pero sí muchas capacidades)”.
En su tiempo como beneficiario, también comprendió la importancia de dar. Si de la fundación le brindaban una ayuda al hermano, le pedían a la familia aportar una parte para cubrir el total del gasto, esto con la intención de involucrarlos.
LEA MÁS: Perros terapeutas: asistencia peluda que cambia vidas
Así lo confirmó Óscar López, quien dirige Edunamica. Dice que incluso, cuando han ayudado a alguna institución (del Ministerio de Educación Pública) a construir un gimnasio o en algún otro proyecto, solicitan el aporte de un porcentaje para ver el compromiso de la contraparte.
Asimismo con los estudiantes que requieren, por ejemplo, una computadora. Ellos conversan con la familia y les dicen que tienen cierto tiempo para reunir el porcentaje que les corresponde y juntos la compran.
“Es importante comprender que uno también tiene que aportar. A mí el acompañamiento siempre me motivó porque me hacía sentir que había quién creyera en uno”, dice Jesús.
El apoyo de Edunamica hacía Jesús no terminó en el colegio. Ellos le brindaron acompañamiento en la transición hacia la universidad y lo integraron a su grupo de Alumnis (becarios egresados). Hubo una época en la que se le pidió dar tutorías de varias materias a niños de quinto grado con buen rendimiento y la fundación le reconocía su aporte con dinero. Con esos recursos, el joven compraba materiales que necesitaba en la Universidad.
La ayuda se extendió incluso hasta su proyecto de graduación: él realizó un trabajo enfocado en educación, deporte y arquitectura; para ello, tuvo la oportunidad de viajar a Portugal, donde conoció las instalaciones y el trabajo que realizaban en el Sporting CP. La fundación le pagó el boleto y él se mantuvo con sus ahorros.
Hoy, Jesús tiene su propia empresa llamada Complementos Arquitectura y desde allí trata de colaborar a quien pueda. Hace un tiempo ayudó a restaurar un templo en Argentina; pertenece a grupos que impulsan a personas con situaciones difíciles y actualmente es parte de una iniciativa en la que se diseñarán espacios para atender a personas habitantes de calle.
Él entiende que la ayuda puede transformar vidas.
Hilary, la deportista y artista que lucha contra la artritis
Hilary Sibaja Cruz tiene 14 años y una disciplina admirable. Es estudiante destacada del Liceo Experimental Bilingüe de Sarchí y pronto cursará noveno año. En octavo, se eximió en casi todas las materias.
Además de ser una alumna sobresaliente, es bailarina de ballet y triatlonista. En los últimos tiempos, también descubrió sus habilidades para la pintura.
Su perfil es justamente el que la fundación Edunamica ha estado apoyando en los últimos cinco años, tiempo en el que han brindado ayuda a estudiantes sobresalientes y con talentos en las áreas de deporte, arte, tecnología y ciencia, entre otras.
“Nuestro programa principal y en el que somos pioneros está enfocado en encontrar estudiantes de entornos vulnerables con un perfil sobresaliente, con altas capacidades cognitivas en arte, tecnología, deporte, entre otros.
“Hay que entender que, pese a situaciones de su entorno, son diamantes absolutos. ¿Qué pasa con esta parte de la población que puede ir más allá?”, cuestionó Óscar López, director de la fundación.
Él resalta que las personas destacadas generalmente no han contado con esa atención que pueda explotar aún más sus capacidades.
“Cuando le preguntamos a la gente por una persona destacada que conocen siempre mencionan a Franklin Chang. Y, en realidad, tenemos una enorme cantidad de talento en el país. Si a estas personas se les da el seguimiento adecuado, pueden tener un perfil impresionante en etapa de madurez. Son una enorme riqueza para el país”, agregó López.
Silvia Cruz, mamá de Hilary y de dos hijos más –de 19 y 10 años– cuenta que el apoyo que ha recibido su hija le ha permitido continuar practicando sus deportes. Fue justamente por esas disciplinas que llegó hasta la fundación hace unos tres años.
“La verdad que agradezco porque nos han ayudado un montón en la parte económica y emocional. En charlas, en talleres para ella. Ha sido un aporte muy importante en el área espiritual y económica. A mí se me dificultaba la parte de suplir todas las cositas que ella necesita: trajes de baño, lo que conllevan sus deportes como bicicleta, clips y todo este montón de cosas que se van sumando”, dijo la mamá.
En el proceso, Hilary ha recibido apoyo económico y también psicológico, pues su mamá y su esposo se separaron. “El apoyo psicológico se extendió incluso a mí. No tengo palabras para agradecer”, explicó la progenitora.
El director de Edunámica detalla que por año se invierten unos $2.000 por estudiante. Este dinero no se le otorga completamente en efectivo, quizá reciben una tercera parte de ese monto de esa forma y lo demás es invertido en otras necesidades que surjan para clases de ajedrez, kits de robótica, zapatos, tenis, entre otras.
Además, cuentan con un fondo por si requieren lentes, atención médica, psicológica u odontológica.
Gran parte de la inversión, según el director, también se destina a financiar clases especiales o clubes de varios meses en los que los y las estudiantes aprenden sobre temas específicos a profundidad. En un curso reciente los participantes hicieron un radiotelescopio.
Hilary ha participado en charlas de astrología, historia, dibujo, acuarela, robótica y microbiología, entre otras.
Doña Silvia se siente muy entusiasmada de ver cómo su hija hace lo que ama. Cree que se está formando como una persona buena, disciplinada y, que en el proceso, no ha descuidado sus estudios.
La admiración de la madre es todavía mayor al ver la fortaleza de su hija, quien continúa con los deportes y extraordinarias calificaciones aún después de que le diagnosticaran artritis reumatoide juvenil. Se dieron cuenta luego de que a Hilary se le empezaran a inflamar sus párpados y rodillas, le costaba terminar los entrenamientos y sentía mucho dolor.
La fundación costeó su atención con un especialista, quien le comentó que la enfermedad es hereditaria.
“Mi hermana, quien padece de artritis, dice que no entiende cómo Hilary logra todo lo que hace. Ella solo dejó de entrenar la semana que estuvo internada. Es una campeona y me inspira. Tiene demasiadas ganas de luchar y salir adelante. No se rinde”, comentó.
La buena noticia es que si la deportista cumple el tratamiento al pie de la letra, con el tiempo la enfermedad podría irse, dice la mamá. Por ahora, es importante que se mantenga en movimiento, pero con prudencia.
Hilary tiene muchos sueños y es amante del aprendizaje, pues lo considera como el medio para alcanzar todas sus metas. Se visualiza trabajando como cirujana en neurocirugía.
“Pienso que si me sigo esforzando y cumpliendo con todo, siento que lo voy a poder lograr. Que tendré un buen futuro”, dice la adolescente que práctica ballet desde sus 6 años y triatlón desde los 12.
“Agradezco la ayuda de Edunamica para poder continuar. Me han apoyado de diferentes maneras. La ayuda la invierto en deporte y enfermedad. Recibí una computadora y, cada vez que necesito ir al fisioterapeuta antes de una competencia, ellos me apoyan porque es parte de la salud”, comentó Hilary, quien en los talleres descubrió su talento para pintar y dibujar.
Edunamica y sus becas
Actualmente, Edunamica cuenta con una red de más de 200 donantes, la mayoría europeos. Hay quienes aportan desde $100 hasta grandes cantidades de dinero. En la fundación tienen varios controles para demostrar la transparencia del manejo de los recursos y constantemente invitan a los donantes a visitar el país para observar su trabajo.
Si bien las historias presentadas anteriormente son de personas oriundas de Alajuela, la fundación brinda apoyo a estudiantes de todas las provincias.
Para este año, Edunamica está evaluando 400 postulaciones para becas. Sin embargo, si usted conoce algún estudiante sobresaliente y con habilidades en el deporte, el arte, la tecnología, entre otros, puede visitar la página https://edunamica.cr/ y buscar el botón de becas. A partir de abril sabrán si quedan cupos disponibles.
“El objetivo de Edunamica es mejorar el mundo”, agregó López.
“Ahorita el programa es prionero en apoyar a este segmento con alto potencial. Es importante. De hecho Costa Rica es uno de los pocos países, creo que son unos cinco en el mundo, que tiene una ley dedicada a promover a las personas de alto potencial (La n°10080: Ley de Promoción de la calidad en la atención educativa de la población estudiantil con alto potencial)”.
— Óscar López, director ejecutivo de Edunamica