No hay otra forma de rememorar aquel momento que no sea en una especie de levitación mental, de cámara lenta..., un griterío ensordecedor y, a la vez, extrañamente silencioso, acompaña la masa de rostros delirantes que siguen la trayectoria del balón hasta que este se aloja con furia en la esquina del marco, mientras mueve la red veleidosamente.
El estupor y la euforia se vuelven uno, mientras los más excépticos buscamos la señal de bola al centro del réferi, como efectivamente lo hizo.
La Sele acaba de escribir en piedra el marcador con su tercer gol y, en segundos, muchos explotamos en un llanto incontenible. No hay pucheros, no hay pudor; hay lágrimas copiosas y gesto rabioso, como la del guerrero épico que acaba de arrancarle la cresta al contrario.
De alguna forma, quienes estuvimos en las gradas del Estadio Castelao el sábado 14 de junio supimos, en ese momento, que nos habíamos adueñado de un pedacito de historia que, sin importar lo que pase en los juegos posteriores, nadie podrá arrancarnos jamás.
Y es que nada, nada de lo que vivimos a partir del momento en que unos y otros decidimos viajar al Mundial nos preparó para lo que se vendría, y que para muchos empezó el jueves 12, a primera hora, cuando abordamos como campechanos güilas en excursión, el gigantesco Jumbo de los ticos que, según nosotros, nos traería a Brasil.
En realidad, nos llevaría a tocar un pedacito de cielo y a comprobar que, en algunos momentos de nuestras vidas, es posible palpar la felicidad más absoluta y total.
El Chunchón
“Negra, negra”, me dice Porcio (Carlos Ramos, el Porcionzón), mientras esperábamos el llamado a abordar El Espíritu de Dios, la gigantesca aeronave que yacía lista para albergar el más variopinto menú de ticos, en la pista del Juan Santamaría.
– ¿Qué fue, Porcio ?
– Diay, es que estoy inquieto. Hace rato le estoy haciendo números a ese chunchón y no sé, me da miedo que no le alcance la pista, ¿usted sabe, Negra, que en vez de volar a Brasil vayamos a escorar al cafetal?
– Shhh cómo se te ocurre, ellos sabrán, todo está fríamente calculado Porcio , vaya tómese un cafecito mientras nos vamos.
No muy convencido, el popular humorista criollo, más sencillo que la manta, se fue a entretener con su inseparable celular. Lo cierto es que algo de duda sembró, pues demoré mi rato observando largamente el avionzote, y pensando si, de verdad, la pista no era demasiado chiquitilla para él. Luego sabría que el tamaño iba a ser determinante en varios aspectos de este rocambolesco e irrepetible viaje.
Tal como ya había ocurrido en el chárter que DestinosTV había llevado a Alemania 2006, a los juegos de la Sele en en Hamburgo y Hannover, el actual avión de los ticos tenía entre sus filas de pasajeros un variado menú de ticos y uno que otro extranjero, que iban desde sencillos ciudadanos que obtuvieron el viaje gracias a su suerte en un sorteo, hasta algunos empresarios o profesionales que tuvieron suficiente dinero para pagar todo el paquete de $9 mil dólares, cash .
Sin embargo, ticos al fin, ya una vez acomodados todos en la aeronave, nadie sacó pecho y, unidos por un balón, pronto empezó la camaradería y el vacilón entre recién conocidos, independientemente de estatus social o académico.
El amor por la camiseta parece unirnos a todos en un ejército que, cuando es fiel, le eriza la piel a cualquiera. Que lo digan los brasileños, quienes han adoptado a Costa Rica como una de sus selecciones favoritas…, pero el desmenuce de esto vendrá más adelante.
Mientras muchos alistaban sus chonetes y banderas para soltarse en porras una vez que nos despegáramos del suelo, la gente de Destinos hacía lo propio y preparaba videos motivacionales, temas mundialistas –encabezados por Agárrense de las manos — y videos con los principales momentos que nos llevaron a la clasificación (la batalla en la nieve, ¡cómo olvidarla!) sin dejar de lado otros momentos épicos de Costa Rica en los mundiales y, claro, de nuevo –y de nuevo, lo disfrutamos como si no lo hubiéramos visto mil y una vez–, los goles marcados en Italia 90.
Todo estaba listo y, a pesar de la atildada presentación de la tripulación estadounidense, ya muchos nos olíamos que de pronto terminábamos de darle el toque a Tiquicia con unos gallitos de arracache y una aguadulcita abordo.
Pero un retraso de dos horas, por causa de un pasajero al que finalmente bajaron del avión debido a un impedimento de salida por pensión alimentaria, cortó un poco el ímpetu inicial.
Hay que decirlo, una vez rumbo a Brasil, al igual que ocurrió en Alemania, “los del avión” se vuelven como una gran familia –aunque con una que otra oveja negra–, y el mal de uno suele ser el mal de todos.
De hecho, el asunto del pasajero que tuvo que quedarse nos puso a hacer todo tipo de elucubraciones y nos robó la paz por ratos. Los mismos Ignacio Santos y Roxana Zúñiga, directores de Telenoticias y Noticias Repretel , respectivamente, y quienes integran el grupo de viajeros del Jumbo, en su momento se mostraron compungidos por la situación, al igual que la mayoría.
Nota al margen: lo felizmente irónico es que el señor en cuestión abordó hacia Brasil un vuelo comercial al día siguiente, pues lo ocurrido obedeció a un problema que se suscitó en el 2005, pero luego todo siguió en santa paz, solo que el hombre nunca creyó que el impedimento existiera o que hubiera regido alguna vez.
Ya en el aire, y con siete horas socaditas por turbulencias que todos justificábamos asustados diciendo que “el chunche se mueve más porque es muy grande”, la muchachada se dividió en subgrupos y cada cual labró su propio anecdotario.
Y es que una cosa es hablar de 500 personas en un avión, y otra es verla: las hileras se antojaban interminables y muchos no nos vimos las caras nunca, pues había dos pisos, más el apartado de primera clase.
El Porcio se echó unos cuantos chistes y hasta sacó a relucir un nuevo personaje al aire: mientras sonaba la música original de las películas de James Bond, PorcioBond aparecía en las pantallas del Jumbo, con una versión 007 traída directamente desde Paso Ancho, como bromeó él mismo.
Conforme nos aproximábamos a Fortaleza, según lo anunciaban los monitores de “destination”, se activó automáticamente el “Modus Sele” y ahí sí se soltaron el frenesí, los cánticos, el “de la caña se hace el guaro” y la emoción inmensa de ver, unos cientos de metros abajo, las luces de la enorme y magnífica ciudad que se convertiría en sede de una de nuestras vivencias más emotivas.
Y es que desde el principio hubo un clic con esa ciudad, cuyas calles y avenidas nos recordaban a San Pedro, San José y Barrio Escalante, así como el interminable filón de acera paralela al mar era una suerte de Paseo de los Turistas, solo que todo multiplicado por 200 o 300, así de inmenso.
Del anonimato a la gloria
Esta es la parte en la que pasamos de ser una pequeña legión de pintorescos personajes de un país que casi nadie por aquí había escuchado nombrar, a convertirnos en las celebrities de las calles, todo cortesía de los riñones con que entraron los muchachos a la cancha.
Ya en Fortaleza, nos encontramos a grupos de ticos que habían arribado antes, pero a pesar de que ese mismo día había sido la inauguración (nos la perdimos completa mientras volábamos, parte del costo-beneficio que debimos asumir para venir acá, no hay queja), el ambiente en la ciudad en general era bastante calmado, por no decir apático.
Solo las barras de caminantes ticos, envueltas en las banderas, alteraban un poco la paz con su griterío. De ahí en fuera, nadie pensaría que estábamos en una de las sedes del evento futbolístico más importante del mundo.
Incluso, varios comentamos entre nosotros la ironía de que medio Costa Rica quería estar en nuestros zapatos pero, al menos esas 48 horas posteriores a nuestro arribo, éramos nosotros los que soñábamos con estar en nuestra adorada patria, que a esas alturas estaba totalmente encendida con el arranque del Mundial.
Pero todo estaba a punto de cambiar.
En la víspera del juego contra Uruguay, y con el Fan Fest recién inaugurado en Fortaleza, se dio el primer gran duelo entre aficiones. Ahora sí empezó a oler a tumulto en las calles y el pique entre los suramericanos y nosotros terminó por condimentarlo.
Todos bailamos abrazados, gritamos porras a favor de nuestros equipos y nos tomamos fotos con ellos, pero había implícita en aquella camaradería una especie de condescendencia de su parte, y de temor por la nuestra, pues aunque nadie lo decía, ellos esperaban darnos una goleada y nosotros recibir un milagro.
La superioridad numérica de las aficiones se sintió ya desde ahí, y en el estadio nos apabullaron desde un par de horas antes del arranque. Desperdigadas en puñitos a lo largo y ancho del recinto, nuestras barras cantaban a todo galillo pero apenas se escuchaban.
Conforme los brasileños fueron abarrotando el Castelao y el juego comenzó, a los 10 minutos nos percatamos por la guerra de cánticos entre ambas aficiones de que la Sele y nosotros mismos éramos accesorios en aquella fiesta.
Alguien por ahí dijo que ahora entendía cómo se sintió Luis Guillermo Solís en aquellos debates en que lo ninguneaban por completo porque él no aparecía entre los favoritos.
Bendita analogía, gente, ya ven lo que pasó con los citados ninguneados.
Sin embargo, poco a poco, y aún después del gol inicial de Uruguay, notamos que el estadio completo empezó a observar con detenimiento el desempeño de la Tricolor.
Al regreso del descanso, empezamos a percibir cómo los brasileños nos estaban acompañando con el “oeee, oeee, oeee, ticooos, ticooos”, solo que no hay forma de que ellos entiendan, hasta la fecha, que es “oeee oeee” y no “oleee oleee”, como se desgalillan los verdeamarelos mientras nosotros nos matamos de la risa.
El tema es que, de un momento a otro, ya Brasil y Costa Rica eran uno, cantábamos el “olé” con las briosas maniobras de la Nacional los anfitriones se volvían hacia nosotros y nos hacían señales de que estábamos jugando muy bien, ya empezaban los abrazos y las felicitaciones… y en eso, cayó nuestro primer gol, el ansiado empate.
Lo que siguió fue épico. Los brasileños se olvidaron por un rato del Maracanazo o lo fundieron con el Castelazo, como fuera, a partir de ahí las aficiones fuimos una… hasta la fecha.
Fortaleza se convirtió en nuestro Mondoví contemporáneo, así de inyectada estaba la gente por allá, pero en nuestro tránsito por Natal y ahora, por Recife, hemos sentido la gran atención que genera cualquier tico enfundado en una camiseta de la Sele o envuelto en una bandera tricolor.
La noche del miércoles 18, por ejemplo, no bien habíamos arribado al Mar Hotel en Recife cuando percibimos un jaleo particular alrededor de todo lo que pintara a Tiquicia. Justo a la misma hora y a ese hotel, ingresaron los muchachos de la Tricolor: hubo que acordonar la entrada, tal era el tumulto de aficionados ticos y otros cuantos brasileños que se lanzaron a aplaudirles y saludarlos, eso sin contar con la prensa de todo el mundo.
Al fondo, casi lloramos cuando vimos al staff de la recepción en hilera, unos 15 empleados impecablemente ataviados aplaudiendo lo que veían y levantándonos el pulgar. ¡Más adeptos para la legión!
Ya con el juego contra Italia a horas, la efervescencia se vive al tope, pero el centro de atención somos los ticos. Al filo de las 10 p. m., cuando por fin pudimos ir a cenar a un restaurante bien, nosotros aplaudíamos y cantábamos el “oee oee ticos ticos” cada vez que entraba alguno de los nuestros ¡y todo el restaurante hacía lo mismo!
Así vivíamos los tifosi ticos (como nos llamó un taxista) el previo del partido contra Italia. Es jueves al amanecer en Brasil, y esta edición de Revista Dominical está a punto de cerrarse.
Cuando usted lea estas líneas, habremos pasado el siguiente capítulo de esta historia, pues ya se sabrá lo que en este momento ignoramos: qué pasará contra Italia.
Sí importa, claro que importa. Pero será otro cuento. Porque el episodio que ya vivimos, el del Castelazo en Fortaleza, es un trozo de felicidad detenido para siempre en el tiempo y el espacio.
Y como suele ocurrir con los mejores recuerdos de vida, el haber arrodillado a un bicampeón del mundo con nuestro único ejército, se irá tornando sepia, el tono oficial de la añoranza.