El indigente detuvo su marcha por la acera y volteó la cabeza hacia el edificio. Ahí, escondido en las sombras, al niño un escalofrío lo recorrió: lo había descubierto.
Wes Craven tenía 11 años. El terror lo dominaba. El indigente no le quitaba los ojos de encima. El hombre, sin decir una palabra, cambió sus pies de dirección. Iba hacia el edificio. Hacia las sombras. Iba por el niño.
Wes corrió despavorido, subió las escaleras en pos del apartamento de su familia. El hombre lo seguía, podía oír sus pasos. Cerca. Más cerca.
Décadas después, ya convertido en leyenda, Craven contaría que el indigente lo capturó, aún cuando el niño sí logró ponerse a salvo y nunca más volvieron a verse. La apariencia de aquel sujeto y su insoportable mirada se quedaron para siempre con él, inspirando la creación de un ser infame, sádico, de una popularidad enfermiza y un carisma incuestionable.
Wes Craven compartió su pesadilla con el mundo y, sin saberlo, el indigente se convirtió en Freddy Krueger.
La vida es sueño. Craven fue criado bajo la estricta doctrina bautista de su madre, en Cleveland. En la universidad se graduó en filosofía, inglés, psicología y escritura. Sin embargo, el cine fue su vida.
En Nueva York consiguió trabajo como mensajero en una firma pequeña de postproducción. Ahí aprendió a editar películas y, como muchos, sus primeros pasos como cineasta los dio en la siempre agradecida industria del porno.
A principios de los 70, su amigo Sean S. Cunningham (creador de Viernes 13) le ofreció escribir y dirigir una película de terror, destinada a exhibirse en algunos autocinemas de Boston. Craven, que de terror no sabía nada, buscó más bien hacer una cinta realista. Muy realista.
The Last House on the Left (1972) hizo que los amigos del debutante cineasta se cuidaran de no dejar a sus hijos solos con él. La ópera prima de Wes provocó paros cardiacos en las salas y que espectadores furiosos irrumpieran en las cabinas de proyección para acuchillar los rollos de celuloide. "Por un tiempo opté por no decir a qué me dedicaba", recordaría después.
Con un insignificante presupuesto y actores no profesionales, Craven traumatizó a toda una generación con su relato de dos muchachas que son secuestradas y sometidas a toda clase de vejaciones por parte de un clan de presidiarios psicópatas. El que los conservadores padres de una de las víctimas se cobren venganza con los asesinos con una saña desatada terminó de redondear a una de las cintas más censuradas de todos los tiempos.
Hoy entre críticos y fanáticos hay coincidencia en que The Last House on the Left es un clásico del cine. Chocante y traumatizante, pero tan clásico como el siguiente trabajo del director, la no menos controvertida y salvaje The Hills Have Eyes (1977).
En los sueños de Craven, el indigente de la mirada corrosiva nunca desapareció. Y fue en sueños donde la mejor-peor creación del cineasta, productor y guionista cobró vida y se cobró vidas.
Freddy Krueger es el "hijo" por el que Wes siempre será recordado. El asesino de rostro desfigurado y guante de cuchillas hizo su debut en Pesadilla en la Calle Elm (1984). Aquella película –que de paso significó el debut cinematográfico de Johnny Depp– derivó en una franquicia millonaria y objeto de culto en todo el mundo. Desde entonces el buen Freddy ha aparecido en nueve filmes, una serie de televisión, videojuegos e incluso en cómics (posiblemente para desdicha de la bautista madre de Wes).
En los 90, Craven volvió a revolucionar el género de terror con la creación de la saga Scream. Ya para ese momento era un consagrado, un genio del horror, buena gente pero con una mente en la que era mejor no asomarse.
El 30 de agosto del 2015, el cáncer de cerebro se llevó a Wes Craven, a los 76 años. Y al pasar a la tierra de las pesadillas, ahí estaba el indigente. Esperándolo.
¿Para qué asustar cuando se puede traumatizar? Padre de Freddy Krueger y otras tantas historias de pesadilla, su legado de escalofrío lo erigió como un gigante del cine de terror.
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