Corría el 2004 y José Miguel Alfaro estaba lejos de convertirse en Yiyo. Tenía 19 años y estudiaba inglés en el antiguo Colegio Universitario de Alajuela (CUNA), hoy parte de la Universidad Técnica Nacional.
Bernardo Romano, a quien ya conocían de cariño como Choché, también se había inscrito en ese mismo curso, pero estaba en una clase distinta, en una hora distinta.
Nada los unía. Literalmente. Es más: es casi una garantía decir que no se hubieran conocido si no hubiese sido por una idea del profesor de Teatro del CUNA, a quien se le ocurrió armar un grupo de artes dramáticas los sábados en la tarde.
El profesor pasó, de aula en aula, para avisar de la inauguración del curso y ver cuáles alumnos podían estar interesados. En momentos distintos y en clases distintas, la curiosidad los picó a ambos.
“Estábamos destinados a conocernos”, cuenta hoy Yiyo, ahogado en risas como suele ocurrir cuando está junto a Choché, su compañero, socio y hermano de aventuras.
Ambos se inscribieron en la clase de teatro y, cuando llegó el sábado siguiente, se toparon. La imagen no podía ser más contrastante.
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Yiyo llegó vestido formal, con el cabello impoluto, las faldas metidas y con corbata, pues en aquel entonces trabajaba como asistente de contabilidad (había sacado un técnico en esta disciplina en el colegio). Choché llegó en un monociclo, con pantalón corto, chancletas y con la desordenada melena colocha que conserva hasta la actualidad.
“Estábamos ahí por razones diferentes”, rememora Choch. “Yiyo llegó para mejorar sus conocimientos. Ya tenía un trabajo, estudios y tenía muy claro qué hacer con su vida”.
“Imaginate que Yiyo llegó en carro a clases y yo en monociclo porque yo hacía trucos de circo en los semáforos. Yo estaba en clases de inglés porque mi mamá no quería que anduviera de vago”, cuenta riendo Romano.
En el papel, eran polos opuestos, al punto que Yiyo y Choché admiten que, inicialmente, se detestaron.
Choché, con su característica carcajada, llegó a la clase contando que le habían puesto su apodo porque en casa su padre se llamaba Bernardo y cada vez que lo llamaban, ambos volvían a ver. Entonces Choché usaba su segundo nombre: José, pero un primito no podía pronunciarlo bien y pues, de allí el apodo.
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La curiosa historia no hizo eco en Yiyo. Este se mostraba serio, aunque el resto de la clase se riera de las locuras con las que salía Choché como, por ejemplo, contar historias de su vida como “emprendedor de semáforo”, andando de monociclo y pidiendo alguna moneda.
“Nos llevábamos muy mal, pero ambos sabíamos que los dos éramos los mejores en el curso de teatro”, rememora Yiyo.
El profesor también estaba consciente de ello, tanto que los puso a dirigir juntos la obra La casa de Bernarda Alba, un clásico de Federico García Lorca.
Así que los dos tuvieron que reunirse por aparte, planificar y, conforme leían el texto, empezaron a hacer chistes. Se dieron cuenta que sus diálogos eran graciosos y, de un pronto, notaron que uno terminaba las oraciones del otro; que parecía haber una conexión extraña a la que no le parecía importar que vinieran de mundos tan distintos.
Ese invisible hilo que los unió los mantiene juntos hasta hoy, 19 años después, acompañados de una popularidad única: cada uno tiene más de medio millón de seguidores en Instagram, son dos de las caras más reconocibles de la esfera farandulera tica y producen un podcast con más de 10 millones de reproducciones. Yiyo, de 37 años; y Choché, con 35, tienen una relación simbiótica.
“Aunque realmente lo que nos une”, dice Yiyo serio, “es que Choché me sigue debiendo una plata desde hace años”, agrega, soltando una carcajada y haciendo un guiño.
Emprender a cuatro manos
“No nos quedó más que aceptarnos que éramos el uno para el otro”, cuenta Choché, sobre aquella aventura teatral. Desde entonces, hicieron mancuerna, alternándose días de ensayos entre sus casas.
El profesor del curso, Marco Araya, vio talento en ambos y les permitió usar los “juguetes” que había en el instituto: cámaras, computadoras, software de edición... De todo. “Así aprendimos a valernos por nosotros mismos y a grabar y editar lo que queríamos”, dice Choché.
Yiyo se metió a estudiar mercadeo en paralelo a sus clases de teatro y consiguió un trabajo en esa disciplina con una quesera de Monteverde. Choché, por su parte, se había inscrito en un grupo de teatro llamado Arte y Color donde reinterpretaban la literatura que se leía en el colegio, como Don Quijote de la Mancha, Los árboles mueren de pie, Unica mirando al mar...
A Yiyo se le ocurrió una idea: ¿por qué no contratar a Choché y al grupo teatral para acompañar los eventos que tenían en la empresa? “Yo estaba subido en el monociclo haciendo piruetas y Yiyo era mi jefe”, recuerda Choché.
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Así la relación se fortaleció y resistiría más allá de los encuentros en las clases de teatro. Se hicieron verdaderos amigos y empezaron a contarse de todo.
Dentro de esos cuentos, Yiyo supo que uno de los compañeros de estudio había comprado una buseta y había dicho que se iba a llevar a los mejores talentos de la clase a hacer teatro por todo el país.
“Este compa llegó donde Choché y di, obvio Choché abría los ojos y quedaba libre... ¡No tenía ningún compromiso”, recuerda riendo Yiyo, molestándolo. “Pero es broma, él llegaba a los casting lleno de colágeno y siempre lo contrataban para animar, para modelar, para lo que fuera, pero esto era diferente. Era hacer teatro; lo que nos gustaba demasiado”.
Para Yiyo era diferente. Tenía su empleo fijo, con salario, con aguinaldo, con seguro social...
“Choché obvio ya estaba montado en la buseta”, recuerda Yiyo, “y me dice: ‘mae, vámonos. Vamos a hacer plata. Renuncie”.
Yiyo creía que estaba en el trabajo de sus sueños. Había sido una inversión grande estudiar mercadeo y finalmente tenía empleo pero la espinita de dedicarse a la creatividad lo tentaba, tanto como para renunciar.
“¡Viera la mamá de Yiyo brava!”, explota en risas Choché. “Ella le decía que de fijo este hijueputa marihuano, o sea yo, le había lavado el cerebro”, y se carcajea. “Ella decía que cómo José Miguel, siendo graduado de la universidad, se iba a ir a recorrer el país con unos chancletudos”.
A pesar de la bravura materna, Yiyo dice que había “algo” en esa propuesta. Ese día, Yiyo quiso ver aquello como una revelación divina.
El compañero de la buseta les prometió pagar la hora de trabajo a ¢15 mil, 5 días a la semana. Entonces hicieron cálculos y supieron que eran ¢75 mil por semana, ¢300 mil al mes... “¡Mae, Choché! ¡Vamos a hacernos millonarios!”, le dijo Yiyo tras hacer la mate.
Tras las cuentas y la conversación, Choché salió disparado a un almacén de electrodomésticos a comprarse un teléfono a crédito. “¡Se fue inmediatamente a sacarlo como el más irresponsable del mundo!”, recuerda Yiyo, ahogado en risas.
A la semana siguiente, habiendo renunciado al trabajo, Yiyo dejó la investidura formal de mercadólogo y llegó a montarse a la buseta vestido de Don Quijote y con el ánimo a tope.
El lunes hicieron obra y ¡pum! Les pagaron en efectivo el mismo día. Todo bien.
Al día siguiente, les dijeron que estaban desinfectando el colegio, que no podrían hacer obra.
El miércoles les avisaron que no harían todas las obras, entonces que solo les pagarían 8 mil.
El jueves no hubo. El viernes tampoco. El lunes siguiente hubo una obra más y la sequía apareció. Dejaron de contratarlos.
“Yo me dije: ‘puta, mae. ¿Qué hice?”, recuerda Yiyo. “Y yo decía: ¿cómo putas voy a pagar ese Nokia”, agrega Choché, en carcajadas.
El asunto de las giras en buseta se detuvo y ambos tuvieron que replantear sus propósitos. ¿Ahora qué harían?
Salto inesperado
Yiyo dice que Choché es como una de esas palomas que se sueltan al viento y a los días vuelve con noticias.
Después de las estropeadas giras, Yiyo dejó de ver por un rato a Choché. Él le dijo que se había metido a estudiar Publicidad.
Un día de tantos, algunos meses después, Choché llegó con la sorpresa mayúscula. En VMLatino, canal de videoclips musicales que gozaba de su apogeo al comienzo del siglo, requería un nuevo presentador.
Natalia Rodríguez, hoy presentadora de Teletica, trabajaba en VMLatino. Ella había sido compañera en la universidad de Choché (Natalia estudiaba Relaciones Públicas en la misma universidad en que él cursaba Publicidad) por lo que, sabiendo su carácter extrovertido, le dijo que audicionara. Por supuesto, quienes comandaron la audición no pudieron resistirse a los encantos de Choché.
“Mae, Yiyo, me dieron el brete en VM Latino”, llegó a contarle Choché. “Dele, dele viaje huevón, dele viaje”, le contestó.
Y así fue: Choché fue parte de aquellos legendarios intercolegiales que organizaba la televisora, aquellas fiestas de espuma, mano arriba, música a reventar, gritos... En otras palabras, los tiempos pre-redes sociales en que la televisión marcaba generaciones.
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Él era feliz, por supuesto, pero tenía un cierto sinsabor al quedar restringido solo como presentador de videos. Choché sentía que podía ser mucho más que un rostro que decía el nombre de un artista y una canción.
Además, no tenía los mejores horarios en aquel momento. Por ejemplo, a Choché le correspondía presentar videos los viernes a la 7 p. m., “la cual era la peor hora porque todo el mundo estaba alistándose para salir de fiesta”, cuenta.
En su cabeza, no tenía sentido poner videos en un horario “muerto”. Había que pensar algo distinto. Entonces fue cuando le pegó una llamada a Yiyo e hicieron una lluvia de ideas. Algo grande nacía.
A los días, Choché se le acercó a uno de los productores del canal y le dijo: “Tengo una idea, una muy buena, pero necesito que me autorice algo: que en toda la hora del viernes a las siete de la noche no pongamos un video musical”.
Por supuesto, el productor estalló en cólera. Era impensable que VMLatino, cuyo lema ha sido ser “el canal de la música”, no pusiera videoclips.
La idea de hacer algo parecido a Otro Rollo y El Monchis, programas aztecas tipo talkshow, no resonó demasiado. “La idea es que fuéramos dos maes hablando mierda”, recuerda Choché, lo cual significaba una idea demasiado temeraria para la tele tica de entonces.
Pero no quisieron cruzar brazos. Se metieron al Instituto Nacional de Aprendizaje a estudiar video y sonido, aprendieron a grabar y editar y fue entonces que retomaron la idea. ¿Por qué no grabar un demo para ver si al productor del canal le sonaba más el proyecto al verlo ejecutado?
A otro amigo le pidieron un equipo de grabación prestado y aplicaron sus conocimientos de sonido y video para grabar un programa que solo ellos han visto: se llamó Cuarto PaDos. Hicieron el demo para el productor, pero este nunca lo revisó.
Aún así, la suerte los esperaba. Los amigos toparían con su golpe de fortuna: el locutor Jair Cruz tomó las riendas de producción en el canal y les dio el chance de probar suerte con el programa, pero con otro nombre, uno que aparecería casi que por arte de magia.
“Como todo esto fue un ‘huevo’ de hacer, pues alguien dijo: llamen el programa ‘Lo que pone la gallina’ y ya. Ese sería el nombre”, recuerda Choché.
El 15 de abril del 2011 se inauguró el show, uno que abordaba temas tan variados como inesperados: desde la música que se escucha en buses hasta anécdotas sobre ligar. No había camisas de fuerza: se hablaba sobre lo que se quisiese hablar.
El único requerimiento fue que José Miguel Alfaro se cambiara su nombre a Yiyo. “No podés salir en tele diciendo que te llamás José Miguel”, le dijo Natalia Rodríguez, quien, por azar, escogió su apodo.
Con José Miguel rebautizado, se dio a conocer públicamente la mancuerna entre ambos. De hecho, la frescura del programa marcó un antes y un después en la tevé tica. No había nada que se le pareciera y los adolescentes hacían largas filas en el Mall San Pedro (donde se ubicaba la televisora) con tal de entrar en la pequeña cabina donde todos, sentados en el piso, podían ver en primera línea las ocurrencias de Yiyo y Choché.
Llamar para conseguir un espacio era toda una odisea. Cuando se habilitaban las líneas para reservar un campo en el piso de la televisora el teléfono explotaba. Era el país probando lo que vendría a ser una suerte de stand-up televisado, espontáneo y con carisma. Ellos mismos sabían que el nombre de Lo que pone la gallina quedaría marcado para el recuerdo.
Y llegó la popularidad
De repente, buena parte del país supo reconocer sus rostros. Yiyo y Choché recuerdan cómo empezaron a pararlos en la calle, a salir en medios de comunicación e, incluso, recibir propuestas de otras empresas.
Las marcas comenzaron a acercárseles también. Una de sus historias preferidas de aquel tiempo de ascenso en la fama tiene que ver con un restaurante de pollo frito. Como patrocinio, la empresa les ofreció comer ilimitadamente en sus restaurantes, entonces ambos, ni lentos ni perezosos, llevaron a sus novias, amigos y familias a atiborrarse de pollo frito.
“Mae, pero es que yo le juro”, cuenta Yiyo, “que no era solo que íbamos los fines de semana. Ibamos desde lunes hasta domingo. Todos los días. Estábamos vueltos locos ante la posibilidad de tener comida gratis”.
Choché lo interrumpe. “Mae, a mí hasta me salieron plumas y tetas de comer tanto pollo”, dice y estalla en risas.
Otras marcas se interesaron y los amigos empezaron a salir en vallas publicitarias, en comerciales de cable y hasta en revistas. Tal popularidad hizo que una nueva empresa televisiva, llamada Canal 9, se les acercara.
Así fue como llegó la oportunidad de hacer en este nuevo canal un programa llamado El Garaje, una revista juvenil donde se hablaba de música, cine, actividades por hacer el fin de semana, entre otras conversaciones que siempre estaban cargadas de chistes.
En ese espacio, de hecho, necesitaban a una presentadora y Choché hizo puntos para que una entonces desconocida Keyla Sánchez fuera la tercera integrante del programa. Choché la conoció por ser la mejor amiga de su esposa, Ashley García, y le vio material de televisión.
“Yo soy el culpable de que llegara a la tele”, dice riendo Choché, sabiendo que la carrera de Keyla despegó y, hasta según admiten, sobrepasó la popularidad de ambos, siendo hoy una de las presentadoras e influencers más conocidas del país. Pero esa es otra historia.
Mientras El Garaje ganaba popularidad en Canal 9, Yiyo y Choché aún se mantenían como parte de VMLatino. Según cuentan, al canal de la música no le gustaba mucho que ellos se dividieran en dos empresas, entonces les pidieron que decidieran en dónde quedarse.
Ambos, entonces, le plantearon al 9 la posibilidad de llevar Lo que pone la gallina a su televisora, pero con otro nombre. Un Show de Huevos sería el rebautizo. Las negociaciones salieron bien y Yiyo y Choché se volvieron dos de los rostros más reconocibles del canal pues estuvieron desde el día uno de emisión del 9.
“El asunto es que nosotros tenemos un récord que ni doña Inés Sánchez tiene”, dice de forma bromista Choché, “y es que nosotros dos somos los únicos que hemos abierto un canal y lo hemos visto cerrar”.
En setiembre del 2015, cuatro años después de su primera emisión, el Canal 9 cerró las puertas por falta de publicidad en su parrilla. Todos los programas se volvieron insostenibles.
“¿Y ahora qué hacemos, huevón”, le preguntó Choché a Yiyo, a quien se le ocurrió una nueva idea: llevar su proyecto a XPERTV, una nueva televisora ligada a Teletica en la que se pagaba por un espacio en cable.
Eso sí: todo tenía que realizarse por cuenta propia. Ellos debían grabar, presentar, editar... De todo. Incluso recuerdan que en una oportunidad debían hacer humo para un episodio tipo Halloween y, como no podían costearse una máquina, pusieron a un asistente a fumar al lado de la cámara para que se hiciera un humarascal.
“Nosotros siempre hemos hecho de todo para lograr hacer lo que queremos, hacer nuestro humor, nuestras loqueras”, asegura Yiyo.
Ese espíritu los hizo replantearse el proyecto. Había pasado más de siete años desde que habían comenzado con Lo que pone la gallina y tal vez era hora de cambiar el tono, cambiar de público. Los ingresos en XPERTV no eran demasiado optimistas y ambos tenían un sueño claro: llegar a Teletica.
“El que quiere estar en televisión en lo más alto quiere estar en el Siete”, afirma Choché.
En el 2016, Choché fue convocado por Teletica para ser parte del reality show Tu Cara Me Suena, un programa de concursos sobre imitar cantantes. “Yo sabía que no iba a ganar”, recuerda, “pero yo quería estar ahí, lucirme, dar risa, hacer contactos, presentarme ante todos y ver qué podía salir”.
Así fue como conoció a altos mandos del canal, a quienes les rogó el chance de, una vez finalizada la temporada del show, conversar sobre la posibilidad de generar un nuevo programa para la televisora de La Sabana.
Eso sí: algunos trabajadores del canal le advirtieron a Choché que era imposible que Teletica quisiera tener algo como Lo que pone la Gallina. Que lo mejor era llegar a conversar sobre otra propuesta, algo más acorde con los intereses y valores del canal.
“Pensamos que ya no podíamos ser los irreverentes de VMLatino”, rememora Yiyo, “y nos dimos cuenta que en la tarde el canal no tenía un contenido tan fuerte como para competirle a La Rosa de Guadalupe”, el cual es uno de los programas insigne y con más rating de su competencia directa: Repretel.
Así se les ocurrió hacer Qué buena tarde, una revista para un público más adulto y que se convirtiera en el programa estelar para esa franja horaria. Ambos dejaron de tener sets cargados de pósters de Nirvana y Batman y empezaron a hablar sobre cocina, técnicas para aplanchar, para hacer manualidades, entre otros temas de interés para “las señoras”.
Se trajeron a Keyla Sánchez de regreso (quien estaba trabajando en radio en aquel entonces) y armaron el tridente. El resto es historia: este 2023 se cumplirán seis años de emisión initerrumpida, aunque ahora Keyla haya sido transferida de programa y Choché aparece solo los viernes “porque me gustan hacer muchas más cosas y no me da tanto el tiempo”, asegura, como convertirse en DJ, una de sus principales metas en la actualidad.
Divertido presente
La vida ha cambiado. Choché, por ejemplo, es papá de Leah, una niña que nació en el 2021. Yiyo, por su parte, creó Sy Films, una productora audiovisual con la que promovió el cortometraje Cinco Minutos Antes, una película que le valió un reconocimiento como mejor actor en el IFA Istanbul Film Awards y en el Festival de Nueva York.
Sus agendas cada vez son más apretadas. Incluso, en redes vacilan con que Yiyo cambió a Choché por Bismark Méndez, presentador de Teletica que se ha vuelto uno de sus más grandes amigos. “Es muy divertido porque ahora paso mucho tiempo con el Patacón (apodo de Bismark), pero yo no puedo pasar mi semana sin Choché”.
Como el tiempo no les da para sobremesas casuales, como antes sí ocurría, a ambos se les vino a la mente un último gran invento.
El 20 de mayo del 2021 ambos estrenaron El podcast de Yiyo y Choché, un espacio que viene a emular aquellas conversaciones de Lo que pone la Gallina pero en formato de streaming. Se habla de todo, desde chismes y anécdotas de viajes hasta las aventuras de Choché como padre.
Las cifras del éxito del podcast son colosales: van por más de 10 millones de reproducciones con tan solo 100 episodios. El día que estrenan episodio, cuentan con entre 70.000 y 130.000 escuchas; tras una semana de subir el capítulo, logran entre 300.000 y 500.000 escuchas.
La notoriedad del podcast es tanta que ambos lograron amarrar un contrato internacional con la empresa española Podimo, una de las plataformas de podcast más reconocidas a nivel mundial. De hecho su podcast es la única producción centroamericana fichada por la compañía.
“Nos emociona el éxito, pero no te miento: todo se trata de poder seguir manteniendo nuestra amistad, vernos y bromear”, dice Yiyo.
Choché le contesta con rapidez. “Yo no puedo vivir sin este mae”, asegura.
“De hecho me preocupa porque yo, fiestero, desordenado, gordo; y Yiyo, atlético, con muchas horas sueño y centrado en la vida; me hace pensar que de fijo él se va a morir primero que yo” dice Romano, entre risas. “Pero yo le prometo que voy a escribir un libro de toda nuestra vida. Esto que hemos contado es solo un resumen ejecutivo. Ya verán”.